Violencias y vías de paz después del temblor. Claves para pensar a México tras los terremotos de 2017


¿Cómo pensar en la construcción de paz, más allá de contextos locales como el posconflicto en Colombia? ¿Cómo entender la paz como un asunto necesario a nivel global? Pensando en ello, Manoel Pérez escribió este relato de viaje, una mirada en seis momentos a la necesidad de construir paz en su país.

Manoel Pérez es un politólogo mexicano interesado en abordar y desarrollar el tema de la paz en México. En este relato de viaje al interior de su país, Manoel reflexiona sobre sus aprendizajes durante un curso de construcción de paz en Colombia. Además, menciona los diferentes tipos de violencia que yacen en la sociedad y afectan a América Latina. Estas violencias las pudo evidenciar durante su participación en una acción de apoyo a cuarenta familias de la comunidad indígena de La Soledad Morelos, Puebla, quienes perdieron lo poco que tenían tras los terremotos en septiembre de 2017.

En Diario de Paz Colombia ampliamos la mirada de la paz, gracias a textos como este. Aquí, la voz de Manoel Pérez:

1. Primer momento: Visitar a Colombia y entender la paz como experiencia de vida

Durante el mes de julio de 2017 me inscribí a un curso de construcción de paz en la Universidad de Antioquia, en Medellín, Colombia. En este curso se abordaron distintos aspectos para entender lo mejor posible el conflicto armado colombiano y, sobretodo, los retos en el corto plazo para lograr la construcción de la paz.

Uno de los principales aprendizajes de este curso fue comprender la paz más allá de la ausencia de un conflicto armado, o lo opuesto a un acto de violencia directa. Conocí nuevas ideas que me permitieron comprenderla como una experiencia vital. Es decir, hacer de la paz algo que existe en la cotidianidad de toda relación humana; concebirla como una situación y una práctica que se lleve a cabo en todos los espacios donde se interactúa y se encuentra con los otros.

Debemos entender la paz como una interacción que respete la diferencia para llegar a los acuerdos comunes de forma pacífica. Una paz que trascienda el concepto y su construcción teórica y comience a ser entendida como una experiencia de vida.

Los aprendizajes en este curso, y sobre todo de esta experiencia en Colombia, me permitieron entender que la paz, además de exigirnos esa forma de interacción, como paso previo nos exige “respetar la vida, la dignidad y los derechos humanos, terminar las exclusiones y las desigualdades, acabar con la corrupción y el narcotráfico, dejar de lado los odios, la venganza, los rechazos” (Francisco de Roux, 2017).

Johan Galtung desarrolló el concepto del triangulo de la violencia para describir las causas de los distintos tipos de violencia y la forma en la que se relacionan y alimentan entre ellas:

  1. Violencia directa: la más visible al materializarse en actos de violencia.
  2.  Violencia cultural: su función es legitimar la violencia directa y estructural, así como inhibir o reprimir la respuesta de quienes la sufre. Este tipo de violencia ofrece justificaciones para que los seres humanos, a diferencia del resto de especies, se destruyan mutuamente y sean recompensados incluso por hacerlo.
  3. Violencia estructural: como aquellas estructuras sociales, económicas, políticas, culturales, que impiden la satisfacción de las necesidades humanas básicas a grandes grupos de la población. De manera indirecta, el funcionamiento de estas estructuras somete a la miseria, marginación y exclusión a grupos de la población, muchas veces a partir del género, etnia, posición social, entre otros.
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Triángulo de la violencia, de Johan Galtung

Lo mencionado por el padre Francisco de Roux y por Galtung, nos hace ver la complejidad para construir la paz, pero también los espacios en los que puede materializarse, verse y vivirse, y dejar de ser simplemente un estado pasivo contrario a la guerra.

 

2. Segundo momento: Regreso a México. Ver los efectos de dos terremotos

Con estas y muchas otras ideas regresé a mi país. México estaba pasando por una gran crisis. Durante el mes de septiembre, dos terremotos, uno el 7 y otro el 19, golpearon distintas regiones, principalmente en el centro y sur del país.

Cuando sucedió yo estaba en Colombia. Constantemente tuve una sensación de tristeza e impotencia de no estar en México y ver la situación por las que estaba pasando mucha gente. Por eso, cuando regrese en octubre, busqué con amigos la forma de acercarnos y ayudar a alguna de las comunidades rurales afectadas por los terremotos.

Con esta crónica quiero concentrarme en la experiencia que tuve en la entrega de algunos bienes y víveres en La Soledad Morelos, Puebla: cómo la vi, la viví y  traté de aterrizar en muchas ideas de lo que realmente es la paz que nos exigen respetar la vida, la dignidad de las personas y modificar las estructuras que generan exclusiones y desigualdades.

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3. Tercer momento: Ciudad de México. Ser solidarios y mantener el entusiasmo en medio de la tragedia

Imagen: Ssolbergj, via Wikimedia Commons

México se encuentra en una zona sísmica de alto riesgo. Específicamente, en el Cinturón Circumpacífico, donde las placas de Norteamérica, la de Cocos, la del Pacífico, la del Caribe y la Rivera están en constante choque y movimiento.

Como respuesta los desastres, la ayuda y solidaridad de los mexicanos fue un gran aliento. Muy pronto la gente se volcó a las calles y a distintas comunidades afectadas. La ayuda humanitaria y grupos de rescate comenzaron a llegar de todo el mundo. Sin embrago,  también se presentaron muchas de las situaciones de violencia de las que habla Galtung. Por ejemplo, casos donde se evidenció la explotación laboral de emigrantes en una fábrica textil. O el acaparamiento de parte del instituciones públicas, sumamente deslegitimadas entre la sociedad, de víveres y donaciones para ser entregadas a nombre de políticos y sus partidos.

Foto: ProtoplasmaKid, Wikimedia Commons

Después del terremoto, la Ciudad de México concentró mucha atención. No obstante, el desastre también afectó en gran medida a otras regiones del país; lugares donde se encuentran algunos de los grupos poblacionales más vulnerados y olvidados.

Esto me llevó a buscar amigos que quisieran acercarse directamente a la gente y a las comunidades que, más allá de la Ciudad de México, hubieran sido afectadas por los sismos. Como muchos mexicanos hicieron, preferimos entregar directamente a las personas lo que pudiéramos juntar y, de alguna manera, evitar estas estructuras que históricamente han negado la satisfacción de las necesidades básicas a estas personas.

4. Cuarto momento: Puebla. Unirse a una brigada de apoyo y viajar México adentro

En tan solo un par de días de haber regresado a México encontré a quien unirme para ir a una comunidad afectada por el sismo. Vanesa, la esposa de Víctor, un amigo, contactó a su prima Marialy que vive en Puebla y que, junto con su esposo Orlando, llevan a cabo en comunidades indígenas proyectos de sostenibilidad ambiental que ayuden al desarrollo de sus capacidades individuales y comunales. Durante dos semanas comentamos a familiares y amigos que se estaba preparando un pequeño envío a una comunidad en Puebla para el sábado 14 de octubre para recibir sus donaciones en distinto tipo.

Ese día comenzamos el viaje a las 7 de la mañana con dirección a Cholula, Puebla. Después de pedir aportaciones en especie y haber llenado una camioneta principalemente con ropa, salimos Vanesa, Víctor, Enrique y yo. A la salida de la Ciudad tuvimos una vista sumamente transparente de los volcanes. Esas imágenes nos volvieron a recordar lo efímero e insignificantes que somos ante la naturaleza. La claridad y transparencia del cielo nos permitió apreciar cómo fuimos rodeando los volcanes desde la salida de México y durante nuestra permanencia en el enorme valle de Puebla.

Después de parar en la carretera para desayunar unos pastes hidalguenses, llegamos a casa de Marialy y Orlando, en Cholula, a las 10 de la mañana. Allá comenzamos a llenar otra camioneta. En ella cargamos más ropa y otros bienes como despensa, utensilios de limpieza, libros para colorear, juguetes e inclusive alimento para mascotas. Después de cargar la mayor cantidad de cosas, en especial las de primera necesidad, comenzamos el camino a la comunidad de La Soledad Morelos en el municipio de Huaquechula, una comunidad a 20 minutos de Atlixco.

Los volcanes siguieron escoltando nuestro camino. La claridad del día y seguramente el pensar en estos distintos tipos de violencia que han afectado a estas comunidades, recordar lo que vi en los medios, y lo que me contaron y me seguían contando sobre lo que están pasando en estas comunidades, creo que me permitió apreciar de otra forma el camino. Fue como tener una mayor sensibilidad frente a lo que veía de México, un lugar realmente hermoso, con tanta gente hermosa, pero plagado de grandes desigualdades e injusticias.

Conforme nos acercábamos a La Soledad Morelos vimos algunos cultivos de maíz y hortalizas. Los más bellos que vi fueron los de flor de cempasúchil, sembrada para la festividad del Día de Muertos que se avecina. Los volcanes, los cultivos verdes y amarillos, las nubes, el sol, los aromas, eran una muestra de la paz que se siente todos los días en estos lugares, sin embargo también son lugares en los que se respira mucha desigualdad.

Después de veinte minutos de viaje comenzamos a adentrarnos por caminos de una sola vía, sin que fuera ese un lugar inaccesible o aislado. La desigualdad comenzaba a mostrarse, cuando a la entrada de la comunidad veíamos enormes casas y quintas de descanso que por arriba de sus bardas dejaban ver cúpulas que parecieran de capillas. Alcanzábamos a ver árboles y palmeras muy bien formaditas a su entrada, es decir casas sumamente diferentes a las que vimos metros más adelante. Por ese camino nos encontrarnos con un tipo de tráfico y tuvimos que parar no más de dos minutos: un campesino arreaba sus borregos, vacas y burros, y claramente ellos tenían la preferencia.

5. Quinto momento: Ayudar a la comunidad indígena de La Soledad Morelos 

Llegamos a esta comunidad casi a las doce del día, unas cinco horas después. Ahí conocimos a Daniel, el líder comunitario que desde el principio nos involucró en la logística de entrega de lo que llevábamos. Cuando llegamos, Daniel, junto con una arquitecta y un arquitecto que están colaborando en la construcción de albergues temporales, terminaban de definir la forma en la que se entrevistaría a las cuarenta familias que perdieron sus casas. Esta encuesta/entrevista se hizo para para tener más información que les permitiera construir con la gente mejoras en sus condiciones en el corto y mediano plazo.

Entre todos acordamos que la forma más ordenada de entregar lo que llevábamos era acomodar las cosas en el patio de la casa de Daniel y que, después de las entrevistas, entregaríamos ropa, algo de despensa y agua a un representante por familia.

Desde que llegamos a casa de Daniel encontramos a cerca de quince o veinte campesinos en las banquetas, esperando. Más que banquetas o aceras, eran la extensión de las casas, la mayoría de adobe, unas cuantas de concreto o ladrillo en una calle sin pavimentar. Campesinos a los que poco a poco se fueron sumando sus familias, mujeres, jóvenes, niñas y niños, de origen indígena, quienes en nuestro país y en muchos otros históricamente han sufrido, el despojo de lo más elemental para su supervivencia, su tierra; de racismo y menosprecio de sus conocimientos y creencias; y de exclusión. Personas a las que no se les han dado las oportunidades, pero que muchos han sido capaces de mantener su dignidad y que luchan por recuperar sus modos de vida. Ahí estaban esperando, callados, con esas caras que han sido quemadas por su trabajo bajo el sol y con la tierra.

Definida la logística comenzamos a bajar y a ordenar las cosas. Las separamos por despensa/comida y artículos de limpieza, ropa para mujeres, niños, niñas y jóvenes, y ropa para hombre. Al mismo tiempo, estas personas comenzaron a responder la encuesta/entrevista donde se preguntaba por el número de integrantes de la familia, su perfil demográfico, social, formativo, laboral y económico.

Lo preocupante es cuando estos perfiles (unos los llaman datos, otros buscamos llamarlos realidades) son combinados, nos damos cuenta de situaciones de familias de siete u ocho integrantes que viven con 50 a 80 dólares mensuales. Familias donde la mayoría son mujeres, ya que muchos hombres han emigrado a las ciudades o a los Estados Unidos. La mayoría solo tiene la formación básica y algunos la secundaria, aunque saben que seguramente no seguirán estudiando y tendrán que irse al campo o a la ciudad a trabajar como albañiles en la construcción de algún nuevo corporativo; donde quizás estén las oficinas de las transnacionales que les seguirán vendiendo semillas transgénicas, o empleándose por día, frente a los almacenes de material de construcción. En el caso de las mujeres, saben que serán jornaleras o trabajadoras domésticas en alguna colonia residencial de cualquier ciudad donde consideran que hay mejores oportunidades.

Después de esta encuesta, los representantes de cada familia pasaron a ver qué de la ropa que llevamos les era útil. En mi caso, repartí la ropa para los hombres. Llevaba camisas, pantalones, suéteres, sudaderas, zapatos… Dos situaciones se presentaron todo el tiempo: las personas tomaban lo que realmente necesitaran: si yo les ofrecía algo que ya tenían, como una sudadera o una chamarra, me respondían: “Ya tengo, mejor para alguien más que la necesite”. La segunda situación es que buscaban lo que les fuera útil para poder trabajar: “¿Tienes camisas de manga larga, es para ir al campo, o sudaderas de capucha para taparme del sol?”. No buscaban la ropa bonita o que les ayudara para la apariencia, sino la ropa que les fuera funcional para lo que hacen. Esto me hizo comprender otra realidad sumamente diferente a la que llegamos a estar.

Cuatro horas después logramos entregar a las cuarenta familias ropa, juguetes, artículos de limpieza y alimentos. Afortunadamente llevamos tantas cosas que sobraron y sería llevado a otras comunidades que estuvieran en condición similar.

Finalizado el trabajo, Daniel nos invitó a comer. Nuestra idea era finalizar y comer en el camino de regreso a México, pero entendimos que esta invitación era una forma de agradecimiento de su parte, y de cierta forma de la gente de su comunidad. Durante la comida que fue arroz a la mexicana, cecina y agua de limón, platicamos de las experiencias de ese día y de las situaciones por las que pasa la gente de esta comunidad.

Daniel remarcó que estas situaciones no solo se deben a los terremotos que sacudieron a México, sino a las condiciones en las que han vivido desde hace cientos de años: exclusión, marginación y desigualdad. Conversamos sobre distintas formas de colaborar con su comunidad, con la premisa de siempre involucrar a su gente en la definición e implementación de acciones.

Para finalizar la comida de una forma agradable, Daniel nos invitó a su pueblo durante las festividades del Día de Muertos, una de las tradiciones más importantes de México, y poder apreciar los altares monumentales que hace la gente de Huaquechula.

Como último acercamiento a las situaciones que viven en la comunidad de La Soledad Morelos, Daniel nos llevó a uno de los lugares donde se han colocado los albergues temporales para estas familias, que son en espacios cedidos por otras familias de la comunidad. Nos encontramos con casas/albergues 2.5 x 2.5 mts., hechos con lamina de cartón, donde viven hasta diez personas, con un precario acceso a servicios básicos.

Este último recorrido nos permitió ver las otras partes del pueblo que fueron afectadas y los lugares de escombros donde antes había casas, o la iglesia, cuya fachada y cúpula quedaron muy dañadas. Por lo que volvimos a entender que el apoyo a esta gente y la reconstrucción de esta, como muchas otras comunidades, llevaría muchos años.

Después de esto nos despedimos de Daniel, Marialy y Orlando, con la intención de buscar nuevas formas de apoyar y dar comienzo a otro tipo de proyectos con la gente para construir con ellos mejores condiciones para su desarrollo.

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6. Sexto momento: Regreso a la Ciudad de México. Buscar nuevas formas de contribuir a corto y largo plazo

De regreso en la carretera fui pensando en el terremoto y en lo que provocó, en la forma en la que se dio la ayuda a la gente; en las condiciones de desigualdad en las que viven muchas personas; y en las historias de vida de la gente de esta comunidad.

Pensé que estos terremotos fueron una demostración más de que la corrupción, en sus distintas formas, deriva en la muerte de muchas personas. Después del terremoto se vuelve a hacer evidente que muchas instituciones públicas son utilizadas para el beneficio de quien las dirige, y que están tan acostumbradas a funcionar de esta forma que cuando se presentan situaciones como los sismos que golpearon México, demoran en coordinarse para atender la tragedia de forma inmediata.

Los días siguientes a los terremotos los mexicanos mostraron su amplia solidaridad. Había gente en las calles y los centros de acopio estaban a rebosar. Muchos amigos me expresaron su satisfacción por ver ese México solidario. Sin embargo, también me comentaron su decepción al darse cuenta de la gran desconfianza que existe entre los mexicanos, y la descarada y rampante corrupción institucional.

Me encontré con una experiencia y un espacio donde los efectos de los distintos tipos de violencias directas, culturales y estructurales se han materializado y pueden ser vistos. El conjunto de condiciones creadas por el triangulo diseñado por Galtung explican lo que vimos ese día. Condiciones que fueron provocadas por los terremotos, pero también por muchos años de abandono, exclusión, despojo y violación a sus derechos más básicos como seres humanos. Sólo entendiendo de esta forma las realidades que viven muchas comunidades de México, como La Soledad Morelos, o como tantas otras de este mundo, es que podemos construir mejores vías para la paz.

Un primer paso es reconocer estas realidades, las desigualdades en las que vivimos y como han sido construidas en nuestras sociedades. Salir de nuestro pequeño mundo, de nuestra muy pequeña burbuja en la que hemos aprendido a mirar a las otras personas y el mundo. Esto nos ayudaría a ver por lo que han pasado y pasan otros, a cuestionarnos si esta sociedad tan desigual es la que queremos, y a comenzar a buscar para los otros lo que deseamos para nosotros.

Creo que solo de esta forma podemos vernos y encontrarnos en los otros, respetarlos por el simple hecho de su condición como seres humanos. Valorar la diversidad en todas sus expresiones para respetarlas y nutrirnos recíprocamente de ellas. Comprender las diferencias para aceptarnos y a partir de ahí impulsar los cambios que permitan enfrentar las violencias directas, culturales y estructurales que impiden la construcción de una paz en sus múltiples visualizaciones.

  • Tú también puedes ayudar a México y a las comunidades afectadas por los últimos sismos. Aquí compartimos algunos enlaces para que te solidarices con el país de Manoel:

Donaciones a través de Hispanic Federation
Donaciones a través de «Semillas»
Donaciones a través de Techo México

  • También puedes compartir esta reflexión de Manoel Pérez en tus redes sociales. Puede ser información de interés para otras personas que estén interesadas en solidarizarse con las comunidades mexicanas.

Bibliografía: (Roux, 2017), “Catedra de paz, 111 talleres vivenciales para fortalecer relaciones sociales”, coord. Jorge Zuluaga Angulo, Corporación Comuna Nueva y Colectivo Socios de la esperanza, Medellín, Colombia.

Fotos: Cortesía

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