La psicóloga antioqueña María Olivia Alzate leyó la tercera novela del reto 10 libros en 2020 y se animó a escribir sus impresiones. Acompañamos su reflexión con las imágenes que han compartido los lectores del club en redes sociales. Un contenido del especial Leer para entender Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón.
Por María Olivia Alzate Zuluaga*
La ficción y la historia se escriben para corregir el porvenir, para labrar el cauce del río por el que navegará el porvenir, para situar el porvenir en el lugar de los deseos…
–Tomás Eloy Martínez
Me sorprendió inmensamente leer Estaba la pájara pinta sentada en su verde limón, la novela de la escritora colombiana Albalucía Ángel. Además de ser hasta hace poco tiempo un libro que desconocía, al igual que les ha sucedido a muchos lectores, asociaba su título con una obra infantil, y vaya sorpresa la que me he llevado, tanto que me anima a escribir estas impresiones. Por supuesto, escribo desde la posición de una lectora desprevenida, no formada en los ámbitos de la literatura; escribo desde la emoción que me ha provocado leer esta obra y hacer parte de esta gran apuesta que es el Club de lectura de Diario de Paz.
En primer lugar comprendo que no haya sido gratuita la selección de este libro como reto para el mes de abril, y ya los lectores sabemos por qué: la novela comienza haciendo alusión al asesinato del líder político Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948. Pero, más allá de ello, esta obra nos lleva por un recorrido vertiginoso a la historia violenta y cruda de esta Colombia que aún no supera su pasado, y lo hace de una manera versátil y ubicando al lector en lugares, regiones, costumbres tanto del ámbito urbano (sobre todo en la clase alta), como del rural. La autora pone de manifiesto las colonizaciones y la conformación de grupos al margen de la ley, un país dividido no solo en departamentos sino en regiones con historias propias.
Como leer en un trampolín
Comencé a leer esta novela el 22 de marzo, cuando en Colombia se difundió la noticia del primer caso de contagio del COVID-19. En medio de la incertidumbre mundial, nacional y personal –dado que se hablaba de empezar una cuarentena–, leí el prólogo y el inicio del libro como si se tratara de una carta que hubiese recibido el día anterior:
“No sigas aprentándote el corazón únicamente ante el hacinamiento de los escombros materiales. Apriéteselo, sí, ante los escombros morales. ¡Y levántate sobre las ruinas, así no más eres hombre!» –Joaquin Estrada Monsalve, el 9 de abril en Palacio.
En adelante, emprendí un viaje vertiginoso por las calles de una Bogotá golpeada y asustada, y fui pasando por las regiones del Viejo Caldas, el Eje Cafetero, el Valle del Cauca y, cuando menos pensé, me vi en una finca del “poderoso” cerca al Tolima, región bien golpeada por las violencias; fincas donde se agrupan las personas para defenderse, para cuidarse. Allí vi a una señora humilde dedicada a curar heridas en el cuerpo (y, por qué no, tal vez también del alma), y al señor que todos conocen por tener la tienda del pueblo.
De pronto salto como en un trampolín y, sin darme cuenta, estoy de nuevo en Bogotá, cerca a la Plaza de Bolivar, a la carrera Séptima o a la Quinta y, como en el libro de Alicia en el país de las maravillas, estoy de aquí para allá: en la calle, en la sala, en el cuarto de una casa, vuelvo al pueblo, llego hasta la finca en la vereda, me subo a un árbol o a un caballo.
El universo de la lengua
Mientras fui leyendo me llamó mucho la atención el lenguaje, desde encontrar palabras “raras”, pasando por las marcas de algunos productos muy particulares de cierta época: “Hacíamos reuniones por las tardes y yo me traje un día un cerro de manifiestos metidos en la funda de la Olivetti”. También me inquietaron los nombre de los personajes: “dijo Misia Etelvina y se puso a llorar porque ahora sí se nos llegó el fín del mundo…”. A propósito, noté que desde hace tiempo se viene hablando del fin del mundo, tal vez desde los inicios mismos del mundo. También me sorprendí con las referencias al lenguaje usado en determinadas regiones:
“Lo más divertido de la finca era bajar al pueblo. Hacer la entrada por la calle del seminario que era pavimentada, para que así las herraduras hicieran ruido como de ejército en desfile y la gente asomándose, curiosa y ellos muy diestros, chalaneando, espueliando el caballo que comenzaba a corcovear y a pararse en las patas y en plena plaza, delante de las viejas, que tejían punto de cruz».
Podría hablar también de un libro lleno de riquezas literarias, propicio para trabajarlo con estudiantes, haciendo un ejercicio de transversalidad desde las competencias lectoras y buscando las ideas principales y secundarias. Aquí pueden percibirse, por ejemplo, varias dimensiones: la textual, la valorativa y la sociocultural. En las aulas, los lectores podrían tratar de identificar los puntos de vista, o analizar la actitud, argumentación y la narración de la autora.
Pero no solo eso, la obra también podría ser insumo para las clases de historia patria, de geografía e incluso de religión, pues sus vueltas por lugares, contextos, costumbres, pensamientos políticos, religiosos, mágicos, creencias, nos llevan a un punto de encuentro de este país: las repetidas historias de violencias:
“todo el día llovió y Sabina y su mamá no pararon de rezar Credos mientras que su papá se sentó en la mecedora muy callado y muy pálido, como el nueve de abril. A escuchar las noticias que eran malas, muy malas, ¡Dios bendito!, y Sabina se encerró en la cocina a desgranar alverjas y a decir que si estaba de Dios que los godos ganaran seguro era por algo, por un castigo como el de las siete plagas”.
Una historia que se repite
Es cierto que han cambiado algunas costumbres y maneras de relacionarnos, por ejemplo: ya no existe el Ministerio de Guerra, al menos con ese nombre; o la forma de comunicarnos, puesto que hoy existe Internet, pero la esencia sigue siendo la misma: vivimos en medio de intentos fallidos por hacer la paz, sigue siendo desequilibrada la distribución de las tierras, parece lejana la posibilidad de tener un país más equitativo y con mejores condiciones para todos sus habitantes. Situaciones como las que describe la autora, a pesar de haber sucedido hace décadas, no están tan lejanas del presente:
“No te absolvian los curas porque ser liberal era pecado, y si leías El Tiempo y El Espectador, te excomulgaban…” / ”Solo quedó el muchacho, Teófilo, y esa noche nos tocó ver una fosa donde los Chulavitas habían apelmazado a diecisiete”.
Todos estos conflictos, vigentes aún, desconciertan, y uno se pregunta: ¿es un asunto estructural, una situación que no se ha logrado transformar? Es como cuando se va al psicólogo y, después de consultar con varios profesionales, acaba por aceptarse que el asunto es propio, una tarea que empieza en la construcción de nuevas ciudadanías, como diría la filosófa española Victoria Camps: “Lo que tiene efectos individuales, tiene efectos sociales y viceversa”.
En conclusión, para mí este libro fue como una montaña rusa, un viaje a toda velocidad para llegar a un mismo lugar: una Colombia que no se logra transformar o, mejor, que no logramos transformar. Y termino con una frase de Jorge Eliécer Gaitán, incluida en la película El Bogotazo: “El dolor no nos detiene, sino que nos empuja”.
*María Olivia Alzate Zuluaga es psicóloga antioqueña y amiga de los libros. Así se presenta ella: «Soy una persona sensible con lo social, creo que las grandes transformaciones empiezan con los pequeños actos, como puede ser la lectura, siempre y cuando nos permita preguntarnos e inquietarnos hacia adentro y hacia afuera; también amo el cine, la música y por supuesto mi profesión, la psicología».
Lee también:
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- Leer para entender. Un especial de contenidos sobre la novela de abril
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- La pájara pinta: la memoria construida con retazos
- Para leer la obra completa puedes acceder a la edición en línea, registrándote en el Internet Archive.
Imagen de portada: Collage de imágenes de los lectores participantes en el Club de Lectura Virtual y compartidas en el Grupo del Club en Facebook (1) imagen de Lorena Insignares del Castillo, (2) imagen de ‘En la mochila mental’ y (3) imagen de Yolanda Suárez.