El 13 de junio de 2021, el ex presidente de Colombia Juan Manuel Santos –ministro de la Defensa entre 2006 y 2009–, entregó a la Comisión de la Verdad su testimonio sobre los hechos conocidos como «falsos positivos»: desapariciones y asesinatos sistemáticos de más de seis mil cuatrocientos jóvenes a manos del Ejército nacional. En este contenido de opinión, desde la capital del Valle del Cauca, Lina María Vidal –estudiante de doctorado en Ciencias Humanas y Sociales de la Universidad Nacional de Colombia sede Medellín– analiza una óptica de comprensión de su aporte al esclarecimiento de lo ocurrido en el conflicto armado y señala algunos vacíos que, considera, pueden hacer parte del largo camino de Colombia hacia la reconciliación.
Nota de los editores: las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a la posición de su autora. Diario de Paz Colombia ofrece este espacio para difundir posiciones críticas y argumentadas de la ciudadanía sobre temas de interés nacional.
Lina María Vidal Gómez [Cali, Valle del Cauca]
Los primeros cuarenta y cinco minutos de la versión voluntaria de Juan Manuel Santos ante la Comisión de la Verdad me resultaron difíciles de escuchar. El ex presidente empleó una retórica de «informe de gestión» como ministro de Defensa y como presidente para referirse a esfuerzos educativos y estratégicos que, según dijo, buscaron priorizar, en el ejercicio de la guerra, el respeto de los derechos humanos por parte de integrantes de las fuerzas armadas.
En esta parte de su informe –como puede apreciarse en el video– Santos expone los mecanismos e intenciones de su proceder, de una manera tan ordenada y aséptica que cuesta concederle el beneficio de la duda sobre el sentido que le da a su declaración de pedir perdón. En lo que sigue –aunque pueda ser valioso que haya asumido algo de responsabilidad– al dar cuenta de su versión de los hechos nos hizo recorrer el camino del lento desmoronamiento de algunas de sus concepciones. Y es plausible afirmar que esa lentitud pudo costar miles de vidas porque si, con las primeras denuncias y cabos sueltos, hubiera actuado en cumplimiento del derecho a la justicia de las familias de los muchachos asesinados y de la presunción de su inocencia, estaríamos ante otro escenario de transición hacia una sociedad pacífica.
En su construcción de este relato para contribuir al esclarecimiento de lo ocurrido en el conflicto armado, Juan Manuel Santos acepta su invalidación de las denuncias hasta que las evidencias fueron abrumadoras, pero habría que agregar que el ex presidente admite, sin decirlo explícitamente, que ejerció sus funciones desconociendo la humanidad de los hombres y las mujeres en armas que comandaba; que actuó desentendido de sus dificultades y de las presiones y silenciamientos a los que les somete una estructura tan jerárquica como la del Ejército. Santos explicó sus acciones dentro del marco de un ideal militar en el que es concebible que una guerra puede sostenerse respetando los derechos humanos y señaló que, además, encontró el modo de hacer compatible ese propósito con los principios de la política de seguridad democrática.
De este modo, Santos nos entrega un testimonio burocrático del itinerario de sus primeros estadios de conciencia acerca de la enorme distancia entre ese ideal y la cotidianidad de la vida militar, de las operaciones de contraguerrilla y las relaciones del Ejército con las comunidades en distintos territorios del país. No es esta una desarticulación entre el decir y el hacer solamente, sino una forma de gobierno en la cual las violencias que ejercen las decisiones gubernamentales pueden representarse como si no lo fueran; como si el apego a las instituciones y a sus conductos regulares, en un país con altos niveles de corrupción e impunidad, les despojara, a quienes gobiernan, del deber de tomar en serio la manifestación de una madre que asegura que su hijo no era un guerrillero y que apareció muerto muy lejos de su ciudad vestido como tal. Esta representación triunfa en la medida en que la condición social de esa madre y de su hijo encaja en nuestras maneras de invención del ‘otro’ como enemigo o amenaza. Y podemos ver cómo palpita esa invención en el encuentro cuerpo a cuerpo en el disenso, en la contingencia de la hazaña por sobrevivir o en el combate.
Asumiendo que Santos fue sincero en el hallazgo de este convencimiento que lo lleva a pedir perdón a las personas sobrevivientes y a la sociedad colombiana, su mensaje no va más allá de la postura irrefutable acerca de cómo prevalecieron las metas, con sus respectivas recompensas por el número de guerrilleros muertos, sin que él se lo propusiera, como incentivo para un horror todavía mayor como acontecer de la guerra. Sin embargo, las decenas de soldados y mandos militares que incurrieron en el asesinato de jóvenes civiles y su presentación como guerrilleros caídos en combate no se deshumanizaron bajo condiciones extraordinarias de crianza y socialización. Al contrario, la deshumanización obedece a profundas asimetrías en el acceso a la dignidad y a la legalidad. Por ello, el que Santos le llame ‘negación’ al no haber escuchado las denuncias de estas ejecuciones crea un contrasentido, pues se atribuye una incredulidad frente a una forma atroz de violencia ocurrida en el seno de una institución que hace parte de una sociedad proclive a la violencia y la corrupción, y al ejercicio del poder a través de ellas. Admitir que hubo un conflicto armado, con sus convulsas ramificaciones hasta el presente, es también entender esta dimensión de nuestra sociabilidad.
Finalmente, si de una propuesta educativa en derechos humanos se trataba, es claro que no debía consistir simplemente en la transmisión de unos contenidos sobre los lineamientos nacionales e internacionales en la materia, en la creación de protocolos o en el ajuste de la justicia penal militar. Era imprescindible comprender a quiénes iba dirigida la propuesta, cuál era el entramado que llevó a personas jóvenes a convertirse en militares, o a ser reclutadas, construir con ellos y ellas una visión del asunto que partiera de su experiencia al interior del ejército y por fuera de él. Era tan necesario permitir la escucha y el reconocimiento recíproco de creencias y concepciones sobre los derechos humanos como emprender una problematización de las relaciones que se producen entre estas, en todas las direcciones de la jerarquía de la institución y con la presencia militar en los territorios.
Tampoco podía eludirse una revisión histórica de los procesos que condujeron al consenso de las naciones en la formulación de los derechos humanos y su veeduría. No sé si esto es impensable en una organización militar, pero quiero creer que mediante la implementación del Acuerdo de Paz vigente, y de los que sigan, podemos avanzar en hacer de esto un rumbo factible para nuestras Fuerzas Armadas y para quienes deben proteger. Aunque los derechos humanos son una abstracción, tocan todo el espectro de nuestra realidad material y moral. Esto quiere decir, en Colombia, que nuestra disposición a garantizar los derechos humanos no nos va a venir naturalmente ni mediante meras maniobras protocolarias, sino que tendrá que ser una conquista en un progresivo examen colectivo de nuestras relaciones de poder.
El camino de conciencia del que Santos da cuenta, desde su rol como comandante de las Fuerzas Armadas y hoy como el expresidente que firmó la paz con la guerrilla más antigua de Latinoamérica, es indudablemente un paso importante pero, ante todo, es una extensa evidencia de omisiones que nos quedan por resarcir en los entendimientos que logremos durante el anhelo actual de reconciliación.
Deseo que llegue el día de pedirle perdón también a los soldados que acabaron siendo instrumentalizados en esta práctica criminal, y a los que sufrieron las consecuencias de resistirse a hacer parte de ella, en un medio tan hostil para el cuidado de la vida y su dignidad.

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Súperinteresante.!!!!!!!!
Poder ver las cosas desde otro ángulo beneficia a todos los actores y estimula la verdad para que Colombia pueda pasar la pagina y encontrar un punto de reconciliación en este hermoso país.
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