Leer «El olvido que seremos»: un ejercicio de tolerancia y respeto


Esta reflexión hace parte del especial Leer para entender El olvido que seremos. Aquí, la fonoaudióloga y docente de humanidades y lengua castellana, Dora Molano, comparte sus impresiones sobre la séptima obra del reto 10 libros en 2020, del Club de Lectura Virtual. Si no lo has hecho, aquí puedes inscribirte al Club.

Por Dora Inés Molano Pacheco* [Soacha, Cundinamarca]

Leer El olvido que seremos fue una experiencia desafiante para mí. No se trataba solo leer una historia, que sabía era totalmente real, sino de conocer el pensamiento de un gran escritor, acercarme a su alma, a ese yo que quiso compartir con nosotros su escritura.

Debo confesar que leer este libro fue también un ejercicio de tolerancia y respeto hacia una forma de pensar que en algunos puntos choca con mis propias ideologías y creencias. Pero, precisamente, considero, es allí donde radica el gran valor de esta obra, en aceptar que no siempre pensamos o sentimos lo mismo, que una misma idea puede ser sentida o concebida desde muchos puntos de vista sin que ello haga per se que unos sean enemigos de otros, que se puedan hallar puntos de encuentro, que los extremos ideológicos solo sirven para destruir y detienen el progreso.

Me impactó la franqueza con que cada palabra es escrita, esa honestidad que va más allá de lo políticamente correcto, que busca mover conciencias y llevar a la reflexión sin ofender, sin lastimar, porque el autor está muy seguro de lo que dice y por qué lo dice. Es una obra que nos lleva a contemplar la visión de una cruda realidad desde lo vivido, no solo desde lo que se ha investigado o publicado en un periódico.

Lo más duro de esta lectura es confrontar la cruda realidad. Esas propuestas con bases sólidas desde la ciencia y la experiencia que el doctor Héctor Abad Gómez formuló, que tanto bien pueden generar en la sociedad, que benefician a ricos y a pobres por igual, han sido dejadas en el olvido, despreciadas, menospreciadas y algunas que llegaron a ver la luz, no tienen el impulso gubernamental que garanticen su éxito, son hechas como por cumplir, como con temor de que al satisfacer necesidades básicas de la población los poderosos perdieran su razón de ser. Me explico, esas propuestas sobre la prevención en salud con acueductos, alcantarillados, vacunación, buena alimentación implicarían una inversión mínima si se compara con lo que cuesta curar una enfermedad o recuperar a un niño desnutrido, con retraso en su desarrollo; pero los gobernantes no previenen, no hacen un esfuerzo real y luego se quejan de los pocos recursos disponibles para el funcionamiento de hospitales o del bajo desempeño académico y profesional de aquellos que por falta de alimento no cumplen con sus deberes en colegios ni universidades.

Luego, en la medida en que avanzaba con las páginas leídas, el reflejo entre lo que las palabras contaban y la situación social de las últimas semanas me impactó. Más de treinta años han pasado desde la muerte de un padre ejemplar, de un gran hombre, y de otras grandes personas que también cayeron por odios sustentados en el temor de perder un estatus político y económico, un miedo a defenderse con ideas y hacerlo con balas… y justo cuando me acercaba al relato de la muerte, al momento del asesinato del doctor Abad Gómez, me encontré con las noticias de masares de jóvenes y líderes sociales en Colombia, muy parecidas a las previamente contadas. Eso me trae un sentir: que se repite la historia, que no se aprendió nada, que la luz que parecía verse al final del túnel ha sido apagada o escondida, que la paz vuelve a ser esquiva porque se busca forzar el olvido, que no se recuerden los años de lucha, las vidas que han buscado reducir las desigualdades sin quitarle nada a nadie, sino repartiendo mejor la gran riqueza que tiene nuestro país.

Entre la tristeza y la desesperanza parece que la violencia vuelve a dictar el camino a seguir. Como si, con la excusa de la pandemia actual, nos estuvieran llevando por esos senderos de oscuridad que parecieron esquivarse hace unos años. La rabia también surge al no poder esperar que se haga justicia.

Finalmente, la respuesta dada por Héctor Abad Faciolince ante la impotencia es, creo yo, una cachetada a los violentos que esperan que el silencio deje en el olvido sus acciones; más bien él prefiere dejar un registro que permita, aunque sea esporádicamente, recordar que han habido grandes personas que con pequeñas acciones han tratado de mejorar la vida de sus prójimos, que no han sido entendidos, pero que tenían la razón, tanta que por eso los sacaron del juego quitándoles la vida.

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Dora Inés Molano Pacheco es fonoaudióloga de la Universidad Nacional de Colombia, magister en Educación de la Universidad de los Andes y docente de humanidades y lengua castellana en la Institución Educativa Santa Ana de Soacha, Cundinamarca.

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Un comentario sobre “Leer «El olvido que seremos»: un ejercicio de tolerancia y respeto

  1. Una cosa es vivir estos relatos con el recuerdo permanente de una historia similar y otra cosa es posar con la carátula para publicarlo en el estado.

    Esa relación con su padre, tan amorosamente descrita me atrapó y me llevó a interesarme por leer «El olvido que seremos». Reivindicar la figura masculina con la ternura, el mimo, la consentidera y el acompañamiento, es un deber grande en esta tierra donde la violencia, el abandono, la corrupción y otros males han sido potestad de un gran número de varones. No por ello he de desconocer, cómo la figura femenina, vulnerada y sometida a lo largo de esta cruda historia de violencia, por múltiples razones, ninguna de ellas justificable, también ha incurrido en actos de barbarie y complicidad en los últimos tiempos.

    Pero, volviendo a la imagen dulce y profundamente solidaria del señor Héctor Abad Gómez, me queda el vacío por las miles de vidas desperdiciadas ante una sociedad cada vez más apegada a los patrones de tener, el haber y el poder. Una sociedad prefabricada que ha olvidado acuerdos mínimos de convivencia con tal de obtener gratificación inmediata sin importar la pasajera que sea.

    La escena del padre de Héctor Abad Faciolince sobre el pavimento, me pone frente a la de mi padre hace 26 años. No pude estar a su lado porque estaba ausente de casa para atender mis estudios de pre grado en otra ciudad. Su vida a cambio de una dosis de droga y una presunta cantidad para continuar una rumba de sábado. Mi título sería «El olvido que no merecemos». Gracias por este acto de valentía señores Abad, padre e hijo.

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