Catherine Avella Daza está comprometida en la defensa de los derechos de las mujeres. Es promotora de la prevención de las violencias basadas en género en el ETCR ubicado en Caño Indio, municipio de Tibú, Norte de Santander. Este testimonio fue concedido durante el Encuentro de Escucha que propició la Comisión de la Verdad el 9 de marzo de 2020. ¿Cuál es su mensaje para los colombianos? Lo compartimos como parte del especial La paz en la voz de excombatientes de las Farc.
Vengo de la región del Catatumbo, la tierra del trueno. Vengo de una región donde todos estábamos convencidos de que una vez comenzado el proceso de paz, el conflicto iba a cesar. Pero vengo de una región donde el conflicto cada día, en vez de disminuir, está aumentando. Vengo de una región donde su principal factor económico es la hoja de coca. Vengo de una región de gente empobrecida, de gente desplazada, de gente inmersa en el conflicto desde siempre. De esa región vengo yo.
Creímos que los acuerdos se iban a cumplir. Qué se iba a dejar de sembrar hoja de coca, porque el gobierno había hecho un pacto de voluntades con estas comunidades y pensamos que se iba a cumplir. Sin embargo, eso no ha sido así.
Esta región cada día está en peores condiciones. Vengo del ETCR “El negro Eliécer Gaitán” de Caño Indio, ese nombre tan lindo. Allí, desde que llegamos, nos pusimos como meta cuatro ejes, solamente cuatro, para no hacer un larguero de peticiones. Soñábamos con tierra, con la energía eléctrica, con las vías y los proyectos productivos. Esos eran los cuatro puntos que tenemos todavía en mente, pero ninguno de ellos, hemos podido concretar. Vamos avanzando, sobre todo, con el apoyo de las comunidades que son nuestro gran soporte. Pero es ilógico y no es justo, que casi cuatro años después, nada de esto se haya hecho en el territorio.
Vivo allí, en mi casita de asbesto, donde todas las mañanas cuando me levanto a preparar mi café, prendo el radio para escuchar las noticias. ¿Y cual es mi dolor? Mi dolor es ver que todos los días cuando prendo el radio, una de las primeras noticias que escucho es que asesinaron a un líder, asesinaron a una lideresa, asesinaron a un excombatiente, asesinaron a un excombatiente…
Y entonces, ese café que me tomo, me lo tomo con el sabor de mis lágrimas. Porque siento el dolor inmenso de cada compañero que cae, de cada compañero que cae cada día. Compañeros que le apostamos a la paz. Que creían y tenían sueños de un país diferente. Entre todos queríamos construir y lo queremos aún.
Y entonces, ¿saben cual es mi lucha? Mi lucha es la de no caer en la desesperanza. Esa es mi lucha esencial todos los días. ¡No puedo caer en la desesperanza! Tengo que creer, tengo que confiar, tengo que dar ánimo, tengo que seguir. Tenemos que seguir. Porque no es justo que este país tenga que seguir inmerso en la guerra. No es justo que nosotros no podamos soñar por un país diferente. No es justo que sigan las muertes incesantes.
Miren, les cuento que hace más de treinta años era miembro de la Unión Patriótica. Y que cuando comenzó el genocidio, un grupo de muchachas y muchachos soñadores, que estábamos allí convencidos que ese partido político iba a tener la libertad de expresarse, nos quedamos con esos sueños. Cuando llegó el genocidio, nos juntamos a decidir qué hacer. Entonces, algunos se fueron para el exilio. Otros, se quedaron a sabiendas de que posiblemente los iban a matar, como en efecto ocurrió. Y otros, empuñamos las armas. Porque fue la única, la única salida que nos dejaron. No teníamos opción.
Y ahora, después que han pasado más de treinta años de esa guerra, me pregunto, ¿Y ahora qué hacer? Dios… ¡no puede ser que me esté haciendo esta pregunta! Cuando le he apostado tanto a la paz. Cuando dejé mi arma convencida de que me podía expresar. Y no solamente que lo podía hacer yo, también, qué lo podían hacer todas mis compañeras y compañeros. Y no es lógico que no nos den esta oportunidad.
Nosotros firmamos el acuerdo de paz convencidos y no queremos echar ni un paso atrás. Pero para que eso ocurra, toda la sociedad tiene que estar allí empujando. Para que el cumplimiento de los acuerdos sea efectivo, que no se quede nada en letra muerta. Que a las comunidades lleguen las soluciones a tantos problemas. Que a esas comunidades del Catatumbo les llegue agua potable, les llegue la energía eléctrica, les lleguen las vías, les llegue la oportunidad de vivir. Porque en esa región ni siquiera se puede expresar libremente lo que se siente.
En el Norte de Santander, llevamos la triste cifra de 24 compañeros en proceso de reincorporación asesinados y en este momento hay 32 amenazados. Y eso no es lógico. Nosotros queremos vivir en paz. Nosotros queremos aportar a este país. Nosotros queremos seguir este proceso. Nosotros queremos que los acuerdos se cumplan y yo quiero tomarme un café, que sepa a café y que no sea salobre por las lágrimas.
Quisiera que por un minuto se colocaran en los zapatos de la viuda, del padre que le asesinaron a su hijo, del hombre a quien le están matando a sus compañeros en el lugar donde vive. Quisiera de todo corazón, que nos coloquemos en los zapatos de esas comunidades que nada tienen. Que cada día piensan en cómo será el otro. Y por último, quisiera que se pusieran en mis humildes zapatos. Y que todos lucháramos por la paz.

Ilustraciones: © Andrés Caicedo Hernández
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