Cacao o coca: más que un juego de palabras


Recién graduado como ingeniero agrónomo, Martín Esteban Caicedo vivió una experiencia personal y profesional en el corregimiento de Pisanda, Nariño. En esta microhistoria, Martín describe lo que significó para él conocer y ayudar a transformar las conflictividades de comunidades en proceso de sustituir cultivos de hoja de coca por cultivos de cacao. Un artículo del especial sobre La paz en Colombia, escrito en colaboración con nuestros lectores.

Por Martín Esteban Caicedo Reyes* [Pasto]

Corría el mes de febrero del año 2009. Gracias a un corto voluntariado con la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y el proyecto Protección de Tierras de Acción Social, tuve la oportunidad de trabajar con personas que se convirtieron en “excoqueros” y que pasaron a ser “los cacaos” del corregimiento.

Excoquero valga la aclaración es un término utilizado por habitantes de la zona para referirse a quienes siembran la hoja de coca, aunque el vocablo más adecuado sería “cocaleros”. En cuanto a «cacaos», es el término que allí se usa para hablar de una persona exitosa y próspera. Vale también resaltar que la transformación que menciono no se dio precisamente por mi labor específica de voluntariado, ya que ésta, en términos generales, solamente consistía en recopilar datos sobre los predios despojados o potenciales a serlo.

En el marco de mi estadía en estos territorios, pude acercarme a distintas personas, en su mayoría propietarios, arrendatarios y poseedores de predios, quienes habían aceptado participar en un programa de la Gobernación de Nariño denominado Sí se puede, que consistía en sustituir los sembradíos de hoja de coca por cultivos de cacao.

Las comunidades de Pisanda hacen parte del corregimiento de Cumbitara, municipio de Policarpa, Nariño. Lee también Así fue la historia de la coca en Caquetá.

Día tras día, a un salón de escuela que era entonces mi oficina provisional, llegaban diferentes agricultores a reportar sus datos y alguna que otra “pena”, ya que el municipio, y en especial este corregimiento, fue uno de los más afectados por las incursiones paramilitares de los últimos años. Ellos expresaban diversas necesidades y dificultades, pero la más recurrente era la generada por este nuevo escenario planteado por la Gobernación.

Como yo ya había conocido a algunos líderes de la zona, decidí convocar a una reunión con el pretexto de hablar más sobre el tema de la protección de tierras. Sin embargo, más allá de ello, mi objetivo era conocer de manera detallada la problemática que vivían estas comunidades en relación con la sustitución de sus cultivos de coca.

En este espacio pude identificar que el programa Sí se puede estaba generando desconfianza, miedo e incertidumbre a causa del desconocimiento que estas personas tenían sobre el manejo agronómico del cultivo de cacao, de su rentabilidad y de su sostenibilidad, aspectos que se traducían en división comunitaria y conflictos entre familias, amigos y vecinos.

La tensión había llegado hasta el punto de presentarse amenazas de muerte, acusaciones o señalamientos a personas frente a los grupos armados al margen de la ley de la zona. Lo anterior generaba riesgos de seguridad y desplazamiento, y anunciaba violaciones a los derechos humanos perpetradas por los mismos familiares, amigos y vecinos que antes poseían un tejido social aceptable y un territorio en “relativa” paz y convivencia.

Para el momento en que estuve allí, la comunidad del corregimiento de Pisanda estaba a punto de enmarcarse en un escenario de violencia, conflicto, pérdida de arraigo y fractura comunitaria. Al llegar allí, era claro que yo no tenía ningún conocimiento académico o experiencia en temas de construcción de paz: era un ingeniero agrónomo recién graduado que quería darle a la profesión un enfoque social. Por tanto, al identificar que los aspectos agronómicos era un factor que posiblemente causaba estas tensiones y divisiones, decidí realizar un evento que llamé Ciclo de formación en el cultivo de cacao, una actividad en la que podría aprovechar los conocimientos adquiridos durante el pregrado y usar un manual sobre el tema que poco tiempo atrás me había obsequiado un profesor.

En medio de las charlas técnicas y prácticas con los agricultores, empezamos a hablar de las ventajas de dejar el cultivo de coca, reflexionamos sobre las cosas negativas que había traído este cultivo y logramos imaginarnos un territorio que producía cacao para la Compañía Nacional de Chocolates, productos con sello verde y «de origen”.

Con los días, el ciclo de formación se fue transformado en un espacio de reflexión y aprendizaje, en donde los participantes fueron perdiendo el “miedo”, pues el hecho de conocer aspectos agronómicos generó seguridad entre ellos, convenciéndolos de que eran capaces de lograr un cambio positivo en la comunidad, aceptando errores del pasado y pidiendo perdón por las ofensas y los agravios a sus iguales. Algunos de los asistentes reconocieron que su intención no solo era no sustituir el cultivo al no sentirse capaces, sino que querían que los demás tampoco lo hicieran, que no “se pusieran a inventar” con otros productos.

Tras diez días de formación y reflexión, los líderes decidieron comunicarse con la Gobernación y presionar por la implementación del programa de sustitución de cultivos de manera urgente, en palabras de ellos y ellas, ¡estaban que se trabajaban! ¡Se sentían listos para transformarse en los más “cacaos” de Policarpa!

Así, con un poco de trasmisión de conocimientos técnicos, después de un proceso personal de reconocimiento del contexto de la mano de sus protagonistas y gracias a la capacidad y voluntad inmensa de las personas de Pisanda, esta experiencia fue un paso importante hacia la recuperación de los lazos de respeto, tolerancia y entendimiento de la comunidad; un paso impulsado también por la “necesidad del cambio” y la “reflexión comunitaria”. Más que considerarme un “héroe” en esta situación, me considero un “catalizador” que sirvió para que las personas se convirtieran en “héroes y heroínas” reconstructores y fortalecedores de su territorio y de su comunidad.

Como resultado de esta vivencia, pude ver que se percibía una situación nueva en un territorio en donde existían dudas y miedos que, en últimas, podrían desembocar en conflictos. Esto me lleva hoy a definir la paz como una sinergia entre actores, uno casual (mi presencia), unos históricos (el corregimiento) y unos comunitarios (los productores en proceso de sustitución de cultivos), con objetivos, metas, sueños y anhelos comunes.

Esta experiencia fue muy gratificante para mí, tanto que fue mi punto de partida para buscar el enfoque social de la ingeniería agronómica desde perspectivas académicas y prácticas. Esto me ha llevado a dedicarme a la defensa de los derechos humanos, al trato justo-equitativo y a combatir actos de discriminación y exclusión en diferentes comunidades del país.

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* Martín Esteban Caicedo Reyes es un defensor y promotor de derechos humanos. Este corto escrito surgió durante el curso «Acciones ciudadanas para construir paz en los territorios», ofrecido por el Distrito de Bogotá, en donde se invitó a los participantes a escribir una «microhistoria de paz». 

Ilustración: Andrés Caicedo Hernández

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