La noche del miedo


El miedo tomó fuerza una vez más dentro del discurso partidista de los políticos cercanos al Gobierno. Durante los primeros días del Paro Nacional, muchos colombianos sintieron como real el mítico escenario que Gabriel García Márquez recrearía en su narración “Algo grave va a suceder en este pueblo”.

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El cacerolazo que quebró el silencio la noche del 21 de noviembre en Colombia motivó la prolongación de la protesta. Desde la mañana del viernes 22 de noviembre, en las principales ciudades del país se reunían multitudes rechazando la postura del gobierno, el miedo infundido y exigiendo nuevamente las peticiones del día anterior.

Desde el final de la tarde de aquel viernes, los principales medios de comunicación y las redes sociales mostraban la ciudad del caos. En sus pantallas, Bogotá era un territorio de nadie. Se observaba una coordinación perfecta, ausente en las marchas. En algún lugar, casi una centena de hombres raptaban un vehículo de transporte público, minutos después, el vehículo era utilizado para romper las puertas de una tienda de víveres y permitir el ingreso de la muchedumbre para ser hurtada por completo.

El estado de barbarie aumentó conforme las imágenes nacían. ¡Que estaban hurtando las casas, que estaban ingresando a los conjuntos residenciales! La gente se armaba. Amenazaban al individuo que diera la menor sospecha de ser como los otros, como los que nadie podía identificar. Como los bárbaros que nunca llegaron.

El espíritu del bogotazo inundó el país. Hoy no era la Radiodifusora Nacional el medio para llamar al pueblo a las armas, no fue la radio la motivadora de la violencia, eran unas pantallitas aparentemente vulnerables, poderosamente agresivas, memoriosas de la guerra del fin del mundo.

El presidente declaró toque de queda en la capital, una medida que, desde el miércoles 14 de septiembre de 1977 no se usaba, día del paro más grande y violento del siglo XX, en el que los colombianos salieron a las calles por el insoportable costo de vida y lo que popularmente se empezó a llamar como “el mandato caro” en contraposición al ilusorio “Mandato claro” de Alfonso López Michelsen.

“El toque” volvió, y Bogotá aparentó dormir en medio de la impotente farsa de sus calles desoladas, sintiendo una insignificante parte de la tensión que desde hace más de cincuenta años de guerra los campesinos viven en los campos.

Un senador de la República denunció la existencia de un plan para generar miedo, dijo que el pánico de la ciudad era inducido por las autoridades y su fin elemental consistía en criminalizar la protesta. Los ciudadanos en las redes también lo denunciaban y en una imagen reproducían las tesis del profesor Stanley Cohen y su Teoría del pánico moral reseñada en su texto Cohen Folk Devils and Moral Panics. La fiscalía dice estar investigando.

Desde las instalaciones de la Policía Nacional en la capital del país, en medio de lo que para los bogotanos parecía ser una epidemia generalizada de miedo, el 23 de noviembre en la noche, el alcalde mayor de Bogotá, Enrique Peñaloza, señaló:

“La ola, casi de pánico, que se presentó esta noche en Bogotá […], con relación a algunos vándalos ingresando a conjuntos cerrados, quiero informarles que aquí hemos revisado cientos de llamadas y prácticamente en la totalidad de los casos, nunca ha sido algo real, parece que es algo orquestado”. Y, aunque sonara como una broma para el vértigo del momento, el mandatario hizo una invitación a la tranquilidad: a “que no caigamos en esta trampa que han tendido los que quieren generar terror entre los ciudadanos”.

Ante esto, las preguntas que surgieron entre los ciudadanos se podrían resumir en estas palabras del maestro colombiano Julián de Zuribía: «¿Quién ideó la estrategia que busca propiciar la militarización y generar rechazo a la protesta? ¿A quién le conviene?».

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Ilustraciones del especial: © Andrés Caicedo Hernández

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