Desde Barranquilla, ciudad natal de Álvaro Cepeda Samudio, Lorena Insignares comparte una reflexión a propósito de su lectura de la segunda obra del reto lector 10 libros en 2020. Un contenido que nace del Club de Lectura Virtual para alimentar el especial Leer para entender La casa grande.
Por Lorena Cecilia Insignares del Castillo *
El tema principal de la novela La casa grande, escrita por Álvaro Cepeda Samudio en 1962, está relacionado con la historia de Colombia. Narrado de una forma poética, el contenido de esta obra hace remover sentimientos del pasado, del presente e incluso confrontar el futuro, sentimientos que, según la socióloga Laura Sofía Fontal, ayudan “a la renovación de la memoria colectiva siempre y cuando los lectores los identifiquen y les atribuyen una relación con la realidad” (p. 182).
En esta obra, muchos de los diálogos, frases e ideas conmueven al lector de tal manera que es difícil no sentirse transportado a un momento exacto en la historia colombiana: la «Masacre de las Bananeras». Pero allí, el lector también presencia una masacre de la propia vida: piensa en su familia, en los hijos –que ya combatieron o que tendrán que hacerlo–, en sí misma –en el caso de mujeres que han sido violentadas–; o en el legado de los abuelos. Además reflexiona si ha estado, está o estará en una casa grande repitiendo un ciclo o cambiando el pasado
Lo anterior evidencia cómo a través de la lectura del libro, la memoria del pueblo de Ciénaga, Magdalena, trasciende a todos los seres humanos, pues al leerlo, en gran medida, se reaviva un hecho que intenta resarcirse por medio de palabras que abordan la maldad, el odio y el dolor, ejemplificándolos con las voces propias de personajes sin nombre que viven en los mundos que les fueron asignados: el mundo militar, el mundo de las mujeres jefas del hogar, el mundo de las mujeres sumisas, el mundo de los dictadores, el mundo de los herederos y el de la casa grande. Con cada una de sus concepciones se alcanza a reflexionar más allá de la historia, y permiten comparar realidades.
El mundo militar
En este caso, se observa la visión devastadora de los soldados frente al pueblo al que llegan: «Este pueblo es feo / todos los pueblos son iguales / pero éste es más feo. Yo no había visto nunca paredes cubiertas de sal. Aquí no necesitan comprar sal, con raspar las paredes tienen”. También observamos la falta de claridad frente a la labor que deben realizar: “Por eso nos mandaron: para acabar con la huelga / eso es lo que no me gusta. Nosotros no estamos para eso”.
Con lo anterior se entiende que, en ocasiones, los soldados no desean luchar, ni matar, pero tienen que hacerlo porque son órdenes de sus superiores, porque deben «defender la patria». No obstante, surgen algunas inquietudes: ¿qué ocurre si se niegan a ejecutar una orden?, ¿qué pasa por sus mentes cuando son asignados a una misión?, ¿qué sienten al disparar?
El mundo de la mujer
En La casa grande se hace visible también el mundo de las mujeres: una mujer jefa del hogar, y una hermana que poco a poco se convierte en la líder, en reemplazo del Padre, por ser considerada la más inteligente, por ser implacable, una mujer que en algún momento siente superioridad y a la vez resignación: “soy igual a él, no podrá dominarme, entre los dos manejaremos esta casa, y cuando él ya no esté la manejaré yo sola”.
Esta frase se repite en infinidad de familias, pues los padres desean que sus hijos sean el reflejo de sus enseñanzas y genes. Por otro lado, se evidencia que a pesar de mostrarse fuerte, la hermana representa también la figura de una mujer sumisa, como lo fue su madre: “se le dijo simplemente: éste será tu novio: y luego: éste será tu marido. Sin explicarle nada más”. A partir de esto se reflexiona sobre el papel real de la mujer colombiana en el presente siglo, quien sigue siendo objeto de abusos y feminicidios.
El mundo del padre
En el mundo del Padre, se destaca el patriarcado, por ser este hombre el autor de la masacre contra los “revoltosos”, el verdugo, la bestia, el dictador del pueblo, la casa grande y su familia, a quien la vida no le perdono sus faltas, ni la muerte el olvido: “porque cada uno debió pensar que aun el cadáver roto del Padre era más fuerte que todo el pueblo”. Así, la reflexión en este punto se halla en la pregunta ¿cuántos líderes[1] han muerto y continúan siendo exaltados por su legado? Muchos, sin embargo, es hora del cambio, de dejar las tradiciones e iniciar nuevos rumbos.
El mundo del hermano y de los hijos
En esta obra, el hermano y los hijos rompen con los paradigmas estipulados por sus antecesores, oponiéndose a seguir con el régimen de terror en el pueblo, e incluso en su propia familia. De dicho planteamiento surge la mayor reflexión del libro, una que le permite al lector pensar en otros hechos de la historia y revisar qué hacer para cambiar el odio por el perdón:
¿Toda esa sangre para qué?, ¿va ser necesario acaso recomenzar?, ¿partir de la primera herida, desde el primer remordimiento, desde el primer disparo, desde la primera venganza, para llegar otra vez desconcertado a otro cuerpo voluntario y sosegadamente muerto? Yo estoy cansado.
Finalmente, se propone que, en Colombia, innumerables ciudadanos se han cansado de vivir en La casa grande, en la que terceros siguen la barbarie de los primeros, sin entender aún que el odio no hace grande al ser humano, ni mucho menos trae fortuna, por el contrario, deja huellas imborrables que se conmemoran cada cierto tiempo para que la historia, la memoria y la identidad no se pierdan.
Sin embargo, después de haber entendido la propuesta no convencional de Álvaro Cepeda Samudio se determina el prevalecimiento de una reflexión más allá de la Masacre de las Bananeras, que incluye cambios de mentalidad infundidos por el amor de las madres, el dolor de los combatientes, el perdón de las víctimas, la libertad del hombre, la verdad de los hechos, la justicia y la tan anhelada paz, afirmándose que siempre hay más para dar, como lo expone esta frase final:
Hay más que esto; creo que hay mucho más; hemos sido criados como instrumentos pero estamos vivos; somos humanos; el odio no nos ha secado la piel.
*Lorena Cecilia Insignares del Castillo es barranquillera, estudió Licenciatura en Español y Literatura. Actualmente cursa una Especialización en Informática Educativa y una carrera tecnológica en Producción de Multimedia. Para conocer más sobre sus intereses literarios y artísticos, puedes seguir su página en Facebook.
Referencia en el texto: Fontal G, L. S. (2016). La casa grande o el eterno retorno del odio y la violencia: una lectura en clave de memoria. Anotación: [1] Se aclara que al mencionar a los líderes no se hace referencia únicamente a presidentes o personajes famosos, sino a los jefes de cada casa, quienes esperan que su legado (bueno o malo) trascienda de generación en generación.
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