En este recorrido por la Medellín de finales del siglo XX, el economista, filólogo y escritor Juan Fernando Ramírez Arango, nos cuenta cómo expresiones populares en Antioquia —como Metrallo, sicario, parlache y gonorrea— fueron por primera vez oídas y documentadas en la prensa, el cine y la literatura colombiana. Un texto para explorar la relación entre el lenguaje, el narcotráfico y la violencia en la historia de Medellín.
Por Juan Fernando Ramírez Arango*
Los amigos de Diario de Paz Colombia me pidieron que escogiera un período de Medellín para recorrerlo bibliográficamente y me decanté por el más efervescente de su historia, el que va desde 1980 hasta 1993, visto a través de un prisma principalmente sociolingüístico. Así, siguiendo esa línea interdisciplinar, mi punto de partida será el Diccionario de los mariguaneros, publicado en 1980 por los poetas Germán Suescún y Hugo Cuervo, y que es el repertorio de una jerga que había bebido de las mismas fuentes léxicas de las que posteriormente surgirá el parlache, por lo que podría considerarse una suerte de protoparlache. Diccionario que, por ejemplo, incluye el segundo insulto más usado del parlache tras gonorrea, sí, pirobo: “m. Término despectivo para un sujeto tramposo. Sujeto indeseable. Persona tonta o boba”. Definición que, 26 años más tarde, en 2006, en el Diccionario de parlache, perdería su cola, esto es, “Persona tonta o boba”, y sumaría en su lugar una segunda acepción: “Homosexual”.
Un año después, en 1981, la editorial Letras publicaría Bacano Llave, de Alberto Piedra. Desconocido ejemplar de la oralitura colombiana que relata las desventuras de Bacano Llave Restrepo: un nomen nescio de la comuna noroccidental de Medellín, del barrio Robledo, el tercero de cinco hijos de Jesús Llave, un expartidario de la Anapo muerto en una balacera mientras ejercía su oficio de celador, y de Rosalba Restrepo, ama de casa impedida laboralmente por la variz. La estructura narrativa de Bacano Llave es la de un libro almanaque, por lo que, además de las primeras fotos que se conocieron del hacinamiento en Bellavista, y de una transcripción irónica de un artículo que da cuenta de otro, en el que Newsweek declara a Medellín la ciudad más peligrosa del mundo, el libro incluye un importante diálogo, en el que se hace la primera mención textual del bazuco:
—Vea y perdone la pregunta: ¿quera lo que tenía el otro varillo que usté nos dió?
—Eso es bazuca. ¿Ninguno la ha probado?
—No, yo en vida había oído hablar de eso.
—Es base de coca y es lo que está dando palo ahora.
A continuación, ya que se volvió adicto al diablito, o sea a los cigarrillos de mariguana mezclados con bazuco, Bacano describe el tratamiento de desintoxicación que le recomendó su madre, Doña Rosalba Restrepo: “La cucha cada que podía me echaba cantaleta: que si no iba a dejar de fumar… Lo último que se le ocurrió fue que oyera por el radio el programa de unos manes que fueron dizque más viciosos quel putas y que ahora se volvieron buenos por obra de Dios. Los programas eran los sábados por la mañana. Yo me hacía el loco y me iba pa la cancha. Y si es por lo de Dios yo a la final creo en Dios y en la Virgen pero a mi manera, o sea sin comerle cuento a los curas. ¿Los curas? Una manada de maricas que no hacen sino vivir del pueblo a punta de carreta. ¿Sostenerlos? ¡¡¡La chimba!!!”.

El aparte anterior es significativo porque es el primer registro escrito de la locución adverbial y la negación enfática más usadas de lo que 12 años después denominarían el parlache, esto es, “a la final” y “la chimba”, respectivamente. Ambas, por supuesto, no hicieron parte un año atrás del Diccionario de los mariguaneros, luego, el bazuco y su intenso pero efímero golpe de efecto en el sistema nervioso central de Medellín, o sea en su periferia, fue uno de los principales combustibles que dio origen al parlache.
Además del bazuco, en ese 1981 también se popularizaría en Medellín un letrero endémico de esa ciudad: “Prohibido arrojar cadáveres”, divulgado por el periódico El Mundo abriendo esa vuelta al sol, en enero. Un año después, en 1982, se declararía a esa necrópolis en estado de emergencia, declaratoria que sería celebrada por Ayatollah, el alter ego reaccionario de Rafael Santos Calderón, en una columna de opinión de El Tiempo titulada “Medellín: lástima, pero ¡por fin!”:
“La declaratoria de emergencia de la ciudad de Medellín es el fondo del abismo. Las autoridades que aguantaron absurdamente hasta más no poder por no dañar sus imágenes personales e institucionales y dar la impresión de que la situación de Medellín era normal, tuvieron el jueves pasado que meter con vergüenza la cabeza entre los hombros y, ya cuando los muertos no cabían en las morgues, cuando la desfachatez de un hampa crecida llegaba a los extremos de acribillar a un humilde profesor frente a la mirada desconcertada de 30 niños, aceptar que Medellín ya no era la misma, que los que gobernaban no eran ellos y que en algún momento tenía que tomarse la decisión de rescatar a cualquier precio a una ciudad absolutamente perdida”.
Esta columna de opinión, cuatro párrafos más abajo, menciona el referido letrero prohibitorio: “Porque los casos de sangre más espeluznantes, los más crueles e insólitos, han sido plato de cada día de los medellinenses: … la feria del disparo desde motocicletas o el burdo aviso de bienvenida que decía sencillamente: ‘Se prohíbe arrojar cadáveres’. Es que, a Medellín, y de ahí la tan anhelada declaratoria de emergencia, se le obligó a convivir con algo que no conocía ni quería”.

Un año después, en 1983, aparecería el primer registro público de gonorrea en calidad de insulto, el sustantivo recategorizado en adjetivo gracias a la explosión de violencia de la Medellín ochentera. Sí, en Los habitantes de la noche. Aquel mediometraje de Víctor Gaviria en el que, al filo de la medianoche, a seis muchachos desparchados en una esquina cualquiera del centro occidente de Medellín, les da por rescatar a un compinche internado en el manicomio por su adicción a la mariguana. Para trasladarse hasta el manicomio, sito en el Bloque 4 del San Vicente de Paul, le robarán cuatro bicicletas a cuatro celadores de Florida Nueva, barrio en el que había crecido Víctor Gaviria. Mientras el tercero de los celadores telefonea al radioprograma nocturno que le da nombre al mediometraje para denunciar el robo, le hurtan la bicicleta al cuarto: ocurre en el puente que atraviesa la quebrada Ana Díaz a la altura de la carrera 77A con la 79B. Al ser atracado, el cuarto celador exclama: “Gonorreas, respeten, malparidos”. Según el locutor, es la 1:28 a.m. del 4 de octubre de 1983, día de San Francisco de Asís.

Un año después, en el distópico 1984, se publicaría en El Mundo “La muerte me tiene miedo”, de Ángela María Pérez, crónica que inspiraría el primero de cuatro guiones de Rodrigo D. Allí, un joven de 22 años, llamado Rodrigo Alonso Arango Restrepo, estuvo a punto de lanzarse al vacío desde el piso 20 del Banco de Londres, ubicado en el Parque Berrío, corazón de Medellín. Rodrigo Alonso sería descrito así por la susodicha autora: “Es un hombre impasible y enigmático, no parece angustiado, ni cansado, ni desesperado, aunque siempre tiene una extraña humedad en los ojos”. Dos años más tarde, en una jornada de rodaje, Rodrigo Alonso conocería a quien lo estaba encarnando en la película, a Ramiro Meneses, los presentaría Ángela María Pérez: “Le presenté a Ramiro y fueron como el agua y el aceite”.
Un año después, en 1985, también en El Mundo, se publicaría la legendaria pentalogía de crónicas de Ricardo Aricapa titulada “S.O.S desde Bellavista”, en donde por primera vez se divulgaría el parlache a través de un medio masivo, en donde por primera vez se leería masivamente, por ejemplo, la forma de tratamiento para referirse a un amigo muy allegado, esto es, “Parcero”, en uno de los pie de foto de la última entrega: “Carlos Robeiro Valencia Gómez, alias El Parcerito, uno de los duros del patio cuarto. Tiene más entradas a Bellavista que años de edad”. Tenía 17 años y 22 entradas, todas por robo, era de Manrique, el mayor de ocho hermanos huérfanos de padre.
Un año después, en 1986, haría su aparición el primer registro escrito de Metrallín, sí, el acrónimo entre Medellín y metra, acortamiento de metralleta, en Manrique’s micros y otros cuentos neoyorquinos, del nadaísta Jaime Espinel. Allí, en el cuento que cierra el libro, titulado “Suelo ser inmortal”, se lee lo siguiente: “Aquel Chicago de los años veinte, el de Al Capone, frente al Metrallín de ahora es un kínder”. Parangón literario que se vería realizado en la realidad inmediata: en 1986, se inauguraría el homicidio como la primera causa de muerte general en Medellín.
Un año después, en 1987, aparecería el primer registro escrito de Metrallo, acrónimo entre Medallo y metra. Lo haría en un artículo dominical de El Tiempo titulado, precisamente, “De Medallo a Metrallo”, en el que, además, saldría a la luz por primera vez en negro sobre blanco la desautomatización negativa del slogan más conocido de Medellín, esto es, “ciudad de la eterna balacera” en lugar de “ciudad de la eterna primavera”. Allí, Metrallo es descrito como si fuera el Detroit de Robocop, distopía de acción estrenada ese año, 1987, ambos azotados por la violencia y la economía: “A medida que el costo de vida se incrementa, el de la vida, como tal, se redujo: ‘hasta diez mil pesitos por muertecito’, según declaraciones de un pistoloco en un documental que en la actualidad se realiza en la ciudad. Las estadísticas, por su parte, indican que el índice de homicidios de Medellín es 90.3% mayor que el de Estados Unidos, pero igual dicen que hay 17% de desocupados y ni el campo ni la ciudad son capaces de absorber estos brazos. Por el contrario, cada año impulsan más personas hacia los suburbios”. Por ese artículo, que cerraría con una frase escrita en un Circular Coonatra, “Si es verraco, viva en Medellín”, Elizabeth Mora, su autora, a pesar de no nombrarlo, sería amenazada de muerte por Pablo Escobar, y desde entonces vive exiliada en Nueva York.
Un año después, en 1988, tras seis años de elaboraciones, sería terminado el Diccionario del español de uso de Antioquia, que no es público y está en un fichero en la oficina 424 del bloque 12 de la Universidad de Antioquia. Siendo el primer diccionario en incluir el insulto máximo del parlache, esto es, gonorrea: “Expresión que dirigida a otra persona es insulto”.
Un año después, en 1989, se publicaría “Company Town”, artículo de la revista Rolling Stone que sería amenazado de demanda por Juan Gómez Martínez, a la sazón alcalde de Medellín, en el que se describe a esa ciudad como la capital mundial de la cocaína. Y en el que los lectores anglosajones leerían por primera vez el término “mágico”:
“La aceptación nacional de los narco-dólares está implícita en un término comúnmente usado para los mafiosos de las drogas, los mágicos, que, como por arte de magia, han llegado a grandes fortunas. Una sociedad que prácticamente no tuvo movilidad económica durante décadas, la colombiana, de repente tiene 20,000 nuevos millonarios. Incluso las autoridades estadounidenses han caracterizado a los mágicos colectivamente no como una pandilla o una mafia, sino como un cartel, el cartel de Medellín, que es la ciudad de su origen y la ciudad que sigue siendo su sede”.
Un año después, en 1990, en la edición 408 de la revista Semana, en un artículo titulado “La cultura de la muerte”, se definiría por primera vez al sicario, término que desde la edición 260 de esa revista, publicada en 1987 bajo el título “Fábrica de sicarios”, había desplazado en uso a asesino de la moto: “Generalmente son hijos de familias sin padre, o de padre ausente, y las relaciones con la madre son intensas y difíciles… Nadie les cae bien, todo ser humano es ‘una gonorrea’, y son inestables e impredecibles: de ellos se puede esperar un abrazo o una puñalada. Repiten a su manera lo que le aprendieron al padre, que, cuando aparecía, les hacía una caricia o les daba una patada, traía regalos o acababa con la mamá”. Sí, ese fue el primer registro de la gonorrea como insulto en la prensa nacional.
Un año después, en 1991, el año más violento de la historia de Medellín, con 7,081 homicidios, se publicaría el libro con más gonorreas, sí, El pelaito que no duró nada: 52 en 106 páginas. Entre ellas, se registraría por primera vez el fraseologismo exclamativo para expresar emociones negativas o de rechazo, sí, “¡qué gonorrea!”, en dos ocasiones. No sobra decir que El pelaito que no duró nada cuenta la vida del primer actor protagónico de Rodrigo D asesinado en la vida real, esto es, Jayson Idrian Gallego, cuyo nombre está incluido en los luctuosos créditos finales de esa película: “Dedicado a la memoria de John Galvis, Jayson Gallego, Leonardo Sánchez y Francisco Marín, actores que sucumbieron sin cumplir los veinte años a la absurda violencia de Medellín, para que sus imágenes vivan por lo menos el término normal de una persona”.
Un año después, en 1992, nacería el neologismo parlache. La historia de ese surgimiento sería contada en Lingüística y literatura # 24, en el primer estudio de ese fenómeno, titulado “El parlache: una variedad del habla de los jóvenes de las comunas populares de Medellín”, en donde se dice que hasta último momento se barajó la posibilidad de llamarlo parceñol, sin embargo, a uno de los informantes del estudio se le apareció en un sueño un amigo que había sido asesinado días atrás y le dijo: “Sabe qué, parcero, el nombre para nuestra manera de hablar es el parlache”. Sí, parlache: cruce entre parlar y parche.
Un año después, en 1993, se publicaría el Diccionario de las hablas populares de Antioquia, sí, el primero en dar cuenta del uso extendido de vocablos como gonorrea, parcero y su acortamiento parce, al sacarlos de la sección “Léxico jergal”, e incluirlos en el apartado “Léxico coloquial y popular”.
Finalmente, días después de la muerte de Pablo Escobar, ocurrida el 2 de diciembre de 1993, Semana, en su edición 605, le publicaría el siguiente obituario al capo di tutti capi: “No dejó gobernar a tres presidentes. Transformó el lenguaje, la cultura, la fisonomía y la economía de Medellín y del país. Antes de Pablo Escobar Medellín era considerada un paraíso. Antes de Pablo Escobar el mundo conocía a Colombia como la Tierra del Café. Antes de Pablo Escobar los colombianos desconocían la palabra sicario…”. Y también palabras como gonorrea, parcero, parce, bazuco, Metrallín, Metrallo, mágicos, parlache y todas las demás pertenecientes a ese sociolecto de origen argótico, que por entonces tenía 87 que aludían a la cultura de la droga, 42 a la violencia, 73 a la muerte, 27 a las armas de fuego, 11 a las armas blancas, 24 a las balas o municiones, 17 a la cárcel, 19 a la policía, 25 al dinero, 14 a las prostitutas, 18 al robo y la misma cantidad a escaparse. Además, cuatro veces más palabras o expresiones para insultar que para elogiar, esto es, 53 frente a 13, proporción carente de cortesía que, por lógica pragmática, impedía establecer relaciones de largo plazo entre sus hablantes, reflejando el no futuro de Medellín.
Posdata 1: Al día siguiente de cumplir 44 años, a las 3:15 PM de la fecha señalada en el párrafo anterior, sería abatido Pablo Escobar: en el techo de una casa del barrio Los Olivos, en la carrera 79B # 45D-94. Sí, exactamente cuatro cuadras arriba del puente que atraviesa la quebrada Ana Díaz a la altura de la carrera 77A con la 79B. Sí, aquel puente de Los habitantes de la noche donde se pronunció el primer gonorrea del que todos podemos ser testigos. Luego, es como si el insulto de insultos, gonorrea, hubiera esperado diez años para dibujar su referente. No por nada, el margen de error de los equipos Thompson y Telefunken que triangularon las últimas llamadas de Pablo y lo ubicaron, era, precisamente, de un radio de cinco cuadras.
Posdata 2: Un año después, en 1994, se publicarían los siete gonorreas más universales de la literatura, sí, en La virgen de los sicarios. El segundo, entre paréntesis, contextualizaría al primero y a los demás: “Gonorrea es el insulto máximo en las barriadas de las comunas”. El sexto y el séptimo, por su parte, serían los más sonoros: “¡Gonorrea! El infierno entero concentrado en un taco de dinamita”, y “Dios no existe y si existe es la gran gonorrea”. Igualando ese sexto y séptimo gonorrea, y asumiendo como cierta la existencia de Dios, ocho años después Juan Villoro escribiría que La virgen de los sicarios es un evangelio al revés. Lo que comprobaría con una frase de ese libro que se encuentra, precisamente, entre dicho par de gonorreas: “Dios es el Diablo”.
Posdata 3: Entre 1980 y 1993 serían asesinadas más de 41 mil personas en Medellín. En 1989, según un artículo de la revista Time, publicado el 14 de mayo de 1990, bajo el título “Lights! Camera! Murder!”, el 70% de las personas asesinadas en esa necrópolis estaban entre los 14 y 19 años de edad. El 95% de sus victimarios, por su parte, no superaban los 21”.
Posdata 4: En 1996, en el libro La génesis de los invisibles: historias de la segunda fundación de Medellín, se recogería el siguiente testimonio maternal, en el que acaso se valida lo dicho al inicio de este texto, esto es, la relación del bazuco con expresiones fundacionales del parlache como “a la final”, deformación adverbial que indica el camino hacia la muerte: “Todo cambió en el barrio cuando llegó el bazuco. Sentimos el olor de otra química, que desencadenó la agresividad de los muchachos, ya no se respetaba la vida, ni los bienes de la gente. Para mí el momento clave es cuando se inició el consumo de diablitos, una mezcla de mariguana y bazuco que descomponía hasta el mejor corazón. Ese vicio acentuó la ansiedad de una cantidad de jóvenes que andaban a la deriva, sin Dios ni ley, sin creer en nada ni en nadie. Ellos querían tener la dicha, o la felicidad, o la fortuna de un solo golpe, de un solo soplo. El bazuco les daba el espejismo de esa dicha, pero para poder mantenerla había que fumar uno y otro, uno tras otro. Y tras la dicha venían las depresiones de arañados, las angustias punzando el hígado. El afán de más vicio, el afán de fierro para conseguir el vicio, y después el fierro se convirtió en otro vicio, y se aprendió a matar, y matar se volvió una adicción. Otros muchachos se armaron para defenderse, esa generación se engatilló. La dicha que todos buscaban se convirtió en un desfile de muerte”.
* Juan Fernando Ramírez Arango es economista, filólogo y escritor. Además de haber sido finalista en el concurso nacional de cuento de La Cueva, ha ganado, entre otros, el premio nacional de cuento de la Universidad Externado de Colombia. Pertenece al comité editorial de Universo Centro, periódico en el que actualmente está publicando una serie llamada “Medellín lado B”, que incluye los siguientes artículos hasta el momento: “¡Gonorrea! Historia del insulto de insultos”, “Tríptico de parlache”, “Rodrigo D en Cannes”, “Medellín 11.06.76”, “Emergencia en Policlínica”, “Bombardear a Medellín”, “Ramón Cachaco”, y “Rodrigo D: tres obituarios y un aviso clasificado”. En su Facebook se puede encontrar una versión más extendida y sistemática de esa serie: https://www.facebook.com/juanfernando.ramirezarango.1
Ilustración: Andrés Caicedo Hernández
Agradecimientos a César Augusto Jaramillo por su apoyo en la publicación de este artículo.
Lecturas similares en Diario de Paz Colombia
- El estupor de vivir en Medellín entre 1988 y 1993. Un estudio de Anacristina Aristizábal
- “No es normal la muerte violenta de nadie”: Luz María Tobón. Una entrevista sobre el aumento en el índice de homicios en Medellín.
- “Quería entender las razones de los conflictos en mi barrio”: Juan Camilo Castañeda
- Elemento ilegal: un colectivo que promueve el Hip Hop entre niños y jóvenes de Medellín.
- Así es la biblioteca comunitaria creada por los jóvenes para los niños en La Cruz, un barrio de Medellín.
- Gastronomía para la paz y la convivencia en Medellín.
- La cuadra: una novela de barrio que es también una historia del país
Las direcciones del puente de la quebrada Ana Diaz y la casa donde asesinaron a Pablo Escobar están erradas.
Me gustaLe gusta a 1 persona