Chirli, Damaris y un corazón socavado. A propósito de la novela «La perra»


Antes de leer esta novela, desde la ventana de su casa en Armenia, Quindío, Myriam Zuleta vio a una perra que deambulaba por las calles después de dar a luz. La obra y la vida de este animal solitario inspiraron este texto, parte del especial Leer para entender La perra. Si no lo has hecho, participa en el reto 10 libros en 2020 del Club de Lectura Virtual.

Por Myriam Zuleta Valencia* [Armenia, Quindío]

Antes de leer la novela de Pilar Quintana, me acompañó durante mucho tiempo una extraña sensación: ¿por qué la obra se titula así? El título me generaba de entrada un distanciamiento y cierta animadversión. Perra, como sabemos, es el sustantivo femenino de un canino, pero el hecho de que esta palabra sea la escogida para titular una obra de ficción representó para mí una brusquedad inicial que me alejaba de la lectura.

Aunque creo que los títulos tienen mucho que ver con el imaginario del lector, con la subjetividad –pues el contenido puede ser una caja de sorpresas–, es sabido que en nuestra sociedad esta palabra tiene acepciones negativas que generan predisposiciones al momento de leerla y oírla. Resuelta mi inquietud sobre la idea básica del libro, dos días antes de comenzar a leerlo, desde mi balcón vi pasar una perra, la de la foto de portada. La seguí con mi mirada por un buen rato y la vi deambular, recién parida, por las calles de la ciudad. Mi sensación fue de tristeza y angustia, y entonces empecé a preguntarme: ¿cómo será la perra del libro?, ¿qué será lo que me encontraré allí? Quería leer, insisto, pero aún sentía un poco de temor.

Gracias al Club de Lectura Virtual de Diario de Paz Colombia y al plan lector de 2020, después de tantas vueltas le abrí mi puerta a la novela. ¡Y vaya qué experiencia! Dí el primer paso y entonces me embarqué en la vida de Damaris –la protagonista–, y sus anhelos. Poco a poco me fue sumergiendo en un embrollo de circunstancias bien tejidas por la autora, que relatan de manera vívida el mundo interior de luces y sombras de una persona y su soledad “acompañada”.

El relato me conmocionó. Me dejé sorprender por una narración tan simple y natural como las acciones de la misma protagonista y la descripción de su entorno. Me conecté con el dolor, con el amor y con el desencanto de esta mujer. También sentí una absoluta compasión por ella: me ubiqué en ese espacio frustrado del “vientre seco”, la talla de sus zapatos me quedó precisa y, a lo largo de la lectura, reviví de alguna manera mi no florecida maternidad.

Entre tantos momentos intensos en la obra, en mi cabeza quedó retumbando una imagen:

“Sus manos duras, inmensas, curtidas, resecas, y líneas tan marcadas como grietas en la tierra”.

Quise ver en esas palabras una metáfora del vacío de amor, del vacío de un futuro, unas manos marcadas por la desesperanza. Unas manos fuertes y abiertas para dar, abrazar y proteger y, aunque curtidas, limpias como el manantial de ilusiones que se tejen desde la niñezy que el destino arrebata. Unas manos resecas de sembrar y esperar infructuosamente, ¡grietas de la vida que zanjan el alma!

De repente llega un destello de ilusión llamado Chirli, retrato perfecto de la ironía de la vida, conjunto de anhelos que también escapan al dominio humano. En esta relación entre Damaris y su mascota Chirli vi un afecto recíproco que devela el instinto y deja un amargo sabor: en ellas confluye la irracionalidad animal y el límite humano.

Después de trasegar varios días con Damaris por su acantilada vida, después de dialogar e intimar con sus respiros y ya superadas mis predisposiciones iniciales, retomo el título la novela: La perra, un sustantivo que ya engloba para mí toda la simpleza y la frialdad de un acontecimiento: Chirli desaloja del corazón del lector la última esperanza de sonreír.

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*Myriam Zuleta Valencia es diseñadora de modas, aunque no ejerce su oficio. Es participante activa del Club de Lectura Virtual y del Taller la Tertulia Café Letras, Renata, Armenia, en la Biblioteca municipal La Estación.

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