Una mirada al #21N en Colombia


¿Qué provocó la movilización pacífica del 21 de noviembre de 2019 en Colombia? ¿Cómo se vivió la jornada y cuál fue la posición del Gobierno nacional?

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Días previos a la manifestación pacífica del 21 de noviembre, los fogones de la discusión pública y el malestar social en el país estaban encendidos.

Por una parte, la corrupción generó un estallido que dio energía a la movilización estudiantil. En su epicentro, la Universidad Distrital de Bogotá, se conoció que por lo menos 11 mil millones de pesos que iban destinados a la universidad pública fueron hurtados por altos directivos, políticos y profesores.

Sumado a esto, el 13 de noviembre, durante una audiencia en el Congreso –en la que se hacía una moción de censura al ministro de Defensa, Guillermo Botero–, se reveló que siete y quizá más menores de edad habían muerto durante un bombardeo del Ejército nacional a un campamento de un presunto grupo disidente de la exguerrilla de las Farc en el departamento del Caquetá.

Esta información contrastaba con el triunfalismo expresado a finales de agosto por el presidente Iván Duque, que había hablado de la operación como algo “estratégico, meticuloso, impecable”, en donde habían muerto trece guerrilleros, entre ellos el cabecilla.

Entre tanto, en el departamento del Cauca, las comunidades indígenas continuaban siendo víctimas de asesinatos sistemáticos al igual que el número de los líderes sociales a lo largo del país.

Los datos destrozan el alma. El Instituto Nacional de Medicina Legal ha dicho que, entre sus registros de enero a septiembre de 2019, 284 indígenas fueron asesinados. Según Indepaz, desde la firma del Acuerdo de Paz con la exguerrilla de las Farc y hasta principios de septiembre de 2019, 777 líderes y defensores de derechos humanos han ingresado al oscuro conteo del genocidio.

Contrario a gran parte de los sectores populares, por un lado, el Gobierno planificaba una reforma al sistema pensional que contenía entre sus aristas la conversión del fondo público de pensiones a una estructura similar a la de los fondos privados. Y por otro, en el Congreso de la República, el partido de Gobierno acababa de radicar un proyecto con el propósito de materializar una reforma laboral que para muchos alimenta la precariedad laboral ya existente.

Por estas y muchas otras razones, distintos sectores colombianos convocaron a una manifestación pacífica nacional el 21 de noviembre: la Federación Colombiana de Educadores (Fecode), la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), la Confederación de Pensionados, el Congreso de los Pueblos y estudiantes de diferentes universidades en todo el país. Al llamado respondieron activistas, artistas, colombianos de todos los rincones y sectores sociales.

Durante el día de la jornada, en las calles los carteles sobresalían con sus denuncias entre la multitud, uno de ellos decía: “Luchar por tu dignidad es amor propio”. Se trataba de la dignidad que exigen los rostros de todas las edades en medio de la sensación de estar en el lugar preciso donde transcurren los acontecimientos que darán luz a la historia.

Al final de la tarde, el Gobierno informaba que el país de la protesta se agrupó en 39 marchas con un total de 207.000 personas. Pero los ciudadanos manifestantes recibieron eso como un engaño, como un insulto. El ministerio del Interior, responsable de la cifra junto con la policía, nunca aclararó el método de su cálculo.

El presidente, por su parte, en una alocución de un poco más de cuatro minutos esa misma noche, habló de todo: del “vandalismo y el pillaje”, de sus bienes morales, del patrimonio indivisible de la nación: la democracia sólida, el orden público, las instituciones del Estado, el país fuerte, el Gobierno que escucha.

Para sorpresa de la ciudadanía, el presidente se refirió a todo eso, menos de las exigencias que motivaron la movilización: la implementación integral y sin condicionamientos de los Acuerdos de Paz con las Farc, la aprobación de lo contenido en la «consulta anticorrupción», el desmonte del ESMAD, el cumplimiento de los compromisos con los estudiantes y profesores del país, no más reformas tributarias «regresivas», derecho a la salud, garantías de seguridad para los líderes sociales, implementación de un sistema pensional «multipilares», entre otras.

¿Y qué hacer ante los oídos sordos? Hacerse oír. Pero ¿cómo? El pueblo se pregunta. ¿Tienes una olla, una cacerola, una chocolatera, un molinillo, una cuchara de palo? ¡Pues con eso!

Todo el mundo marcha entonces a su propia cocina, y luego a la ventana, al balcón, a la calle. Uno a uno, miles, quizá millones de colombianos en barrios, pueblos y ciudades elevan en la noche del #21N una melodía de resistencia, le dan de nuevo vida a un poema de Piedad Bonnett:

Las cacerolas van despertando al mundo:
su alboroto
tiene algo de campana,
de canción derramada sobre el fuego
en la semipenumbra donde el tizne
ha instaurado su noche mentirosa,
y el niño ve el rescoldo de sus sueños
en el tazón amargo de su padre.

Las ciudades protagonistas de esta jornada tienen su propia historia de protesta. En los archivos personales, mediáticos y de la nación han quedado registradas manifestaciones cívicas desde que Colombia se hace llamar República. Cada una de las ciudades que concentró las diversas marchas pacíficas ese día tiene un antecedente en la manera cómo la protesta ha influido en la transformación del espacio común.

Lo que pasó el 21 de noviembre no es una novedad en Colombia, pero sí es un hito que revive la memoria.

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Ilustraciones del especial: © Andrés Caicedo Hernández

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