Pilar Lozano: novelar las memorias de un niño guerrillero


La novela Era como mi sombra relata, en primera persona, la historia de vida de un joven que, desde muy pequeño, se vincula a un grupo guerrillero. En esta reseña se comentan las características de la obra y el contexto que llevó a la autora colombiana Pilar Lozano a componerla. Muy recomendada 👌🏽.


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Por Koleia Bungard [Medellín]

Era como mi sombra es una novela breve de corte juvenil que se lee en dos sentadas. Esto se debe, primero, a su extensión (86 páginas en Ediciones SM, 160 en Alfaguara), y segundo, al ritmo ágil de la narración que hace rodar al lector por una vertiginosa pendiente de recuerdos. Tan pronto inicia la lectura, cuesta detenerse.

Escrita por la reconocida autora y periodista bogotana Pilar Lozano, y publicada por primera vez en 2015, esta novela sorprende, en principio, por su sencillez estilística. La historia es narrada en primera persona por un joven anónimo, las descripciones son a la vez realistas y poéticas y, aunque se trate de una novela breve, los personajes principales y secundarios son potentes e inolvidables. 

Ediciones SM, 2015; y Alfaguara, 2023. Las citas en este texto son tomadas de la edición 2015.

Aparte del componente estético, la obra refleja la posición política y moral de su autora: retratar una de las más dolorosas realidades del conflicto armado colombiano: el reclutamiento y la vinculación de menores de edad como militantes de una guerra que ni siquiera comprenden.

Como la autora manifestó en esta entrevista en Contrarreloj de W Radio a comienzos de 2023, su obra literaria se ha nutrido de las vivencias de más de 40 años recorriendo el país como periodista y, en las últimas décadas, como promotora de lectura. Entre todo ello, comentó: 

“De las cosas más dolorosas que he vivido es conocer la realidad de los niños guerrilleros, paramilitares, los que siguen ahora en los grupos armados que están en el país, eso me marcó la vida. Como que digo: ‘Bueno, ¿este país es insensible? ¿A este país qué le pasa?’”.

Conmovida en particular por las experiencias de los niños y las niñas que han tenido que tomar parte o han sido victimizados en el conflicto armado (ver el especial sobre su libro Crecimos en la guerra), Pilar escribió constantemente notas periodísticas sobre el reclutamiento de menores, hasta que, dice, necesitó “ir más allá”. Entonces se valió de las posibilidades de la literatura para lograr que fueran los propios niños los que contaran esta tragedia. Su reto fue convertir el lenguaje periodístico en literatura.

¿Realidad o ficción?

En Era como mi sombra hay dos personajes que caminan de la mano: el narrador y Julián, su mejor amigo. Así comienza la novela:

“El día que mataron a Martínez, Julián estaba al pie mío. Así fue desde pequeñitos: era como mi sombra. Tanto que me sentía solo cuando no lo tenía cerca. Daba un paso y él iba detrás, tomaba una decisión y él la seguía como si fuera suya. Ese día quedó amarrado al piso, como yo; después echó a correr, como yo”  (pág. 3).

Aún cuando tenían personalidades muy distintas, a la amistad de estos niños la envolvían muchas cosas en común: los dos nacieron en el mismo pueblo, “un pueblo de montaña, de una sola calle larga”; a cada uno lo abandonó su padre: “de la figura de mi padre no me acuerdo”; fueron a la guerra porque se quedaron “sin camino en la vida”. 

Su contexto, pues, no es meramente literario, es un relato recurrente en la historia colombiana y, en particular, del conflicto armado. ¿Cuántos niños no han vivido, por ejemplo, la siguiente situación?

“Pensar en otro grupo no me alarmaba. Estábamos acostumbrados a ver desfilar todo tipo de leyes: que un día una guerrilla, que al siguiente otra, que un mes el ejército o la policía, y enseguida los paracos. El pueblo pasaba de una mano a otra sin que nosotros pudiéramos hacer nada”. (pág. 16)

Sobre esto, en la presentación de la edición Alfaguara de Era como mi sombra (Librería Lerner, enero de 2023), Pilar Lozano mencionó que:

“La historia de esta amistad tan especial, es real. El personaje central que la narra, y su amigo, son reales. Entonces hay muchas cosas que están allí que son las historias de ellos. Pero, claro, es un trabajo literario, fui más allá, y con todo lo que sabía, armé esa historia, entonces hay cosas que no les pasaron a ellos textualmente, pero sí a otros niños que yo conozco”.

¿Cómo ponerse como narradora en el lugar de un excombatiente menor de edad? ¿Cómo lidiar con sus imágenes del pasado para convertirlas, con las licencias de la literatura, en materia novelable? Entre líneas, esas respuestas se van revelando capítulo a capítulo. Siguiendo la cronología de una corta vida de militancia guerrillera, el lector olvida que detrás de la historia está la autora, y allí radica una de las evidentes bondades de la novela. 

Detalles de la militancia

Junto con la voz propia y la trama envolvente, Era como mi sombra le ofrece al lector detalladas descripciones de la vida en la milicia y, algo clave, personajes con historias profundas y carácteres bien definidos. Inquietan, por ejemplo, las figuras de la abuela y la del tío del narrador, quienes hacen las veces de madre y padre y, en el caso del tío, mentor del protagonista.

Una mención especial merece la profesora Elvira, personificación de tantos maestros colombianos que, aún en la actualidad, deben seguir adelante con sus labores en medio de las intimidaciones de la guerra, bregando, como dice el narrador, para que ninguno de sus estudiantes se apegue a las armas, para que busquen un futuro mejor. 

“¡Esa profe! Aparecía el problema y ella se inventaba el remedio. Cuando empezó a entrar más seguido el ejército, la guerrilla minó muchos caminos. Entonces trazó en una cartulina el croquis del corregimiento. Pintó las casas, los ríos, las quebradas, los caminos. Tachó con rojos los sitios por donde no podíamos pasar. Luego escribió con letras grandotas: MAPA DE RIESGO y lo pegó en la pared, al lado del mapa de Colombia”. (pág. 41)

En cuanto a los detalles, es fácil que el lector genere una rápida simpatía con el narrador, pues tanto el tono como la descripción de su cotidianidad, permiten un acercamiento empático. Gracias a esos detalles que bien captura e introduce la autora, es posible asomarse al día a día de la guerra: la comida, la “naturaleza bullosa”, el llevar granadas, balas, chalecos cargados, el correcorre de la militancia: 

“formación, trotar, correr con el fusil, desayunar, lavarse los dientes a la carrera, armar y desarmar los fusiles, conocer todo tipo de armamento, entrenarse para andar de noche, caminar horas y horas con los ojos vendados y el equipo cargado de remesa” (pág. 72). 

La “seriedad” de la guerra no esfuma, sin embargo, la imaginación de los niños. “Sí, allá el tiempo para jugar se acaba. Nos tocaba inventar nuestras propias entretenciones”. Esos juegos inventados arrebatan fácilmente una sonrisa: el narrador brinca en el colchón de un cuarto de hotel cuando acompaña al comandante al pueblo y puede quedarse un rato en la habitación. Otras veces, junto con su amigo, juegan canicas, miran el cielo, imaginan que atrapaban estrellas fugaces y las llevaban en el morral. 

Vemos, detrás de los camuflados, los sueños de los niños de ser maquinistas, de manejar retroexcavadoras, volquetas. Al respecto, en la página 55, el protagonista resume:

–¿Y no es injusto que un niño que debe estar jugando y estudiando termine en la guerrilla o en los paramilitares? –le pregunté una noche estrellada a Julián. Estábamos de guardia. No logré sacarlo de su silencio. Respondí, como siempre, por los dos:
–¡Hay tantas injusticias, tanta crueldad con la gente humilde!

No es un mal menor

Uno de los volúmenes del Informe Final que la Comisión de la Verdad entregó en 2022 se titula No es un mal menor. Niños, niñas y adolescentes en el conflicto armado. Al comienzo, se describe el concepto reclutamiento como 

“cualquier modalidad de vinculación o involucramiento de niños, niñas y adolescentes en actividades de los grupos armados tanto legales (Fuerzas Militares) como ilegales (guerrillas y paramilitares) en el conflicto armado interno, ya sea que dicha participación sea directa o indirecta en las hostilidades”. 

El concepto define que las acciones o roles que se incluyen dentro de las formas de utilización son acciones bélicas, actividades de vigilancia e inteligencia, actividades logísticas o administrativas, actividades relacionadas con el narcotráfico y financiación u obtención de recursos para el actor armado.

A partir de un riguroso trabajo estadístico, la Comisión determinó que las cifras documentadas para el reclutamiento de menores por grupos armados entre 1990 y 2017, fue de 16.238. Este número, sin embargo, no se puede dar completamente por sentado. Tal como se enfatiza en el informe mismo, la falta de datos confiables es uno de los hallazgos de la Comisión, así que, por más dramáticas que resulten estas cifras, hay un alto nivel de subregistro. 

“Solo por mencionar el caso del reclutamiento, las estimaciones indican que en el periodo de 1990 a 2017 entre 27.101 y 40.828 niñas, niños y adolescentes fueron víctimas de esta violencia. El reclutamiento de personas menores de dieciocho años tardó mucho tiempo en ser sancionado en Colombia; por ello, había muy pocas denuncias y una ambigüedad en la manera como era registrado, pues se confundía con la desaparición o el secuestro, lo que hace imposible tener una cifra que dé cuenta de este hecho a lo largo del conflicto armado”.

En medio de una realidad que ha pasado por décadas frente a nuestros ojos sin siquiera estremecernos, el trabajo y la apuesta de autores valientes como Pilar Lozano, invitan a despertar o sacudir esos sentimientos de letargo e indiferencia que, como espectadores, parece dejarnos la guerra.

La literatura juvenil colombiana también se ocupa de los complejos temas que rodean el conflicto armado. Es un espejo en el que nuestra sociedad puede contemplar un horror aún palpable. Irene Vasco, por ejemplo, en su novela Paso a paso. Vuelve, papá (1995), narra el impacto del secuestro de un padre en la vida de una niña. En El gato y la madeja perdida (2013), Francisco Montaña novela el contexto del genocidio de los militantes del partido político Unión Patriótica. En La luna en los almendros (2012), Gerardo Meneses registra el drama de las familias campesinas en medio del conflicto armado. 

Pilar Lozano hace de un menor miliciano, más bien del colectivo humano que esta voz representa, un testimonio de vida y literario para la posteridad. Lo más conmovedor, después de todo, es que mientras la novela sí tiene un final, cientos de niños siguen siendo protagonistas en la guerra que aún vive nuestro país.


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Escrito por

Periodista, escritora y editora. Fundadora de Diario de Paz Colombia. Contacto: editores@diariodepaz.com

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