La autora de este artículo nunca había escrito sobre un libro, pero, entusiasmada por la iniciativa del Club de Lectura Virtual, no solo leyó el primer libro del reto, sino que se aventuró a escribir para compartirnos sus impresiones. Un artículo del especial Leer para entender La vorágine.
Por Eliana Huertas*
Las primeras páginas de La vorágine han representado un viaje a mi infancia. Tuve que parar la lectura por momentos para dejar que mi mente volara por aquellos recuerdos tan profundos, tan guardados, que salían a flote con cada vivencia de Arturo, Alicia y los demás personajes de la obra.
Nací en una zona rural en los Montes de María, en una época muy compleja: en medio del conflicto armado pudimos conocer a todos sus actores. Aunque esta región no tiene una naturaleza tan agreste e imponente como la de los Llanos orientales, me sentí conectada con la obra recordando mi infancia en una típica casa campesina colombiana, esa que alberga trabajadores, vivencias, cafés, todo en medio de la rudeza de la naturaleza.
La vorágine es una novela escrita hace casi cien años y yo tengo escasos treinta, sin embargo, esas primeras páginas me indican que esa vida en la ruralidad no ha cambiado mucho. Aún son frecuentes los amores para nada idílicos, sentimientos muchas veces coartados desde las juventudes por la dureza con la que nuestros padres y abuelos han tratado de encarrilarnos. También siguen sucediendo historias marcadas por la obligación de casarse, por la deshonra que las jovencitas le causan a sus familias, por el qué dirán los vecinos.
En mi caso, el sentimiento de Alicia cuando reposaba en la hamaca y escuchó la conversación en la que Arturo le hablaba a don Rafo sobre su falta de amor y la carga que ella representaba, fue quizás la misma que sentí aquel día que un hombre me decía que ni me quería ni ansiaba tener una relación conmigo. Pero, al igual que Alicia, yo me mantuve ahí, ¿por qué?, me pregunto ahora. Tal vez las vivencias de estos personajes nos arrojan luces sobre nosotros mismos.
Mientras iba leyendo esta novela también pensaba que esta es una historia con la que puede sentirse identificado un campesino o alguien que haya vivido en algún momento en la selva. Aún cuando el paisaje es encantador, la historia está lejos de ser un cuento de hadas. Nada de imágenes románticas, nada de paisajes de ensueño. No. Aquí entramos a la selva con todos sus obstáculos, una selva que cambia el carácter y la esencia de los seres humanos, que te desconecta de tus comportamientos y valores citadinos para llevarte a situaciones en donde conoces el amor, pero sobre todo los más extremos vejámenes a los que puede llegar el ser humano.
Para mí, esta novela es una viva representación de la cotidianidad colombiana: ella revela esas mismas actitudes de recelo, autoridad, rencilla y violencia que observé durante mi infancia, entre los personajes que habitaban en la vereda en la que crecí.
* Eliana Huertas es administradora pública, radicada en Francia. Ella se describe como una enamorada de la naturaleza y de las caminatas para admirar la arquitectura antigua. Dice: «Soy consciente de que debemos rescatar todo lo hermoso de nuestro país y por eso me encanta hacer partes de este tipo de iniciativas».
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- Ilustración © Andrés Caicedo Hernández

