Para adentrarse más en el contexto de esta novela, la filósofa santandereana Julieta Calvete ambienta esta reflexión en las plantaciones bananeras del Caribe colombiano. Un contenido que nace del Club de Lectura Virtual para alimentar el especial Leer para entender La casa grande.
Por Julieta Calvete Girón*
La plantación bananera en el contexto del Caribe colombiano ha estado asociada a diversas tensiones socio-económicas relacionadas con la hegemonía del cultivo del banano, el impacto del monocultivo en la geografía y el medio ambiente, la discordia por los territorios y la controversia social entre las élites empresariales –locales o extranjeras– y los trabajadores. Así también, la desigualdad y las formas precarias de vida de los obreros en las plantaciones contribuyeron al panorama de choque y conflicto en el escenario del enclave bananero.
El desarrollo y auge económico de la industria bananera en la zona del Caribe en Colombia, logrado mediante la ampliación de los territorios de cultivo y el dominio político de las élites comerciantes, influyó en la aparición de profundas tensiones a finales del siglo XIX y buena parte del siglo XX (Agudelo, 2011), las que se profundizaron con el suceso histórico conocido como la Masacre de las Bananeras, ocurrido entre el 5 y 6 de diciembre de 1928.
Este oscuro acontecimiento en la historia de Colombia continúa resonando en la memoria colectiva y, además, su murmullo incesante ha estado ligado a obras literarias y a trabajos artísticos en los que se evidencian las señales de ese mundo caribeño en tensión, como en el caso de la novela La casa grande de Álvaro Cepeda Samudio (1926-1972).

En La casa grande se ofrece una visión del espacio caribeño colombiano marcado por la tragedia que selló la huelga de los trabajadores de las plantaciones bananeras a comienzos del siglo XX. Si bien, la narración refleja en parte el drama social y el hecho histórico, éste se presenta desde la destrucción y el declive de una familia que mantuvo su deseo de perduración a través de la figura del Padre o patriarca y la Hermana. En otras palabras, el entorno público del suceso histórico se traslada al espacio íntimo del hogar.
En lo que respecta a la importante efigie del Padre, éste representa el arquetipo del cacique, la figura de autoridad que posee una función definida en la jerarquía familiar, pues es quien prohíbe y ordena, quien se impone sobre las mujeres y decide sobre la vida de los otros. Un hecho que ilustra su temperamento impositivo es la agresión con una espuela en el rostro de una de las hijas y también la prohibición a éstas de ir al colegio bajo la orden de recibir instrucción escolar en la casa.
Esta imagen de autoridad encarnada en el Padre recuerda otras figuras patriarcales en la literatura latinoamericana, como la de Pedro Páramo, quien ejerció su poder y sometió a la población de Comala al arbitrio de su voluntad y sus leyes particulares.
La figura del gran patriarca a caballo en la novela de Cepeda Samudio es también la del gran burgués de la región caribeña; es el dueño de la finca bananera La Gabriela quien marca el itinerario y da las órdenes en la plantación. Además, el Padre es quien controla el destino del pueblo y se erige en representante de sus temores, sus logros y sus vidas; estaba tan seguro de su potestad sobre el pueblo y del temor que la población experimentaba hacia él, que descreyó la advertencia respecto al acto de revanchismo que los trabajadores y el pueblo cometerían contra su vida por “haber traído a los soldados para que nos mataran”, según uno de los diálogos entre los pobladores.
Otros diálogos y capítulos de la novela como «El decreto», ponen de manifiesto el suceso de la masacre cometida contra los trabajadores de las plantaciones bananeras, un hecho vinculado a la presencia extranjera debido al descontento de los jornaleros con la compañía multinacional, que les negaba un incremento de salario y condiciones laborales dignas. También desde el entorno de la familia protagonista se va dando cuenta del fenómeno violento y se enuncia la presencia de lo extranjero, aunque de manera tácita, como si de un secreto se tratara y el lector debiera descubrir y desvelar los sucesos al mejor estilo faulkneriano.

Así, las alusiones a “un viento acre y extranjero” que se extiende por la población, o el diálogo en el que se insinúan las peticiones de los huelguistas “para que la compañía no siguiera abusando de los jornaleros”, o también el decreto del jefe civil y militar de la zona que considera obligatorio dar garantías a los ciudadanos nacionales y extranjeros en medio del orden público alterado por los líderes de la huelga, son insinuaciones subrepticias de esa presencia foránea y que no es otra que la multinacional bananera.
La alusión a la masacre de los trabajadores de las plantaciones también se narra mediante destellos, episodios y recuerdos fragmentarios cuya fatalidad alteró el orden de las cosas: “Se oyó el pitazo de un tren extemporáneo, un tren que no se podía nombrar porque no era conocido… perdimos los puntos de referencia para medir el tiempo entre levantarnos y acostarnos”. De esta manera, la tragedia parece estar vinculada, aunque no provenga directamente de ella, a esa presencia intrusa que se nombra mediante la opacidad.

Por lo que se refiere al espacio caribeño, en la novela La casa grande hay una atmósfera de agobio climático, de pobreza y de permanente tensión reflejada desde el primer capítulo a partir de la presencia militar en la zona, de las reclamaciones de los huelguistas, del momento en que el gran patriarca va a ser asesinado y también del odio del pueblo que se metió en la casa tras la muerte del Padre.
Desde esta perspectiva, el Caribe es un espacio de confrontación, de pugna permanente entre fuerzas que se contraponen. Y ello pareciera anunciarnos que la violencia se hereda a través del linaje familiar y de la tradición histórica, como si de un mito se tratara. Por eso, la palabra Caribe es como afirmar “indio bravo. Es una palabra de guerra que cubre la floresta americana como el veneno de que se unta el aguijón de las flechas” (Arciniégas, 2000).
En definitiva, el mundo caribeño en el que se enmarca la novela es una conjunción de códigos que signan la existencia de sus pobladores: el flujo e interrupción permanente de la vida, la pulsión hiperbólica, lo continuo y lo discontinuo, lo local y lo extranjero, la totalidad y la fragmentación. En últimas, la apuesta de Cepeda Samudio por expresar el Caribe tropical en su obra no se reduce a un cuadro localista, sino que corresponde a un espacio de ambivalencia en el que coexisten oposiciones y antagonismos que parecen irreconciliables, signo de derrota, desesperanza y fatalidad.
* Julieta Calvete Girón es filósofa y estudiante de maestría en Literatura y Cultura. Lectora entusiasta, escritora clandestina, apasionada de la fotografía y amante de la naturaleza. Fotografías: © Colecciones Históricas de la Biblioteca Baker, Harvard Business School. https://goo.gl/2EqQpQ
Referencias en el texto
Agudelo, L. (11 de junio de 2011). La industria bananera y el inicio de los conflictos sociales del siglo XX, en: Credencial historia. Nro. 258. Banrepcultural.
Arciniégas, G. (2000). Biografía del Caribe. Bogotá: Porrúa.
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