Cocinar en comunidad puede abrir caminos para la integración con la población migrante. Así lo evidenció el Laboratorio de Cocina para el Diálogo Intercultural, liderado en 2018 por la Fundación Casa Tres Patios. Resaltamos los hallazgos de esta experiencia de integración social, una beca de estímulos para Arte y Reconciliación del Museo Casa de la Memoria de Medellín.
Por Jovani Escobar Gil
Publicamos este artículo gracias al apoyo de la comunidad Patreon de Diario de Paz Colombia. Gracias a Maria Isabel del Busto, Catalina Gómez David, Zaira Elejalde Cadena, Claudia Cristina Gómez Londoño, Andrés Caicedo Hernández, David B. O’meara, Orizel Josefina Llanos Congote, Nancy Ayala Tamayo y Nubia Otálvaro. Gracias por hacer posible esta iniciativa de comunicación para la paz.
En la actualidad, los imaginarios sobre la población migrante venezolana en Colombia, continúan siendo un obstáculo para la integración social y cultural entre ciudadanos nacionales y extranjeros. De acuerdo con el Barómetro de Xenofobia de la plataforma El Derecho a No Obedecer, entre el 25 de julio y el 25 de agosto de 2020, se analizaron en Colombia un total de 46 mil mensajes emitidos por 19 mil autores en Twitter y en medios de comunicación. Entre otras conclusiones, este informe indica que “la cantidad de mensajes xenófobos está fuertemente correlacionada con la conversación que asocia migración y seguridad”. En específico, Medellín es la ciudad con el porcentaje más alto de mensajes xenófobos en este periodo.
Frente a este panorama, la pregunta es: ¿qué tipo de iniciativas ciudadanas se pueden gestar para transformar estos imaginarios? Casa Tres Patios es un espacio en el que las experiencias artísticas se convierten en una herramienta para conversar sobre la justicia social. Ubicada en el emblemático barrio Prado en el centro de Medellín, durante sus 14 años de historia esta casa ha generado reflexiones ciudadanas sobre la paz, los derechos humanos y el bienestar. En 2018, una de las temáticas fue la relación entre reconciliación y migración, como una manera de tramitar las diferencias y negociar para la convivencia.
Stefanía Rodríguez era, para ese momento, la Coordinadora de Proyectos de Casa Tres Patios. Una mañana de jueves, con el sabor de un tinto, nos sentamos a conversar, afuera de la cocina en donde se realizaron los cuatro laboratorios y los ocho encuentros, para hacer memoria y reflexionar sobre lo que implica la reconciliación en una sociedad como la colombiana. También visité el Museo Casa de la Memoria y me senté con Sara García, investigadora y responsable de este estímulo, para dialogar sobre la naturalización de la violencia por la que se ven obligadas a migrar millones de personas en el mundo y sobre la comida como expresión de la identidad cultural de los pueblos.
Todos comemos de todo y todos quedamos satisfechos
Esta era la consigna del primer encuentro en el Laboratorio. Los participantes, que previamente habían sido convocados a través del voz a voz en diversas cocinas ubicadas en barrios como el 12 de Octubre y Santo Domingo, o a través de la Universidad de Antioquia, debían comprometerse a cocinar con un acuerdo explícito de convivencia que implicaba abrirse a comer aquello que se estableciera de manera grupal, pero, más importante aún, que en realidad eso que se eligiera pudiera llegar a comerse al punto de quedar satisfecho. En palabras de Stefanía Rodríguez, “el todos quedamos satisfechos era como una especie de caricia a quien iba a ceder, un mensaje de puedes ceder, pero no al punto de no quedar satisfecho, o es ceder con tranquilidad, es entender que ceder no puede pasar por encima de ti. Entonces esa hora, era una hora muy larga, muy importante, son 60 minutos muy largos porque la gente se movía, cambiaba de espacio”.
En este punto es claro que el encuentro en primer lugar debía generar un conflicto entre aquellos asistentes que minutos antes eran completos desconocidos. Dinamizar a partir de la necesidad básica de comer, se convertía en una confluencia del pasado, de las memorias, de la identidad y de la necesidad de sobrevivir de cada asistente. Ahora bien, ¿cómo poner a conversar todo este bagaje?
Al preguntarle con qué poblaciones migrantes trabajaron, cómo lo hicieron a partir de esta consigna y qué reflexiones salieron de estas reuniones, Sara García recuerda: “Trabajamos con venezolanos, muchas personas venezolanas fueron y contaron sus historias, era muy impactante porque muchos llevaban 3 días de estar en la ciudad y llegaban al espacio del laboratorio de cocina. Trabajamos también con migrantes del interior del país, personas de la Guajira, personas de Cali. También con migrantes del interior del departamento, personas del Oriente antioqueño, personas de Urabá, personas del Nordeste. Y otros extranjeros alemanes, franceses, de países de Europa del Este, argentinos, chilenos, mexicanos. Cada encuentro era una cosa completamente diferente«.
Los propiciadores de esta experiencia tenían dos consignas: Todos comemos de todo y Todos quedamos satisfechos. Para comenzar, los asistentes se sentaban a diseñar un menú, a partir de diálogos como:
—¿Qué queremos comer hoy?
—Yo quiero arroz con coco
—¿Cómo se hace un arroz con coco?
«Ese día nos pasó algo —recuerda Sara—: había una persona de la Guajira y unos estudiantes de gastronomía, y todos tenían una concepción completamente diferente de cómo se hacía un arroz con coco. Había que generar un encuentro entre las diferencias, y para eso cada uno tenía que ceder«. Sara rememora diálogos en los que uno de los asistente decía: «Quiero jugo de piña con hierbabuena«, y otro decía: «Eso no, yo soy alérgico a la piña, no podemos comer piña«, y uno más intervenía: «Yo odio el tomate de árbol, no podemos tomar tomate de árbol». En el proceso, se trataba de aceptar esas diferencias y de intentar construir entre todos un menú del que todos comieran.

Esta iniciativa proponía ir más allá del acto de sentarse a comer: la invitación era propiciar reflexiones en medio de un proceso acompañado por metodologías pedagógicas para encontrarse en la otredad, para indagar en temas como los desplazamientos, incluidos aquellos que se hacen en el día a día.
Al respecto, Sara comentó que, con frecuencia, el acto de desplazarse, aunque se haya naturalizado, no siempre ocurre de manera natural, y citó el trabajo que ha hecho con la Comisión de Mujeres en Diáspora: mujeres que han salido de Colombia por diferentes razones y han llegado principalmente a España y a Inglaterra. En los laboratorios, había personas que decían, por ejemplo: «Yo no soy migrante, pero viví tres años en México haciendo mi maestría». Estas vivencias, dijo Sara: «Nos ayudaban a entender por qué esos desplazamiento no era del todo naturales, pues decidir migrar muchas veces está contextualizado en un espacio de violencia que hace que decidas salir del país».
En encuentros como estos, las personas migrantes y locales tuvieron una compartida sensación de acogida, sentimientos relevantes considerando la gran cantidad de personas que recibe cada año Medellín.
Mapas de migración
La migración no es solo un desplazamiento que se da entre dos puntos geográficos, también es un desplazamiento social, psicológico y emocional; un habitar nuevo en un territorio desconocido, muchas veces hostil. Dentro de este laboratorio también hubo espacio para preguntarse por el lugar que ocupan los y las migrantes dentro de este nuevo territorio, por lo que para cada uno significa la migración. Frente a esta experiencia Stefanía mencionó parte de la metodología:
“Cuando hacíamos el ejercicio inicial de presentarnos y decíamos qué antojo traíamos, ya estábamos entrando en calor. El siguiente momento era escribir en una hojita, sin pensarlo mucho, la primera palabra que llegara a la mente o que apareciera en la cabeza cuando pensábamos en migración. Esa palabra la guardábamos y la decíamos en colectivo, cada uno iba diciendo, por ejemplo: parientes, cultura, viaje, violencia, desplazamiento, sincretismo, recorrido, posibilidades, rebusque».
Cuando cada persona tenía escrita su palabra, la ubicaban en el piso alrededor del concepto migración. «¿Qué tan lejos está usted de esa palabra?», preguntaba Stefanía, proponiendo un ejercicio en 3D en donde ella era la migración, se ubicaba en un lugar del salón y preguntaba: «¿Rebusque está muy cerquita de mí o muy lejos de mí?», y así los asistentes se empezaban a ubicar. De pronto alguien decía: «No, yo no estoy de acuerdo: parientes y migración deben estar más cerquita», y otra persona arguía que no. También sucedía que notaban que hacían falta palabras y decidían ubicarlas en algún punto. En este ejercicio, se invitaba a los asistentes a hacer una fotografía corporal, a observar y a preguntarse qué tan lejos habían quedado de las palabras, por qué su ubicación se oponía de algún modo a ciertos conceptos, o por qué estaban tan cerca. Cada uno activaba sus recuerdos. Cuando finalizaba la sesión volvían a hacer un mapa de migración y con este comparaban qué nuevos conceptos surgieron y cuáles fueron las transformaciones que se dieron durante la sesión.

Imaginarios
¿Cómo se ve un migrante? Esta pregunta tomó desprevenidos a los 68 participantes de este proceso: 31 de Medellín, 5 de Antioquia, 16 del resto del país y 16 extranjeros. Debían dibujar en máximo 15 minutos el imaginario que tenían de la migración, del migrante y del viaje.
En palabras de Stefanía, este era un “ejercicio detonante de sacar, nombrar eso que yo estoy creyendo y permitir, tal vez, que se transforme en la conversación con el otro. Es una apuesta de transformar la idea del debate a la conversación. En el debate, yo soy dueño de una idea y la estoy defendiendo y voy a ir hasta el final con ella. En la conversación, yo no soy mi idea, sino que la idea la pongo en la mesa, la expongo incluso en un símbolo, en un dibujo, yo dejo de ser esa idea, yo soy un ser humano que tiene esta idea, y esta idea, y esta idea, y quizá se puedan transformar en esta conversación, pero ya no me casé, yo ya no soy una opinión. Y eso es lo que sucede cuando todo está expuesto: permitir que la gente vea lo que el otro piensa. Pero no es lo mismo cuando se dice que cuando se representa. Representar implica ponerlo en el lugar del símbolo y darle un espacio a lo que generan las emociones”.

El componente comunicacional se configuró en un tablero digital que incluía las voces de todas aquellas personas que participaron de los encuentros. En paralelo a la creación de las dinámicas, se creó un blog que se iba alimentando con las reflexiones de las y los participantes. Respecto a este ejercicio de imaginarios, podemos leer algunos de sus apuntes.
El mio tiene orejitas con preguntas: muchos cuestionamientos, un bombillito con muchas ideas, un ojo abierto y observando. Trae su mirada pero también está muy observador. En el corazón: emociones, deja su familia. En la pancita: la comida, sus costumbres culinarias propias. Maleta pequeña, sus cosas nada más. Pies hinchados de tanto caminar. Las aves son migratorias.
Participante del Grupo Sabores y Sensaciones Incluyentes
Yo dibujé una persona con caritas alrededor riéndose, malacara, sacando la lengua. El emigrante tiene esa oportunidad.
PARTICIPANTE DEL GRUPO SABORES Y SENSACIONES INCLUYENTES
Yo pensé hacer esqueletos, fui muy literal. ¿Cómo se ve un migrante? Se ve como cualquier otro se ve. No se puede identificar a simple vista.
Alguien hizo un esqueleto, el migrante se ve como cualquier humano: esqueleto, músculo y piel, el migrante se ve como vos o como yo… pero me pongo a pensar que el migrante no solo es humano, es animal, los árboles que caminan por necesidad de agua, de lo que sea, también lo necesitamos o pensamos desde lo humano.
Yo difiero… los migrantes no se ven como cualquier otro, los migrantes se reconocen, por su manera de caminar, de moverse, de vestirse, eso hace que no todos se vean igual, se crea un plano de diferencia.
PARTICIPANTEs DEL GRUPO Cacerolas Mestizas
Al final de estas entrevistas Stefanía Rodríguez reflexionó: “El taller en sí mismo es la metáfora de la reconciliación, la idea de tenerse que poner de acuerdo, conversar sobre eso y lograr un resultado colectivo ya implica el ejercicio de reconciliar, de rehacer acuerdos para llegar a un bienestar común”.
Esta experiencia junto a otras que se están realizando desde la sociedad civil, pueden darnos luces sobre la manera de transformar el lenguaje xenófobo a partir de la reconciliación con la población migrante, un paso hacia la integración social. Aquí se hace un llamado a comprender que con la llegada de nuevos actores a la sociedad, hay que rehacer acuerdos y que, en ese proceso, se enriquece la cultura del país de acogida.

Para conocer más sobre esta experiencia puedes ingresar al blog del Laboratorio de Cocina para el Diálogo Intercultural o visitar el sitio de Casa Tres Patios. La sistematización de esta experiencia es parte de la exposición La voz de las manos del Museo Casa de la Memoria.
Este artículo se escribió en el marco del Curso de Cobertura Periodística de Migraciones de Puentes de Comunicación.
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