Jesús “Chucho” Muñoz Pulgarín nació en el Valle del Cauca y se trasladó con su familia a Rionegro, Caquetá, en los años ochenta. Además de cultivar la hoja de coca, Chucho se interesó por aprender química y ayudó a establecer laboratorios caseros en las fincas de otros campesinos para procesar la hoja de coca y convertirla en pasta base. Su relato gira en torno a su vida durante el boom de la coca en el Caquetá y a las expectativas del campesinado tras el Acuerdo de Paz. Este testimonio hace parte del especial Ser joven de paz en Caquetá, realizado en colaboración con la Asociación de Jóvenes por Rionegro, Asojorio.
Vivo en Rionegro desde hace más de cuarenta años. Llegué en 1978-79 porque tenía un hermano que se había radicado acá, tenía una trilladora y un pequeño hospedaje. Él comenzó a decirme que esto por acá era una maravilla, que por qué no me venía al Caquetá, que aquí tenía una mejor opción de vida. Yo trabajaba en Cali, en un hotel cinco estrellas y sí, se ganaba bueno, pero irme a Rionegro era la oportunidad de hacer una vida independiente, de conseguir una tierra.
Al principio fue difícil acoplarme, pero mis ancestros son campesinos y además me daba mucha alegría ver ese río, el Rionegro, navegable. Mi hobby era la pesca. La paciencia que tengo hoy en día se la debo a la pesca.
En ese momento (1970), las personas vivían de las cosechas de maíz, y empezaron a sonar los pequeños cultivos de coca, muy al escondido. Hasta que un día comenzó a darse a entender que eso había que sembrarlo. Y viene como una orden, llamemos así: que el campesino tiene que sembrar la coca porque ese va a ser el sustento.
Los pequeños cultivos empiezan con una variedad de coca que se llama “pajarita”. Se siembra con unas pepitas que echa, se hacen los semilleros y se trasplantan. Los campesinos comenzaron a ver que sembrando una hectárea de coca y sacando un kilo de mercancía, les iba mejor que sacando una carga de maíz. Además la podían transportar en un morral.
Del año 79 al 83 cogió mucha fuerza la coca. Empezaron a venir compradores del exterior y la pagaban en esa época a $10 mil, $15 mil el kilo. Ellos le pagaban un impuesto a la guerrilla de las Farc que estaba en la zona. Después los guerrilleros vieron que ese impuesto no era suficiente, entonces comenzaron a decir en reuniones que ellos iban a comprar. Al fin fueron ellos los que manejaban el negocio, a través de testaferros o de gente que venía a comprarla.
Me preocupé por aprender la química
Como yo ya tenía el bachillerato y había estado en la universidad, entonces sembré pero también me preocupé por aprender la química y empecé como químico.
A los campesinos que tenían hoja, yo iba y se las trabajaba. Eso me lo enseñó un señor que subió de Remolino, del Caguán, y se quedó en el hospedaje. Ahí siempre había la oportunidad de hablar. Entonces me dijo: «Le voy a enseñar para que usted se gane unos pesos más», y me explicó la teoría.
Desde ahí aprendí a sacar la base de coca, que es la base para sacar el cristal; eso era lo que vendíamos acá los campesinos.
Del boom del ochenta en adelante (1982-85) vienen otras variedades de semillas, como la peruana, y eso daba mucho rendimiento. Las personas sembraron una, dos hectáreas y empezó el negocio.
La cotidianidad de la coca
En semana era la cogida de la hoja, se hacía la recolección para hacer la parte química, para sacar la base de coca. Ya los sábados y domingos había unas bodegas cerca a los ríos, entonces ellos decían: en tal parte están comprando; y los campesinos nos íbamos allá. Los que compraban llevaban las pesas, unas grameras, se hacía la cola, le descontaban lo que tuviera de humedad –porque ellos la compraban seca, limpia, y tienen unos sistemas para ensayarla–, y paguen y hasta luego.
En esta región casi todos los fincarios teníamos los pequeños cultivos, porque no había otra forma. Aquí llegaban “los préstamos para los campesinos” pero no se podían pagar porque los intereses eran costosos. Hubo gente que perdió sus tierras por no tener con qué pagar.
Otra cosa: aquí hay un río de 180 metros de ancho. Nuestra vereda está a un lado del río y el pueblo al otro lado. Para llevar una tonelada de yuca hasta el pueblo había que pagar transporte, y hay que tener en cuenta que es muy oneroso el costo de transporte fluvial. Los campesinos optamos por llevar un kilo de coca que valía dos mil pesos la pasada, sólo el pasaje de una persona que iba con su morral. Y eso representaba uno o un millón quinientos mil pesos. Eso hizo que los campesinos optáramos por sembrar una hectárea de coca y no dos hectáreas de yuca, no había a quien venderle esa yuca en la vereda y el paso de eso por el río era demasiado caro.
Llegó el glifosato
Hasta que llegaron las fumigaciones por un convenio con Estados Unidos y eso trajo otras violencias muy berracas. Imagínese las tomas guerrilleras en Rionegro, de matar cinco, seis policías con cilindros bomba, destrozarlos y quemarlos. Eso fue lo que vivimos aquí en la década de los ochenta. Aquí se vivía una zozobra psicológica aterradora. Uno vivía pensando: ahí viene la guerrilla, se van a tomar el pueblo. Mataban a gente que venía a vender ropa, porque creían que eran informantes del Estado. Se vieron cuestiones atroces.
Como entre los años 87 y 95, se fumigaron muchos cultivos, la gente se gastó la plata y llegó una pobreza como de cuatro, cinco años. Se entendió que esa coca no era rentable y la historia de la coca fue dando la vuelta y se fue del Caquetá para el Cauca y Putumayo.
Intentamos sustituir la coca por el caucho
En nuestras veredas hicimos un intento de sustituir cultivos de coca por caucho, a través de unos préstamos con el Incora (Instituto Colombiano para la Reforma Agraria). Arrancamos los cultivos de coca, setenta hectáreas.
Mientras que otros coqueros no arrancaron la coca y sacaban sus remesas en cargas, nosotros quedamos tan pobres con el caucho que, a través de la Caja Agraria, el Incora nos embargó las fincas.
Una sustitución así no da resultado, lo que trajo fue más pobreza. Sin embargo, seguimos luchando y empezamos a producir el caucho. Y después, la gente en su mayoría cambió la coca por la ganadería, ahí fue cuando empezaron a tumbar todos los montes y a sembrar pasto.
Ya estamos libres de coca
La coca en Caquetá ya no es un renglón primario de la economía. Los cultivos que hay hoy se dieron como parte del programa de erradicación voluntaria, cuarto punto del Acuerdo de Paz de La Habana, sobre sustituir los cultivos. Ya en el municipio de Puerto Rico se hizo una caracterización del personal y ya se hicieron los primeros pagos. Aquí las personas estamos pensando que la alternativa son otros cultivos; ya estamos entendiendo que la coca es una generadora de violencia.
Tenemos la oportunidad de dejar los cultivos lícitos. Todos en esta región del corregimiento de Rionegro, agrupados en 36 veredas, se puede decir que estamos libres de coca. Hace unos días vino una delegación de la ONU y se fueron muy contentos. Vieron que hemos hecho el ejercicio de arrancar la coca de raíz. Ya estamos libres de coca. El reto es reconstruir la sociedad de Rionegro, Caquetá.
Aquí se está dando algo que se llama el Programa de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET), que viene del Acuerdo en La Habana. Nosotros decimos cómo queremos ver esta región y darle solución a las necesidades en un plazo de diez años. Eso en infraestructura, mejoramiento de vivienda rural, sanemiento básico, educación y otros temas.
Quedamos los que estamos perseverando
A partir del Acuerdo en La Habana esa cuestion sicológica, ese miedo, ha desaparecido en un 85%. Ya el proceso de paz llegó y, qué bueno, vamos a tener una tranquilidad todos. Pero no se debe desconocer que si hay un acuerdo de paz, se generan otras violencias, como el robo callejero, la inseguridad en las casas, la emergencia de bandas. Ahora nos enluta en el municipio el asesinato del personero. Él estaba cuestionando y denunciando unos movimientos anómalos en la administración y no se sabe por qué, pero lo mataron.
Los que estamos acá somos las que estamos perseverando. Decimos que son mejores las cosas lícitas, aunque sean limitadas, porque no tenemos que estarle corriendo a la ley. Eso hace que aquí haya mucha unión. Aquí nos hemos conformado en asociaciones, y cada una asocia 10, 15 veredas. Es como una familia por cada diez veredas.
Queremos ver el renacer de esta región
Este pueblo, Rionegro, está muy solo porque como ya no hay coca, ya no hay plata, ya no hay trago, ya no hay mujeres. Los que hacían la economía eran los dueños de esos negocios, de ese tipo de negocios.
Ahí nos dicen que hay que hacer proyectos productivos. Yo estoy de acuerdo con eso, ¿pero cómo vamos a sacar los cultivos? Llevamos aquí cuarenta años presos entre esos dos afluentes navegables, el río Caguán y el río Guayas. Allí está inmersa una población de 9.000 personas, que viven en 36 veredas.
Es un problema pasar los productos de las veredas al casco urbano, que queda al otro lado del río Guayas. Nos toca pasar los productos en canoa y eso significa un costo oneroso; no nos quedan a nosotros excedentes. ¿Entonces qué estamos pidiendo? Que nos coloquen un puente con capacidad de que nos pase una volqueta cargada de balastro o un camión con diez vacas; que podamos arreglar la vía para, ahí sí, sacar productos.
Debido a ese problema de transporte fluvial, que es muy costoso, se ha creado una ganadería extensiva que está acabando con toda esa Amazonía que hay aquí entre los ríos, una franja de deforestación de un 97%. Yo soy de los pocos que ha mantenido el bosque primario y que sabe lo que significa este daño ambiental tan grande que le estamos haciendo al mundo.
Yo hablo con los otros campesinos y trato de convencerlos de que no quemen selva, pero el problema ya es grave. Necesitamos que el Gobierno Nacional y el Congreso frenen este desastre. Necesitamos hacer la paz con el medio ambiente, dejémosle a las futuras generaciones esta Amazonía; y desarmemos los espíritus de las otras personas que no han vivido el conflicto.
Nosotros soñamos con cosas grandes porque, en 50 años que lleva de historia este corregimiento, ha habido mucho olvido. Aquí vienen los nombres de los proyectos, pero en la ejecución no llega ni la arena. Llegó la hora de tener una mejor visualizacion de las necesidades humanas, hay mucha disparidad.
Ya no hay confrontaciones bélicas en las regiones, y yo creo que eso le trae progreso al país. Está la ilusión de que si se silencian los fusiles viene la inversión. La guerrilla no dejaba tener esas visiones. Al terminarse las violencias debe llegar el Estado a focalizarse en las comunidades, es el momento de que inviertan en sociedades olvidadas como la de nosotros.
- Este testimonio hace parte del reportaje Así fue la historia de la coca en Caquetá. Tres voces desde el territorio. Su escritura fue posible gracias a la disposición del campesino Jesús «Chucho» Muñoz Pulgarín, tras varias conversaciones vía telefónica. También fue posible gracias al apoyo de los integrantes de la Asociación de Jóvenes por Rionegro, Asojorio, quienes hicieron el contacto inicial con Chucho y tomaron las fotografías.
- Entrevistas, transcripción y edición del testimonio: Koleia Bungard. Fotos: Jhonny Briñez
- Lee el reportaje completo: La historia de la coca en Caquetá
- Este testimonio hace parte del especial Ser joven de paz en Caquetá, Colombia. Te invitamos a conocer y compartir los demás artículos de esta serie.