Clara Isabel Arroyave estudia una maestría en el Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social –CIESAS. Desde San Cristobal de las Casas, Chiapas, México, Clara investiga sobre la vida de las comunidades indígenas de Cumaribo, Vichada, en el oriente de Colombia. En este texto, esta antropóloga reflexiona sobre su oficio y comparte su experiencia académica. Parte del especial Colombianos estudiando posgrados en el exterior.
Por Clara Isabel Arroyave
Comencé a estudiar antropología cuando en Colombia esta carrera solo existía en cinco universidades. Hoy día es una carrera más apetecida y ahora existe en más de diez academias a lo largo del país. Pero eso no implica que haya más apoyo o que se investigue más sobre sus diferentes culturas y territorios, más bien la demanda de antropólogos ha aumentado en los entes del Estado o en las empresas privadas, principalmente aquellas que tienen un fuerte énfasis en el mercado.
Soy de Medellín, hice mi pregrado en la Universidad de Antioquia. La decisión sobre mi profesión la tuve clara a muy temprana edad. Entonces (y ahora) tenía muchas preguntas sobre las diferentes formas de vida de algunos grupos alrededor del mundo. Hoy comprendo que las diferencias –la “otredad”, como se denomina en esta disciplina– está más cerca de lo que yo imaginaba.
A finales de 2008 trabajé en proyectos relacionados con convivencia y violencia juvenil en la Alcaldía de Medellín. En ese momento creí que mi deber como profesional era aportar en la reflexión y la acción para que los jóvenes de la ciudad no se violentaran entre sí.
Para ahondar un poco más en ese propósito estudié una especialización en Acción sin daño y construcción de paz en la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá. En algún momento hice un alto en la carrera profesional y me pregunté si trabajar en este tema de violencia urbana volvería a ser mi elección independiente de que fuera mi trabajo. Reflexioné sobre el rol que yo cumplía en el proyecto de ciudad para que las generaciones venideras no reprodujeran los mismos esquemas de violencia.
Las respuestas me superaron, fue evidente que este problema estructural necesitaba de un trabajo de largo aliento y que yo, como joven e inexperta profesional, era poco lo que podía aportar en el momento.
Los territorios indígenas como campo de estudio
Decidí reorientar mis actuaciones y me concentré en las zonas rurales, en donde trabajaban muchos menos profesionales, pero donde está todo por hacer.
Identifiqué que las universidades forman profesionales para ejercer en las urbes o en las empresas; pero además entendí que se requiere de una decisión contundente y radical para que profesionales de las ciencias sociales decidamos, como proyecto de vida, trabajar e investigar en las regiones apartadas del país.
El mundo rural en Colombia es un campo de estudio de relevante importancia, pero esto exige no solo profesionales comprometidos sino una política de Estado que reconozca la importancia de conocer y/o integrar al proyecto de nación a los grupos indígenas como los de la Orinoquía.

Continué mis labores como funcionaria con la institución encargada de la dotación de tierras a comunidades indígenas, que en ese entonces era el Incoder (hoy esa función la desarrolla la Agencia Nacional de Tierras). Realizaba estudios socioeconómicos para la titulación de resguardos indígenas y la titulación de consejos colectivos.
Mi aporte consistió en explicar el vínculo vital que existe entre los indígenas y la tierra que habitan. Ellos manifestaban que era imposible seguir existiendo sin proteger su vínculo con sus tierras ancestrales, y yo creía entender lo que querían decir, pero la verdad es que como ‘no indígena’ sabía que me perdía de algo, o de todo.

Conocí gran parte del país, diferentes grupos y diferentes mundos, pero el conocimiento siempre era insaciable, cada vez más complejo, cada vez más maravilloso y cada vez más inquietante. Y esas ansias de vivir y aprender son las que me han traído a seguir estudiando antropología social en San Cristóbal de las Casas, México; “Sancris”, como le decimos por cariño los que vivimos aquí.
Estudiar antropología en México
En el 2016 inicié la maestría en Antropología Social en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social –CIESAS-, impartido por la sede sureste y noreste, pero con sede principal en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. La posibilidad de estudiar me la brindó el gobierno mexicano, gracias a las becas que proporciona a través de Conacyt, Además de esta institución, en convenio con Clacso pude desarrollar la investigación del posgrado en Colombia, mi país de origen.
La antropología en México es una política de Estado, es decir, en el proyecto de país está como una misión indagar en lo profundo de sus orígenes para conocer las realidades e identidades culturales de los grupos sociales que aquí habitan y que conforman la gran nación que son. Creo que el aporte a las humanidades que hace este país es vasto a nivel latinoamericano.
El CIESAS, centro especializado en esta disciplina, acoge investigadores de diversas áreas quienes nos acompañan como docentes y directores de los trabajos de investigación. Ellos han tenido apertura y disposición hacia la construcción del conocimiento del sur global. Aquí me he afincado por dos años, enfocada en mi tema de investigación y apoyada por profesionales mexicanos y compañeros de diferentes Estados y países.

Gracias a un beca ofrecida por Clacso-Conacyt pude investigar sobre la vida de los grupos indígenas en Cumaribo (Vichada, Colombia). También dos organizaciones ambientalistas se sumaron y me brindaron apoyo: Amazon Conservation Team –ACT– quienes trabajan con pueblos indígenas aislados en Colombia y IdeaWild con sede en Estados Unidos. Intenté conseguir apoyo para llevar a cabo el posgrado y a su vez para mi investigación en Colombia, pero fue un camino dificultoso. Ahora miro con agradecimiento esta ironía: que sea otro país latinoamericano el que apoye la posibilidad de conocernos a fondo como colombianos, más aún en las regiones profundas de la Orinoquía.
Los indígenas mapayerri y sikuani
Es bastante común que cuando pensamos en indígenas, nuestra mente viaja de inmediato a la Amazonía. Pocos saben o recuerdan que en los extensos Llanos Orientales viven grupos con tradiciones nómadas que se han visto amenazados por la colonización con proyectos ganaderos, de monocultivos o con las plantaciones de la hoja de coca para usos ilícitos.
Ante la muy interesante y fastuosa Amazonía, como en un acto de rebeldía, yo escogí estudiar a los indígenas mapayerri y sikuani y poner mi foco de investigación en el Vichada. Allí, en la costa del río Tuparro conocí a estos dos grupos indígenas quienes, como todos los indígenas colombianos, mantienen una lucha en común: la garantía de un territorio para su supervivencia.
Como antropóloga, querer entender a profundidad esto significaba convivir con ellos en su realidad y cotidianidad. Así lo hice durante tres meses (en el año 2017), como parte de una experiencia etnográfica con los indígenas sikuani y mapayerri. Esta experiencia te cambia la vida, te desarregla las preconcepciones y te mueve las ideas fijas que como citadinos solemos tener sobre los indígenas. Esta experiencia me permitió acercame un poco más a la vida de estos grupos con tradición de cazadores recolectores, para adelantar una investigación en la que trabajo en la actualidad: «Territorialidades indígenas en contextos interculturales. Mapayerri y sikuani en la Orinoquía colombiana».
Regresar a Colombia
Mi principal expectativa con este posgrado era detenerme un momento en mi marcha como profesional y reflexionar sobre el trabajo que como funcionaria estaba desarrollando. Este tiempo de convivencia con estos grupos en Colombia me acercó a las diferentes formas de ser, de vivir, de pensar otras prácticas territoriales poco conocidas en Colombia. Ahora con frecuencia me preguntan: ¿existen aún cazadores recolectores en Colombia? Y yo, por mi parte, me pregunto: ¿Qué entendemos por ello?
Al regresar a Colombia mi deseo es trabajar y aportar con organizaciones de conservación ambiental o instituciones que trabajan en territorio con los grupos indígenas. Llegaré con un impulso imparable. Compartir este viaje reflexivo que inició y espero nunca termine será una gran realización.
Es realmente muy difícil encontrar financiación para la investigación antropológica en Colombia, es posible que vuelva a buscar apoyo para continuar con mis estudios de doctorado y así poder seguir investigando sobre mi país y la complejidad social que somos. Creo que aportar desde la academia al conocimiento sobre el diverso país que somos es una tarea inaplazable.
Cuando comprendamos las múltiples formas de ver y habitar el mundo que existe en nuestro país, reconoceremos finalmente que existen conocimientos locales que siempre han sido acallados, pues hemos entendido una única manera de vivir y de construir Estado, aún cuando los pueblos indígenas siempre nos manifiestan formas alternativas de entender o de ser Estado. Acercarnos a estas formas otras contribuye, sin duda, a la construcción de país que merecemos, a la idea de pluriculturalidad que promulga nuestra constitución.
- Este artículo hace parte del especial Colombianos estudiando posgrados en el exterior.
- ¿Tienes preguntas o comentarios sobre la investigación y experiencia académica de Clara Arroyave? Déjanos tus comentarios.
- Para más información sobre la beca Clacso-Conacyt, visita este sitio.
- Si conoces otros colombianos estudiando posgrados o doctorados en el exterior, comparte este artículo y anímalos a participar en esta serie.
- Fotos: cortesía Clara Arroyave