El ensalvajado Pacífico colombiano. A propósito de la novela «La perra»


En este ensayo, una lectora del reto 10 libros en 2020, explora varios temas inquietantes de la novela La perra, entre ellos, se pregunta: ¿es esta una novela racista? ¡Disfruta la lectura y deja tus comentarios! Un artículo del especial Leer para entender La perra.

Por Nancy Ayala Tamayo* [Armenia, Quindío]

¿De qué manera se plasma la violencia en la novela La perra, de Pilar Quintana? En este texto trato de entender cómo quedan incorporados sus entramados y relaciones en el relato. Para ello acudo a autores como la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, el historiador camerunés Achille Mbembe (de quien retomé la palabra ‘ensalvajado’), el escritor nigeriano Chinua Achebe, y la historiadora colombiana Margarita Serje.

A proposito de La perra_Pilar Quintana
Créditos: © Nwabu2010 © Heike Huslage-Koch © Stuart C. Shapiro © Universidad de los Andes

La novela La perra cuenta la historia de una mujer negra, Damaris, y se escenifica en un lugar del Pacífico colombiano. La protagonista, desde niña, tiene que enfrentarse a una vida de dificultades, en un ambiente familiar y social hostil que la presiona para tener los hijos que anhela pero no puede. Su conflicto crece y, buscando alguna compensación, adopta una pequeña perra que, por el contrario, genera una mayor intensificación en sus vacíos existenciales; de allí el trágico desenlace de la historia.

Con la novela y algunos textos de los autores mencionados, intenté hacer una conversación que partió de las afirmaciones de la escritora nigeriana en su texto “El peligro de la única historia” donde –apoyándose en el poeta palestino Mourid Barghouti– afirma:

“si quieres desposeer a un pueblo, la forma más simple de conseguirlo es contar su historia y empezar por ‘en segundo lugar’: …comienza la historia con el fracaso del Estado africano y no con la creación colonial del Estado africano y tendrás un relato completamente distinto”.

Parafraseando a Chimamanda Ngozi Adichie, diría: comienza la historia con lo ensalvajado del Pacífico colombiano y no con la historia de esclavización y colonización de la región y sus gentes originada en la dinámica de sometimiento sobre América, y tendrás un relato completamente distinto.

En particular, me pregunto si lo representado en La perra se orienta por lo recién enunciado, caso en el cual se haría eco de un estereotipo; ese que ha permeado los imaginarios colectivos de la nación colombiana y sirve como sustento para justificar las prácticas de violencia y militarismo del Estado colonizador y nuestro profundo racismo.

Lo ensalvajado como el revés de la Nación

Uno de los denominados ‘mitos fundacionales de occidente’, y síntesis del relato eurocéntrico, se corresponde con la oposición histórica entre selva y civilización. De este modo, la primera es una entidad que, por no poseer los atributos de la llamada civilización, debe ser sometida a su misma lógica, debe ser ‘convertida’; esto con el fin de incorporarla a los valores intrínsecos que constituyen ese otro nombre de civilización que es el capitalismo.

Como lo señala Achille Mbembe al hacer la arqueología del texto eurocéntrico “África es una construcción cuyo relato la representa como un continente caníbal y bárbaro. Tal sería el sustrato para la aparición de prácticas coloniales que en sus palabras ‘ensalvajan’ el globo”, puesto que se evidencian no solo en ese continente, para dar paso a la aplicación de tecnologías que hoy reconocemos como de saqueo y extractivismo. El camino expedito para hacerlo, continúa señalando Mbembe, es “mantener el cuerpo negro como centro de ataques del poder, desde lo simbólico –su animalidad, su deshonra–, pues éste es un cuerpo de bestia, no de ser humano” (entrevista, eldiario.es, 17-06-2016).

Una versión ampliada de este concepto, que hace zoom in en el caso colombiano, es el libro de Margarita Serje  El revés de la nación. Territorios salvajes, fronteras y tierra de nadie. En la reseña elaborada por Diego Fabián Arévalo Viveros se lee:

“Serje muestra cómo desde la colonización de América, el Estado definió ciertas zonas como tierras salvajes, caóticas, donde vivían seres bárbaros que se resistían a la civilización. Relatos que giran en torno a dos imágenes focales: la enorme riqueza que encierran y su violencia constitutiva. Regiones que representan una amenaza constante. Son ‘zonas rojas’, ‘tierra de nadie’. Ahí impera la ‘ley del monte’. Son zonas marginales, marcadas, aisladas, creadas por el Estado, que catalogan como opuestas al orden y la ley. Luego para justificar su ordenamiento, allí se comenten atroces intervenciones, violencias desmedidas, devastaciones de los recursos naturales, entre otros”.

Tal como ocurre con el Pacífico colombiano, para Serje, “detrás de esta posición del Estado respecto de las zonas que constituyen ‘el revés de la nación’, subyace una visión de cultura según la cual ésta se posiciona como opuesta a la naturaleza. Sobre esta perspectiva opera su poder colonizador”.

El peligro de la historia única

Chimamanda Ngozi Adiche es la autora del texto que sirve a este subtítulo. Sobre su nacimiento y crianza en Nigeria cuenta:

“…disponíamos, como era costumbre, de servicio doméstico, a menudo procedente de aldeas rurales cercanas. Cuando cumplí ocho años, un chico nuevo llegó a mi casa. Se llamaba Fide. Lo único que mi madre nos contó de él fue que su familia era muy pobre. Mi madre les mandaba ñame y arroz y ropa que ya no nos poníamos. Y cuando no me acababa la cena, solía decirme: ‘¡acábate la comida! ¿Es que no sabes que hay gente, como la familia de Fide, que no tiene nada?’ Así que yo sentía muchísima pena por la familia de Fide.
Entonces, un sábado, fuimos de visita a su pueblo y su madre nos enseñó una preciosa cesta de rafia estampada que había confeccionado el hermano de Fide. Me quedé impresionada. No se me hubiera ocurrido que alguien de su familia supiera hacer algo. Lo único que oía de ellos era lo pobres que eran, de modo que me quedaba imposible verlos como algo más que pobres. Su pobreza era mi relato único sobre ellos”.

Del mismo modo que lo señaló Adichie, Pilar Quintana describe el lugar del Pacífico colombiano en el que ambienta la novela, como uno con gentes para quienes sería imposible vivir más allá de su pobreza; un relato único sobre ellos y el lugar en el que habitan. Damaris, la protagonista, “vive en un lugar lleno de casas destartaladas; la que ocupa está malparada, llena de comejenes y roña; y en la playa solo había unos niños mocosos y desnudos jugando entre la basura”.

En correspondencia, la fatalidad envuelve la vida de Damaris. Su mamá la tuvo que dejar al cuidado de su tío para irse a la ciudad en busca de trabajo. Luego, una bala perdida le entró por el pecho y cuando llegaron al hospital ya había muerto; Josué, el cuidandero amigo murió de un tiro de escopeta; la tía Gilma sufrió un derrame cerebral; su tío le asesta quinientos sesenta y un latigazos a la edad de ocho años, culpabilizándola de la muerte del hijo, de igual edad, de quienes serán más adelante sus patrones. Adicionalmente, aunque es su deseo mayor –y eje de la historia–, no puede tener hijos.

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Juanchaco, Pacífico colombiano

¿Es La perra un relato racista?

Chinua Achebe es autor del ensayo “Una imagen de África: racismo en El corazón de las tinieblas”. Se refiere a la canónica novela El corazón de las tinieblas, del británico Joseph Conrad. El ensayo es una crítica a lo dicho por el autor en su novela, quien presenta a África “como el otro mundo, como la antítesis de Europa y por tanto de la civilización”.

En esta novela, el Congo y África son presentados como una zona en la que, al adentrarse en ella, “se sentía como retroceder a los comienzos del mundo; la evoca como una atmósfera llena de una quietud implacable cerniéndose sobre una intención inescrutable y señala que el vapor en el que viajaba avanzó fatigosamente a lo largo del borde de un frenesí negro e incomprensible” (cursivas mías).

De manera similar a como lo señala Achebe, en la novela de Quintana, ubicada en una geografía colombiana donde se unen el mar y la selva, abundan descripciones escénicas que evocan lo implacable de esta naturaleza, un ‘otro mundo terrible’:

“El cielo y el mar eran una sola mancha gris y una marea brava tumbó la casa; una invasión de hormigas negras, miles y miles que salían de sus nidos bajo tierra, avanzaban por la selva como un ejército y arrasaban con todos los bichos muertos o vivos que se encontraban; se escuchaban tormentas eléctricas que caían como arañazos sobre la oscuridad; había una capa de nubes… que parecía aplastar la tierra; un poco más allá, la selva se volvía más oscura y misteriosa y se oían vientos y truenos que hacían temblar la tierra; un lugar muy feo, horrible, más allá del último círculo del infierno. Allí, Damaris soñaba con ruidos y sombras, no podía moverse, algo la atacaba… era la selva que se había metido en la cabaña y la cubría de lama y le llenaba los oídos con el ruido insoportable de los bichos hasta que ella se convertía en selva, en trono, en musgo, en barro, todo al mismo tiempo. La selva… una bestia que acabara de tragarse a su presa. Y el mar… ese animal malévolo que tragaba y escupía gente”.

Volviendo a Achebe, las múltiples escenas que describen a los habitantes africanos no presentan otra cosa que “una visión deshumanizante del negro africano. Porque, lo que reitera Conrad es que “el monstruo encadenado es aceptable, pero allí, en la descripción de paisajes y personas, sólo podía verse algo monstruoso y libre”. Y afirma que, si bien es cierto que no es asunto de la ficción complacer a la gente sobre quien se escribe, tampoco es asunto de degradarla” (cursivas mías).

Me parece que algo similar, además de juicios sexistas y degradantes, sucede con la forma en que se caracteriza a la protagonista de La perra:

“Damaris tenía un brazo poderoso pero torpe y los dedos tan gordos como el resto de su persona; un árbol tenía tres veces el tamaño de Damaris; Damaris se estuvo mirando las manos: las tenía inmensas, con los dedos anchos, las palmas curtidas y resecas, y las líneas tan marcadas como grietas en la tierra. Eran manos de hombre. Damaris, refiriéndose a su familia que estaba de visita en la cabaña que cuidaba, decía que eran una partida de negros pobres y mal vestidos usando las cosas de los ricos; unos igualados, y se quería morir porque para ella ser igualados era algo tan terrible o indebido como el incesto o un crimen; Damaris se sintió derrotada e inútil, una vergüenza como mujer, una piltrafa de la naturaleza”.

Finalmente, el autor africano señala que en El corazón de las tinieblas, el escritor británico insiste en adjetivaciones como “misterio inexpresable e incomprensible”, con  “el propósito de inducir estupor hipnótico en los lectores a través del bombardeo de palabras emotivas; por tanto no son un mero asunto de estilo” (cursivas mías). Creo que la abundancia de descripciones adjetivadas en la novela, tanto de la geografía como de las personas, señalan ese mismo problema en la escritura de la colombiana.

Recursos literarios

La novela también me deja varios interrogantes referidos al manejo de los recursos literarios. En primer lugar, la escogencia de la voz narradora. ¿La escritora escogió un narrador testigo en tercera persona para generar la apariencia de una voz objetiva? Si lo hubiera hecho en primera persona, al menos el lector tendría que enfrentarse a la respuesta de que esa voz sería solo la versión personal de quien cuenta. En segundo lugar, si de lo que se trataba era de contar una historia sobre los conflictos de una mujer que quiere pero no puede tener hijos, ¿por qué escogió justamente encarnarlos en una mujer negra y en una zona de Colombia segregada y sometida históricamente a la violencia del Estado?

Es por esto que creo que la novela La perra, que como arte opera en el nivel de lo simbólico, puede convertirse en una herramienta de revictimización de los grupos humanos que viven en esa geografía de nuestro país. Revictimización como fatalidad que la misma Damaris se encarga de hacernos saber, pues “se sintió derrotada e inútil, una vergüenza como mujer, una piltrafa de la naturaleza” y se vio así empujada, en el desenlace de la historia, “a perderse como la perra y el niño muerto allá donde la selva era más terrible”. Es por lo que también considero que el relato contribuye a alimentar el racismo y la violencia que desde hace siglos recaen sobre las personas habitantes del Pacífico colombiano.

Las historias importan

Quiero terminar estas palabras con la visión de Chimamanda Ngozi Adiche sobre cómo se crea una historia única. Dice: “se muestra a un pueblo solo como una cosa, una única cosa, una y otra vez, y al final lo conviertes en eso. El relato único crea estereotipos y el problema con los estereotipos no es que sean falsos, sino que son incompletos. Convierten un relato en el único relato. Las consecuencias del relato único es que priva a las personas de su dignidad. Nos dificulta conocer nuestra común humanidad. Las historias importan. Muchas historias importan. Las historias se han utilizado para desposeer y calumniar, pero también pueden utilizarse para facultar y humanizar. Pueden quebrar la dignidad de un pueblo pero también pueden restaurarla”.

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*Nancy Ayala Tamayo trabajó en la Universidad del Quindío y desde que se jubiló, hace ocho años, se vinculó al Taller de lectura y escritura creativa Relata-Quindío. Escribe sobre todo relatos y cuentos, ha coordinado la edición de dos publicaciones y publica columnas en dos de los diarios regionales. Fotos: Koleia Bungard.

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Un comentario sobre “El ensalvajado Pacífico colombiano. A propósito de la novela «La perra»

  1. En LA PERRA,vuelve a repetirse el odioso RACISMO.Excelente ensayo,virtuosa investi
    gación que lleva a paso a el diagnóstico,que debemos todos sacar de nuestro entorno.Felicitaciones sinceras y reconocidas a nuestra muy querida ensayista Nancy Ayala Tamayo.Nombre de honor en el Departamento del Quindío.

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