Literatura, violencia y memoria. Reflexiones a propósito de «La vorágine»


¿Para qué hacer memoria? ¿Puede la ficción, en obras como La vorágine, considerarse parte de la historia de la nación? En este artículo, el politólogo cartagenero Fernando Matute Romero, desglosa estos términos y reflexiona alrededor de estas inquietudes. Un contenido de la serie Leer para entender La vorágine del Club de Lectura Virtual

La memoria […] es una facultad fundamental, pero caprichosa, inconstante y voluble. El ser humano pierde el sentido sin ella, pero también con ella cuando se le impone de forma objetiva y tiránica.
Paloma Aguilar Fernández

Por Fernando José Matute Romero*

En su libro titulado De animales a dioses, Yuval Noah Harari enseña que la historia es el relato que narra la formación y el “desarrollo” de las culturas humanas. En 1951, Jorge Luis Borges escribió un ensayo titulado “La esfera de Pascal”, allí concluye que quizá la historia universal es la historia de la diversa entonación de algunas metáforas.

Aunque parezcan enemigas, literatura e historia se complementan. Quizá los huecos que deja la historia son llenados por la literatura para revelarnos realidades en una forma mucho más personal y cercana, pero también, para construir realidades jamás soñadas a partir de hechos históricos, a veces para darle otra conclusión.

El relato literario quizá permita dimensionar mejor el hecho histórico. Lo cierto es que la narración histórica o la literaria es un ejercicio valioso de construcción de memoria que permite evaluar nuestro presente desde el pasado y con miras al futuro, con muchos objetivos y consecuencias, pero, en todo caso, nos da conciencia de nuestra existencia.

Violencia y colonización

La vorágine es diversa, diferenciada y su desarrollo entrelaza hechos alrededor de una historia de amor y de una historia de violencia y colonización. Estos hechos se presentan en relatos que debieron suponer para el autor una acción de recordar y de escuchar, de observar y rememorar formas de comportamiento, singularidades de los territorios-espacios y relaciones indiscutibles entre el ecosistema y el hombre.

El llano con su inmensidad y espacialidad forja un hombre amante de la libertad, de la lucha, de la fuerza. Esto queda claro al inicio de la obra cuando Arturo Cova dice:

Don Rafo tributó a mi osadía un aplauso feliz: ¡era yo el hombre para Casanare!

Sin embargo, el poder económico que ignora la fuerza de la ley en territorios alejados de la institucionalidad nacional hace que la fuerza del hombre sea nada en la selva, ante el poder de las caucherías y de la economía que funge como legal, pero cuyos procedimientos son realizados con medios ilegales.

Así, la violencia surge, por un lado, como un proceso de defensa y, por el otro, como un medio de subyugación ante los intereses de las multinacionales o de las empresas cuyo poder económico está aliado con el poder político.

En esas condiciones, las autoridades políticas y la débil institucionalidad nacional que alcanza a llegar a los territorios más alejados quedan sometidas a la institucionalidad que les imponen aquellas empresas, con sus rutinas, roles y normas.

En La vorágine, esta situación queda clara cuando el poder del gobernador y de los jueces no es nada ante el poder de los empresarios del líquido blanco del caucho y cuando el carácter tripartito del poder se vuelve solo uno.

Ni creas que delinquía el gobernador al pegar la boca en la fuente de los impuestos, con un pie en su despacho y el otro en la tienda. Tan contraria actitud se la imponían las circunstancias, porque aquel territorio es como una heredad cuyos gastos paga el favorito que la disfruta, inclusive su propio sueldo. El gobernador de esa comarca es un empresario cuyos subalternos viven de él; siendo sus empleados particulares, tienen una función constitucional. Uno se llama Juez, otro Jefe Civil, otro Registrador. Les imparte órdenes promiscuas, les fija salarios y los remueve a voluntad. Los tiempos del pretor, que impartía justicia en las plazas públicas, reviven en San Fernando bajo otra forma: Un funcionario plenipotente legisla, gobierna y juzga por conducto de parciales asalariados.

Ahora, el poder político se ve mediado, al igual que en la realidad colombiana, por el interés económico de terceros, que en la dinámica nacional entran a ser parte de los intereses de los funcionarios públicos:

Y no es raro ver en la población a individuos que, llegados de lueñes tierras, se detienen frente a un ventorro y dicen al ventero con urgida voz: «Señor juez, cuando se desocupe de pesar caucho, háganos el favor de abrir la oficina para presentar nuestras demandas», y se les responde: «Hoy no los atiendo. En esta semana no habrá justicia: el gobernador me tiene atareado en despachar mañoco para sus barraqueros de Beripamoni»

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El consuelo: la venganza de la selva

En La vorágine, el autor nos relata hechos históricos de Colombia, Venezuela, Brasil y las Guyanas. Nos narra en una mezcla bella e impactante de ficción y verdad, de invención y realidad, el devenir del Amazonas durante la fiebre del caucho entre 1879 y 1912.

También se presentan otras narraciones y otras estéticas, como el sistema de esclavitud, la corrupción institucional, el papel subyugado e inferior de la mujer en medio de una sociedad “hecha para hombres”, la existencia de “para-estados”, la penetración de la economía ilegal en la institucionalidad, la anuencia de los gobiernos nacionales con el caos, el genocidio y la esclavitud.

Todos esos hechos se sincretizan en el terror del general Funes, la “noche de los machetes” y las circunstancias concomitantes y posteriores de esa realidad. En medio de todo esto, el relato de Rivera brinda un consuelo frente a lo insoportable y nos da una entrada al horror que conlleva la masacre. El consuelo: la venganza de la selva.

La literatura como catarsis

De otro lado, La vorágine plasma una forma de significación en relación con la selva y la llanura. También es una muestra de cómo la literatura se convierte en catarsis de la violencia colombiana, en una manera paralela de narración y, en ese sentido, en forma distinta de construir una memoria colectiva a través del relato.

Todo ello pone de manifiesto a un hombre escéptico de lo que le rodea, que alguna vez tuvo al menos libertad y de repente pierde hasta eso, pero que en todo caso busca una forma de hacer su vida, de pararse, de seguir soñando, aún cuando es consciente de la imposibilidad de su realización.

En la narrativa de La vorágine, la violencia es a veces una forma instintiva de defensa; otras, una forma intencional de superación, y la mayoría de las veces un ejercicio de dominación y eliminación del otro a partir de carencias institucionales propias de un Estado fragmentado en lo local y en lo territorial. Esto da paso a una violencia estructural que asedia y coopta la justicia por manos privadas, aquellas que cuentan con los recursos propios de la economía ilegal.

Además de la narración sobre la violencia, su lógica de denuncia y de ser un ejercicio por la memoria, La vorágine es también la lectura de una vida sin objetivo real o con un objetivo aparente. Arturo Cova parece desear una vida mejor. Sin embargo, aunque físicamente está situado en un espacio geográfico, no tiene una meta real, un objetivo verdadero, la obra cada vez más se pierde del fin, y en la medida en que Arturo y Alicia van penetrando en la selva, dejan de ser entes corpóreos con sueños y fines definidos para ser sombras, para ser parte de la manigua.

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Investigación detrás de la literatura

Un último aspecto a destacar de la obra es su narración como simbolización de hechos, de acontecimientos que aunque surgidos de la invención del autor, brotan verdaderamente de la realidad colombiana, de la relación entre la ficción y los datos que resultaron de investigaciones y relatos que el autor escuchó y estudió en sus viajes a los llanos y a la selva. Vemos así un ejercicio de memoria.

¿A qué aspira el autor con este ejercicio?, ¿qué se busca interpretando el pasado y, mejor aún, el presente-pasado (hechos que aunque están sucediendo, provienen de eventos que ya han sucedido)?, ¿a dónde se pretende llegar, cuando una comunidad afectada por la guerra –desplazada– entra en un proceso de recuerdo e interpretación, de claridad sobre los actores, causas, efectos, pérdidas y ganancias dentro de un espacio-tiempo presente o, en su defecto, lo hace a través de un autor, o lo hace él a partir de los relatos del colectivo (grupo de personas) que ha vivido en ese espacio-tiempo?

En ese cuadro de cuestiones sobre las funciones, aparece otra cuestión sobre los límites: ¿hasta dónde llegar en el intento por construir y hacer memoria del pasado? Será conveniente profundizar sobre los actores, las relaciones que se dieron y se dan entre ellos, su carácter público o privado.

La narración en La vorágine resulta interesante para responder a las preguntas anteriores. Conocer los límites marca la diferencia entre la vida y la muerte. En todo caso, intentar encontrar la verdad, romper las cadenas de la subyugación o siquiera revelarse contra el status quó pondrá de presente miedos y temores en el intento de esclarecer y superar un pasado conflictivo.

¿Para qué hacer memoria?

La utilización de la memoria y del proceso de construcción como política de Estado, es decir, el trabajo de la memoria pública, plantea siempre el problema del fin, además porque adquiere importancia con respecto a algo que debe alcanzarse para superar, para construir, para conocer, para recuperar, etc.

En ese transcurso, la memoria puede servir a diversos propósitos, como por ejemplo, tal como menciona Félix Vásquez en su libro La memoria como acción social (2001), para:

recuperar la memoria para que algo no vuelva a ocurrir (50 aniversario del holocausto nazi); olvidar para posibilitar una trasformación (pactos de silencio, leyes de punto final, leyes de obediencia debida); revisar para negar (los campos de concentración eran sitios de esparcimiento[1]); omitir para desmemoriar… (pág. 50-51).

En desarrollo de un conflicto armado, cuando actores y acciones contrastan en intereses, comportamientos y usos de herramientas y discursos, el período posterior a la guerra dependerá de las posturas oficiales o, a falta de Estado, del sistema internacional, es decir: la necesidad de la memoria (socialmente siempre es necesaria) se convertirá en un deseo de justicia y en acciones de justicia, de verdad, de reparación y de reintegración, solo cuando el Estado o un conjunto de Estados posicionan esa necesidad como política pública o internacional.

La memoria surge de la necesidad de aclarar el pasado, de acceder a la fidelidad de los hechos, de interpretarlos en el presente y bajo su luz, con el objetivo de controlar el futuro.

En el control del futuro estará presente la existencia de una sociedad conflictiva permanentemente, silenciosa y temerosa del ayer, o una sociedad que busca construir su tejido social, “superar su pasado” en tanto momento doloroso, pero conocerlo y entenderlo. La consciencia activa sobre el pasado será fundamental en la redundancia de la venganza como acción social o la eliminación de ella, será fundamental para la construcción del futuro, para la superación de la culpa y para la expiación del dolor.

Una sociedad permanentemente doliente es una sociedad que no tiene claro el porqué de su dolor. Lo contrario llevaría a la superación paulatina de éste y en un caso más avanzado, al enfrentamiento a través de acciones de habla, de víctimas y victimarios [2].

En La vorágine está plasmada la narración de una diversidad de conflictos –sin aparente solución– de una Colombia en remolino cuyos problemas, alejados de la centralidad de la capital, nunca van a ser resueltos, cuya historia fehaciente es oculta, aparentemente silenciada, pero que de alguna manera es dicha. La memoria la reconoce y la hace pública. Por esto, la narración de La vorágine es el inicio de un compromiso entre la intelectualidad literaria colombiana con el peso de su historia. 

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*Fernando José Matute Romero es politólogo, docente, candidato a Magister en Conflicto Social y Construcción de Paz de la Universidad de Cartagena. Dice: “Creo en la palabra como la mejor herramienta para conocer al otro, ponerse en sus zapatos y construir juntos. Confío en la literatura como un ejercicio de memoria para evitar el olvido. Afortunadamente literatura y política han ido de la mano para mostrarnos realidades y brindarnos espacio para otras reflexiones”.

Referencias en el texto:
[1] Anotación hecha por Félix Vázquez, citada por Vidal-Naquet sobre una afirmación de un prosélito revisionista.
[2] Los procesos de deliberación pública y dialogo sostenido realizados en Cartagena de Indias en el año 2010 en Nelson Mandela, Pozón y Paraíso II partían sobre la construcción de memorias a través de relatos orales e historias de vidas escritas. Una vez superado el momento conflictivo a través de etapas, diferenciadas en duración y particularidades, se llegaban a encuentros y acuerdos entre víctimas y victimarios.

Referencias bibliográficas:
Aguilar Fernández, Paloma. (2008). Políticas de la memoria y memorias de la Política. Madrid: Alianza Editorial
Vásquez Félix. (2001). La memoria como acción social. Barcelona: Paidós
Rivera, José Eustasio. (1924). La Vorágine. Bogotá: Literatura Universal.

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