Estaba la pájara pinta sentada en el verde sofá de su casa, confinada


El aislamiento preventivo y obligatorio, que busca prevenir la propagación del coronavirus en Colombia y el mundo, ha acercado de manera especial a muchas personas a la lectura. En este texto, la psicóloga Diana Carolina Morales comparte sus impresiones de lectura en casa. Un contenido del especial Leer para entender Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón.

Por Diana Carolina Morales López*

En múltiples voces, ritmos, tiempos y espacios está escrita Estaba sentada la pájara pinta sentada en el verde limón, la novela de Albalucía Ángel, publicada en 1975. A esta obra se le puede acusar de compleja, pero no dista de la realidad que nos quiere narrar: la violencia y la estructura socioeconómica y política de Colombia.

Y es que en medio del caos que supuso el momento histórico conocido como «El Bogotazo» (9 de abril de 1948), se escucharon múltiples voces comentando la situación: anécdotas, historias, las noticias de la prensa y la radio o lo que oyeron decir los colombianos en boca de algún conocido.

Después de 90 años, la situación no es tan diferente. Durante este mes de abril de 2020, en plena pandemia mundial, estamos inmersos en noticias: lo que alguien dijo mientras iba en el Transmilenio, los rumores en las calles, las publicaciones  y los comentarios en las redes sociales, las cadenas de WhatsApp y las noticias falsas… todo esto nos sumerge en un frenesí de información y de incertidumbre ante el nuevo coronavirus.

Es inevitable estar en cuarentena y no sentir que toda esta situación es similar a la que narra la novela. El caos latente presente en nuestra sociedad y que se dispara con un hito: el asesinato del líder del pueblo, el temor que se nos metan al conjunto (así no vivamos en propiedad horizontal), una pandemia.

Entre algunas páginas de esta obra se siguen encontrando otros paralelos entre estas dos épocas, como cuando se acabaron la leche, la sal y el arroz, y la mujer manda al niño a hacer la cola, pero había francotiradores en la calle; hoy le tememos a que alguien nos dispare sus fluidos virulentos. O cuando leemos que una tía escribió que los curas disparaban, las putas bailaban con prendas ornamentales y profanaban templos, y los negros torturaban y asaban a conservadores. Hoy, en los WhatsApps de las tías se están reproduciendo las noticias falsas.

También se encuentran las similitudes en el banquete del día de la Independencia, lleno de platos y comidas y bebidas con nombres en otros idiomas, lo cual no dista del actual mandato presidencial de complementar los tres momentos alimenticios diarios con cereales, cacahuetes, almendras y otros productos que no se incluyen en los mercados donados.

Y la locura se desata en la Plaza de Bolívar, pero, ¿en cuál de todas?, pues todas las plazas principales de este país se llaman así. Hay cosas que no cambian en el tiempo ni en el espacio: todos con Plazas de Bolívar y con asentamientos adonde no llega nada ni nadie, si acaso las fuerzas represoras del Estado, ese único Estado que llegan a conocer los relegados de la sociedad.

Es así como vemos la misma pelea de siempre: no contra un virus, sino contra la desigualdad en un país lleno de inequidades, como cuando un niño se muere de disentería y no hay ni siquiera un ataúd para enterrarlo, apenas la caridad de otro niño privilegiado que le regala sus botas Croydon, porque lo iban a enterrar descalzo.

Históricamente, el libro se sitúa en la llamada época de La Violencia. Pero no se puede hablar de una única violencia, pues este país tiene todo un rosario de ellas: la del patriarcado, la del Estado, la de la pobreza, la de indiferencia, la de la exclusión, la de la discriminación.

Entonces surgen varias preguntas: ¿hasta cuándo vamos a seguir reciclando estas violencias? ¿Hemos cambiado después de «El Bogotazo»? ¿Vamos a ser otros luego del conflicto armado, luego de la pandemia? Habría que parar realmente, confinarnos en un espacio de reflexión y pensar en la solidaridad con el vecino, con el amigo, con el que vive en Punta Gallinas, en una bahía del Pacífico o en la vereda más alejada del municipio del que no conocemos su nombre. O habría que ser anfibio para apreciar esa agüita tan clara y tan bonita que nos brinda este pedazo de tierra que llamamos Colombia.

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* Diana Carolina Morales López estudió psicología en la Universidad Nacional de Colombia y una maestría en la misma disciplina. En sus palabras: «soy una mujer que lleva más de 32 años siendo bogotana. Nacida, criada y crecida en esta ciudad, tengo la templanza de las buenas gentes del altiplano cundiboyacense, que es donde están mis raíces. Muy interesada en la lectura y ocasionalmente en la escritura. Mi trabajo se enfoca en el análisis y estudio del conflicto armado interno, espero que en el futuro sea acerca de la paz y la reconciliación que esté atravesando el país».

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Imagen de portada: © Tomada del video en YouTube: La máquina del tiempo.

Estaba la pájara pinta

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