«La cuadra»: una novela de barrio que es también una historia del país


¿Cómo fue nacer y crecer en un barrio popular de Medellín durante los años ochenta y noventa? ¿De qué manera fenómenos como el narcotráfico y el sicariato atravesaron la vida de los niños y los jóvenes? ¿Por qué novelar esto? En esta reseña, César Jaramillo comenta La cuadra, una novela publicada por Random House en el año 2016. Lee también una entrevista con el autor.


La cuadra, primera novela del autor medellinense Gilmer Mesa, puede catalogarse como un pacto de franqueza: no es un relato que se atomiza en giros y esfuerzos impostados. Gilmer habla directamente, establece con el lector un acuerdo de partes, y desde el inicio deslumbra con las formas de lo cotidiano: «A la hora de crear, lo único que debe tenerse como principio es la honestidad. En mis historias puedo ser honesto».

La cuadra es una conversación en alguna tienda del barrio: el autor se sienta contigo, pide algo de tomar para los dos y despliega un memorial de sus años de infancia y juventud rodeado por conceptos que parecen opuestos, pero que en su voz hacen parte de un mismo árbol: violencia, lealtad, familia, muerte y compasión.

Es la década de los ochenta, es Medellín, es el narcotráfico, es un barrio en las laderas que ascienden ante el curso dominado del río; es la historia del combo de Los Priscos, su ejército y sus huellas imborrables.

Gilmer Mesa fragmento La cuadra

Los Priscos

A inicios de los ochenta, cuatro hermanos de Aranjuez, en el nororiente de Medellín, fueron los creadores de una banda que signó la historia del conflicto local luego de firmar la alianza de dinero y armas con el jefe mayor de la mafia colombiana, Pablo Escobar. La revista Semana llegó a catalogarlos como la ‘Guardia pretoriana’ del capo.

Los Priscos –que Gilmer nombra en su libro Los Riscos– fueron responsables de asesinatos tan mediáticos como los del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla (1984), el director de El Espectador Guillermo Cano Isaza (1986), y el coronel Valdemar Franklin Quintero (1989).

Por aquellos días, los soldados a sueldo que militaron para el narcotráfico en Medellín –sólo con Los Priscos la cifra llegó a los 300–, eran en su mayoría habitantes de los barrios populares; jóvenes que sin alcanzar la mayoría de edad robaban y asesinaban para figuras de poder en el ecosistema truculento y pendenciero de la ilegalidad.

Sobre el primer encuentro que selló el vínculo macabro entre Los Priscos y Escobar, escribe Gilmer Mesa en su libro: «De esa reunión salieron la cabeza y el brazo de las incontables matanzas, secuestros y desmanes que sufriría esta ciudad durante algo más de una larga y nefanda década y que dejaría como saldo oscuro de destrucción una ciudad temerosa, desconfiada y en luto constante que dura hasta nuestros días».

La carrera de Los Priscos tuvo golpe final cuando David Ricardo Prisco y su hermano Armando cayeron muertos en operativos simultáneos de la Policía Nacional en enero de 1991. Ya en 1986 había fallecido Eneas Prisco, y en 1987 José Rodolfo. Un quinto miembro del clan familiar, Conrado Antonio, estaba dedicado a la medicina, pero fue también asesinado en febrero de 1991. Hoy queda, como emblema para la memoria, la imagen de una virgen María Auxiliadora, puesta por Los Priscos en la esquina de su cuadra en el barrio Aranjuez.

La Cuadra Gilmer Mesa
Este altar a María Auxiliadora permanece en una de las calles del barrio Aranjuez de Medellín. Foto: Universo Centro

La cuadra

En una conversación que tuve con Gilmer Mesa a propósito de este libro, Gilmer insistió mucho en algo: sólo podemos hablar con propiedad de lo que conocemos, de lo que hemos vivido y presenciado, porque está escrito en nuestra memoria. «Contando la historia de su familia y de su barrio uno está también contando la historia del país. Todo acto creativo es complejo, pero el que me interesa es el personal. De hecho los griegos contaron todo sobre la condición humana, y lo demás lo escribió Shakespeare», me dijo.

El principio y el final de la novela están unidos por una fotografía: «En ella se ve a un grupo de niños de similar edad, algunos disfrazados y otros no, pero todos sonrientes y felices, con la felicidad que da la simpleza de estar con los amigos», nos describe el narrador. Es una fiesta de Halloween de hace 25 años, y el que tomó la foto es Gilmer. Pero todos los personajes en la postal están ya muertos. Se los llevó la guerra en el barrio y la guerra en la ciudad. Entre ellos, el ser más querido por Gilmer: su hermano Alquívar. A él está dedicado el octavo capítulo, y a esa figura ofrece Gilmer las líneas más honestas del libro. Alquívar que crece en Aranjuez, vive su corta vida entre las callejuelas y las esquinas del barrio, Alquívar que por razones del destino entra al combo, y Alquívar que es asesinado.

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En los otros ocho capítulos hay nombres, apodos, lugares y momentos que pincelan un cuadro fiel de la ciudad en la década de los ochenta: «Empecé a escribir algún día sobre uno de los personajes, Kokoriko, que incluso me había enloquecido por su maldad, y comencé un cuento sobre él. Cuando llevaba tres hojas me di cuenta de que era el momento de hacer la novela», cuenta Gilmer. Kokoriko es la representación encarnada de la violencia, pero en él, y en todos los demás, hay siempre un aura ambigua que sólo es comprensible con el paso de los años y los hechos.

Claudia y Denis –que encontramos en el capítulo cuarto– son, consecuentemente, una manifestación de la vileza y la venganza: Claudia es abusada sexualmente por un grupo de jóvenes del barrio; entre ellos está Denis. Ella, embarazada, huye y levanta a su hijo, al que ha decidido bautizar con el nombre del agresor. Denis, el hijo, como en una línea fatídica de tragedia griega, es quien termina acabando con la vida de Denis, el padre.

Ese asunto del trato que se da en los actos y en la literatura a la figura femenina es sumamente complejo. En otra entrevista publicada por el periódico El Tiempo, el escritor Guiseppe Caputo le pregunta a Gilmer por la disparidad entre el símbolo de la madre –respeto, cariño, calidez–, y el de las otras mujeres del barrio: objetos de deseo, posesión y territorialidad dominante. Para este artículo Gilmer me responde con una reflexión de fondo sobre el tema:

«En la cabeza me ha dado vueltas mucho tiempo la violencia, y esa contradicción respecto a las mujeres. Los hombres en la guerra se matan pero las mujeres son usadas como armas. En la dinámica hostil de Medellín uno podría echarle parte de la culpa a algunas madres: la madre ha patrocinado esa idea de que somos los más bonitos, los más poderosos, y ahí creamos un vínculo de absoluta veneración, pero a la vez, en la formación del mito materno, ellas ‘pordebajean’ a las demás mujeres. Uno crece con el sentido siniestro de que las mujeres le pertenecen».

De esas apreciaciones sobre los escenarios y cuerpos de la violencia, pero también de la espiral sensible que implica el vínculo familiar, está cargada esta obra.

Como último apunte se puede decir que La cuadra es una lectura musical, no sólo por el ritmo de la narración, sino porque es una historia que bien podría estar cantada en salsa o en tango. Es la vida que transcurre en el barrio y es la esquina que enseña a vivir.

Probablemente estas letras locales nos entreguen imágenes más elaboradas de Medellín, una ciudad que exige relatos honestos de su dolor y de sus glorias. Y ahí está la literatura, que entre ficción y ficción va sacando a flote la verdad de una guerra irreal.

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Lee también Las grandes historias que me contaron, me las contaron en la esquina, una entrevista con Gilmer Mesa.

Para leer La cuadra puedes:
Buscar esta novela en tu biblioteca más cercana. Si no está disponible, consulta por el servicio de préstamo interbibliotecario.
Adquirirla en las principales librerías del país.

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Escrito por

Comunicador social-periodista de la Universidad de Antioquia, y estudiante de Historia en la misma institución. Profesional de la Corporación Picacho con Futuro, organización de la Comuna Seis de Medellín.

Un comentario sobre “«La cuadra»: una novela de barrio que es también una historia del país

  1. Indudablemente historias como estas, que superan la ficción, hacen un llamado a todas las personas para cambiar esas prácticas relacionales que se convierten en círculos viciosos que llevan a la repetición de patrones de la guerra. No basta las intervenciones estatales «presencia de» si no, que consiste en un trabajo mancomunado con la comunidad-Estado-Actores armados para que estos conflictos intratables puedan encontrar luces de Esperanza, cambios y posterior transformación social, que no se da con un par de meses de trabajo, sino con años de perseverancia.

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