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El plan de lectura de agosto

Lee aquí las primera páginas de esta novela
Colombianos leen en voz alta El olvido que seremos
El olvido que seremos: un libro tan visceral como el amor del autor por su padre

Primer encuentro de lectores sobre El olvido que seremos
El olvido que seremos: un ejercicio de tolerancia y respeto

Una conversación con Héctor Abad Faciolince
Diez reflexiones de Héctor Abad Gómez sobre la justicia social

¿Qué aprendimos sobre Colombia leyendo El olvido que seremos?

Sobre esta iniciativa
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¿Por qué nos hace llorar este libro? Porque toda la historia de nuestro país hace llorar, y mucho más, cuando regresamos a algo tan grande, tan maravilloso y, que para la época de creación de esta novela, aún conservaba -no sin esfuerzo- una alta carga de valores: la Familia, sobre todo, esa familia paisa tan numerosa y tradicional, tan llena de empuje y esperanza.
Llorar porque en esta familia, dotada de un padre «Sui-generis» que más parece de historia de ficción; era el corte del abuelo Antonio lo más previsible en su posterior generación: ganaderos, montañeros agrestes que no titubeaban en hacer uso de la fuerza para levantar su prole «¡como Dios manda! Y aparece este padre, con el más delicado refinamiento de su amor paternal, dando al traste con todo ese bagaje idiosincrásico, no solo del pueblo paisa, sino de Colombia entera que, contrario a lo que se debiera, parece, cada día, ir afianzando ciertos rasgos del colonialismo español.
Cómo no llorar al sabernos privilegiados de una mente preclara que supo auscultar el dolor, la injusticia y las necesidades de su pueblo y que no se quedó allí, en la mera contemplación, sino que actuó en todas las formas posibles y con todos los medios de que dispuso -incluida su propia vida- para aliviar el dolor y las terribles falencias de aquellos desamparados por la negligencia, la avaricia y el olvido que el Estado va desparramando por nuestros paisajes y porque este mismo Estado, acalló su voz, sus risotadas y mató para siempre un amor incapaz de duplicarse.
Cómo no llorar, si este país parece una constante retrospectiva de violencia, olvido, humillación y abandono, un eterno hincarse ante los poderosos -sean extranjeros o nacionales- en detrimento de un pueblo que bien podría tener una vida armoniosa, digna y respetable.
Llorar por este Padre que me trajo, felizmente a la memoria, a Harper Lee en su bellísima obra «Matar un ruiseñor», con todo ese amor incondicional, prístino hasta el pudor mismo, y por este país en el que las fuerzas oscuras, aunque sean la minoría, son las más poderosas, con toda la aberración necesaria para ir apagando sistemáticamente, cada fuego, cada luz que derrama una esperanza. ¡¿Cómo no llorar de indignación y desesperanza?!
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