La escritura es una fuente de escape para algunas personas recluidas en la cárcel de Envigado, Antioquia. Cada año, la biblioteca Débora Arango ofrece talleres de escritura para los reclusos. En 2017 la temática fue construcción de paz. Guiados por el escritor Róbinson Úsuga, durante cuatro meses, los participantes escribieron sobre sus propias vidas y reflexionaron sobre temas como la familia, el pasado y el perdón. En esta entrevista, Róbinson Úsuga habla sobre esta experiencia, la metodología y los resultados de sus talleres de escritura en la cárcel de Envigado; un proyecto replicable en todas las cárceles del país.
Un escritor que visita cada semana la cárcel

Róbinson Úsuga conoció la literatura gracias a los libros que su hermano rescataba de la basura para leer en los ratos de aburrimiento. “Una vez me habló de uno de esos libros. Me dijo: Róbinson, en esta historia las almas se arrojan dentro de huecos enormes”. No aguantó la curiosidad y buscó el libro. Supo que se trataba de la clásica obra de Dante Aligheri: La divina comedia.
Años después, durante el bachillerato, descubrió que tenía habilidad para escribir. “Me iba bien en clase de español –recuerda él–. Las profes me ponían a leerles a los compañeros las historias que había escrito en clase. Había algo que gustaba, pero no sabía qué”.
Ingresó al taller de escritura que abrieron en la biblioteca de su barrio, la Centro Occidental, en Medellín. Al terminar el colegio se inscribió en una escuela de artes (era muy buen dibujante), pero dejó la carrera porque no tenía dinero para costearse los materiales. “¿Para qué otra cosa sirvo yo en la vida?”, pensó. Fue entonces cuando se decidió por la escritura.
En la misma época que empezaban las balaceras de la guerra en la Comuna 13 de Medellín, Róbinson se presentó a la carrera de periodismo en la Universidad de Antioquia. La biblioteca de la comuna fue su refugio, tal como relata en este cortometraje animado. Alrededor de ella vivió de cerca la escalada de una violencia que llegó a su máximo pico los días 16 y 17 de octubre del año 2002, durante el sangriento operativo policial y militar conocido como la Operación Orión.
Entre la vida de los libros y la guerra, Róbinson terminó periodismo. Ha publicado en medios como la Revista Semana, El Espectador y ¡Pacifista! Ha recibido premios de periodismo y en 2016 ganó la beca de creación en novela, autor revelación, otorgada por el municipio de Medellín. Además, como respuesta a esa intervención militar que afectó su propia vida, la de su familia y vecinos, Róbinson co-fundó Lluvia de Orión, una corporación que crea herramientas educativas para la pedagogía de la memoria del conflicto armado y otros temas sociales en Colombia.
En la actualidad, y tras pasar años posicionando su corporación, Róbinson Úsuga volvió a su camino de escritor. Ha publicado dos libros: la novela A un hermano bueno hay que vengarle la muerte, y el libro de crónicas: Traficantes de animales. Cada semana coordina dos talleres de escritura. Uno en la biblioteca Centro Occidental de Medellín (la biblioteca salvadora) y otro en la biblioteca Débora Arango de Envigado. Por ciertos periodos coordina el taller de crónica en la cárcel municipal de este municipio, el tema central de la siguiente entrevista:
–Róbinson, te has dedicado por años a la literatura. ¿Cómo fue que empezaste a dirigir talleres de escritura en la cárcel?
–En septiembre de 2016, en la biblioteca Débora Arango de Envigado me ofrecieron este taller. La biblioteca, administrada por Comfenalco, creó el taller para ampliar la oferta cultural a una población carcelaria que por muchos motivos es bastante olvidada. La idea ha sido que los reclusos no solamente tengan la oportunidad de leer, sino que también puedan escribir sus propias vivencias.
Me animé, pero la primera sesión fue difícil. No sabía que yo tenía que caminar por los patios invitando a los presos al taller y me sentí incómodo haciéndolo. Estaba asustado, creo que porque siempre he tenido una opinión preconcebida sobre la población carcelaria. Otra cosa: el espacio de encuentro era un pasillo donde circula mucha gente, y eso tampoco ayudaba. Además, cuando hablamos, había una actitud que me molestaba: la mayoría de ellos decían que eran inocentes. Pero yo pensaba, “Si están en la cárcel es por algo”. Y pensaba que al colombiano promedio le cuesta mucho reconocer sus errores, y más cuando le ha hecho daño a alguien. Entonces después de ese primer día presenté mi renuncia.
–Hablas de una opinión preconcebida sobre la población carcelaria…
–Es que a mí siempre me ha gustado trabajar con las víctimas, porque hablando a nivel general en el país, muchos victimarios han encontrado todos los medios y garantías para cometer sus delitos, incluso se benefician económicamente de asesinar gente, como un sicario. Los mismo los guerrilleros y paramilitares, que reciben su salario. El victimario se lleva un beneficio, pero ¿y la víctima qué? Por eso he preferido trabajar con víctimas.
Esta vez era un desafío para mí trabajar con esta población, en la que yo en realidad no tenía interés. Pero apenas dije que no quería seguir con el taller, empecé a recapacitar. Pensé que a lo mejor era un reto que la vida me había puesto.
–¿Y cómo fue empezar?
–Al principio me pidieron un plan de trabajo, qué haría sesión por sesión. Me enfoqué en que ellos escribieran crónicas de cosas que habían vivido. Por ejemplo, una fiesta que se salió de control, el recuerdo de una mascota. Cosas anecdóticas y aleatorias, pensando en que ellos escribieran. ¿Y de qué van a escribir si no es de lo que han vivido? Empezamos tratando el tema de la crónica, leyendo referentes, autores…
–Al principio no querías, y ahora llevas un año dirigiendo este taller. ¿Cómo es llegar cada miércoles a la cárcel?
–La cárcel municipal de Envigado queda en un boulevard, a pocos metros de la alcaldía. Su entrada es discreta y tiene una verja enorme donde siempre hay un vigilante. “Voy para el taller de escritura”, digo, y me dejan entrar. Ya me conocen. Dejo mi bolso para que ellos lo guarden, conservo algunas hojas, lapiceros y un libro con relatos que compartiré en el grupo. Sigo hacia el fondo, pasando por otra reja y por una puerta metálica enorme, hasta que ya estoy allí, frente a las caras que ya son conocidas para mí.
A mi derecha hay un salón de reuniones y actividades culturales. A mi izquierda, un pasillo donde siempre encuentro algunos reclusos mirando televisión, haciendo mandados o llevando razones. Ese pasillo conduce a los dos patios que tiene la cárcel. Camino por allí y saludo a los dragoneantes que custodian las rejas de esos patios. “¿Me ayudan a convocar a los que asisten al taller de escritura?”, les pido. Y ellos me reciben una planilla con el listado de asistencia.
“¡Los que van pa’ literatura!”, gritan una, dos, tres veces. También gritan algunos nombres. “¡Los que van pa’ literatura!”, hasta que, uno a uno, van emergiendo de los oscuros rincones aquello rostros de hombres que desean entrar un rato en comunión con las historias y las letras.
–¿Qué pasa en general en cada taller? ¿Cuál es tu metodología?
–La dinámica ha sido así:
Paso por los dos patios invitando a los reclusos a hacer parte del taller. Este es plan de pocos. La lectura y escritura no son algo tan masivo. Con las voluntades de los que quieran participar se junta un grupo de unas doce personas. Todos van libremente y reciben una certificación que ha de servirles para la gestión de las rebajas de penas que ellos están haciendo siempre al interior de la cárcel.
Saludo y les presento el tema que llevo. Por ejemplo, la primera sesión de 2017 fue el 8 de marzo, el día de la mujer. Yo llevé para leer un relato de Alberto Salcedo Ramos, La niña más odiosa del mundo.
Después de leer la historia, la comentamos. En relación a ese relato los invité a que pensaran en una mujer que fue o es importante para ellos, diferente a la mamá, y que nos contaran esas relaciones de amor que han tenido, a través de lo vivencial. Entonces empezamos a evocar recuerdos, a conversar, qué opina el uno, qué opina el otro. También hablamos de cosas que cada uno ha vivido: la infancia, romances, anécdotas…
Y los animo a escribir cuando hemos identificado las historias. “¡Ahí está tu crónica! –digo–, qué bacano que la escribas para la siguiente sesión”. Ellos quedan con la tarea de escribirla.
–¿Y cuál es su respuesta? ¿Sí la escriben?
–Obviamente no todos son tan disciplinados con la tarea, pero algunos sí la hacen. Llegan con la historia escrita. Escribir es duro y más en una cárcel. La escritura se hace mejor en intimidad y los reclusos tienen poca intimidad. Desde temprano deben salir a los patios, pequeños y hacinados patios en los que hay muchos otros reclusos hablando fuerte, haciendo artesanías o jugando a las cartas. Es difícil concentrarse en esa atmósfera. Vuelven a sus celdas antes del anochecer, y allí permanecen con sus compañeros de celda, con un cuaderno y un lápiz. Es duro escribir en la cárcel, pero algunos sacan fuerza y lo hacen. Escriben. Digamos que dos o tres las llevan, entonces las leemos, comentamos entre todos. Nos reunimos en torno a una mesa y yo empiezo a hacer correcciones con rojo.
Es muy importante que ellos vean las correcciones: palabras mal escritas, ortografía, puntuación… lo que se le corrige al uno, le sirve a todos. Esa parte les gusta mucho porque mejoran su ortografía, su escritura. También sugieren títulos. Uno en la ronda propone títulos y anima a los otros a que sugieran títulos. El trabajo es muy en equipo, muy de compartir, opinar, sugerir. Ya una vez se leyeron los relatos y yo hice las correcciones, ahora sí nos metemos en el tema que llevamos para la sesión.
–¿Quiénes participan en el taller en la cárcel de Envigado?
–Esta cárcel es mixta, la mayoría de la población son hombres, sólo hay un par de celdas con mujeres, separadas de los hombres. Al taller va desde un pelao de 19 años hasta un señor de más de sesenta. Es un espectro muy amplio.
Al taller también van personas que no escriben, que lo hacen es como para aprovechar la tertulia, pero nunca escriben. Mientras que otros se encarretan escribiendo, se dejan seducir por la musa, coquetean con ella y luego sacan rato para escribir. Esto para mí es muy importante, es muy personal, muy íntimo, que por lo general se hace en solitario. Por eso les animo a que escriban por fuera del taller, y llegan con sus historias. Algunos se disciplinan, y cuando no escriben se aburren porque no lograron encontrar el espacio.
–Además de escribir, los participantes leen las historias con los demás. ¿Cómo es este momento de compartir los escritos?
–Hay una intención ahí. Es que cuando los relatos pasan por el grupo, los demás los comentamos. Al tratarse de crónicas, encontramos situaciones de la vida real y nos tomamos la libertad de emitir juicios sobre la manera en que se resolvieron los problemas que pudieron surgir en esas situaciones reales. Opinamos si estuvieron bien o mal aquellos actos; por ejemplo, puse un ejercicio de escribir sobre un familiar o amigo que admiráramos, y en una de las crónicas se contó la historia de un hombre que salió de la cárcel y encontró a su mujer con otro en la cama. La mató. El autor de la crónica creía que eso estaba bien porque había defendido su orgullo de hombre. ¡Lo admiraba y por eso escribió sobre él! Los demás le dijimos que no estaba nada bien matar a una mujer, aunque fuese en una situación como esa. Fue un duro debate, pero logramos el consenso: no existía ningún motivo para quitarle la vida a una mujer.
–¿En qué momento se les suma a los talleres el componente de construcción de paz?
–En la biblioteca Débora Arango, este taller comenzó a ser muy importante. Cuando venían de otras entidades para que mostraran programas que estábamos haciendo, este era uno de los referentes por el componente social. Entonces empezamos a analizar en detalle los resultados, los textos que se estaban produciendo allá.
Empezamos a notar que las historias que salían de la cárcel –las compartíamos en eventos de la biblioteca–, eran muy anecdóticas, incluso con vulgaridades. Los textos no hacían evidente algo así como un proceso sicosocial que acompañara la escritura. Entonces pensé que había que reforzar el trabajo social. Y para el segundo semestre propuse trabajar la escritura de crónica, pero enfocada en construcción de paz. Era algo que no se había hecho antes. En general estos talleres se enfocan en la literatura. Se sabe que hay un trabajo social, pero no se le ponen intensiones adicionales.
Ahora nos enfocamos en hacer un trabajo más hacia adentro. Que ellos hagan una lectura de su vida, pero claro, desde la cárcel, porque están en la cárcel. Sea bueno, sea malo, ellos sabrán, pero que ellos puedan hacer una relectura de algunos episodios de sus vidas. Trabajamos ciertos temas que tienen que ver con la paz, por ejemplo, la memoria, las víctimas, el perdón.
–¿Cómo reaccionaron los participantes a este cambio?
–Al principio fue difícil, algunos mostraron resistencia a hablar de víctimas, pensaron que de eso era mejor no hablar porque terminaban auto incriminándose. Pero yo persistí y quiero seguir trabajándolo. Creo que la población carcelaria es un terreno fértil para trabajar la construcción de paz. También hablamos de la guerra, qué es para ellos la guerra, cómo la han vivido, de la familia, y allí identifico que hay muchas violencias que se repiten desde la memoria de la familia.
Por ejemplo, al hablar del perdón les pregunto a quién tendrían que pedirle perdón y por qué. Esto nos confronta, hay temas que tratados en ciertos espacios, generan algo adentro. Lograr, por ejemplo, que a partir del taller uno de los reclusos escriba una crónica sobre su alcoholismo y pedir perdón a su familia por ello, es grandioso. Claro que soy respetuoso y espero a que ellos lleguen a donde quieran llegar. Además no soy sicólogo y esta no es una terapia sicológica. Lo que les he dicho es que el solo hecho de que nos reunamos, por causa del taller, es muy importante. Y sobre todo en un ambiente cordial y de cultura. Un día les llevé la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Fue bonito porque muchos de ellos no sabían ni siquiera qué eran los derechos humanos.
–Como escritor que eres, ¿por qué crees que la escritura puede ser una herramienta para la construcción de paz?
–La escritura es importante porque escribir es reflexionar todo el tiempo. Entonces si estamos hablando de paz o de nuestra historia de vida, obviamente escribir implica reflexionar sobre lo que hemos vivido. Si vamos a hablar de paz, debemos reflexionar sobre la guerra y sus daños. Para mí escribir es invitar al otro, y a mí mismo, a una comunión con los pensamientos propios. A través del ejercicio de pensar y escribir también puedo analizar cómo he aportado a la guerra o a la paz en mi familia, en mi barrio o en mi país. ¿He sido una persona pacífica o violenta? ¿A quién le he hecho daño y debo reparar? ¿Cómo puedo cambiar para convertirme en mejor ser humano? ¿Qué puedo aportar a la transición que hoy vive el país de la guerra hacia la paz? El pensar estas cosas debería llevarme a establecer un compromiso, conmigo mismo, con la familia y con la sociedad.
Con la población carcelaria se puede invitar a que ellos hagan ejercicios de autoanálisis, reflexión y meditación a través de la escritura. Es lo que busco, y es gratificante encontrar que algunos de ellos se toman esto en serio.
–¿Crees que hacer este tipo de talleres de escritura con población carcelaria debería replicarse en otras cárceles del país?
–Claro que sí. Hace días nos visitaron dos chicas en el taller, están recién saliendo de comunicación social. Querían conocer la experiencia para posiblemente replicarla en la cárcel Bellavista de Medellín.
Creo que Colombia es un país con altos niveles de reincidencia. Muchos de los que han cometido delitos salen de la cárcel y es muy probable que reincidan. No es suficiente con ponerlos a pagar una pena, hay que trabajar con ellos. Creo que la escritura es muy importante porque la mediadora es la cultura, la civilidad, la reflexión crítica. Les digo que es importante que lo vivido nos lleve a tener un compromiso con nosotros mismos y con nuestras familias para tener mejores acciones a futuro. Pero eso depende de ellos, las acciones las hacemos día a día.
¿Qué pasa después del taller?, uno no sabe. Pero sí rescato la importancia de reunirse con este tipo de población para trabajar con temas en torno a la paz y a los derechos humanos. Estos espacios de encuentro son absolutamente importantes, incluso solo por el hecho de encontrarnos, de hablar de estos temas y hacerlo pacíficamente y reflexionar y cuestionar y contestar, discutir, todo eso en un ambiente cívico, respetuoso, buscando que sea edificante.
Creo que así se le aporta al país en términos de paz, porque estamos hablando con personas que tienen un proceso judicial, un fiscal reunió material probatorio y un abogado no tuvo suficientes herramientas para contestar. Pues con esta población hay que revisar ciertos temas de la vida, de la guerra, de la paz, la convivencia. Muchas veces uno logra incluso de ellos compromisos.
–En abril de 2017, el periódico De la Urbe publicó la historia de María Victoria Vanegas: “Encarcelada por un favor”. ¿Qué significó esto para los participantes?
–Vicky escribió la historia de cuando una mañana llegaron oficiales del Gaula a su casa y la arrestaron por el delito de complicidad en extorsión. Verla publicada fue una experiencia muy significativa para ella y creo que para los demás. Les gusta que les den importancia a los relatos que escriben. Los que han participado conmigo se animan más porque se han dado cuenta que busco que los publiquen. Es una manera de darles reconocimiento por algo diferente a lo que han hecho en sus vidas. También van descubriendo talentos, rescatan momentos en la memoria, escriben y se dan importancia de otro modo: por medio de la escritura. Luego ver que sus palabras se publican, algo que nunca habían imaginado, lo encuentran muy satisfactorio.
–Y personalmente, ¿qué significan esta experiencia y la escritura para ti?
–Yo también amo ese espacio de letras. Allí están escribiendo mucho, y yo estoy aprendiendo con ellos. Mientras pueda seguir con ellos, continúo trabajado temas de memoria y paz. Quiero dedicarme a escribir y dar talleres de escritura. Escribir… tú sabes que es difícil, pero es bueno crear historias. ¿Qué sería de este mundo, qué sería de la vida sin la música, sin el erotismo y sin las historias?
- El Taller de Escritura de Crónica en la Cárcel Municipal de Envigado es un proyecto de la Biblioteca Pública y Parque Cultural Débora Arango, Comfenalco y la Administración Municipal de Envigado.
- Para conocer más los resultados de este taller puedes leer la historia de Maria Victoria Vanegas, publicada en De la Urbe.
- Te invitamos a conocer y usar las herramientas para pedagogía de temas sociales que realiza Róbinson Úsuga a través de la corporación Lluvia de Orión, memoria recreada.
- Comparte esta entrevista en tus redes sociales y con personas que creas que pueden ayudar a replicar este tipo de talleres de escritura en otras cárceles del país.
Fotos Cortesía Róbinson Úsuga y Taller de Edición
La escritura a mano alzada motiva la parte sensorial del ser humano. Le permite al ser humano expresar lo que su voz y su alma gritan y no lo puede decir. La libertad de expresión escrita permite el crecimiento del ser humano.
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