Desde Armenia, Quindío, la lectora Myriam Zuleta viajó a la Amazonia colombiana gracias a este libro de Germán Castro Caycedo. Siguiendo nuestra invitación a comentar esta obra, comparte con la comunidad de Diario de Paz sus impresiones sobre este reportaje. Un contenido que alimenta la conversación en torno al reto 5 libros en 2022.
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Por Myriam Zuleta Valencia* [Armenia, Quindío]
Terminé de leer el Perdido en el Amazonas.
Después de haber navegado unos días por espectaculares ríos, sumergirme por hondas espesuras verdes, tomar pequeñas pociones de yagé, divagar por bellos relatos mitológicos y tristemente asistir al entierro de una familia indigena, he retornado con olor a selva a mi terruño con sabor a café.
Como siempre, los autores siembran inquietudes, preguntas con o sin respuestas. Obviamente cada obra nos toca de diferente forma, unas nos dejan más huellas y marcan diferencias excepcionales. Esta, a decir verdad, no me llegó lo suficiente, de entrada me desconcertó demasiado al encontrarme con ediciones que distan entre ellas.

En mi caso, el libro que leí fue la edición de Planeta 2013 (aunque la editorial lo presenta como relato real con forma literaria). Al compararlo con el audiolibro disponible en el canal de YouTube de Mujer leyendo en voz alta (publicada en 1978), en mi edición cambian sustancialmente muchos párrafos, la narración es menos coloquial, lo testimonial tiende a perderse, ¡hasta aparece un Popeye y otros cuantos personajes!
A la edición que menciono, le han agregado más ficción y unos episodios sobre el chamanismo y el yagé. Le han recortado relatos tan bellos como las descripciones de diferentes especies animales o vegetales. También han quitado fechas, cambiado los nombres a personajes o lugares y abreviado ciertos episodios de carácter histórico.
Algunos ejemplos concretos: En mi edición dice: «Le ofrecí a Florián un dinerillo curioso», en la otra dice: «le ofreció 2000 pesos». En mi edición dice: «A cada uno de los hombres le había adelantado un dinerillo curioso»; en la otra dice: «les ofrecía 4000 a cada uno». En mi edición dice: «un mes de mayo coincidiendo con unos de los viajes de Julián a la capital…»; en la otra edición dice la fecha, «año 1965, a 105 días de mis vacaciones».
Algo más: en mi edición dice: «A la mañana siguiente, un marinero con la nariz como el pico de un tucán le dijo al comandante del buque que a eso de las siete y media de la noche se hallaba en el puente leyendo y se le acercó Julián. Tucán cerró el libro y se fueron a la cubierta». Y en la otra edición, se ajustó así: «A la mañana siguiente, Julián y el marinero Julio Martínez Quintero declararon así ante el comandante del buque Capitán de corbeta Jaime Parra Ramírez. Versión de Martínez: ‘a eso de las siete y media de la noche estaba sentado en el puente leyendo, llegó Julián, cerré el libro y nos fuimos a conversar a la corbeta'».
Una última diferencia (aunque hay muchas más): en mi edición dice: «De regreso al país, la corbeta fue enviada como escolta de un tanquero con combustible para las bases de la Armada en la jungla» En la otra edición dice: «La Fragata Almirante Brion fue comisionada para realizar un crucero como escolta del petrolero Sancho Jimeno que trasportaba combustible para las posiciones de la Armada en la amazonia colombiana; el crucero que a raíz con la guerra con el Perú… cubre cerca la mitad de las costas del Atlántico a partir de Cartagena…».
En fin, todo esto menguó demasiado mi ánimo respecto al autor y a la misma obra, de ahí que leyera este reportaje con muy baja energía.
Sin embargo, el relato periodístico es bueno y los hermanos Gil –protagonistas de la historia– dejan muchas reflexiones, como por ejemplo el gran amor filial un tanto irresponsable, la avaricia, la esclavitud indígena, el daño a la naturaleza en acciones como la tala de árboles y el comercio con pieles; el egoísmo, el engaño a las comunidades indígenas. Hay fragmentos hermosos sobre la vida en la selva, como este:
“La muralla de árboles intenta lanzarse al cruce del río, la fuerza de las aguas lo contiene. Es un telón verde espeso, arriba verde manzana, verde lechuga verde turquesa, verde savia, la sangre de la selva, y cuando se acerca a la superficie, vere musgo, verde olivo que recibe la luz y se la devuelve verde a las aguas que cruzan cerca”. (pág. 73)
Me pareció muy cruel ver cómo llegan estos señores a hacer daño en territorio ajeno y «sagrado» para las diferentes comunidades de la zona. Germán Castro Caycedo me ha contado una vez más la invasión española –pero ahora enmarcada en nuestra época– con protagonistas nacionales y, para sumar, se ha enfocado en la desidia del Estado y su posición ante diferentes necesidades en el Amazonas: «Quería adueñarse de aquellos indígenas, hacerse su jefe. Era el sueño obsesivo de Julián» (pág. 21).
«En ese momento Julián creyó darle forma al primero de sus sueños: fundar un poblado. A lo largo de los ríos consiguió indígenas para que derribaran selva en aquellas lejanías y abrieran campos de labranza y pastizales. En ese rincón del planeta tierra, aquello significaba embarcarse en una empresa sobrehumana, y dio los primeros pasos endeudando indígenas según las enseñanzas que dejaron en estas selvas los caucheros ingleses más de un siglo atrás, lanzando como carnada sus mercaderías de gitano». (pág. 54)

También ayudan a rescatar el libro los relatos de la cultura indígena. Son mitos y leyendas hermosas, toda una filosofía de vida ejemplarizante. Me sorprendió encontrar el Mito de Fisido, un relato muy bello que cuenta la historia del fuego a partir del pájaro picaflor (en Huitoto fisido), que voló y voló muchos días y atardeceres, cayó al agua y flotó en forma de coquito hasta llegar a la cueva del fuego, donde comió unas brasas y regresó a la aldea, las vomitó ante los hombres que soplaron hasta que subió la candela. Por lo que con los años dijeron que por haberse tragado las brasas el colibrí quedó marcado su plumaje en la garganta de color rojo.
También disfruté leyendo el mito de las boa o pitón, seres de luz y testigos de su cultura que con Drújuma (el dueño de los remedios que conjuraba las plantas de bondades para sanar a los hombres) surgen los nombres de los ríos: Curari, el Doroboro, el Igara Paraná; y de las comunidades o grupos familiares; “la gente del tigre”, “la gente del agua” “la gente de la danta”.
De modo que leí dos libros en uno, con la misma historia de base: Julián Gil, perdido y enamorado del Amazonas; en eso no hubo diferencia. Lo importante aquí es que, a través del libro, conocí la belleza del Amazonas y de su cultura. Al leer cumplí con el reto del mes de noviembre para nuestro querido Club de Lectura.

*Myriam Zuleta Valencia es diseñadora de modas, aunque no ejerce su oficio. Es participante activa del Club de Lectura Virtual y del Taller la Tertulia Café Letras, Renata, Armenia, en la Biblioteca municipal La Estación.

Excelente! Otro año más del Club de Lectura Virtual. ¿Se tiene pensada la edición del 2023? Saludos Koleia!
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Era un mal elemento, con problemas de disciplina desde la niñez, luego en la armada, un individuo poseedor de una avaricia y arrogancia que rayaba con lo psiquiatrico, un depredador ambiental, constituyo un buen material para ese tipo de amargura literaria que magistralmente exponia el autor, despues de años de tirar del hilo de la suerte en la selva amazonica, finalmente este se rompio.
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