Durante el mes de marzo se celebra en el departamento del Chocó una fiesta de la lectura, la escritura, la cultura y las artes. Este 2019, durante la segunda versión de FLECHO, nos conectamos con este territorio para compartir historias escritas al calor de la fiesta. La historia de Martín Murillo, el carretero literario de Quibdó, es una de ellas.
Martín Murillo, el creador del proyecto de promoción de lectura itinerante La Carreta Literaria, ha vuelto a Quibdó. Aunque desenvolverse con soltura es su escenario natural, aquí en el Chocó anda por las calles de su infancia como si nada más ayer hubiese sido el pelaíto que salía corriendo de su casa, en el barrio César Conto, para ir a bañarse a la quebrada con los primos.
En esta ocasión vino invitado a la Fiesta de la Lectura y la Escritura del Chocó—FLECHO—, sumándole kilómetros a su trayectoria de promotor de lectura. Lleva 12 años recorriendo los pueblos de Bolívar —donde vive—, y los de otros departamentos del país, luego de haber dejado definitivamente las ventas informales para dedicarse al proyecto de La Carreta.
La lectura llegó tarde a su vida, pero siempre, entre sus jornadas laborales, hubo alguna revista, algún periódico, casi siempre sobre deporte. Es aficionado a la NBA, de joven pensaba que lo suyo era convertirse en comentarista deportivo y desde entonces creía que devorando información sobre el tema podía estar cerca de ese objetivo.
Luego de irse de Quibdó, siendo todavía niño, se dedicó a la trashumancia. Martín rodó por Colombia aventurándose en distintos oficios. Lavó carros, vendió tintos, hizo arepas rellenas, cuidó casas, descargó barcos cafeteros y así hasta que al fin encontró su puerto: Cartagena. Decidió que esa ciudad sería su casa. Un día se hartó de la incertidumbre de los negocios y empezó a recorrer la Heredia con una carreta llena de libros.
“Esa decisión significó llegar a un oasis que combina todo lo que necesito: paciencia, tranquilidad, hacer lo que me gusta, no le puedo pedir más a la vida”, cuenta Martín camino al Parque Centenario, donde se quedará un rato de esta tarde de cielo medio nublado, bochornosa, para entregar libros, conversar con la gente y leer alguna historia a los niños que se le cruzan el camino.
“¿Usted es el del reportaje en Caracol?”, le dice en la calle un señor al reconocerlo. “Sí. Me han hecho varios”, responde Martín mientras empuja su carrito.
Y empieza a contar, en contravía del enjambre de motos que esquiva, cosas que ha dicho en esos reportajes; por ejemplo, que su primer trabajo fue a los diez años usando un traje de papá Noel, “¡papá Noel negro!”, dice y se carcajea, pero que entonces la novedad fue el asombro de los niños, quienes sin ponerle misterio al asunto, dieron por hecho que el viejo barbado de la Navidad podía ser de cualquier color.
Martín se detiene al llegar al Parque Centenario, rebosante de gente sentada en las jardineras, bajo la sombra de los árboles. Señala el enorme y achatado edificio del fondo, el Banco de la República, un gigante de color almendra que mira de frente a la gris Catedral: “Ahí quedaba la terminal de buses, desde ahí salíamos pa’ Istmina en las vacaciones, donde vivía mi abuela”.
En el centro del parque un grupo de muchachos de baile urbano se disponen a ensayar su coreografía quebradiza y explosiva. Él se les acerca, repartiéndoles varios ejemplares de Meñique un cuento de José Martí (colección Leer es mi cuento), y los junta, como si los engarzara con su palabra, alrededor de la carreta: “Les voy a regalar estos cuentos para que rapeen mejor; cuando uno lee, compone mejor”.
Es la primera vez que viene a FLECHO, dice mirando hacia el Malecón. Vuelven los recuerdos: “mira, cuando yo estaba niño, ese playón de allá no existía, no había ese poco e’casas que hay allá al otro lado”. Hace tres años, cuando vino por primera vez con La Carreta a su pueblo natal, Velia Vidal, le habló de la idea de hacer de la lectura una fiesta. Y ahora está acá.
—¿Por qué crees en FLECHO?
—Porque esta idea abre espacios para que la gente comparta alrededor de la lectura como sucede en cualquier capital del mundo.
—¿Qué sentido le ves a esta Fiesta?
—Para la cultura del Chocó, la literatura no ha sido tan relevante como el baile y la música, y aquí tenemos a grandes autores como Arnoldo Palacios, Óscar Collazos o Amalia Lu. Es necesario propiciar espacios para el pensamiento crítico, por eso esta Fiesta me parece maravillosa.
Martín se aleja un momento para entregarle libros a otro grupo de muchachas universitarias, uniformadas con un traje de pantalón y chaleco café oscuro, que descansan en las escalas del edificio del Banco. De pronto, se les sienta al lado como si las conociera de antes.
—¿Qué están leyendo de literatura?
—Estamos leyendo la Constitución—responde una de ella, muy seria.
—La Constitución—repite Martín, caviloso—. No has entendido la pregunta. En tu tiempo de ocio, ¿qué lees?
Sin esperar una respuesta, Martín les echa su cuento, les explica que leer, y más cuando se es estudiante de trabajo social, como ellas, permite comprender mejor el entorno.
Se levanta y continúa en lo suyo: hablar con la gente, repartir libros, detenerse ante los niños, ponerse a su altura, leerles un cuento.
—¿Y vos qué estás leyendo, Martín?
—Ordesa, de Manuel Vila—responde y toma unos libros de La Carretera, camina por el Malecón, cual si anduviera por el corredor de la casa de su infancia.
Va escalas abajo, hasta donde permanecen anclados los botes de madera, esperando pasajeros. Viajeros rutinarios que, a esta hora, final de la tarde, regresan a casa con el cansancio a cuestas, su destino es el barrio que se levanta en la negra arena de la otra orilla, Bahía. A ellos les echa su cuento, les entrega libros, les habla de FLECHO. El sol blanco, camino a escurrirse tras el monte, riela su soberbio rayo metálico sobre el Atrato.
- Este artículo hace parte de un especial de contenidos sobre la Fiesta de la Lectura y la Escritura FLECHO 2019 que se celebra en Chocó, Colombia. Hecho en colaboración con el Plan Ciudadano de Lectura, Escritura y Oralidad de Medellín y el equipo de comunicaciones de FLECHO.
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