Esta semblanza de un líder social chocoano, escrita con un tono dulce y cercano, nos pone frente a la realidad de miles de personas que pierden la vida en el país porque sus acciones e ideales son contrarias a la guerra. Un texto del especial Escrituratón por Colombia.
Rafael
Por Michelle Andrea Contreras Gómez – 24 años. Bogotá
Conocí a Rafael cuando ambos estudiábamos en el mismo colegio. Él era mayor, siempre fue una gran referencia de lo que yo quería lograr cuando fuera grande. Se caracterizaba por ser un hombre con mucha energía, entrega, andaba bailando por doquier y a veces lo veía leyendo algún libro en las escaleras que llevaban a su salón. Algunos me decían que al principio había sido difícil para él adaptarse al colegio, y bueno, muchos no estaban acostumbrados a que una persona del Chocó llegara a la institución. Yo siempre dije que su color de piel en realidad no importaba, las personas no debían fijarse en eso, pero no todos pensaban de la misma manera.
Mientras pasó el tiempo Rafael empezó a ganar concursos de poesía y, debo admitir, era un gran escritor. Además le fascinaban los boleros y les regalaba flores a las mujeres de su clase sin necesidad de que fuera una ocasión especial. Al parecer, en las tardes iba a un centro comunitario a leerles en voz alta a niños de escasos recursos. Siempre lo admiré por las cosas tan genuinas que hacía.
A Rafael nunca le importó lo que pensaran de él, es más, pensaba más en otros que en sí mismo. Su presencia lo era todo, su elegancia y su manera de vestir resaltaban cada característica suya, y escucharlo declamar poesía era de otro mundo.
Poco tiempo después Rafael se graduó y supe que había regresado a Nuquí, su pueblo natal en el Chocó. Allí empezó a desarrollar proyectos para su comunidad y era un reconocido líder social. Todo el mundo lo quería y… ¿por qué no hacerlo? Era una persona extraordinaria.
Durante varios años no supe nada más de él, hasta que un día vi su rostro en los titulares de las noticias. Al parecer, dos hombres armados llegaron hasta su casa y le propinaron cinco disparos que fueron letales. Toda la comunidad estaba asustada y muchos de sus amigos decidieron abandonar el pueblo para irse a algún lugar un poco más seguro. Sin embargo, su mamá y su hermana permanecieron allí. Lamentablemente, a los dos días del asesinato de Rafael, los mismos hombres que le había disparado las atacaron también a ellas porque creían que seguirían con las mismas ideas.
Esto fue muy cruel, no solo para el resto de su familia sino para aquellos que lo conocimos y sabíamos de la buena voluntad que siempre tuvo con el mundo, para quienes sabíamos de su gallardía, su pasión por las letras, su forma de expresarse.
Nada de esto era justo, ni para él ni para nadie. Solo espero que en este momento, esté donde esté, Rafael esté declamándoles poemas a su mamá y a su hermana sin miedo de ningún tipo.

Una iniciativa de Diario de Paz Fundación y de la Fundación Taller de Letras Jordi Sierra y Fabra.