Para fomentar su lectura y contribuir con la difusión del Informe Final de la Comisión de la Verdad, compartimos aquí la presentación del volumen testimonial, un documento polifónico que hace parte del plan 2023 del Club de Lectura de Diario de Paz. Lee aquí una breve presentación de este relevante capítulo.
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Derechos de autor y créditos correspondientes: El Informe Final Hay futuro si hay verdad es una obra de dominio público, que constituye una medida de reparación del derecho a la verdad individual y colectiva de las víctimas del conflicto armado en Colombia, y por tanto debe ser objeto de la máxima divulgación. En ese sentido, se autoriza a cualquier persona natural o jurídica, pública o privada, a reproducir, comunicar y distribuir la Declaración y los tomos del Informe Final, siempre y cuando se haga un uso parcial o total de los mismos de manera contextualizada, y se reconozcan a la Comisión de la Verdad como autor corporativo y a quienes aparecen en los créditos correspondientes de cada tomo y documento en sus diferentes roles y actividades. El Informe Final podrá descargarse en el sitio web de la entidad: http://www.comisióndelaverdad.co. Al final de este texto se incluyen los nombres de los investigadores que participaron en este volumen.
¿Qué es una voz?
«Si las víctimas nos hubiéramos quedado calladas, seguramente no estaríamos hablando de paz».
Primera Lectura Ritual del Volumen Testimonial La Honda, Comuna 3 de Medellín, Antioquia (11 de septiembre del 2021)
Decimos que tenemos una voz al hablar, y la describimos como gruesa, dulce, ronca, aguda. Otros dicen que oyen su voz en la cabeza y hay quienes la escuchan en sus prácticas espirituales. Pero ¿se tiene una voz o se adquiere? ¿Cuál es la relación entre escuchar y aprehender una voz? ¿El acto de testimoniar demuestra que se tiene una voz?
La Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad de Colombia fue un gran aparato diseñado para escuchar a quienes vivieron el conflicto armado de manera directa. Su método fundamental, de hecho, fue escuchar; en esa medida, puede decirse que el Informe final representa su voz. Precisamente, la escucha de un testimonio de guerra es un proceso social y, a la vez, un acto que va desde lo personal: un individuo escucha a otro. Esto puede tener un requerimiento técnico, pues durante una entrevista quien investiga usa determinados protocolos para recolectar información y así clasifica lo que se dice. La escucha de un testimonio de guerra también alcanza una dimensión social cuando una comunidad reconoce en lo relatado el dolor sentido o infligido por otro.
Cuando los pájaros no cantaban: historias del conflicto armado en Colombia –que en diversos momentos de la investigación fue llamado el «Capítulo Voces» del Informe final– amplificó aquel acto de escucha que edificó a la Comisión. Luego de navegar por el Sistema de Información Misional –base de datos en la que se alojaron y clasificaron las entrevistas y los diferentes productos de la CEV–, este volumen intentó componer una polifonía sobre la guerra desde las experiencias más íntimas de las personas que la vivieron. Por eso concentró sus esfuerzos en indagar en las memorias de la violencia a partir de una narrativa que vinculara un pasado que en términos tangibles no ha quedado atrás –pues la violencia continúa en Colombia–, un presente incierto y un «porvenir» que es imaginado desde esa incertidumbre y desde algunos esfuerzos que construyen «una paz en pequeña escala»: aquellos esfuerzos que en cierta medida pueden pasar inadvertidos.
En esa medida, este Volumen Testimonial se divide en tres libros; muy a la manera de algunos textos sagrados a los que las personas o las sociedades, de forma ritual, regresan cada tanto para recalar en la profundidad en sus palabras: «El libro de las anticipaciones», «El libro de las devastaciones y la vida» y «El libro del porvenir».
En este volumen, testimonio se define como una «articulación de la experiencia» en la que procesos sociales y personales se intersecan. Las historias que se relatan en el libro están situadas en un tiempo y en un lugar concretos, y también hacen referencia a lo que las personas sentían en el momento de compartir su experiencia, durante ese «encuentro testimonial». Se habla de articulación porque los seres humanos narran o conectan los momentos de su vida a través de distintos lenguajes. En este volumen, por ejemplo, las imágenes del «fotógrafo testimoniante» o las del «poeta testimoniante» se entienden como testimonios. No es arte testimonial, en el cual el valor se le atribuye a la forma, sino testimonios articulados con lenguajes visuales o poéticos. En este sentido, este volumen es un entramado de «texturas de la experiencia». Aquí las personas no solo testimonian con palabras, sino con su cuerpo en general.
El problema no es que la gente no tenga una voz –aunque algunos recurran a una supuesta autoridad para dársela–; el problema, más bien, es que esta sociedad no ha aprendido a escuchar en profundidad, a pesar de sus casi dos décadas de políticas de la memoria. El propio título del volumen, sin embargo, nos puede dar algunas claves para unas «éticas de la escucha», por lo menos en un sentido amplio del término. «Cuando los pájaros no cantaban» –frase prestada por José durante una larga conversación informal en Sucre– nos remite a un pasado que solo es entendible si se compara con un presente en el que los pájaros ya cantan, pero hubo otra época, otro momento en el que no lo hacían. Entonces había un instante de silencio, un «vacío del sonido» luego de un bombazo, una explosión o un grito. El Gran Silencio, como se amplía en la introducción al «Libro de las devastaciones», es una de las figuras asociadas a la catástrofe. No en vano en muchas sociedades el origen del cosmos o el orden del mundo se da mediante un «evento sonoro»: un soplo, una gran explosión, un suspiro divino. Aprender a escuchar requiere una disposición para entender la «densidad» de las palabras, la cantidad de relaciones que hay implícitas en ellas, tanto en lo que dicen como en lo que no. Para José, la violencia tenía algo que ver con el vacío, con la transformación de los paisajes, es decir, con la ausencia de sus ruidos, con la extrañeza de sus olores. Las historias de este libro están llenas de ese tipo de ausencias.
Así, este volumen no gira únicamente en torno al «pasado violento». Es una interpelación, un reclamo a la realidad actual del país. Las historias del conflicto armado son, también –y sin proponérselo–, historias del presente, en la medida en que se adentran en los dilemas humanos que trascienden el tiempo, algo que también las vuelve comunes a las personas que escuchan o que quizás estuvieron en un lugar alejado de la guerra. «El libro del porvenir», por ejemplo, es precisamente una reflexión sobre el presente, en un país en el que la violencia se conjuga con lo cotidiano. Por esto, el Volumen Testimonial está pensado para un público amplio, aunque su material y estructura serán motivo de debates académicos y políticos que revitalizarán las discusiones nacionales sobre la memoria y la verdad. Además, está editado para ser el cierre del ejercicio de escucha de la Comisión, si se entiende que una comisión de la verdad es, ante todo, un gran dispositivo ritual que reúne y conecta voces.
Decíamos al comienzo que la escucha es un proceso social. Se inicia con una intención –la de escuchar– y termina cuando la palabra circula para que otros la reciban, bien sea en forma de libro, en una plataforma sonora o en un ejercicio peripatético de compartir historias al que se ha llamado «Lecturas Rituales», porque caminar y leer en voz alta fueron parte del proceso de producción de este texto, y constituyen su legado. Las historias que escuchamos nos ofrecieron aprendizajes de la vida y la existencia que debían ser tenidos en cuenta a la hora de componer el libro. Esto implicó una pedagogía cuyos objetivos fueron interconectar a la sociedad y alejarse del horror que ha cifrado nuestras narrativas de la guerra, el sentido de futuro y de pasado; los dilemas mundanos y morales; los recursos sociales y culturales que comunidades concretas tuvieron a la mano para «construir un prospecto de porvenir» y, de esa manera, significar y convivir con una realidad en guerra. Las Lecturas Rituales son una posibilidad, el mecanismo con el que se espera acercar el Volumen Testimonial a las comunidades. Finalmente, ese es el aporte del volumen al legado de la Comisión: la inmaterialidad y la sacralidad de la palabra, una parte del tejido conectivo de la polifónica sociedad colombiana.
Escuchar el dolor y la vida
Es importante resaltar algunos de los elementos con los que comenzamos el trabajo. Además de tener una noción clara de lo que se entendía como testimonio dentro del volumen, nos dispusimos a escuchar a la gente en sus «propios términos». Esto, para entender las historias desde los mundos donde se relataban, desde sus puntos de vista, abismos y lenguajes propios; desde sus cadenas de significados. Toda voz es expresión de una vida interior y de una comunidad. Aprendimos eso con los mayores arhuacos en la Sierra Nevada de Santa Marta, en los encuentros que tuvimos con sus pensadores para recibir el «testimonio de la naturaleza». La idea no era poner en voz de otros los argumentos de un investigador. Respetar ese acuerdo era fundamental para el volumen. Pero, claro, teníamos la tarea y la responsabilidad de entender la complejidad, los silencios y los vacíos de las voces que nos narraron su experiencia. Y este fue un ejercicio complejo, porque la Comisión había escuchado interesadamente, por medio de sus protocolos, una serie de hechos violentos. La palabra esclarecimiento estaba asociada a esa indagación, y lo que se aloja en el Sistema de Información Misional fue recolectado con ese propósito explicativo. Entonces se decidió que el volumen estaría hecho de «historias dentro de historias», es decir, de aquellos fragmentos dentro de los relatos en los que se narraban la vida y la cotidianidad de las personas.
Pero, como decíamos, planearlo de esa forma fragmentaria requirió muchas consideraciones compositivas y, en particular, aprender a «calibrar» nuestro oído. Había que rescatar lo cotidiano como uno de los «lugares preponderantes de la guerra» y no como un mero destello entre miles de datos sobre la violencia, y luego tuvimos que pulir esos tesoros narrativos. A esa práctica de búsqueda la llamamos «escucha multidimensional», y fue complementada con el trabajo posterior de edición. Esto sirvió para construir el artificio que convirtió las transcripciones en bruto de las entrevistas en relatos. Y con esto no queremos decir que se haya faltado a la verdad en ellas o que las hayamos manipulado a nuestro antojo; por el contrario, la edición fue un trabajo de filigrana que sirvió para traducir el registro oral al escrito, de forma que no perdiera su naturaleza y que ganara en claridad enunciativa. En otras palabras, fue útil para que aquellas particularidades que habíamos encontrado en los testimonios pudieran brillar y ser notadas por un lector que no contaría con el contexto que tuvimos nosotros: lo que sucedió durante el «encuentro testimonial» en el que se recogió la entrevista y la transcripción, el diálogo que sostuvimos después con quienes investigaron, la voz y, en algunos casos, los gestos y silencios de quien narraba.
La edición, entonces, permitió que los testimonios fueran independientes, hasta el punto de que no necesitaran un texto que los introdujera o explicara. El Volumen Testimonial incluye mecanismos literarios con el propósito de desarticular las prevenciones de los lectores y así crear un tejido que los conecte con las experiencias de otros.
Afinar la escucha, además, requirió «escuchar en perspectiva de futuro». La Comisión había sido desarrollada, como suele hacerse con este tipo de instituciones, en función de una «escucha en gesto de pasado o retrospectiva» que se concentraba en momentos específicos de la catástrofe, las victimizaciones y el sufrimiento. Nuestra escucha, en cambio, se concentró en los ecos que la violencia dejó en la vida cotidiana de las personas y las comunidades. Esa «recalibración de la escucha» nos permitió entender cómo la violencia y sus rastros se hicieron constitutivos de la vida diaria.
Otra decisión fundamental fue que las historias debían ser relativamente cortas para que fueran leídas por cualquiera en cualquier espacio y momento, y con propósitos muy variados: por curiosidad, como recurso para una clase de secundaria o de posgrado, para compartirla con alguien… En este sentido, se repite en el volumen otra característica de libro sagrado, pues puede ser navegado desde y hacia cualquier dirección. Cada historia es un microcosmos y, por ello, no se exige una lectura lineal, sino que se requiere del lector un espíritu de exploración. De hecho, el Volumen Testimonial también está concebido para ser abandonado en ocasiones: dejarlo respirar y volver a él en otro tiempo.
El equipo del volumen construyó una estrategia de trabajo basada en la identificación de testimonios a partir de criterios integrativos en cuanto al contenido, y criterios representativos en lo que se refiere a variables de territorio, etnia, género, entre otros. Por criterios integrativos, como se ampliará más adelante, se entendió la escucha de todas las experiencias de violencia –según el sistema de clasificación de la Comisión–. Esto, con la intención de buscar intersecciones o puntos en común entre ellas. Paralelamente, el volumen se nutrió de una revisión a fondo de la lógica investigativa de la Comisión. Estudiamos los protocolos de recolección de información para visualizar, desde ese punto de vista, lo que había sido o no «recolectable». De esa manera y luego de revisar el árbol de conceptos diseñado por la investigación, pudimos entender los puntos de ruptura de esos estándares. Ahí aparecía la vida cotidiana, como pequeñas historias dentro de historias, y en el gesto de futuro del que hablábamos líneas atrás. Solo había que sintonizar, escuchar el susurro de lo que se filtraba entre el ruido del dolor y el sufrimiento.
Para comenzar, hicimos una escucha concentrada en los «hechos victimizantes». Repartimos entre el equipo de trabajo las doce clasificaciones de violencia que tenía el Sistema, y durante más de un año nos dedicamos a escuchar en profundidad. Así descubrimos una estructura narrativa en la que emergía lo cotidiano, que nos permitía rescatar fragmentos. Esta se componía de las vivencias en común que había entre experiencias de violencia, y que solo se hacía aprehensible cuando se escuchaban de forma sistémica. Por ejemplo, la búsqueda de un desaparecido venía acompañada de un proceso burocrático. En ambas experiencias eran comunes sentimientos de nostalgia, ausencia, y culpa, así como el complejo vínculo con el Estado y sus lenguajes técnicos y jurídicos. También hicimos aproximaciones indirectas a los testimonios, producto de conversaciones con «agentes de la escucha»: investigadores, etiquetadores, transcriptores, entrevistadores, la dirección de Diálogo Social –encargada de producir encuentros con comunidades–, las direcciones de Conocimiento y de Pueblos Étnicos y los equipos regionales de la Comisión. Esto nos permitió ampliar la búsqueda y aventurarnos a recoger historias por nuestra cuenta. Este ejercicio estuvo anclado a los proyectos especiales del volumen: «Territorios de la escucha», con presencia en el Caribe; «Diálogos sobre la naturaleza», en el Amazonas y el Pacífico, y «Narrativas de vida en la guerra», en el que conversamos con firmantes del Acuerdo de Paz y participantes de la guerra de todos los grupos. Entonces tuvimos que realizar extensos trabajos de campo y concertaciones comunitarias a lo largo de un año y medio, durante el periodo de pandemia y en los meses posteriores. Todo esto, además, nos ayudó a poner a prueba lo que en esos momentos teníamos del volumen, pues en esos y en otros viajes aprovechábamos para leer con las comunidades en voz alta y así recibir sus consideraciones.
El relato del derrumbe
El sentido de la vida o la muerte, del pasado o del futuro, de lo que se considera moral o inmoral, se gesta en encuentros cara a cara entre personas que establecen un conjunto de relaciones sociales. La violencia fractura la continuidad de esas relaciones. Los lugares de las personas se rompen; el cuerpo se daña en sus dimensiones materiales y simbólicas; el sentido del tiempo social se trastoca y el lenguaje se convierte en un arma. Desde esta perspectiva y con base en la escucha integrativa y multidimensional que se explicó, emerge una forma de narrar la guerra en que las relaciones de familiaridad y cercanía con otras personas y con otros seres cambian radicalmente. El mundo se pone boca abajo y es atravesado por una sensación de extrañeza. Los ciclos vitales con los que crecimos se pierden: el padre no puede enterrar al hijo, se desconfía de los amigos, se evitan los encuentros culturales. Cuando una persona es desplazada o desterrada, por ejemplo, llega a un lugar desconocido en el que quizás se habla una lengua diferente, hay otros olores y otras temperaturas. Hay hombres que entran en conflicto porque el desplazamiento forzado cambia su rol de proveedor y desplaza hacia la mujer esa centralidad. El secuestro reduce a la persona a un lugar y un tiempo congelados. La tortura, de hecho, está diseñada para «deshacer el mundo» y convertir al torturado en el responsable de su sufrimiento.
Cuando los pájaros no cantaban es el relato de ese derrumbamiento y de los elementos que lo anticiparon; de aquellos momentos en los que la vida se bifurcó; de los silencios y las ausencias que atravesaron esa experiencia; de las «ruinas de lo social» y los rastros que se dejan, las marcas, las huellas y las cicatrices. Pero en medio de todo eso también está la vida y lo que las personas hacen para imaginar, desde ese presente, un «futuro como posibilidad» que parece esquivo en Colombia. No en vano fue tan difícil escucharlo en el Sistema de Información Misional, más allá de una afirmación o de destellos cuando a la gente se le preguntaba directamente por cómo veía el mañana. El gesto retrospectivo de cualquier comisión –que pone su oído en el pasado traumático– le baja el volumen a ese tipo de imaginarios. La esperanza y las promesas de transformación se vuelven abstractas o un vacío desenraizado de lo cotidiano.
Por otro lado, si bien la inmensa mayoría de las historias que aparecen en el volumen son relatos de víctimas, hay algunas de quienes participaron directamente en la confrontación armada. Bien fuera empuñando las armas contra el Estado o defendiéndolo, sus vidas también se bifurcaron. La guerra está llena de cotidianidades que se hacen invisibles cuando su relato se centra en una documentación de hechos. Ahí hay unas voces tenues, y es necesario aprender a escucharlas críticamente. Para ello tuvimos que salir del océano de datos que era el Sistema de Información Misional y volver al trabajo de campo intensivo, a las entrevistas largas. Una gran paradoja emergió de todo este ejercicio: las guerras en Colombia –si hablamos de los soldados y combatientes de a pie– han sido peleadas por jóvenes que provienen de contextos sociales similares. Conocimos familias cuyos miembros hicieron parte de bandos opuestos durante el conflicto armado. «Solo bajaban las armas –nos dijeron– cuando visitaban a la abuela para el cumpleaños». Y sí, pudieron haber estado en lados distintos de una guerra, pero tienen en común miedos, arrogancias, afectos, descalabros… y su humanidad. Por eso caben sus fragmentos, sus experiencias en un proyecto especial de este Volumen Testimonial al que llamamos «Narrativas de vida en la guerra».
Hubo otro proyecto especial que reviste importancia capital para el país, ya que se pregunta por la «naturaleza como sujeto de dolor». Una pregunta que abarca dimensiones morales por sus interpelaciones políticas y por la deuda histórica con los pueblos étnicos y campesinos, que de alguna manera han sido protectores de ese sujeto. Si admitimos esta posibilidad, caben en el volumen los testimonios de aquellos seres sintientes de esa experiencia. Pero ¿quién puede testimoniarla? ¿Lo hacen los árboles, los mares o los pájaros, o todos en una especie de coro? ¿Podemos hablar con esos «espíritus testimoniantes»? Cuando se habla de reparación integral, ¿no tendríamos que reparar también el lazo profundo con ellos?
A veces las palabras medio ambiente, naturaleza y ecosistema evocan un espacio, un contenedor pasivo de las acciones de los seres humanos: un escenario más de la guerra. Esto no hace más que confirmar una distancia panorámica entre el sujeto que observaba el conflicto y los seres que lo vivieron. Sin embargo, en algunas visiones más sistémicas de la violencia –que la entienden como una apropiación histórica de lo natural– no se interpretaban como un lugar, sino como el principal motivo de la confrontación armada. Desde esa mirada, la naturaleza es otra víctima que debe ser escuchada, lujo que nos dimos con pueblos del Amazonas, el Caribe y el Pacífico. El producto es un tejido conectivo de historias que nos interpelan con unas experiencias que en principio pueden parecer lejanas, pero que luego confirman que la naturaleza hace parte de nuestra vida cotidiana y de nuestros afectos, aunque se nos olvide, aunque pretendamos negarla. En ellas, lo íntimo se hace político, y desde ahí se resignifica el mundo y se resiste con las «armas de los débiles». Es de los pequeños gestos de la vida de donde se desprende su universalidad. Lo humano, que en realidad es lo que tenemos en común con todos los seres, solo se escucha desde las voces de los nadies.
La palabra legada
¿Qué clase de objeto pedagógico es el Volumen Testimonial? ¿Qué podemos enseñarnos los unos a los otros con sus páginas? ¿De qué manera podemos «sacar el libro del libro» para que tenga su vida propia? Parte del proceso fue concebirlo desde el comienzo como un conjunto de relatos que pudiera ser leído en voz alta por públicos amplios. En otras palabras, que circulara entre las personas era fundamental, su razón de ser. Este propósito inspiró la creación de lo que luego llamamos Lecturas Rituales. Nos dimos cuenta de que por sí mismas las palabras no garantizarían su tránsito entre los lectores. Era necesario problematizar la materialidad de las palabras, que no necesariamente se anclaba al libro como medio. Al ser hecho de voces, el Volumen Testimonial nos dio la oportunidad de explorar otros medios de transmisión, entre ellos, la palabra leída en voz alta y en comunidad; conjurar «atmósferas afectivas» y «disposiciones para la escucha».
Las Lecturas Rituales constituyeron un circuito por el país con el que se pretendía sembrar la palabra en los lugares de la violencia. Fueron, de alguna manera, el cierre de la escucha de la Comisión y un acto de reciprocidad con la sociedad colombiana que nos compartió su experiencia. Investigadores, testimoniantes o personas del común se encontraban en un espacio con un montaje sonoro que permitía imaginar una red de resonancias, una «vibración colectiva», que favorecía la apropiación de lo que se narraba en las voces de otros. Era ahí, en ese espacio, donde verdaderamente circulaba la palabra, pues, luego de escuchar, las personas podían compartir sus propias experiencias o simplemente comentar algo sobre lo que habían recibido.
De esta forma, las Lecturas Rituales nos permiten el acto de legar. En su origen, la palabra lectura proviene del latín lĕgĕre, palabra a su vez emparentada con lĭgare, que significa ligar. Y las Lecturas Rituales ligan con el porvenir, ya que, al compartirlos los testimonios los vuelven parte del patrimonio inmaterial de la nación. Entonces, la herida que hay en ellos se va incorporando a la piel colectiva y con los años se convierte en arruga. El relato es una urdimbre.
Nota del editor 1. Todos los documentos preparatorios del Volumen Testimonial fueron escritos por el comisionado Alejandro Castillejo-Cuéllar y se encuentran alojados en el Archivo del Esclarecimiento bajo el nombre «Cuando los pájaros no cantaban. Proceso de investigación del Volumen Testimonial». Ahí están los relativos a dicho proceso: «Y entonces, ¿dónde está el esclarecimiento?: los claros y oscuros de un proceso de investigación» e «Iluminan tanto como oscurecen: conceptos en torno a los Informes de la Comisión para el Esclarecimiento». Además, sobre el concepto de testimonio se puede consultar: «Capas históricamente situadas de devastación, a manera de conversación en voz alta». Las propuestas teóricas, metodológicas y éticas del Volumen Testimonial se encuentran desarrolladas en «Nación, herida y narración: ¿cómo acoger las palabras y los silencios que nos han confiado?». También se incluye el seminario interno de debate para la Comisión de la Verdad, «El acto de testimoniar».
Nota del editor 2. Los dos proyectos especiales enunciados en esta introducción, «Diálogos con la naturaleza» y «Narrativas de vida en la guerra», se encuentran alojados de manera integral en el Archivo del Esclarecimiento del Sistema de Información Misional: https://archivo.comisiondelaverdad.co.

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Créditos Tomo Cuando los pájaros no cantaban
El Volumen Testimonial en su apuesta transmedia fue dirigido por el comisionado Alejandro Castillejo-Cuéllar y coordinado por Nathalia Salamanca Sarmiento y Magdalena Frías Cruz. El volumen, en esta, su versión impresa, contó con la coordinación editorial de Juana Durán Bermúdez (El libro de las anticipaciones), Olga Lucía Corzo Velásquez (El libro de las devastaciones y la vida) y Paula Andrea Moreno Pinzón (El libro del porvenir). Los proyectos especiales que habitan este libro y el Archivo del Esclarecimiento de la Verdad fueron coordinados por Natalia Escobar Sabogal y Harold Steven Rodríguez Cruz (Narrativas de vida en la guerra) y Laura Andrea Pachón Pastrán y Natalia Anaya Aldana (El dolor de la naturaleza). Este libro fue editado por Harold Muñoz y corregido por Gustavo Patiño Díaz. La curaduría fotográfica (que será presentada en su versión impresa) estuvo a cargo de Santiago Escobar-Jaramillo. Karim Ganem Maloof fue el coordinador editorial. El equipo de investigación del Volumen estuvo integrado, en diferentes momentos del proceso, por (en orden alfabético): Natalia Anaya Aldana, Astrid Cañas Cortés, Olga Lucía Corzo Velásquez, Félix Corredor Benítez, Juana Durán Bermúdez, Natalia Escobar Sabogal, Juanita Franky Carvajal, Katherine López Rojas, Paula Andrea Moreno Pinzón, Laura Andrea Pachón Pastrán, Alejandro Pérez Rubiano, Harold Steven Rodríguez Cruz y Katherine Villa Guerrero.