Este artículo hace parte del especial de contenidos creado en colaboración con la comunidad del Club de Lectura de Diario de Paz. Aquí, el profesor venezolano Doby González reflexiona en torno a la primera novela del reto 5 Libros en 2022: la novela del autor bogotano Luis Fayad. Lee más contenidos sobre esta obra.
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Por Doby González [Bogotá]
…no cesa el acecho de la muerte.
Patricia Suárez
La muerte siempre está al acecho. En muchas oportunidades demora para presentarse y otras veces llega tan de pronto que sorprende. Puede ocurrir con soberana naturalidad, pero también con estrépito y violencia. En ocasiones –y por motivos viles- la muerte es utilizada para castigar, amedrentar o infundir terror. Las múltiples formas en las que puede ocurrir permiten endosarle alguno de los siguientes adjetivos: esperada, inesperada, repentina, violenta, brutal, cruel, sangrienta, merecida, injusta, accidental…
Es la muerte tema medular y recurrente en gran parte de la poesía y literatura colombiana. Como escribiera la poetisa barranquillera Lauren Mendinueta:
“Para recuperar la cabeza/ fue preciso morir mil veces/ Abrazar mil veces a la muerte./ Un día, despacio, /como una hija inocente y cruel/ la poesía brotó de mi herida/ y me envolvió en su río de sangre./ (…) La poesía reemplazó con su hacha al verdugo”.
Así, pues, los elevados números de muertes que exhibe Colombia y la ubican en primer lugar de la región son -en gran parte- consecuencia directa de la gran conflictividad y los amplios escenarios de violencia que existen en el país. Esta verdad es innegable y se encuentra latente en versos y prosas que brotan –abundantemente– de las heridas de muchos creadores.
Gregorio Camero, el protagonista de la novela colombiana Los parientes de Ester, no podía ser indiferente ante la muerte de su esposa Ester y por esa razón -de inmediato- “sintió su ausencia por todos los costados”. La pérdida de su entrañable compañera abriría el compartimento de una profunda sensación de vacío. A ratos -mientras sorbía un infaltable café y fumaba su cigarrillo-, Camero exhibía episodios de mutismo que aprovechaba para reflexionar y así “por primera vez había pensado en la muerte, o al menos tenía conciencia de que existía verdaderamente». Pocas veces nos detenemos a pensar en la muerte y –quizás por temor– llegamos a posponer el asunto hasta que somos tocados muy de cerca por la tragedia.
Entonces, el fallecimiento de algún familiar, amigo, vecino o cualquier otro ser entrañable como la pareja, nos puede ocasionar gran congoja y abatimiento. Son razones que explican la desmotivación, estados depresivos y hasta justifican el “desafecto a la vida” o las intenciones de echarse a morir por parte de algunas personas.
La muerte (esa ausencia definitiva) es capaz de producir los más amargos pesares y las más hondas nostalgias. Camero llegó a responsabilizarse de la muerte de Ester, cosa que logramos ver en cada respuesta al tío Ángel Callejas: “Quizá sea que no logro olvidarme que Ester hubiera podido salvarse”, “Había tiempo de hacer algo”, “Pero no podía dedicarle el tiempo suficiente a la enfermedad de Ester”; el personaje considera la fatalidad de su esposa consecuencia de no haber podido costear un médico particular. En ese pasaje del relato se deja entrever lo estratificado y dispar de la sociedad colombiana. La desigualdad social es palpable al compararse la calidad de los servicios de salud prestados por el Estado y los que ofertan las clínicas privadas. Camero deja claro que Ester pudo prolongar sus días de vida de haberse contratado los servicios de un galeno en casa. Quien pueda pagar podrá sanar. Pero, si la salud es un Derecho Humano al que todos deberían tener acceso, ¿por qué se percibe como un privilegio de pocos?
No hay ganancias ni sumas de dinero que puedan pagarse para recobrar el afecto y el amor de un ser querido. Un afectado Camero expresó muy bien: “…ya no me interesan las ganancias que pueda dar el restaurante. Ya no podría utilizarlas en sacar a Ester…”
Nadie había podido percatarse de lo conmocionado que estaba Camero ante el deceso de su esposa Ester. Apenas si Doris -la empleada de confianza- lo alcanzó a ver sollozando. Los parientes, más ocupados en lo suyo, poco se interesarían de su condición. Y como sugiriera la tía Mercedes: “Hay que tener valor –le dijo. En estas ocasiones es cuando se conoce a los hombres”. Esto como si el llanto y la sensibilidad masculina estuviesen vetados o el derramar lágrimas de profundo dolor no estuviese permitido para los hombres dentro de la sociedad bogotana del momento.
¿Cuánta real colaboración u oposición recibirá Gregorio Camero; sus hijos: Emilia, León y Hortensia y la criada Doris de parte de Los parientes de Ester? Para conocer la respuesta tendrás que continuar con la lectura de la obra de Luís Fayad.

Sobre el autor: Doby González es un profesor venezolano de español y literatura. Colaborador habitual de nuestro medio.
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