¿Qué situaciones produjeron el paso histórico conocido como la Independencia en Colombia? ¿Cuándo y cómo sucedió todo? ¿Quiénes intervinieron en este proceso? Sobre un tema que se ha tratado en innumerables libros de historia nacional, compartimos cinco fragmentos que pueden animar a la lectura y ayudar a ampliar la visión que tenemos de un momento que marcó el camino que aún transitamos como sociedad.
Selección: Koleia Bungard
En palabras de Antonio Caballero, «La Patria Boba fue el decenio que va del llamado Grito de Independencia dado el 20 de julio de 1810 en Santafé a la Batalla del Puente de Boyacá librada el 7 de agosto de 1819, comienzo formal de la Independencia de España». Esta etapa, según él, se resume en lo siguiente: «Diez años de sainete y de sangre». ¿Qué fue lo que sucedió? ¿Cómo comprender esto?
Los siguientes fragmentos, tomados de cinco libros de historia de Colombia, son apenas una selección de párrafos que presentan pinceladas de esta época, un período en el que españoles, criollos, mestizos, negros e indígenas, hombres y mujeres, intervinieron para construir parte del país en el que vivimos hoy. Compartimos también enlaces a la obra completa recomendada, resúmenes o reseñas de estos libros. Anímate a leer y a compartir.
1. Los manchados de la tierra

Todos los participantes en los retozos democráticos del 20 de julio eran hijos de español y criolla, “manchados de la tierra”, pero casi ninguno era criollo de varias generaciones [criollo es un término utilizado para referirse quienes nacieron en América, pero tenían origen europeo]. Todos eran parientes entre sí. Primos, yernos, hermanos, cuñados, tíos los unos de los otros. La Patria Boba fue un vasto incesto colectivo. Todos eran ricos propietarios de casas y negocios, de haciendas y de esclavos. Por eso querían mantener intacta la estructura social de la Colonia: simplemente sustituyendo ellos mismos el cascarón de autoridades virreinales venidas de España, pero sin desconocer al rey. Querían seguir siendo españoles, o, más bien, ser españoles de verdad, por lo menos mientras esperaban a ver quién ganaba la guerra en la península: si los patriotas sublevados contra el ocupante, o “los libertinos de Francia” que pretendían abolir la Inquisición y la esclavitud e imponer “las detestables doctrinas (igualitarias) de la Revolución francesa”.
2. Los estudiantes criollos

Hasta las primeras décadas del siglo XVIII, en los colegios de San Bartolomé y del Rosario, la mayoría de los estudiantes se educaban para el sacerdocio. Pero durante el siglo XVIII el número de estudiantes de derecho se multiplicó, sobro todo en el Colegio del Rosario. La expansión de los estudios de jurisprudencia fue estimulada por las reformas emprendidas en la década de los años 1770, que aumentaron la oferta de cursos preparatorios obligatorios en filosofía y abolieron la necesidad de estudiar teología antes de poder obtener el título de derecho. Como consecuencia, a partir de 1782 hubo tres veces más estudiante de derecho que de teología en el Rosario. El crecimiento de los estudios universitarios a partir de 1770, y en especial el incremento en el número de abogados, aumentó significativamente la oferta de aspirantes criollos a ocupar cargos oficiales. La presencia de un mayor número de abogados criollos no tuvo un efecto político inmediato, pero a largo plazo terminó por crear una elite ilustrada en asuntos legales, algunos de cuyos miembros abrigaban resentimientos por el hecho de que los altos cargos gubernamentales se asignaran a menudo a españoles menos ilustrados. Varios de estos abogados criollos desempeñarían más adelante papeles cruciales como líderes del movimiento de independencia, cuando se desató la crisis imperial de 1808. Los contactos que establecieron con estudiantes de otras provincias les permitieron conformar redes que hasta cierto punto facilitaron la coordinación del movimiento de emancipación de 1809-1810. Además, los hombres formados en jurisprudencia durante los últimos decenios de la Colombia tenían los conocimientos intelectuales necesarios para aducir las justificaciones independentistas y para organizar los gobiernos republicanos iniciales.
3. Dificultades (casi) insuperables

El crecimiento de la minería, la agricultura y el comercio aumentó el poder de las grandes familias del Nuevo Reino. Muchos de sus hijos, frustrados por las restricciones al comercio o a la agricultura o por la de dar los mejores cargos a los europeos, querían un nuevo “pacto” colonial que les diera más poder, reconociera su derecho a ocupar los cargos públicos y creara mayores oportunidades para el progreso, mediante la libertad de comercio, la reducción de impuestos, la supresión de monopolios o la distribución de tierras (baldíos y resguardos). Pocos, influidos por el ejemplo de Estados Unidos o por la lectura de ideólogos ilustrados, pensaron antes de 1808 en la convivencia de independizar América (…) Un gobierno independiente parecía menos remoto por el ejemplo de las colonias inglesas del norte en 1776, cuando se crearon los Estados Unidos de América, con un gobierno federal, republicano y representativo. Pero era difícil pensar cómo sería un país independiente. ¿Incluiría en un solo Estado todas las colonias españolas o sería una federación de centenares de provincias?, ¿se gobernaría con un rey o como una república representativa?, ¿quiénes serían ciudadanos, la «nobleza» criolla o todos los hombres libres?, ¿y cómo podría lograrse, con una rebelión armada o de otra forma? Las dificultades parecían insuperables. Por ello, la mayoría de los notables americanos, fieles a la realeza pero descontentos con sus políticas, esperaban que el gobierno español hiciera reformas, pues si eran bien tratados, si los abogados y bachilleres criollos tenían los cargos que creían merecer y si el gobierno buscaba el progreso, se podrían sentir bien como vasallos del imperio español.
4. Las mujeres en la Independencia

Las revueltas que sacudieron al norte de Suramérica antes de 1809-10, fueron apenas un mero preludio a las largas y sangrientas guerras que se encarnizaron sobre la región hasta 1822. Así como la mujer fue participante activa en los conflictos anteriores a la Independencia, también estuvo presente durante las guerras revolucionarias. La hembra de la especie apoyó y tomó parte activa en el esfuerzo encaminado a libertar el norte de Suramérica del control español. Su participación en los eventos del día era una cuestión individual e indicada solamente por su propia voluntad. No hubo grupos organizados o concertados que ejercieran esfuerzos para enlistar a las mujeres. Mientras las señoras leales a la Corona constituían una minoría, las mujeres de todas las clases sociales y razas cooperaron en el esfuerzo para expulsar a los peninsulares de sus tierras. Por lo tanto, la participación tenía una base amplia y no fue en absoluto prerrogativa de un grupo exclusivo. Mujeres morenas del pueblo y damas de alta categoría trabajaron juntas en pro de la causa patriota. Las motivaciones de las mujeres que participaron en la revolución fueron variadas. Sin lugar a dudas, la mujer fue influenciada por las actitudes de los miembros masculinos de sus familias, ya fueran sus esposos, sus amantes, sus padres, o sus hermanos. Tanto en las discusiones en el hogar, como en las tertulias, la mujer estuvo expuesta a las ideas sostenidas por los conspiradores. Muchas de ellas, envueltas activamente en el trabajo dirigido hacia la libertad, tenían parientes masculinos que servían como oficiales en los ejércitos de la independencia. De hecho, su ejemplo debió de haber provocado el patriotismo en la mujer y debió de haber ejercido influencia para que ella actuara.
5. Múltiples caminos

Otro de los rasgos de la América hispana fue la multiplicidad de caminos de independencia, pues en muchas de las futuras naciones el temor a la insurgencia de las clases populares, ejemplificada en las revoluciones de Francia y Haití, llevaba a las elites criollas a desconfiar de la independencia. Esta diversidad de caminos hacía que la independencia tuviera que ser negociada o luchada en los contextos locales: uno de los puntos de conflicto o negociación tenía que ver con la manera como se concebía la nación, pues no se trataba de una unidad étnica o cultural sino de una ley natural basada en el contrato entre gobernantes y gobernados que unía a las gentes en torno de entidades políticas, como las ciudades o las provincias, con base en lealtades de carácter tradicional o premoderno. Estas múltiples lealtades conducían casi necesariamente a las guerras civiles entre grupos rivales, sostiene Knöbl apoyándose en Jeremy Adelman (2008: 336) y Clément Thibaud (2002), para concluir con una afirmación antiteleológica: la Independencia no es el resultado de una conciencia nacional previamente existente sino el efecto de un colapso inducido externamente por la crisis de la metrópoli española. Por ese motivo, el penoso camino de construcción del Estado tenía que pasar necesariamente por los conflictos, tanto internos como entre las naciones en formación, heredados de las tensiones previas de la organización colonial. De ahí que este autor concluya con una invitación a no caer en la trampa de medir los presuntos fracasos a partir de un modelo de Estado que ni siquiera en Europa existe (Knöbl, 2013: 74-75).
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