Este artículo hace parte de la serie Leer un poema, una selección de poesía colombiana hecha en colaboración con los lectores. Participa recomendando la lectura de un poema colombiano.
Conocido como «El poeta de la paz», el escritor colombiano Carlos Castro Saavedra (1924-1989) usó la literatura durante más de cuarenta años de vida profesional para reflexionar sobre sí mismo, sobre la realidad nacional y hacer siempre un llamado a la paz y a la esperanza. En 1946 publicó su primer libro Fusiles y luceros. Desde entonces produjo literatura incansablemente, hasta acumular 34 volúmenes de poesía, prosa y teatro.
Según Daniel Samper Pizano, la poesía de Carlos Castro Saavedra se divide en dos vertientes. Por un lado está «la poesía del hombre íntimo, específico, particular, la del hombre interior». Por el otro, con mayúscula, está la del «Hombre genérico», una manera más adecuada, según él, de denominar la poesía social que, en su caso, se inspira en el tono y el mensaje del poeta chileno Pablo Neruda. «Este es el grupo [poético] en donde se consideran los valores humanos, los problemas humanos en todos sus aspectos. Aquí el poeta busca una relación con un ente tan abstracto y a la vez tan concreto como es la Humanidad».
Los muchachos conversan con sus novias
y se mueren de amor y de balazos.
Durante los años críticos conocidos como La Violencia y desde el comienzo del conflicto armado colombiano, Carlos Castro Saavedra buscó representar la complejidad de las confrontaciones políticas y armadas, pero, sobre todo, hizo un llamado a la resolución de los conflictos y a la lucha por mejores condiciones de vida para los ciudadanos. Oda a Colombia (1987) es uno de sus libros más conocidos. Allí está su poema “Definiciones de la paz”:
La paz es la madera trabajada sin miedo
En la carpintería y en el aserradero.Es el negro que nunca se siente amenazado
Por un hermano blanco, o por un día claro.Es el pan de los unos y de los otros también,
Y el derecho a ganarlo y a comerlo después.Es la casa espaciosa, mundial, comunitaria,
Para alojar el cuerpo y refugiar el alma.Es el camino lleno de pasos y de viajes
Hacia los horizontes que desbordan las aves.Es el hombre que puede cultivar esperanzas
Y alcanzar las estrellas más dulces y más altas.Es la patria sin límites, la patria universal
Y la gran convivencia con la tierra y el mar.Es el sueño soñado sin sed y sin zozobras,
Las alegrías largas y las tristezas cortas.Es Colombia sin tiros ni muertos en la espalda,
Cultivando sus montes y escribiendo una carta.Es Colombia de barro, Colombia y mucho más:
Todo el mundo colmado de luz y de libertad.
Además de escribir poesía, narrativa y ensayo, Carlos Castro Saavedra ocupó diversos cargos públicos. En 1953 se exilió en Chile durante seis meses, por el riesgo que corría su vida debido a las diferencias con el régimen político del momento. De nuevo en Colombia publicó un libro testimonial titulado Escrito en el infierno, en donde narra memorias de la violencia en los años cuarenta y cincuenta en el país.
El poema que compartimos hoy, «Plegaria desde América», recibió un premio de poesía convocado por el Comité Colombiano por la Paz en 1951. Es un poema que más de sesenta años después de haber sido escrito, no pierde vigencia e invita a la reflexión sobre las ansias de paz, no solo en Colombia, sino en Latinoamérica.
Al respecto, en su artículo sobre Carlos Castro Saavedra, el escritor Daniel Samper Pizano escribió: «A pesar de todo, y como consecuencia de ese anhelo de paz que se respira en todas las páginas de Carlos Castro, –de allí que no vacilemos en apellidarlo como poeta de la paz–-, él cree en el hombre. Cree en las posibilidades del hombre, en la intención del hombre como criatura primordial del universo, aunque le encuentre los defectos que, precisamente como hombre, debe tener. Es la esperanza que alienta durante todo su poema laureado «Plegaria desde América». Es la creencia en el hombre como medio para la paz, la paz en todo».
Plegaria desde América
Carlos Castro Saavedra
Me llamo Carlos, soy nuevo, soy de América,
vivo en el sur de América con un hijo reciente,
mis pies son claros y anchos como la madrugada,
mi rostro es matinal, todo mi cuerpo es verde,
sobre mi pecho pastan búfalos y caballos
y el sol abre amapolas con su mano caliente.
Creo en el pescador, en sus pescados y en sus redes,
me gusta ver un pueblo estrenando palomas,
siempre espero una carta con noticias del mundo,
espero el pan, la paz, el amor, los manteles,
espero con mi hijo junto a las estaciones
y pienso que el futuro va a llegar en los trenes;
defiendo mi esperanza, amo mi juventud,
pongo un beso en la puerta de mi casa,
lo pongo con amor de centinela,
después me voy, me voy de bala en bala,
de granada en granada deshojando la guerra.
¿Quién que tenga mi edad no me acompaña,
quién con mis dulces años no me sigue,
quién que vea brotar espigas de su pecho
no se pone del lago de su espigada juventud?
¿Quién en Colombia, en mi país dorado,
quién en cualquier país agricultor,
quién en toda la América, en sus mares,
quién en toda la tierra, en la espaciosa tierra,
no defiende las vidas que recién amanecen
y le arranca las muertes a la guerra?
Yo sé que somos muchos, que somos casi todos,
somos millones de hombres y de pájaros,
millones de mujeres y de auroras,
somos una familia mundial de resplandores
y no hay un solo hermano que quiera ser soldado
ni hay un solo soldado
que quiera disparar sobre las flores.
Nadie quiere trincheras, todos queremos surcos,
queremos tallos dulces en lugar de fusiles,
y en vez de municiones queremos dulces granos
y graneros repletos de marzos y de abriles.
El carpintero de veinte años
se niega a fabricar culatas y armamentos,
y su hermano que vende manzanas en la calle
prefiere hablar de frutas que conversar de muertos.
El joven del taller y el muchacho del trigo
se niegan a marchar con un tambor de fuego,
y el uno se defiende con chispas de su fragua
y el otro con espigas y explosiones del suelo.
Jóvenes labradores y jóvenes canteros
construyen una casa de bueyes y de piedras
y se niegan a abrirla cuando pasa la guerra
y llama a las ventanas y a las puertas.
Oh juventud, aroma de altos cedros,
perfume de entusiastas geologías vivas,
espeso movimiento de toros y de árboles,
furioso amor, preñez de cordilleras.
Oh juventud, océano de soles, mar de cantos,
rumorosa y profunda madera de guitarras,
piel numerosa y fértil contra las bayonetas,
piel fértil que floreces en donde te desgarras.
Allí donde la carne se abrió, donde la carne
recibió los mordiscos de la pólvora,
ha brotado una flor dura y cicatrizada
y aquellos que volvieron, los muchachos
que volvieron ayer de las trincheras,
se tocan esa flor y se prometen
golpear con ella el odio y los cuarteles,
golpear la casa de los generales,
hasta que se desplomen las espadas
entre un clamor de orquídeas y metales.
Todos están de pie, todos estamos
de pie junto a los años fornidos que tenemos
y como leñadores trabajamos
y con una corteza de amor nos defendemos.
En la China el muchacho que cultiva arrozales
y esparce por el campo su cara de semilla,
devuelve los cañones a medida que avanza
envuelto en el relámpago de su carne amarilla.
El joven de Alemania reconstruye sus cúpulas,
azota sobre el Rhin su camisa de sangre,
y siente que en sus manos retoña la blancura
como si la camisa se volviera más grande.
El negro de Abisinia, el nocturno mancebo
que rompe la envoltura de la noche africana,
ignora que en sus dedos va a florecer el mundo
y que en sus sientes lleva sonriendo la mañana.
Muchachos argentinos se dan cita en la pampa,
jóvenes bolivianos se juntan en las minas,
y levantan la frente del pasto y el estaño
y la llenan de noble sudor de golondrinas.
En bandadas los hijos menores de las patrias,
vuelan de patria en patria y apagan la candela
que el pastor descuidado deja entre sus rebaños
y que la oveja negra propaga por la tierra.
Hasta el viejo que tiene una muleta joven
defiende el porvenir, guarda el campo sembrado,
y les dice a sus nietos que su barba madura
es mucho más hermosa que un cerezo incendiado.
Ninguno se abandone ni se quede
abandonado en medio de su frente;
acudan todos a escoltar la vida
y a quitarle las armas a la muerte.
Acudan de la India, de sus ríos sagrados,
acudan de los ríos musicales de Italia,
a inundar los caminos que Dios puso en la tierra
con el pie florecido en la joven sandalia.
Acudan a mi casa de América, a mi casa,
a decir con mi lengua mundial esta plegaria:
Señor, queremos paz sobre los montes
y paz sobre los ríos y los mares, Señor;
pacíficas estrellas en el cielo
y en los ojos de buey lunas pacíficas;
mansedumbre en el pecho de los hombres
y en el de las mujeres mansedumbre;
silencio para el sueño de los muertos
y para el de los vivos más silencio;
amor bajo la piel de las naciones
y encima de la piel cicatrices de amor;
congregantes campanas en los pueblos
y en las aldeas domingos congregantes;
una paloma al pie de Norteamérica
y en los hombros de Rusia otra paloma;
una sola bandera en los armarios
y en los días festivos una sola;
pan en la mesa de los panaderos
y en la mesa de todos vino y pan;
libertad para amar, para creer,
y para hacer la vida libertad;
música en el oído del obrero
y en las fábricas pájaros y música;
pinturas en los muros, en las piedras,
y en los libros poemas y pinturas
alegría muscular en los estadios
y en las camisas verdes alegría;
esperanza sin sombra por la noche
y por el día andamios y esperanza;
misericordia para los vencidos
y para el vencedor misericordia;
piedad, justicia y besos para todos
y para todos madre y más piedad;
por un rifle un millón de tulipanes
y por cada soldado otro millón;
sinfonías a cambio de batallas
y a cambio de explosiones sinfonías;
coraje entre las manos juveniles
y entre los corazones más coraje;
fuerza para creer en el futuro
y para perdurar mucha más fuerza;
paz hasta que se arruguen los cuchillos
y hasta que caiga el odio paz y paz;
paz en el alma, paz en la mirada,
y paz mil veces y mil veces paz.
Este poema fue recomendado por Doby González, colaborador de Diario de Paz Colombia. Si quieres saber más sobre la vida y obra de Carlos Castro Saavedra, puedes leer una entrevista de Isaías Peña Gutiérrez a Carlos Castro Saavedra, esta selección de sus poemas publicada en la colección Libros por Centavos de la Universidad Externado de Colombia, y puedes descargar aquí el ensayo completo de Daniel Samper Ospina sobre la obra del «poeta de la paz».
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Un comentario sobre “«Paz mil veces y mil veces paz». La plegaria del poeta Carlos Castro Saavedra”