Memoria y verdad en la novela «Delirio» de Laura Restrepo


En medio de las complejidades de nuestra violencia, dice la autora del texto, es preciso hacer hincapié en la existencia de gente cuyo rol es el de “trabajador de la memoria”. Lo hacen porque han desarrollado un sentimiento de justicia, de bondad, que los impulsa. Este artículo hace parte del especial Leer para entender Delirio, creado en colaboración con la comunidad del Club de Lectura Virtual. Si no lo has hecho, aquí puedes inscribirte. Una advertencia: este artículo contiene información explícita sobre el contenido de la obra. Es preferible leerlo después de terminar de leer la novela.

Por Nancy Ayala Tamayo* [Armenia, Quindío]

Delirio es la figura retórica escogida por Laura Restrepo para describir una serie de acontecimientos que tienen lugar en Colombia, en cuyos intersticios se ha incubado una larga “locura” colectiva, problema que, al parecer, ha encontrado un cauce de disolución con el Acuerdo de Paz firmado a finales de 2016.

En este texto me interesa dejar dos cosas por sentado. La primera es que el nivel individual expresado en personajes como Aguilar y Agustina no se refleja de manera simple en el nivel colectivo o social (y viceversa). La segunda es que si bien es cierto la novela aborda uno de los aspectos más complejos de nuestra violencia el entramado élites-economía-narcotráfico, lo que al día de hoy podría ser más relevante es su actualización como texto que ilumina las complejidades de la memoria y la verdad.

A partir de su trama, es claro, por un lado, que la memoria y la verdad se abren paso de un modo u otro, pues no es propio de su condición quedar encerradas en el armario con llaves de seguridad donde se guardan los sucesos del pasado; y, por otro lado, que es el trauma, generado por la violencia de los acontecimientos que se esconden o silencian (el negacionismo histórico en el plano de lo público), el que debe ser trabajado con el fin de superar la espiral de violencia que por momentos parece no dar tregua. 

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Los sentidos de la verdad

El abuelo Nicolás Portulinus y su esposa Blanquita los padres de Eugenia y Sofi; Carlos Vicente y Eugenia los padres de Agustina, Joaco y el Bichi; Agustina y su esposo Aguilar; y, por último, el Midas McAlister, son los personajes principales de la novela. En conjunto, todos son una especie de repositorio de memorias en el que cada quien posee un registro de verdad que es su propia huella vital articulada a las huellas de los demás.

Al avanzar en la lectura, nos damos cuenta de que, a partir del extraño abuelo, venido de Alemania, pasando por sus hijas y llegando a sus nietos, el sino de tal huella es la negación y/o silenciamiento de los hechos, bien sea procurando que nadie los conozca, bien sea negándose ellos mismos a reconocerlos. En este último caso, la negación de la realidad llega a un estado patológico que asombra, cuando Eugenia, al enterarse de las infidelidades de su esposo con su propia hermana, Sofi, (unas fotos de ella desnuda tomadas por Carlos Vicente son la prueba) y haciendo gala de un malabarismo mental acostumbrado, dirige el reclamo a su hijo Joaco, a quien recrimina por haberlas tomado. «Ante todo, le interesaba ante todo, que pese a las evidencias, el secreto siguiera siéndolo. Ella sabía que su matrimonio no se iba a terminar porque Carlos Vicente me retratara desnuda, sino porque se supiera que Carlos Vicente me retrataba desnuda, y ni siquiera eso, más bien porque se admitiera que se sabía”, le cuenta Sofi a Aguilar.

De igual modo, la historia de las tres generaciones de la familia identifican el entramado de violencia y poder de su vida cotidiana, como sus transacciones con la mafia en las que el Midas McAlister es pieza clave, y las marcas en muchas ocasiones ambivalentes por su condición de víctimas y victimarios que tales comportamientos imprimen a sus personajes. Para algunos miembros, el silencio y la negación son un instrumento violento que permite mantener las apariencias propias de su posición social y, para otros, como el Bichi y Agustina, son cinceles que taladran su sentido de estar en el mundo convirtiéndolos en chivos expiatorios de la familia. En particular, tal rol le incuba a Agustina un profundo trauma que, en sus expresiones fragmentadas y caóticas, produce dolor profundo a su compañero Aguilar. Éste, sin embargo, encuentra en la tía Sofi un apoyo para el trabajo de reconstrucción de la memoria y búsqueda de la verdad que ha decidido emprender. 

El trauma que debe ser trabajado

En la línea de lo señalado por Elizabeth Jelin en su libro Los trabajos de la memoria, entiendo que “en lo individual, la marca de lo traumático interviene de manera central en lo que el sujeto puede y no puede recordar, silenciar, olvidar o elaborar… Estamos hablando de procesos de significación y resignificación subjetivos, donde los sujetos de la acción se mueven y orientan (o se desorientan y se pierden)”.

Como también lo señala Jelin, en estas situaciones se producen huecos en la memoria y las personas tienden a generar fijaciones, presentan compulsiones de repetición y actuación (acting-out) y encuentran grandes dificultades para separarse del objeto perdido. Así ocurre con Agustina, así se expresa su mente trastocada, así actúa en medio de su delirio. Ella recuerda, silencia y olvida a su modo. Ve y escucha cosas que los demás no entienden. Repite y actúa de manera compulsiva:

«Dígame tía Sofi, le pregunta Aguilar, ¿a quién le reza Agustina con todo ese trajín religioso de agua? Ella responde: yo creo que no reza sino que conversa con sus propios fantasmas… Creo entender que quiere limpiar esta casa o purificarla, porque dice que está llena de mentiras, esta mañana estaba tranquila comiéndose el huevo que le serví al desayuno y me dijo que eran las mentiras las que la volvían loca».

Adicionalmente, la dificultad para separarse del objeto perdido se expresa en la narración en las escenas-recuerdos de la relación con su padre. Como lo leemos en la narración, en Agustina se desarrolla una relación enfermiza con su progenitor: a ella le aterroriza la posibilidad de ser castigada por él tal como lo hacía con su hermano menor el Bichi a la vez que es objeto de su adoración; ella siente un deseo enorme de proteger a su hermano menor de la violencia a la que es sometido por su padre, pero no es capaz de enfrentarlo, alimentando de este modo el trauma que la atrapa. Más adelante, en la conversación con la tía Sofi, aparece este tipo de dificultad: 

Espera, Aguilar, espera… aquí estamos enfrentados a un problema más hondo, en estos días Agustina ha estado hablando de su padre como si no hubiera muerto… Hace más de diez años que murió, pero a ella parece que se le olvida, o que nunca hubiera querido registrar el hecho.

Dinámicas y «trabajos» de la verdad y la memoria

Indica Jelin en su libro sobre los procesos de significación y resignificación de sentidos subjetivos, que éstos se construyen y cambian en relación y en diálogo con otros, que pueden compartir y confrontar las experiencias y expectativas de cada uno, individual y grupalmente. Nuevos procesos históricos, nuevas coyunturas y escenarios sociales y políticos, además, no pueden dejar de producir modificaciones en los marcos interpretativos para la comprensión de la experiencia pasada y para construir expectativas futuras.

De igual modo, la autora señala que un modo que se muestra eficaz para salir de un permanente estado de conflictos de significación y resignificación es asumir una perspectiva de “trabajo”, que implica elaborar, incorporar memorias y recuerdos en lugar de re-vivir y actuar. Señala, acudiendo a Freud, que: “este trabajo lleva tiempo, se ejecuta pieza por pieza con gran gasto de tiempo y de energía”. Y añade, enunciando a Ricoeur, que parte del proceso es la realización de un costoso trabajo de duelo, el que acude al recuerdo en un ejercicio de liberación.

El agente  facilitador, el trabajador de la memoria en los términos de Jelin, para este proceso de significación y resignificación de sentidos está representado en el personaje de Aguilar, quien es apoyado por la tía Sofi. Como armando una delicada filigrana, es Aguilar quien se compromete en un acto de confiada y compasiva escucha, emanada de su amor por Agustina e incentivada por los personajes de la novela de José Saramago, Memorial del convento

…si Blimunda es vidente, ¿por qué no va a serlo Agustina? ¿adónde hubiera ido a parar el alma de Sietesoles si no hubiera confiado en las facultades de Blimunda? ¿Por qué si Sietesoles puede creer en su mujer, no puede Aguilar creer en la suya? 

Así, Aguilar busca y abre el armario de los secretos que permanece en la finca de propiedad de Carlos Vicente y Eugenia, de donde extrae cartas y diarios, y decide empezar el azaroso camino de búsqueda de la verdad. Con él recorremos, desde atrás, el hilo de la intrincada vida familiar desde el abuelo Portulinus. Es él quien, además de la voz del Midas McAlister, complementa los escabrosos hechos relacionados con los padres de Agustina y su hermano Joaco, entre ellos los nexos de padre e hijo con la mafia, unas vidas también sobrecargadas de silencios, apariencias, negaciones y dolores.

En este recorrido se produce un trabajo de duelo, un trabajo de elaboración que permite a Agustina, poco o poco, su liberación. Así, al final de la novela, parece emerger una nueva Agustina que metafóricamente está sostenida por Aguilar desde la imagen de la estampita “La mano que toca” una fotocopia miniatura plastificada de la mano de Aguilar que sostiene con fuerza en medio de su delirio, en oposición a la mano o el pie de su padre que golpea.

Lecciones aprendidas

Como lo señalé al comienzo, los planos individual y social no se espejean uno al otro de forma mecánica. Aun así, creo válido trasladar al terreno de lo social lo que en el plano más individualizado señala la novela Delirio. La reflexión está contenida en el libro Los trabajos de la memoria con una cita de Yerushalmi:

“Contra los militantes del olvido, los traficantes de documentos, los asesinos de la memoria, contra los revisores de enciclopedias y los conspiradores del silencio, contra aquellos que, para retomar la magnífica imagen de Kundera, pueden borrar a un hombre de una fotografía para que nada quede de él con excepción del sombrero, el historiador […] animado por la austera pasión por los hechos […] puede velar y montar guardia”. 

Jelin refuerza la cita explicando que, de entre los oprimidos y marginalizados, en el extremo de la memoria están quienes han sufrido torturas, desapariciones forzadas, asesinatos, exilios, encierros, desplazamientos, y que las luchas políticas por su memoria tienen la doble pretensión de dar la versión “verdadera” de la historia a partir de su memoria y la de reclamar justicia. Y que, “en esos momentos, memoria, verdad y justicia parecen confundirse y fusionarse, porque el sentido del pasado sobre el que se está luchando es, en realidad, parte de la demanda de justicia en el presente… Son momentos en los que emergen públicamente relatos y narrativas que estuvieron ocultos y silenciados por mucho tiempo”. 

En medio de las complejidades de nuestra violencia es preciso hacer hincapié en la existencia de gente cuyo rol es el de “trabajador de la memoria”. Lo hacen porque han desarrollado un sentimiento de justicia, de bondad, que los impulsa. Lo hacen desde escenarios públicos y privados, muchas veces silenciosamente, quizás, sin saberlo, por razones similares a las de Aguilar cuando habla de Blimunda. 

Finalmente, como contó Laura Restrepo en una entrevista del 2004 para la BBC, le fue difícil armar el personaje de Aguilar porque a pesar de la existencia de mucha gente buena en la sociedad, la bondad parece estar en desuso, tiene un aire cursi, como en línea fronteriza con la tontería. Por tanto, pareciera no existir en la literatura ni en la sociedad contemporánea un lenguaje adecuado para hablar de ella. Y concluye: “hace tiempo que no escucho a una amiga que me diga que busca un hombre bueno para casarse o que en el colegio le digan a los niños que hay que ser buenos. Como si eso estuviese pasado de moda».

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*Nancy Ayala Tamayo trabajó en la Universidad del Quindío y desde que se jubiló, hace ocho años, se vinculó al Taller de lectura y escritura creativa Relata-Quindío. Escribe sobre todo relatos y cuentos, ha coordinado la edición de dos publicaciones y publica columnas en dos de los diarios regionales.

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