Alfredo Molano Bravo y sus historias de vida


¿Sobre qué escribía Alfredo Molano? ¿Qué lectura de Colombia nos sugieren sus obras? En este artículo, Felipe Restrepo David comparte sus respuestas mientras viaja por algunas reflexiones del autor. Un contenido de la serie Leer para entender A lomo de mula del Club de Lectura Virtual 10 libros en 2020.

Por Felipe Restrepo David

La narrativa de Alfredo Molano Bravo (Bogotá, 3 de mayo de 1944 – Bogotá, 31 de octubre de 2019) es un mundo riquísimo de voces, personas y lugares de una Colombia excluida; entre los muchos de sus libros publicados en vida, está el magistral Del Llano llano (1995) para dar cuenta de ese mundo.

Leídas esas historias, bellas y dolorosas –que a veces son un solo rostro o la confluencia de varios–, uno puede ir reuniendo poco a poco una concepción literaria, es decir, todos sus libros en conjunto, en especial los que recopilan sus relatos, permiten decantar una perspectiva de su narración.

Sin embargo, esa concepción también puede reconstruirse, más o menos completa, más o menos fidedigna, en conferencias y textos en los que el mismo Molano Bravo fue reflexionando sobre su escritura y su oficio. Y esto es lo que intento aquí: rastrear algunas de sus ideas, de su ars poética narrativa y humana.

Para una concepción narrativa de la realidad, para dar cuenta de algunos aspectos de ella, de una de sus versiones y de una manera de comprenderla, desde la perspectiva de Molano Bravo, no interesa tanto que el relato se concentre en la historia de una persona importante o en una desconocida:

“La historia de la gente anónima es tan vigorosa, tan atractiva como la historia de los héroes. En general, buscamos la historia de los héroes, y dejamos en un segundo plano las historias anónimas de las personas corrientes” (1998: 109).

Digamos que se trata de historias de “personas corrientes” que juntas van construyendo una historia más amplia, que da cuenta de relaciones y de situaciones que se entrelazan unas a otras, como una gran tela hecha de múltiples hilos. Para él, esta es una “reivindicación” de la “historia anónima, esencial y elemental de la gente” (1998: 109).

Un regreso a la “vida sencilla” y a la vez “compleja” (1990: 12): no tanto una vida especial que distingue a alguien por sus hechos “extraordinarios”, sino que consiste en el relato de una vida “ordinaria” pero que en la condición de “elemental” se pueden descubrir los “nudos” que la hacen compleja y al mismo tiempo representativa de las vidas de los demás, en cuanto se asemeja a unas mismas luchas, resistencias y supervivencias (de allí que algunos de sus relatos, como síntesis, reúnan varias vidas).

Se trataría de girar la mirada, y bajarla hacia lo “común”. Tal sería uno de los “méritos, virtudes y posibilidades” de un movimiento narrativo como este. Poner el acento en unas vidas “anónimas” y “esenciales”, ir hacia unas capas sociales, no tanto invisibilizadas sino enmudecidas; es decir, no hay una pretensión de “inversión” de los poderes, que los de “abajo” escalen hasta “arriba”. Hay más bien una intención “narrativa” en el sentido de conocer unas historias aisladas u ocultas, olvidadas o despreciadas, por considerarse “tradicionalmente” inicuas, sin aporte ni importancia. Dice en el epílogo de Del Llano llano:

La historia no es algo que ya pasó y, sobre todo, que ya les pasó a hombres notables y célebres. Es mucho más. Es lo que le sucede al pueblo común y corriente de todos los días, desde que se levanta lleno de ilusiones hasta que cae rendido en la noche sin esperanzas. No se necesitan documentos acartonados y descoloridos por el tiempo para convertir un hecho en histórico; la historia no se refugia en las notarías ni en los juzgados, ni siquiera en los periódicos. La historia es una voz llena de timbres y de acentos de gente anónima ([1995] 2015: 119).

Se puede construir la historia de un caudillo, se puede “hacer la historia” de un “monstruo explorador”, y asimismo vale la historia de un “humilde colonito”: el relato de las personas, de cualquiera, de alguien que lo ha tenido todo y lo ha perdido o de alguien que nunca ha tenido nada ni tendrá. Todo ello cuenta como una vida en totalidad, en cualquiera de las dimensiones, aspectos y matices, de su infancia a su vejez o en algún momento específico de su trayectoria vital, justo cuando su vida cambia para siempre.

De allí que lo que sea realmente válido esté en que se “recoja”, se “recupere” y se “rescate” una historia real de alguien real. Y no solo sus pensamientos, sus ideas, sino, sobre todo, sus impresiones, sus sueños, sus perspectivas, sus posibilidades, toda la cadencia y toda la sustancia que está adentro e integra a cada uno (1990: 12).

Tal sería la “tonalidad percibida”, lo que dentro de lo común puede verse como lo “especial”, lo común-extraordinario: la historia profunda que está detrás de lo que la gente dice para ocultarse o evadir (1990: 12). Una hondura que estando en las palabras, se trasluce en esos “timbres” y “acentos”, en los “ritmos” y en los silencios, las miradas “idas” lejos, que son una continuación del relato y que las palabras, bien o mal, traducen.[1]

Leamos el comienzo de A lomo de mula)

Es lo que Alfredo Molano Bravo denomina como una historia de vida de los “anónimos”. Aquellos que tienen nombre pero no se nombran, para los que no alcanza el “banquete”, o aquellos que lo sirven, o los que recogen las migajas y viven de ellas. Aquellos que también sienten el pálpito de la vida, en dramas, tragedias y alegrías. Un alegato por la dignidad y la igualdad del derecho que se tiene para vivir. En ese sentido, dice:

“[…] lo que debe reivindicar la historia de vida es una estructura emocional en su conjunto, debe poner en primer plano los sentimientos de la gente y debe buscar entre sus colores y no entre el plano frío de la elaboración intelectual puramente teórica” (1998: 107).

Coloraciones que a cada uno le pertenecen en su propia singularidad, y en cuyos “sentimientos” está aquello que llama “subjetivo” (el sello propio, íntimo, irrepetible), y a lo que “no hay que tener miedo” nombrar, señalar, narrar y, sobre todo, confiar como fuente de conocimiento y reflexión: cada persona está hecha de sus emociones y sentimientos, lo que configura maneras de ser y de comportarse, y no solo respecto a la toma de decisiones propias, sino de reaccionar frente a las decisiones de los otros. Una historia de vida “es un canal para poderse relacionar con esa dimensión ‘temida’, pero en la que vivimos inmersos y de la que no podemos excluirnos” (1998: 110).

Dicho de otra manera: la subjetividad está hecha de tensiones pero, sobre todo, de rasgos impredecibles, lo que crea una dimensión incontrolable que, cuando no cambia las normas esperables, presenta otras que implican reelaboraciones y reinicios. Se trataría de un sentido “emocional” de las instancias vitales que no se someten al “cálculo”, ni a la fórmula ni al plan programado: ahí está el misterio y la magia de la vida misma; que cambia cuando se deja ser, cuando se deja fluir (por eso el camino y el río, como metáforas, fueron tan preciados por Molano Bravo). Lo subjetivo permite que emerjan razones verdaderas y no máscaras: muestra motivos y deseos, fuerzas y pasiones, voluntades y caracteres. Poder dar con esos “niveles” del relato de vida es atrapar unas de las condiciones “fundantes” de algo no del todo explicable racionalmente.

Dice Molano Bravo que fue desde allí que comenzó a surgir el impulso creador de sus relatos de vida, sus historias de los marginados, fronterizos, maltratados, desplazados, desesperanzados, de la Colombia común, la de todos los días, la de nosotros, la de todos: “[…] lo que yo tenía entre manos era la sensación de la gente, una sensación que no podía salir ni por el lado de las estadísticas, ni por el lado del análisis sociológico tradicional, ni por el lado del análisis marxista, ni por el lado del análisis político, porque era una sensación” (1990: 11).

Una experiencia que podía comprenderse también como una apertura frente a la otra persona: “una relación mucho más profunda, porque es una manera de sentir con el cuerpo y con las emociones y no simplemente con la cabeza” (1990: 12). Lo que ofrecía la posibilidad de moverse en el “plano subjetivo”, pues ahí “no hay sesgos, todo vale, vale desde un sueño hasta un resbalón, vale desde la comida de yuca hasta el cáncer” (1998: 110).

Poder “acaparar” las mayores expresiones de una persona por mínimas que fueran, o más bien, no “despreciar” nada porque todo podría significar algo: no todo es el secreto del “relato”, pero el secreto sí puede provenir de “cualquier” lugar: hay “algo” emocional, “algo” amoroso, que permite y posibilita una comprensión que va mucho más “allá” de las palabras y de lo que la gente quiere decir (1998: 104). Un “decir” que crea un lenguaje “rico” y “colorido”, que va directo al centro de los problemas, de la vida y de la historia.

Historias de vida que quieren recalcar su especificidad, no como resultado único sino como parte de muchas otras posibilidades de relatos: “no son la versión de la realidad, son una versión de la realidad, y esto tiene que quedar muy claro. […] una faceta de la realidad, una faceta importantísima […]; pero no es más que una versión y nunca la versión de la realidad” (1998: 110).

Aunque habría una manera de comprender lo “genérico” y lo “particular”, en el sentido en que todo lo particular, si uno lo mira dentro de su contexto y lo vincula con el contexto”, es genérico, y lo genérico es también una forma de lo particular: “La vida es una totalidad, un conjunto, un fluir de algo particular y genérico al mismo tiempo. Si uno le coge el hilito a algo particular, ese particular lo lleva a la relación entre eso y otras muchas partes, eso ya es el conjunto, es una totalidad, y como totalidad es algo parecido a la vida y la vida es lo que estamos tratando nosotros de captar, no diría estudiar ni reproducir, sino sentir […]”(1998: 111).

Es una paradoja y una ambigüedad, y justo esa condición es el desafío, la renuncia al control, a la obsesión del control: es la fascinación y el miedo del borde del abismo, de lo incierto. No en vano, la escritura de Molano Bravo está más cercana a la literatura que la ciencia.

Uno de los aspectos en los que más insiste Alfredo Molano Bravo, y que redondean su concepción de los relatos de vida, es que su escritura es como un “espejo reestructurado”: tanto para quien la escribe como para aquel que es “escrito”, para el “relatado”: hay una conciencia que el relato mismo devuelve de manera especular. Si se mira con cuidado, en una historia de vida aparece la posibilidad de “diferenciar qué es propio y qué es ajeno”, sin embargo, tal diferencia no es más que “aparente”: los afanes, toda la vida subjetiva y afectiva, las ilusiones, los sueños, “son en parte los mismos, y entonces la historia de vida es una trenza en la que se distingue lo uno de lo otro” (1998: 105).

De otra manera: cuando los relatados se leen en sus propias historias, hay un regreso a la propia vida en una comprensión que se amplía y profundiza. Ahí es cuando la escritura cumple su función final: nos devuelve esa realidad olvidada y excluida. Esa es la otredad que palpita, y habla, en la narrativa de Molano Bravo. Ahí está su vigencia y su fuerza. Esa es la grandeza de su obra que, como pocas en Colombia, logra ser arte y verdad.

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Referencias en el texto

Alexiévich, Svetlana ([1985] 2016). La guerra no tiene rostro de mujer. Trad. Ioulia Dobrovolskaia. Bogotá, Debate.

Molano Bravo, Alfredo (1990). “Consideraciones sobre la historia oral”. Gaceta de Colcultura, Bogotá, núm. 7, mayo-junio.

_______ (1995). “Historia debida: Orlando Fals Borda”. Bogotá, febrero 22. Entrevista (video), disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=WX5PWLvg8yw

_______ (1998). “Mi historia de vida con las historias de vida”, en: Thierry L., Vargas P. y L. Zamudio, coords. Los usos de la historia de vida en las Ciencias Sociales. Barcelona, Anthropos.

_______ ([1995] 2015). Del Llano llano. Relatos y testimonios. Bogotá, Penguin Random House.


[1] Creo que esto resuena perfectamente con lo que declara la periodista Svetlana Alexiévich, Premio Nobel de Literatura en 2015, en el prólogo de La guerra no tiene rostro de mujer (1985): “Me interesa no solamente la realidad que nos rodea, sino también la que está en nuestro interior. Lo que más me interesa no es el suceso en sí, sino el suceso de los sentimientos. Digamos, el alma de los sucesos. Para mí, los sentimientos son la realidad” ([1985] 2016: 19). La alusión al interior llama poderosamente la atención: que sea aquello que se siente, lo que se lleva adentro, lo que se genera en el más “acá” de las emociones, y no en el más “allá” de la realidad; que el lugar exacto y más fecundo de las revelaciones esté debajo de la piel; que la búsqueda ocurra adentro, no afuera. Dejar en suspensión las hazañas y los actos heroicos para remover y descubrir “cuánto de humano hay en el ser humano” ([1985] 2016: 17). Se trataría de una espera, de una cuestión de paciencia: estar frente al otro y aguardar con atención de cazador a que se expanda a su propio ritmo y necesidad, sin imposiciones, como un tapete que se desdobla, y saber cuál es el justo doblez que abre la percepción de la vida que se narra: “Siempre transcurre un tiempo (uno nunca sabe ni cuánto tiempo ni por qué) y de repente surge el esperado momento en que la persona se aleja del canon, fraguado de yeso y hormigón armado, igual que nuestros monumentos, y se vuelve hacia su interior […] Un fragmento de la vida… Hay que atrapar ese momento. ¡Qué no se escape!” ([1985] 2016: 15). Así, ya en “ese momento”, la persona acude a sus propias palabras, que no son las prestadas, sino que son las propias. Palabras que surgen de los sufrimientos y vivencias ([1985] 2016: 15), en fin, de los sentimientos, de lo sentido en el cuerpo: la memoria de la piel y de los ojos, de lo dicho y escuchado, de lo que se quiso y se despreció. Un sentir que se canaliza en esos instantes que componen el relato de lo que permanece vivo. Si se trata de un momento único, para Alexiévich, dicho momento debe contener la esencia de la misma persona en sus palabras o en lo más cercano a lo que podrían ser sus palabras. Y sí, creo que estas posturas, y convicciones, hermanan los relatos de personas de Svetlana Alexiévich y Alfredo Molano Bravo.


Lee también otros artículos de Felipe Restrepo David que hacen parte del especial de contenidos de 10 libros en 2020:

especial alfredo molano

Escrito por

(Chigorodó, 1982). Doctor en Humanidades, Universidad EAFIT, 2019; Magister en Letras, Universidad de São Paulo, 2013; Filósofo, Universidad de Antioquia, 2008. Fue editor de la Editorial EAFIT (2014-2019) y de la revista literaria para niños El Conde Letras (2009, Fundación Taller de Letras). Ha publicado: Conversaciones desde el escritorio (2008) y Voces en escena: dramaturgia antioqueña (2008); y las compilaciones Michel de Montaigne: Ensayos escogidos (2010), Dramaturgia antioqueña 1879-1963 (2014), El paisaje en la mirada: el Valle de Aburrá en la literatura de viajeros y escritores (2017) y Alexander von Humboldt: homenaje (2019). Premio Metropolitano de Ensayo, Alcaldía de Bello, 2005; Premio Memoria de Ensayo, Museo Universitario, Universidad de Antioquia, 2017.

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