Para Carlos Andrés Cazares, comunicador y magíster en Literatura, los saltos temporales y de narradores en la novela de Albalucía Ángel no son otra cosa que la forma en que la memoria funciona. ¿Qué relación hay, pues, entre literatura y memoria? Un contenido del especial Leer para entender Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón.
Por Carlos Andrés Cazares
El ejercicio de hacer memoria se ha convertido, desde la segunda mitad del siglo XX, en una de las principales herramientas para la construcción de un relato histórico a través de la narrativa literaria. En todo el mundo, un sinnúmero de escritores se han planteado la necesidad de reconstruir un relato nacional o continental, mediante la creación de obras de ficción que estén alimentadas de acontecimientos históricos de gran envergadura, como una manera de sacar a la luz la memoria colectiva. No obstante, esta tarea también ha tenido grandes baluartes que aprovechan situaciones pequeñas y narraciones individuales para dar parte de una historia mayor.
Este es el caso de la colombiana Albalucía Ángel, que, con su novela Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón (1975), hace un ejercicio de memoria sobre el periodo denominado de La violencia, en Colombia. A partir de relatos fragmentados que suceden en diferentes temporalidades, la autora logra relatarnos la manera en que, el 9 de abril de 1948, asesinaron al líder político Jorge Eliécer Gaitán y, con ello, el momento conocido como «El Bogotazo», que desencadenó la violencia bipartidista en Colombia, contexto en el que sucede el asesinato del cura revolucionario Camilo Torres, otro estandarte de la política agitada del momento.
Además de estos hechos, en la novela encontramos múltiples voces que van narrando, desde diferentes espacios geográficos y dimensiones temporales, situaciones que dan testimonio de este gran tópico del país violento. Desde el inicio de la novela se sigue una línea conductual del relato tipo caos, en el que los personajes cambian constantemente de voz. Nos damos cita con varias narraciones que se mezclan para dar parte de aquel 9 de abril, tenemos el punto de vista de políticos, amas de casa, policías, asaltantes, revolucionarios, niños, entre otros. Cada uno de ellos, desde su propia perspectiva, narra qué pasó ese día.
Sin embargo, no todo en la novela es caos. Consecuentemente, encontramos que la narración se traslada a los hechos posteriores al Bogotazo, como lo fue la violencia en las regiones y la asimilación de la cotidianidad por parte de los colombianos. En ese contexto, los narradores pasan a ser niños que viven en la ruralidad y en sus comunidades; relatos contados en retrospectiva, a manera de recuerdos.
Como un leitmotiv, aparece la voz de un personaje, Ana, quien está conversando con Sabina, la empleada del servicio en su casa materna, y quien le está narrando las evocaciones del Bogotazo. Este diálogo tiene lugar en una temporalidad variable que atraviesa todos los momentos. El rol de Ana funge como el de testigo ajeno, pero constante, de todos los acontecimientos. Su voz la cobija con el halo del contexto histórico, ya que, como se demuestra en el epílogo de la novela, su participación se hizo directa con los sucesos de la violencia, pasando de testigo a partícipe, versiones de su vida que están narradas también allí.
Retazos y fragmentos
La escritora Albalucía Ángel ha sido catalogada por utilizar una narrativa diversa que implica la combinación de muchas voces que, sin advertencia, se van traslapando unas a otras, destruyendo cualquier posibilidad de un hilo único, temporal y narrativo. Esta tipología, que también se ve en su otra obra Dos veces Alicia (1973), resulta adecuada para manejar un tópico como la memoria, considerando que ésta suele llegar de la misma manera.
Cuando una persona rememora, a menudo sus recuerdos se anudan en una intempestiva nube que no tiene un inicio o un final claro y suele yuxtaponer temporalidades. La escritora es proclive a este concepto y por ello lo mantiene como poética propia, incluso lo dilucida a manera de reflexiones al interior de la novela cuando habla de eventos que son recordados.
“El cerebro se embota y siente la necesidad de acezar como un perro, de beber cualquier cosa, pero no hay ni una fuente. Ni una gota de brisa que amortigüe siquiera la sensación ilógica de espacio intemporal, de vacío” (Ángel, 1984, pp. 87-88).
Para Ángel, el recuerdo se convierte en una manera de inocular el espacio, de habitar con la memoria aquellos lugares geográficos que, a falta de voz, fueron partícipes de todos aquellos acontecimientos que quedaron reducidos al simple acápite de violencia. La autora nos muestra que sus saltos temporales y de narradores no son otra cosa que la forma en que la memoria funciona. Nómada y desordenada. Esta memoria se disemina en forma de palabra errante, que ocupa lugares físicos e imaginarios, puesto que está formada por voces antiguamente relegadas, algo que el escritor chileno Luis Sepúlveda relacionaba con la labor de la literatura latinoamericana: ávida de construir memoria y reconstruir sociedad.
En esta tarea, Albalucía es una autora aventajada, ya que sus voces no solo pertenecen a una clase social olvidada sino que también incorpora personajes históricamente silenciados, como lo son las mujeres, los indígenas y los campesinos. Estas voces, al igual que los recuerdos, se dilucidan en forma de fragmentos y reminiscencias de su vida, esos que la literatura muestra con fantasía y realismo.
Por ello es tan importante la labor de la escritora colombiana en su retrato de la violencia en el país, ya que amplía el horizonte de la memoria y muestra cómo los “grandes” acontecimientos afectaron también la cotidianidad de toda la sociedad, una sociedad que después de lo vivido no pudo ser la misma y que necesita de un ejercicio de memoria, amparado en la literatura, para demostrar lo que fue un momento puntal en la historia del país; una memoria que se mezcla entre la evocación del pasado, el actuar del presente y los deseos del futuro. Por eso la narración de Albalucía Ángel es tan errática, porque quiere hacer posible el ejercicio de memoria a partir de la visión del pasado desde el presente y la manera en que se veía el futuro en el momento de aquellos acontecimientos.
«…¿te acuerdas…?, nos bañábamos, pero ella interrumpió: ¿no quieres otro tinto?, y se levantó a abrir la ventana porque hacía calor. Nada de brisa. La tarde se convirtió por un momento en un recuerdo con nostalgia. En una-isla-dulce-amor-sin-más-testigos-que-tú-y-yo, que entonábamos a gritos encaramadas en la veranda del patio, mientras la abuela, desgranando los fríjoles o cortando rabitos a una canastada de habichuelas, cantaba en voz bajita: si oyes, en el ukelele, una canción triste de dolor…» (p. 97).
Por todo esto, el lector nota que los personajes de esta novela están constantemente reflexionando sobre el pasado, ya que, a pesar de la distancia que se forja, hay un espacio geográfico que permanece, y existe una materialidad constante, expresada en sus cuerpos y en su vida:
“Cuando se deja atrás la isla que constituyó el pasado, es, después, tan infinitamente largo de encontrar de nuevo el trecho, la realidad que constituye el presente» (p. 89).
Las voces en la novela se relacionan, al parecer, basadas en coincidencias, sin embargo, lo que se plantea aquí es la forma en que funciona la memoria, la cual, a partir de concatenaciones, va reconstruyendo un relato general que se forma a partir de retazos deshilvanados, pero que tienen un origen único: la experiencia. Esto plantea una discusión entre los lugares de enunciación y lo que se dice, discusión con la que la escritora quiere interpelar al lector y anunciarle que la memoria no es única, sino que mantiene en constante tensión entre quienes la evocan y el lugar desde donde lo hacen.
En este punto, vale la pena retomar las palabras de la crítica literaria Mónica Quijano en su artículo «Geografías del recuerdo: memoria, literatura y exilio», cuando menciona la relación problemática que toda memoria entabla con los espacios geográficos, «ya que ésta los resignifica, les otorga ciertos atributos y los re-define constantemente. Así, los lugares nunca son entidades geográficas neutras, sino más bien representaciones que cumplen diversas funciones discursivas” (Quijano, 2011, p. 49).
Memoria y mito
La memoria fragmentada es un reflejo de las voces disipadas en la historia nacional, sin embargo, es también una manera para mostrar cómo funciona el ejercicio de memoria que, en la narrativa de Albalucía Ángel, lleva a las construcciones de escenarios de acción política y discursiva. Esta novela quiere resignificar la historia nacional, por lo que utiliza recursos propios de la cultura popular e imágenes concebidas también desde allí.
En la novela se muestra una dicotomía entre la memoria que vence (la oficial) y la menoría abandonada, la del ciudadano común. Esta última es asociada con la cotidianidad rural que, para lograr expresarse, disfraza sus discursos con otras imágenes, asocia sus emociones a mitos, chismes, chascarrillos y retruécanos.
Esto se ve cuando se está describiendo la imagen de Gaitán, desde la perspectiva del pueblo. Ya que esta no se construía en primera persona, sino siempre amparada por una segunda voz: me contaron, me dijeron, narra la gente que…, creando una especie de mito ficcional y apoteósico sobre lo que la ciudadanía concebía como su mayor esperanza. Así, en su constante diálogo con Ana, menciona Sabina:
“Dicen que tenía ¡un pico de oro! Yo me puse a llorar como una bendita cuando retransmitieron el entierro por la Nueva Granada; eso como que estaba tuquio de gente” (p. 78).
Lo anterior muestra el temor que había al expresar una preferencia política, pues esto podría poner en juego la propia vida. De esta manera se empiezan a asociar los mitos populares a las prohibiciones discursivas, por lo que, combatir esos mitos se convierte en la manera que tiene la palabra popular para hacerle frente a la imposición del asesino u opresor:
«…su hermana un día vio a la Pelona, que es una vieja vestida con pieles de guatín, que se comía a los niños. ¿Dónde la vio? En la cañada de los turpiales. Estaba enjuagando una ropa con Saturia, cuando la alcanzó a divisar y salió arriada… y mejor hacerle caso y salir arriados». (p. 141)
De igual manera, estos relatos sirven para encubrir aquellos recuerdos fatales y dolorosos que estuvieron a la orden del día en ese contexto nacional. Albalucía Ángel muestra, a través de imágenes ficcionales y oníricas, los asesinatos y las crueldades que se presentaron y cómo estos siguen atormentando la memoria de quienes los vivieron. Por ello, es constante la referencia a sueños escabrosos de los testigos e inventivas extraordinarias en los discursos narrados.
«Ella siguió viendo las calaveras bailando en la pared, después los esqueletos entrando por el contraportón, poniéndose en hilera, qué miedo tan horrible. Los esqueletos formaban como en el pase el rey y comenzaban a menearse, baile que baile, sin parar, mientras ella medio petrificada…» (p. 129).
Esta postura, según la crítica literaria Mónica Quijano, es una forma de creación de memoria, con identidad y sentido político, ya que esto permite que los relatos se revistan de resistencia ante la imposición del discurso histórico y, a su vez, proteja a quienes relatan: “Al recobrar la experiencia a través del relato, el sujeto busca explicar y reivindicar una identidad propia que muchas veces difiere de la identidad organizada bajo la unidad cultural de lo nacional” (Quijano, 2011, p. 39).
La narrativa de Ángel, hace converger múltiples escenarios de enunciación que buscan, a través de relatos ficcionales, mostrar una memoria nacional, una realidad que se hace verosímil al yuxtaponer estos discursos dispares y atemporales.
La memoria: un vistazo del presente, el pasado y el futuro
A manera de conclusión, podemos determinar que la narrativa de la escritura colombiana apura por un ejercicio de memoria basado en fragmentos y retazos, símil perfecto para la manera en que funciona el ejercicio de recordar. Esta propuesta discursiva y ontológica está bañada por un deseo de posicionar la ficción y la literatura en el escenario de la historia nacional y la construcción de una momería colectiva. [Lee también: Literatura, violencia y memoria. Reflexiones a propósito de La vorágine]
Esta propuesta es acorde a los postulados del filósofo francés Henri Bergson, quien planteaba la literatura como un escenario de discusión de la memoria, en donde las temporalidades están en constante tensión y demuestran la manera en que las personas están recordando y buscando como de-construir los grandes imaginarios que han borrado las historias mínimas.
Por ello, cuando el también filósofo francés Gilles Deleuze habla sobre Bergson, señala que la «…identidad de la memoria con la duración, nos la presenta Bergson siempre de dos maneras: ‘conservación y acumulación del pasado en el presente’; o bien: ‘ya sea que el presente encierra distintamente la imagen siempre creciente del pasado, ya sea, más bien, que testifica, mediante su continuo cambio de cualidad, la carga que uno lleva a sus espaldas, tanto más pesada cuanto más viejo uno se va haciendo'» (Deleuze 1987, p. 51).
La literatura es una manera de condensar los tiempos y las miradas, para sacar a flote nuevos significantes y nuevos puntos de vista. Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón es una manera de poner en juego la memoria de los olvidados en Colombia. En esta obra se propone una manera de evocar el pasado y narrar sobre el presente, ejercicios similares que están marcados por la necesidad de hacer memoria, una memoria que incluya todas las voces posibles.
En esta obra se demuestra que, pese a que el periodo de La violencia en Colombia ha sido un momento discursivamente explotado, necesita de la ficción para explorar nuevos horizontes, los cuales sacan a la luz imágenes y palabras antes prohibidas por el discurso oficial.
Referencias en el texto
Ángel, Albalucía. 1984. Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón. Bárcelona. Editorial Argos Vergara
Deleuze, Guilles. 1987. El bergsonismo. Traducción de Luis Ferrero Carracedo. Madrid: Cátedra.
Quijano, Mónica. 2011. Geografías del recuerdo: memoria, literatura y exilio en Revista Andamios Volumen 8, número 15, enero-abril, 2011, pp. 37-61.
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