Desde la ciudad de Armenia, la psicóloga colombiana Maria Victoria Torres, hace un análisis detallado sobre el rol del patriarcado en la subyugación a la que se ven sometidas las mujeres protagonistas de esta novela. Un contenido que alimenta la conversación que propicia el Club de Lectura de Diario de Paz.
Por Maria Victoria Torres Mora*
Tanto por su narrativa como por su temática, En diciembre llegaban las brisas es una novela que atrapa. Al leerla, me encontré con una escritura fluida y llena de aciertos literarios, con un relato certero, sincero y transparente sobre la Barranquilla de la primera mitad del siglo XX.
Sin embargo, esa Barranquilla es solo un punto visual que puede generalizarse a muchas otras ciudades en América Latina, esa Latinoamérica post-colonial de finales del siglo XlX y principios del siglo XX.
El relato no abarca la totalidad de la sociedad. Es el retrato de la clase dominante barranquillera durante más de un siglo, con orígenes en la Colonia anclados en apellidos como Avendaño, Del Valle, Álvarez de la Vega, entre otros portados por los mandatarios y súbditos del rey de España, quienes llegaron a las Américas enviados por la Corona en aquellos tiempos, pero también conformada de judíos errantes por el mundo que vinieron estas tierras a refugiarse del holocausto de la Segunda Guerra Mundial, desde fascistas de la Alemania nazi y sus colaboradores –que se escondieron por el mundo para no ser juzgados– hasta resistentes y víctimas del nazismo. Se trata, en fin, de una clase eurocentrista que esparció sus valores para dominar e imponer por la fuerza al Occidente: cristianismo, catolicismo, racismo, patriarcado, machismo, discriminación de toda suerte, desprecio por lo femenino, negación de las culturas aborígenes, esclavización, tributación a las metrópolis, sometimiento de las mentes y monopolio de las creencias. Todo esto por sobre una población mayoritaria producto de la mezcla entre europeos, indígenas y afrodescendientes, sobre la que sostenían relaciones tremendamente discriminatorias entre la civilización y “el buen salvaje” que no es sino un ser inferior. Allí solo se habla de Balzac, de Beethoven, de Nietzsche, de Goethe y Kant, del psicoanálisis y de Reich; no hay ni condescendencia ni tolerancia, hay negación pura.
Es de suponer que el sincretismo cultural, el mestizaje y cualquier asomo de identidad solo pudo iniciarse y aceptarse entre las clases populares, como lo muestran con claridad en su obra autores como Tomás Carrasquilla en La marquesa de Yolombó y Manuel Zapata Olivella.
De ese eurocentrismo dominante se trasmiten valores como el culto a la virginidad, el sometimiento de la mujer a las tareas del hogar y el cuidado de los hijos, la reducción del ser femenino en su potencialidad, la negación del erotismo y de la sexualidad femeninas dentro del hogar y la permisividad del hombre hacia el placer y la sexualidad, pero también a la expresión de su agresividad y al uso de la violencia como manifestación de su virilidad y, por tanto, de su tolerancia social que se exacerba en todos los personajes masculinos de la novela. Es el caso, por ejemplo, de Benito Suárez, un hombre que, imbuido de las teorías fascistas de la Italia del Duce y de una infinita crueldad iniciada por los castigos de su madre fascista italiana, llega a cometer tanto vejaciones contra Dora como trampas y patrañas para ocultar sus crímenes –como el intento de encerrar a Dora en un asilo de enfermos mentales o el asesinato del doctor Agudelo–.
Para Benito Suárez, la virginidad es una marca de propiedad que le permite llevar a las mayores humillaciones a Dora por no serlo y, una vez casado con ella –voluptuosa e inocente–, por no poder resistirse a la atracción del goce que ella le genera, termina negándole el erotismo y el sexo, única razón que la sostenía en esa violenta relación matrimonial. Entonces la derrumba poco a poco en la minusvalía, la depresión y la adicción a las drogas psiquiátricas. La destruye.
Álvaro Espinoza, otro de los personajes masculinos, se impone a Catalina con el arma del psicoanálisis. Cree que dominando la palabra podría dominar el mundo, por lo que quiso demostrarle con su teoría la inferioridad de las mujeres al no tener pene y aduciendo en ellas una envidia histórico/biológica hacia los hombres que se evidenciaba en su vida de marido infiel que odiaba a las mujeres. Ella, sin embargo, con destreza, malicia e inteligencia, logró captar el espíritu machista de esta teoría de moda en Europa y desenmascarar la homosexualidad tan temida y ocultada por Espinoza, quien al confesársela se suicida.
También se cuenta en la novela la historia de Javier, quien creció en medio de los tratos sádicos e inhumanos que le prodigaba su padre. Este hombre fue un fascista nazi francés que huyó de su patria a finales de la Gran Guerra y que, a pesar de haber sido el hijo preferido de su madre, al momento de encontrar una pareja –Beatriz– disparó contra ella la violencia amenazándola con quitarle los hijos y encerrarla en un asilo psiquiátrico, acciones apoyadas por su madre incestuosa y por los hermanos de Beatriz.

Estos modelos de masculinidad reflejan las infinitas violencias que componen el pensamiento Occidental. Son ejemplos de hombres que se reprodujeron para dominar en las colonias españolas durante siglos y que aún lo siguen haciendo. Se trata de una clase de hombres que obligan a las mujeres a cubrirse con una burka, endilgándoles ser la causa de su concupiscencia y el origen del pecado de la carne. Aquí, la mujer provocante y sexuada es una especie de demonio que solo debe encontrarse en la sombra de los prostíbulos pervirtiendo su sexualidad (la de los hombres) y negándoles a sus esposas la posibilidad del erotismo y del goce sexual. Estos hombres necesitan de las prostitutas pero encierran a sus mujeres en la burka de la jaula familiar, lejos de las miradas externas y negándoles su libertad, su sexualidad y la posibilidad de ser ellas mismas, de realizarse como personas.
Solo unos hombres tan temerosos, tan aterrados de sí mismos y en su incapacidad de aceptarse y de conocerse pueden experimentar tanto rechazo por la otra, al punto de anularla. Solo el hombre en su incapacidad de despertar el erotismo de la mujer le niega ese poder acusándola de frigidez para vanagloriarse de ser el único que llega al clímax de su placer cuando la sexualidad y su goce solo se realiza a dos.
Hay tanta violencia contra la mujer en estas historias, tanta humillación, tanta degradación en estas historias, que el desenlace de cada historia pone en juego lo que ellas llevan dentro de sí y a cuestas: su educación infantil, la historia de sus padres, su linaje.
Por una parte, Dora –pasiva y sometida– paga con el precio de su salud mental y su completa alienación como mujer; por otra, Catalina toma al fin las riendas de su vida después de una larga lección de humillaciones y desvalorizaciones por parte de su marido que no logran tumbarla. Las lecciones y el ejemplo de su madre, la fortuna material que ésta le deja, una fortaleza interna, una confianza en sí misma que no la deja arrodillarse, una inteligencia que le enseña cómo salir con el tiempo de las dificultades de la vida, todo lo cual va reflejando en su mirada “una inquietante frialdad de un cazador al acecho”.
Y finalmente está Beatriz, presa de su puritanismo y de su apuesta por la familia, hija de unos padres incestuosos y unos hermanos que la creyeron siempre una enferma mental, termina casada por interés con Javier. Obedeciendo a los designios de los prejuicios y conveniencias sociales en una relación sado-masoquista con contenidos muy perversos en la expresión de su sexualidad, acaba cayendo en la depresión, entre los psiquiatras y los barbitúricos, entre la lucidez y la esquizofrenia. Lo más dramático es, sin duda, su final, su reacción al querer recuperar su dignidad, su ser, su capacidad de decisión y partir al encuentro de una vida digna y autónoma en Miami y con sus hijos. Esta decisión conduce a Javier a querer atraparla quitándole los hijos y tramando encerrarla en un asilo de locos. Y como ave enjaulada, sin salida y aterrada, quiso encontrar la libertad en un vuelo con sus hijos a Miami, pero como no lo logró prefirió la libertad de la muerte, su autodestrucción, la deflagración.
Hay dos clases de mujeres en esta novela, aquellas que sucumben en la pasividad, en el rol que la sociedad patriarcal quiere situarlas –mujeres objeto, sin deseos, sin sueños, sin aspiraciones pero que a su vez se ahogan en los calmantes y en la enfermedad mental donde se refugia su libertad contrariada y enajenada por mandato masculino–, y aquellas que, por su linaje, su sagacidad para inventar estratagemas de salvación y su excepcional capacidad para reciclar el sufrimiento, logran resistir los embates del machismo y escapar de las trampas que aparecen desde todos los frentes con el fin de aprisionarlas, someterlas y desaparecerlas. Ellas logran posicionarse en un lugar triunfante desde donde pueden decidir por sus vidas con inteligencia y libertad, al menos alejadas del yugo al cual sus maridos, el patriarcado y los hombres pretenden someterlas. Estas mujeres son el Arca de Noé en medio del naufragio de tantas otras, son Catalina, Divina Arriaga, Lina y las nuevas generaciones: Leonor, Maruja.
También hay otras mujeres, mayores y sabias, que han comprendido los mecanismos de la sociedad humana y sus poderes. Son ellas las que logran salvar el patrimonio y la dignidad, al servicio de sus hijas y de las generaciones siguientes. Son mujeres poderosas que tienen arraigada una necesidad de solidaridad de género para poder resistir, se hacen favores y adquieren deudas entre ellas –de una generación a otra, de una familia a otra– que se pagan con toda fidelidad en un inexorable destino que les permite recomponer la vida y planear un mejor futuro para sus hijas sin la alienación del machismo. Ellas, con mirada tranquilas, pueden contemplar las posibilidades del futuro no en una bola de cristal sino en el conocimiento del alma humana. Pueden prever y prepararse para salir de los condicionamientos sociales. Por experiencia, por haber vivido en carne propia los males de su generación, estas mujeres han experimentado un proceso, un “periplo de iniciación” –como decía tía Eloisa–, un recorrido especial para que luego, “al final de la travesía se tuviera aún la fuerza y el entusiasmo necesarios a la vida”; logran reconciliarse “con esa profunda pulsión de amor y sensualidad que en su sabiduría, la naturaleza [que se] le había dado a la mujer”. Entre ellas están la tía Irene, Jimena –la abuela de Lina– y Divina Arriaga.
Solo una mujer víctima del machismo de esa sociedad es capaz de describir con detalle de cirujana cada hilo apretado, cada soga que la asfixia, cada aguja que lacera, cada nervio destinado al dolor del procedimiento al cual diariamente es sometida a fin de negarle su libertad de ser y de estar en el mundo.
Marvel Moreno y/o Lina es una psicóloga acertada, brillante, una cirujana del alma quien examina con bisturí la manera como se construyen y depositan las experiencias en el alma, en la sensibilidad, en la historia, en la educación y hasta en los genes de cada ser humano, haciéndolo vibrar a cada uno con su melodía. Ella comprende la estructura psíquica de los personajes de la novela desglosando con detalle las causas emocionales, mentales y materiales que construyen y conllevan a la actuación de las personas.
Es una novela conmovedora por la forma magistral como desglosa los hilos y tejidos que conforman el patriarcado y el machismo, por la riqueza del lenguaje y la hermosa manera de describir los personajes y las situaciones que viven, por la ambientación que nos hace reconocer su origen costeño, pero a su vez latinoamericano o incluso universal.
Recomiendo leerla a todas las mujeres, pues el machismo no se ha terminado. Las noticias en los diarios nos muestran con frecuencia casos de feminicidio. Las cifras de instituciones en Colombia como el Bienestar Familiar evidencian los grados de maltrato físico y psíquico que sufren tantas mujeres en nuestro país hoy. Unas y otras, de una u otra forma nos hemos identificado con la novela y por eso es también un libro sanador, que nos ayuda a mirar en nuestra historia de vida y reconocer las heridas que llevamos en el alma, para sanarlas.
Y a los hombres, a todos, también les recomiendo leerla, para sensibilizarlos en el tema, para que logren entender la dimensión del daño causado y se motiven y movilicen, cada uno, desde su interior, cada uno al alcance de su consciencia, a cambiar para mejorar su relación con las mujeres.

* Sobre la autora: Maria Victoria Torres Mora es bogotana de nacimiento y madre de 2 hijas. Es psicóloga de la Universidad Nacional de Colombia, especializada en Terapias energéticas y alternativas en Suiza. Durante quince años vivió en Francia y se ha dedicado a trabajar con varias organizaciones no gubernamentales, con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y con la Universidad Nacional tratando en general temas relacionados con la violencia. Propicia terapias individuales y grupales en donde aborda asuntos como el desplazamiento forzado, la violencia intrafamiliar, la violencia sexual, entre otros. Actualmente vive en Armenia y es participante activa del Club de Lectura de Diario de Paz. Sobre su gusto por la literatura, comenta: «Leo por gusto y amor a las letras. Leo lentamente porque cuando un libro me gusta me detengo para desmenuzarlo, para releer sus frases, entender e hilar los personajes, los contextos, los sentidos y perderme en el laberinto del relato para sacar de él el mejor provecho».
