«La vorágine»: el abrebocas a la lucha ecológica


¿Qué relación tiene la novela colombiana La vorágine con las luchas actuales en defensa de los recursos naturales? En este texto, Carlos Andrés Cazares traza un paralelo entre dos obras literarias que no solo denuncian la violencia contra los seres humanos, sino contra el medio ambiente. Un artículo del especial Leer para entender La vorágine, contenidos del primer libro del Club de Lectura Virtual 10 Libros en 2020.

Por Carlos Andrés Cazares*

A finales del siglo XIX los nacientes Estados latinoamericanos sustentaron nuevos nacionalismos a partir del uso de la literatura y la ficción. Decenas de relatos fundacionales se escribieron paulatinamente para construir un sentido de identidad nacional y demás. En Perú, Clorinda Matto de Turner escribió Aves sin nido (1889), en Argentina, José Hernández escribió Martín Fierro (1872); en Colombia, Jorge Isaacs escribió María (1867), entre otras tantas obras escritas en diferentes países de la recién libertada América Latina.

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Estas ficciones fundacionales, como las denominó la crítica literaria Doris Summer, sirvieron para crear un proyecto de Estados nacionales que, a fuerza de haber sido parte de un gran territorio como lo era el continente americano, iniciaron un proceso de separación y alinderamiento para dar inicio a lo que serían los países que hoy conforman esta región continental.

Estos textos fundacionales permitieron generar arraigos nacionales a partir de símbolos propios de identificación, fuera en la élite que los escribía o en los ciudadanos del común que los escuchaban en las plazas de los pueblos o de voz a voz.

No obstante el lazo que se querían construir, estas novelas no alcanzaron las expectativas, ya que muchas de las representaciones construidas allí parecían no incluir un factor emocional sobre el pueblo, lo que llevó a que surgieran nuevos relatos a principios del siglo XX.

En Colombia, una de estas obras fue La vorágine (1924) de José Eustasio Rivera, una novela reconstruye la geografía colombiana y genera un sentir nacional a partir de la denuncia de terratenientes despiadados y colonos avaros. Además de esto, La vorágine incluyó una relación romántica como eje coyuntural del relato, factor que ayudaría a solventar las falencias de las novelas del siglo anterior, ya que ésta «descubre el vacío de la construcción romántica que había sustentado las novelas funda­cionales anteriores», como lo explica Summer.

Una visión ecocrítica

Considerando que sería incauto señalar a La vorágine como un simple esfuerzo populista para unificar un territorio, es necesario ver otros tópicos que, en estos textos tempranos permite, al día de hoy, visibilizar una noción de protección ambiental y ecocrítica.

El relato de Arturo Cova –personaje principal de la obra– desborda los límites del sentido romántico de principios del siglo XX. En la narración está clara la búsqueda de una prosa perfecta y la dualidad de intelectual salvador contra el salvaje violento, ya que su postura de narrador lo inviste de un ojo de denuncia, un ojo regulador.

La lucha entre lo salvaje y lo civilizado persiste, pero toma una nueva vertiente: la denuncia de la violencia contra el ambiente, no solo contra el ser humano. En un mismo sentido, se encuentra una amplia similitud con la novela inglesa El corazón de las tinieblas (1902) de Joseph Conrad, quien establece la misma dualidad, pero convierte el relato de Marlow (narrador de esa novela) en una narración que tiene como antesala la destrucción ambiental de las compañías inglesas en el África, con el afán de la explotación del marfil. Tanto Rivera como Conrad crean una epopeya nacional, con visos de odisea y la labor fiera de un héroe, pero, en ambas construcciones, vemos como impera el factor política y de clase, lo que lleva a entender una postura de protección ecológica.

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José Eustasio Rivera, autor de La vorágine, y Joseph Conrad, autor de El corazón de las tinieblas.

En estos dos relatos se narran las vicisitudes que viven los protagonistas para llegar a ese lugar inhóspito que es arrasado por la mano civilizadora del hombre. Ambas obras enfatizan en lo doloroso del recorrido, y todo para terminar perdiendo y siendo derrotados por la destrucción.

Tanto la novela colombiana como la inglesa parecen ser derrotistas, sin embargo, es en esta pérdida donde instauran el accionar político. Casi diciendo que los personajes parecen sucumbir ante la naturaleza mortal y ante el puño de hierro del hombre, solo para renacer como reproductores de un relato que debe ser escuchado. Marlow lo rememora junto a nuevos marineros, mientras que José Eustasio Rivera hace de Cova un narrador perpetuo que deja inscrito en una suerte de diario y de notas un testamento que necesita ser leído ante los colombianos, para que no dejen que se destruyan sus tierras.

Rivera construye a Cova como un ciudadano que por el azar se fue a la selva “… sepan que el destino implacable me desarraigó de la prosperidad incipiente y me lanzó a las pampas, para que ambulara vagabundo, como los vientos, y me extinguiera como ellos sin dejar más que ruido y desolación”.

Esto ayuda a pensar que cualquier colombiano podría recaer en el mismo caso, por lo que la construcción de un imaginario nacional también partiría de un sentido de pertenencia territorial y ecológico, un abrebocas a lo que será la lucha medioambiental de finales del siglo XX y el siglo actual.

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* Carlos Andrés Cazares es comunicador social, periodista y magíster en literatura.

Referencia bibliográfica: Sommer, Doris. Ficciones fundacionales: las novelas nacionales de América Latina. Trad. José Leandro Urbina y Angela Pérez. Mexico D.F: Fondo de Cultura Económica, 2004.

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