«Mi única responsabilidad es contar la historia de forma honesta»: Alonso Sánchez Baute sobre «Líbranos del bien»


Esta entrevista fue realizada en febrero de 2020, antes de que la pandemia por la propagación del COVID-19 arrasara con fuerza en nuestro país. Esta conversación alimenta la reflexión colectiva propuesta desde Diario de Paz Colombia sobre la literatura colombiana y la manera en que los relatos literarios dan cuenta de la historia y la realidad nacional.


Por Andrés Caicedo Hernández [Girón, Santander]

En el año 2008, el escritor vallenato Alonso Sánchez Baute publicó su novela Líbranos del bien. Allí cuenta la vida de Ricardo Palmera, alias ‘Simón Trinidad’, comandante del bloque caribe de las Farc-EP; y de Rodrigo Tovar Pupo, alias ‘Jorge 40’, comandante del Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Se trata de la historia de dos hombres que, desde ejércitos distintos, provocaron las lágrimas de un pueblo que no tenía partido en la guerra.

Desde el punto de vista narrativo, el libro tiene dos voces: la voz de Alonso Sánchez Baute, que es cien por ciento real, y la voz de Josefina Palmera, un personaje de ficción que toma parte de la realidad para poder existir, pero que no existe fuera del libro. Ella, a su vez, permite la creación de otros personajes: Lola Moscote y sus hijos.

Como el mismo autor comenta al inicio del libro, él no sabía que en esta obra iba a contar en paralelo la historia de estos dos colombianos. En las primeras páginas el autor reflexiona sobre su falta de preocupación por la guerra en Colombia, un tema que no le interesó sino hasta que apareció un supuesto computador de ‘Jorge 40’, un objeto al que los medios de comunicación aludieron como una bomba que desentrañaba los códigos secretos del Bloque Norte de las AUC. En el computador se mencionaban por lo menos sesenta asesinatos en los que éste había participado.

Alonso Sánchez Baute es un escritor nacido en Valledupar, Colombia. Es el autor de los libros Al diablo la maldita primavera (2002); ¿Sex o no sex? (2005); ¿De dónde flores si no hay jardín? (2015); Leandro (2019); Las formas del odio (2018) y Parábola del salmón (2020).

Desde que era un niño, sin embargo, Alonso solía leer los periódicos, consultaba el físico de El Espectador y El Tiempo, y le gustaba perderse en la revista Cambio antes de que pasara a manos de El Tiempo en el año 2006. Como entonces no había Internet, gastaba sus días leyendo literatura; de alguna manera, Alonso no estaba desconectado del mundo. Para él, la violencia ya estaba incrustada en Colombia antes de llegar a las armas, desde la desigualdad, la discriminación, el uso de la tierra, la negación de los derechos. 

Alonso Sánchez Baute es también autor de los libros Al diablo la maldita primavera (2002); ¿Sex o no sex? (2005); ¿De dónde flores si no hay jardín? (2015); Leandro (2019); Las formas del odio (2018) y Parábola del salmón (2020).

—Alonso, en el segundo título del libro, “Crónica de mi desasosiego”, que comienza con «Nunca me preocupé por la guerra en Colombia hasta que apareció el supuesto computador de Jorge Cuarenta«. ¿Por qué titulaste este apartado así?

—No, mira. Hasta que yo publiqué Al diablo la maldita primavera, mi único interés era yo. Lo único que a mí me preocupaba del mundo era yo, era ver cómo surgía, cómo salía adelante a pesar de mi problema, no tenía cabeza para pensar en absolutamente nada más porque eso de alguna manera consumía toda mi energía. Pero cuando publiqué el libro sentí que me liberé, dejó de importarme eso y poco a poco me fui preocupando por el país.

—¿Y cómo llegaste a la historia que cuentas en Líbranos del bien?

—Yo no tenía clara cuál era la historia. Poco a poco me fui metiendo en la idea de escribir sobre mi ciudad. Y tenía temor, en especial, por mi familia, porque Valledupar sigue siendo un pueblo pequeño a pesar de que ya supera los 500 mil habitantes y, de alguna manera, todos estamos entruncados. Entonces había un temor de que tarde o temprano terminara pisando mangueras cercanas, metiéndome con mi familia. Y efectivamente al final eso se convirtió en un problema. Pero pues ya ni modo.

Era muy poco más allá de las noticias lo que yo sabía sobre el problema, lo que significó una investigación a fondo de mucha parte de la literatura que se ha escrito sobre el conflicto armado en este momento. Me refiero, por supuesto, también a ensayos, artículos académicos, documentos mucho más profundos sobre el tema, y al cine y todo lo que me pudiera informar. Ahí conocí mucho más a fondo qué es lo que nos está pasando.

—La investigación resultó en una novela, pero tenías datos tomados de la realidad. ¿Cómo trabajaste sobre esta información? 

—De la manera más honesta, como lo hacen los buenos periodistas, y no me incluyo porque soy escritor y no periodista; eso es, no tomando partido de la información, narrando los hechos de manera escueta, sin juzgar. En este libro no hay ni un solo juicio de valor del narrador Alonso Sánchez Baute en relación con las dos historias que se están contando. En ningún momento dice cuál es bueno y cuál es malo, lo que no hace Josefina Palmera, ella sí toma participación en la historia, una participación a favor de ‘Cuarenta’ y en contra de ‘Trinidad’. Pero eso lo hace el personaje de ficción. Yo no lo hago. Esa fue la manera como lo solucioné.

—La novela hace un retrato de la sociedad que habita Valledupar. ¿Con Josefina Palmera quisiste representar a otras personas?

—Me di cuenta que con Josefina podría representar a parte de la sociedad vallenata. Por ejemplo, el cómo dejan pasar las cosas, el cómo se está viendo lo que sucede, pero digamos, se hace el loco. De cómo se permite a pesar de todo el daño que se está haciendo, de toda la calamidad que significa para la sociedad en general, toda esta maldad que está sucediendo. No solamente la deja pasar, sino que adicionalmente la facilita, adicionalmente ayuda a que así suceda.

Todo esto sucedió durante la época del paramilitarismo, cuando buena parte de nuestra sociedad o al menos los pudientes ayudaron con dinero para que existiera. No digo que todos, por supuesto. Pero sucedió en el caso de la ganadería y el empresariado. Sabemos que algunas empresas mineras pagaron a los paramilitares para su protección. Todo ese tipo de cosas ¿no? A eso me refiero con la banalidad del mal en la novela. Muestro cómo el resto de la sociedad se despreocupó o no le importó. Y, además, sigue sucediendo. Es algo que no hay que ocultar y que es absolutamente visible en el país, ¿no?


Le propongo a Alonso hablar de una de las causas de los problemas de Valledupar: la disputa por la tierra. Alonso se devuelve en el tiempo hasta finales del siglo XIX, cuando Valledupar contaba con apenas cinco mil habitantes y tenía solo 16 manzanas con un espacio social sin dueño que era utilizado para guardar el ganado. Los campesinos acostumbraban a sacar a pastar el ganado entre todos, como un solo pueblo.Pero algo pasó –dice Alonso–. Llegó a nuestra tierra el alambre de púas y comenzaron todos los problemas”. 

En el libro, Alonso cuenta cómo el abuelo de Rodrigo Tovar, el señor Oscar Pupo Martínez, era el que vendía el alambre de púas en su tienda de Valledupar. Y lo que tenía valor en ese momento no era la tierra, era el alambre. Hasta donde tú tuvieras dinero para comprar el alambre podías cercar –me explica Alonso–. Y eso fue lo que se hizo. Entonces ahí comienzan realmente nuestros problemas. Es un tema de la tierra, el libro lo menciona claramente, incluso con la aparición de Josefina Palmera, a principios del siglo pasado y a lo largo de todo el surgimiento económico, pues la élite habla precisamente de eso, de la tierra”.


—¿Crees que a partir de este conflicto sobre la tierra pesa más el sentido de la propiedad que el sentido sobre la vida misma?

—Desafortunadamente sí.

—Alonso, ¿y crees que la llegada de las organizaciones paramilitares y guerrilleras a la región se debe a este problema económico?

—Bueno, yo creo que todo este problema viene de mucho más atrás. Pero como lo naturalizamos entonces ni siquiera lo vemos. Para mí —ya no como escritor, sino como lector— el personaje más importante que tiene la novela y la parte más importante son cuatro páginas que hablan y están narradas en la voz de la empleada de servicio de la casa de Josefina Palmera, Lola Moscote. Este personaje descubre todo el tema de la discriminación, el rechazo y la falta de oportunidades. Lo demás podemos llamarlo, de la manera como hemos querido limitarlo: [creer] que todo esto comenzó porque a ‘Tirofijo’ le robaron unas gallinas. Creo que hay que ver que el problema desde otra óptica, desde la naturalización de la desigualdad en el país.

—La mayor parte de esas violencias en el libro son narradas por mujeres. ¿Hay una intención?

—Mira, en la casa de Josefina Palmera, se ven la clase alta y la clase baja, representadas por la dueña de la casa y por la empleada del servicio. Lo que pasa es que la dueña de la casa habla durante doscientas páginas y la empleada de servicio habla solamente durante cuatro páginas. Y ya con eso te puedes dar cuenta del problema del silenciamiento de unas voces, ¿no? Pues eso por supuesto me facilita a mí contar la historia. No tengo que introducir muchos otros personajes, porque, además, los otros personajes están representados en la violencia con las armas: la guerrilla y el paramilitarismo. Pero hay en todo esto un tema que es supremamente importante dentro de todo este el conflicto nacional: el machismo.

—Para escribir algunos pasajes de la novela hiciste algunas visitas a la cárcel de Itagüí, en donde entrevistaste al ex comandante paramilitar ‘Jorge 40’. En el título 28 de la novela hay un cara a cara con él en la cárcel. ¿Qué dejaste de contar sobre esas visitas?

—Hay bastantes cosas que se dejaron de contar, efectivamente, y eso obedece a una razón básica: cuando yo voy a la cárcel, me encuentro con ‘Jorge 40’, no con Rodrigo Tovar. O sea, a pesar de que la persona que me recibe es Rodrigo Tovar, a la persona que yo voy a visitar es a ‘Jorge 40’. Y la idea del libro desde el principio estuvo delimitada a la vida de las personas, no de los personajes. La vida de las personas tiene que ver con el por qué Rodrigo Tovar y Ricardo Palmera se fueron al monte. Eso es lo que yo planteo desde la primera página, y lo que me interesa es saber en qué momento se jodió Colombia. Porque este par de personas deciden irse al monte a pesar de haber nacido con todos los privilegios —con los que nacieron y con los que crecieron, uno más que el otro, entre otras cosas—. Por qué esa razón. El libro se detiene justo en cada uno de los dos, en el momento en que cada uno se va al monte, con diez años de diferencia. Yo nunca hablo de la historia de ‘Jorge 40’ ni de la historia de ‘Simón Trinidad’. Yo hablo de la historia de las personas, no de los personajes en los que luego se convirtieron. 

De modo que meterme a contar la conversación completa de lo que sucedió ahí me habla del personaje, no de la persona. Hablar de la guerra, ya no me correspondía, y me hubiera metido en una camisa de once varas, no con la opinión pública sino con la novela, porque ya le estoy abriendo una arista tan grande que obviamente me tengo que meter al otro lado, y ahí termino no haciendo una novela sino todo un tratado de la guerra nacional. Eso no me interesaba, de hecho, a mí no me interesó hablar de la guerra, en el libro nunca me meto con la guerra, con el conflicto como tal. El conflicto aparece como un contexto histórico: ves cuando nace el ELN, cuando nacen las FARC, cuándo y cómo se va desarrollando el conflicto armado en el país. Pero eso obedece a lo que sucedía efectivamente en el momento en que estas dos personas crecían.  

—¿Por qué narrar estos sucesos desde la ficción?

—Bueno, la ficción es una mentira, que es lo que hacemos los escritores: mentir. Básicamente para eso nos pagan, para echar mentiras, ¿no?; de eso vivimos o tratamos de vivir, que es otra cosa. Sin embargo, lo que es claro es que la ficción es la que suele decir la verdad. Si bien lo que te estoy contando es mentira, lo que yo te estoy diciendo es una verdad. Y por eso la ficción molesta tanto, porque tú sabes que detrás de esa historia hay una verdad. Y es a esa verdad a la que le tienes miedo. Así como el resto del país le tiene miedo al miedo impuesto por el poder, el poder le tiene miedo a la verdad y esa verdad está contada en la ficción, en el arte, en la literatura, en el teatro, está contada en la fotografía de Jesús abad Colorado, por ejemplo. Y, por supuesto, eso le molesta al país, pero le está abriendo los ojos al ciudadano común. Hay un grado de lucidez y es llevar luz adonde ellos no quieren que haya luz, adonde se quiere que permanezca la ignorancia para poder seguir manipulando.

—Alonso, ¿al contar esta historia el escritor es responsable de algo?

—Bueno, primero que todo, yo no tengo ninguna responsabilidad como escritor, salvo el hecho de contar una historia, que es lo único a lo que estoy obligado a hacer. Contar la historia de forma honesta es realmente mi responsabilidad como escritor. Mi responsabilidad también va al hecho de escribir un libro sobre eso. El solo hecho de escribir la memoria, así sea en ficción, ya implica asumir una responsabilidad como escritor, ya estoy metiéndome en el papel al que inicialmente yo ni siquiera estaba llamado —inicialmente y todavía—.

Fotografía tomada del video: Alonso Sánchez Baute – Premio Nacional de Novela Ciudad de Bogotá

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