Así comienza «Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón»


Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón es el tercer libro que invitamos a leer como parte del reto 10 libros en 2020, del Club de Lectura Virtual. Esta obra tiene alrededor de 350 páginas. Aquí compartimos los primeros párrafos para animar a la lectura. Recomendamos consultar y descargar este léxico de la obra.

La novela que proponemos leer durante el mes de abril es de autoría de la escritora colombiana Albalucía Ángel y fue publicada en 1975. Su autora estudió Letras y Arte en la Universidad de los Andes y posteriormente realizó estudios afines en París, Roma y Londres. También se desempeñó como periodista, crítica de arte y cine. Su producción literaria está compuesta por las novelas Los girasoles en invierno (1970), Dos veces Alicia (1972), Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón (1975), Misiá señora (1982) y Las andariegas (1984). También escribió el libro de cuentos ¡Oh gloria inmarcesible! (2017).

Así comienza la novela que le mereció el Premio de la Fundación Vivencias en 1975. ¡Anímate a leer en voz alta! Para leer la obra completa puedes acceder a la edición en línea, registrándote en el Internet Archive.

libros_la pajara pinta

Estaba la pájara pinta
sentada en el verde limón

Por Albalucía Ángel

A Jóse

Joven colombiano: si quieres ver por mis ojos la grandeza y miseria de las más oscura noche de tu patria, lee este horario, vivido más que escrito. En él recojo los hechos en que intervine, que presencié o de los cuales tuve una información autorizada e inmediata durante el desarrollo de los sucesos. incluyo algunos detalles ambientales, porque sé, por propia experiencia, su utilidad para quienes vuelvan mañana sobre ellos. Lo he escrito sobre notas instantáneas que tuve el cuidado de tomar en las propias pausas de los acontecimientos, para asegurarle a la memoria los puntos fijos de reconstrucción y para que, en caso de subsistir, no todo quede sepultado bajo el silencio de las ruinas morales y físicas. Si de paso te encuentras alguna flecha, no voló de mi carcaj: ella es apenas señal de tránsito en este laberinto de hechos, hombres y juicios. No sigas apretándote el corazón únicamente ante el hacinamiento de los escombros materiales. Apriétatelo, sí, ante los escombros morales. Y levántate sobre las ruinas, ¡así no más eres hombre!

Joaquín Estrada Monsalve. El 9 de abril en Palacio

***

Vendrán seguramente de Tailandia. Imposible. Se ve por el plumaje, dijiste dando una chupada profunda al cigarrillo, y las volutas se fueron dispersando: se quedaron inquietas, vagarosas, moviéndose al garete, y a gran distancia lo demás. La silla roja, tu chaqueta colgando, la camisa. Todo impecable, perfecto, todo en orden. Las líneas rectas delimitando la ventana, las curvas enredándose en la chimenea, dando una vuelta por el atizador; desenroscándose en la lámpara Coleman que colgaba del cielorraso, ya sin aire, y difundía apenas un resplandor descolorido. La pared blanca, blanquísima. Un ligero calambre caminándome por la palma de la mano, moví los dedos: ¿tienes calambre?, sí: siempre me dan en el lado izquierdo, y entonces tu cabeza se levantó algunos centímetros, ¿así? Todo armonioso, en calma. Todo pintado de felicidad y camuflado por ese aroma a ruda que penetraba a rachas desde el río (el canto de las chicharras) como si no supiéramos la farsa, el juego, la trampa colocada con presición de artífice. Yo no me creo la historia que ellos cuentan, que se la traguen los pendejos, fueron ellos: no te la creas nunca: claro que no, te aseguré mientras oía el ruido del arrayán que el viento batuqueaba contra los tanques de agua, y te miré los ojos de ese color extraño, brillantes por la fiebre, mientras seguías diciendo cosas y disponiendo de mi miedo como si en realidad lo que tuvieras en la mano fuera otra vez mi sexo descubierto y penetraras en él, como buscando. ¿Qué buscabas?¿Cuál era el hilo que te sacó del laberinto con paso tan seguro?¿Por qué decidiste abatir el gran secreto? Dime. Ahora que todo viene y va como una rueda de molino, se deshace en partículas, gira, se agranda y se achiquita, es ahora el momento de saberlo. De mirar para atrás. Terminar de una vez con este cosmos inflamado de imágenes sin lógica. La raíz, por ejemplo, porque la vi en aquel instante. Un árbol gigantesco, seco, las ramazones desprendiéndose, todo cayendo igual que un escenario de cartón: es la felicidad, te oí que murmurabas, mientras que se expandía aquel calor por dentro, aquel olor a dulce de guayaba. ¿Tú te acuerdas? aquel sabor de cuando nos quedábamos tardes enteras en las ramas: mañana lloverá, se me ocurrió, pero también podría ser el equivalente de mañana, entonces, por consecuencia ilógica va a ser el fin del mundo, sin remedio, porque todo tendrá que liberarse de una vez de esta burbuja incandescente, ¿Podrá decirse burbuja incandescente?, no creo que se pueda, pero no se me ocurre nada más. La raíz me desborda. Me taladra los huesos. Me acogota. Da vueltas y se proyecta luego contra el techo: trataré de explicarte, no puede ser difícil. Son figuras ya viejas, imágenes borrosas, desteñidas, a lo mejor también estás pensando. ¿Podré olvidarme un día de que nací de un vientre, de un orgasmo, de un acto como todos los actos de otros días, de un espermatozoide unido con un óvulo, de algo que hizo que hoy yo esté presente, aquí, muy quieta, sintiendo cómo tu piel respira, cómo todo por dentro se revela, se queda en vilo y nos asombra? ¿Podrá decirse burbuja incandescente?, te pregunté mientras que tú, ya en el delirio, hacías el gesto de quien sobreagua en remolino. ¿Podemos esperar a que la noche pase, y el alba, y después otro día?, contestaste en voz baja como si no confiaras ni en ti mismo y cerraste los ojos, te dormiste: bajaste al fondo del misterio y te quedaste en él como si hubieras sido siempre un pececito de agua dulce: no sé… le respondí al vacío, no sé si al fin podremos, puesto que a lo mejor esto es un sueño y mañana, mañana, me respondió en un eco el viento que sin cesar golpeaba el árbol, y un leve resplandor se comenzó a filtrar por las rendijas (las chicharras callaron), y me deshice entonces, sin violencias. Me desgarré mil veces, pero esta vez no había señales. El cosmos daba sus vueltas de costumbre, se ordenaba tenaz, infracto, riguroso. La silla con tu camisa seguía en el mismo sitio y nada indicó el terror: el sudor frío que desató el comienzo de otra visión definitiva. Ningún signo auguró que esta vez si era el salto. El derrumbe de cosas cotidiana como el ir por el pan o el caminar del brazo por el parque, y mientras que tú duermes yo identifico esta dulzura dolorosa que llegó así, de pronto, igual que las catástrofes (o los milagros, simplemente) desalojándonos del cosmos. Condenándonos.

Revelando la identidad del miedo y del azul. Del vuelo de esas aves, que vienen de Tailandia o de quién sabe dónde, pero que existen, son. Para qué entonces preguntarse cuándo vendrá de nuevo el alba, y sus trompetas. Dónde está el pregonero. Porqué hoy es hoy y por qué mejor no le fue nunca. Ya son casi las cuatro, ya es muy tarde, ya es hora del regreso: tienes que devolver tu sueño de Teseo. Pero la fiebre y el delirio te han agotado el cuerpo, que se estremece todo el tiempo vencido por la sed que no se sacia: me quemarán la pinga metiéndome un alambre, me obligarán a abrir la propia fosa y me colgarán entonces de los pies y las manos, como un mico, me explicas con una voz que tiembla de iracundia: y así hasta que me muera: como le hicieron a los otros.

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