«A mediodía llovían pájaros»: una conversación con Marcela Guiral


“La literatura es aquí un nuevo puente para exponer los rasgos de la guerra en Colombia, en una elaboración de ficciones dirigida a jóvenes y adultos”. Compartimos una entrevista con la escritora antioqueña Marcela Guiral, a propósito de su libro A mediodía llovían pájaros. Un contenido de la serie Escritoras colombianas.

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Por César Augusto Jaramillo [Medellín]

A mediodía de un domingo de su infancia, Marcela Guiral escuchó los relámpagos de la tempestad que le pusieron los nervios en vilo. Eran estallidos de fuego y plomo. “Mataron a medio pueblo”, pensó. Luego sabría lo ocurrido: hombres armados con fusiles practicaban puntería con gallinazos que cruzaban el cielo claro de Yolombó. Era una lluvia de pájaros muertos, como aguacero de guerra. 

Cuando me contó este recuerdo, conversábamos en un balcón de una librería en Medellín, mientras veíamos una tormenta plena de truenos poderosos, al tiempo que se abría la noche fría. Hablábamos de los primeros años de su vida en una vereda del nordeste antioqueño, de las costumbres tranquilas, de la repentina aparición de grupos armados, de los cambios y el conflicto que trajo desplazamiento, masacres y soledad. Yo quería conversar sobre su libro A mediodía llovían pájaros (Babel, 2022), pero al ser una obra sobre niños y campesinos en medio de la violencia colombiana, hablamos buen rato sobre las realidades que dan escenario y autenticidad a la narración. Y sobre ella: víctima y testigo.

“Mi infancia fue la más bonita, en un contexto rural. Yo vivía en un corregimiento de Yolombó. Puedo decir que gracias a eso no tengo televisor, porque me crie sin él. La infancia era ir a robar mangos, celebrar los cumpleaños en el río, tirarnos por las montañas en una tabla, y escuchar historias. Eso me marcó luego para escribir: era un pueblo muy oral. Y no teníamos que inventar nada, porque el pueblo estaba lleno de historias”. 

A finales de los noventa, Yolombó pasó a ser un territorio dominado por el Bloque Metro, de las Autodefensas Unidas de Colombia, y liderado por el paramilitar Carlos García, conocido como Doble cero. Las masacres, los asesinatos selectivos y el desplazamiento se volvieron comunes en la región: el 3 de septiembre de 1999 el periódico El Colombiano abría en su portada con el titular “Yolombó sigue aterrorizado”. La noticia correspondía a la masacre de 21 personas, realizada por cerca de 200 paramilitares en varias veredas del municipio entre el 31 de agosto y el 1 de septiembre de ese año. Ya en 1998 el mismo grupo armado había asesinado a 14 personas, lo que generó el desplazamiento de otras 600. 

“En el pueblo antes veíamos morir a las personas de muerte natural, muertes de pueblo, enfermedades, vejez, picaduras de culebra o peleas de machete, que era como la manifestación de la violencia, pero eran muertes de otra clase. Con la guerra pasamos a tener miedo todo el tiempo: incluso con mi hermana vivíamos con miedo constante porque podían violarnos o reclutarnos para ser parejas de combatientes”, dice Marcela. 

En enero de 2001 los paramilitares recorrieron nuevamente varias veredas de Yolombó, con su dictadura de fusil, y asesinaron a 12 personas. Según el portal rutasdelconflicto.com, “las víctimas, entre las cuales había varios menores de edad, eran personas dedicadas a las labores del campo. Luego de estos hechos y tras tres años de violencia paramilitar en Yolombó, cerca de 800 personas se desplazaron forzosamente hacia los municipios de Segovia, Remedios, Yalí y la ciudad de Medellín.” 

Una de las víctimas de la masacre fue Eliécer Hincapié, y es también una de las personas a las que está dedicado A mediodía llovían pájaros. “Eliécer estudiaba para ser profesor en la normal superior, y lo matan con el abuelo y un primo”, cuenta Marcela. 

Poco tiempo después de la masacre, con 16 años cumplidos y recién graduada del colegio, Marcela fue enviada a Medellín con su hermana; el padre de las niñas vio que el pueblo era tierra muy peligrosa para ellas, y las montó en un camión de trasteos hacia la ciudad.

La vida de F

En el libro encontramos a F, un niño que debe abandonar su ciudad azotada por la guerra, y es enviado por sus padres a un pueblo, Barbascal, para intentar algo de paz con el abuelo Enrique, y el tío Eduardo. Lo que llama la atención del niño en las primeras páginas es que Barbascal es un pueblo repleto de pájaros:

“El cielo se oscureció; los pájaros tapaban los rayos del sol y se proyectaban como una gran sombra en movimiento sobre el pasto recién cortado”. 

Además, en el camino de la historia, F va descubriendo que las aves son determinantes para las dinámicas de la vida cotidiana: su abuelo tiene un correo de palomas mensajeras, las mujeres practican adivinación con las gallinas, y la profesora del colegio tiene una bandada de loros que básicamente dictan las clases. 

Las dificultades de la infancia –no saber leer, no encontrar amigos, sentirse diferente y alejado en la escuela– pasan a segundo plano cuando aparece en las calles del pueblo un grupo armado. Desde este momento, el relato conjuga la persecución a las personas, el miedo por la ley de las armas, y otra forma de violencia cruel: acabar con las aves, y con la riqueza natural. 

“La naturaleza es víctima –dice Marcela–. Hasta los pájaros se convirtieron en víctimas, siendo símbolos comunes de libertad. Detrás de ellos hay una simbología. Yo ya tenía un poco resuelto lo que quería escribir, la historia, pero al momento de pensar en los lectores jóvenes podía usar el vínculo afectivo con los animales. La extinción de los animales es otro efecto de las guerras, y de la guerra que tenemos con la naturaleza; por ejemplo, en el libro yo pongo un pájaro extinto cuando alguien no vuelve: es el pato zambullidor.” 

Porque la simbología es importante en el planteamiento del texto, pero además en la fuerza o los acentos que quieren ser tejidos en compañía del lector: los antiguos combatientes de las guerras del pasado en Barbascal, recuerdan en sueños las manchas azules en sus dedos, que no desaparecen con el tiempo o el agua. Son la memoria de las alas de mariposas que tuvieron que eliminar para mostrar determinación a sus superiores de milicia. 

En otro momento del libro, F, incapaz de escribir o leer, inventa una suerte de tinta invisible para anunciar al resto de pueblos que Barbascal está bajo ataque por medio de palomas mensajeras; esta tinta estará hecha de objetos con subtextos simbólicos y claves. La literatura es aquí un nuevo puente para exponer los rasgos de la guerra en Colombia, pero en una elaboración de ficciones dirigida a jóvenes y adultos: 

“El arte en todas sus manifestaciones es necesario para eso: puede mover emociones, sea desde la letra, la música o la pintura. Toca fibras y es necesario, incluso para cuestionarnos. Hablando de literatura y sus símbolos, toda ficción se nutre de la realidad”, señala Marcela. 

Un catálogo visual

Ilustración de Alejandra Estrada

A mediodía llovían pájaros es también un catálogo visual; gracias al trabajo de la artista Alejandra Estrada, cada uno de los diez capítulos cuenta con una ilustración vistosa de un ave diferente: paloma mensajera, loro, tinamú chico, trompetero, gallinazo, chamón parásito, sirirí, ave fantasma, pájaro carpintero y gallina. 

Sin embargo, esta no era la selección inicial de pájaros, y aquí es donde llega el trabajo del biólogo Luis Kamil Buitrago, quien ayudó a la autora a construir una lista con especies que se pudieran encontrar en los climas y regiones colombianas, y que no tuvieran problema en habitar un pueblo con las condiciones de Barbascal. Pasaron juntos horas de revisión, viendo videos y organizando ideas, pero especialmente para ella fue la oportunidad de aprender del campo científico para el planteamiento coherente que quería alcanzar. Aquí, por ejemplo, el cuervo salió del listado, ya que no se encuentra en Colombia. 

Que el libro sea ilustrado, que tenga a las aves como eje fundamental de la línea narrativa, y que se haya construido con un lenguaje más cercano a la literatura juvenil, es parte del oficio que Marcela ha puesto en su obra: 

“Llevo varios años estudiando el mundo de la infancia, y me he preguntado por el tratamiento que damos a las historias infantiles: demasiado adjetivados, con finales felices; eso tiene obviamente un trasfondo histórico. Pero los niños son conscientes del mundo que los rodea: son más lectores del mundo y de la realidad. Si no escribimos sobre la guerra, no dejará de existir la guerra, ni las preguntas en torno a ella. Por ello la literatura infantil y juvenil me parece muy cercana a la filosofía: las preguntas sobre el porqué. Y podemos tratar de responder esas preguntas de manera muy respetuosa por medio de la literatura. Acá podemos entregar espejos para reflejar e identificar lo que nos sucede, o hacernos al lado del otro”. 

A la memoria de Eliécer

El 17 de septiembre de 2023 se realizó un conversatorio para presentar A mediodía llovían pájaros en la Fiesta del libro y la cultura de Medellín; los asistentes escuchábamos las preguntas y las notas del moderador, Juan Mosquera, y las respuestas de Marcela y Luis Kamil. En un momento del evento, el micrófono pasó a una persona que estaba sentada en la primera fila del auditorio: el hombre lloraba, casi no podía hablar. Al lado, una mujer guardaba silencio. Eran el hermano y la madre de Eliécer que estaban allí, invitados por Marcela, escuchando un homenaje profundo al niño de su hogar que se fue en el amanecer de la vida. 

En el libro, Eliécer tiene un mejor final: no es asesinado por las balas, sigue su mundo, sigue con la familia; la literatura como símbolo de los dolores que no sanan, pero que nos permiten seguir en el camino de las palabras, para que algún día la guerra deje de ser el escenario de nuestras ficciones y realidades. 

A mediodía llovían pájaros
–Fragmento–

“El niño miraba el pueblo con la boca abierta, incrédulo, fascinado, como si estuviera viendo una película disparatada: las señoras llevaban paraguas, los señores y los niños, también. Muchos, en vez de paraguas usaban sombreros, otros, ambas cosas. Algunos, tenían también impermeables transparentes que dejaban ver su ropa colorida. En un momento el pueblo se llenó de aves. F vio pájaros en los cables de la energía, en los tendederos de la ropa –donde ya no se tendía ropa– y en las cercas de las casas. Pájaros en ventanas y balcones. Pájaros caminando por las calles, sobre los lomos de las vacas, en las bicicletas de los niños; pájaros bebiendo agua de los riachuelos y durmiendo en los sombreros de los señores que caminaban lentamente. Pájaros por todas partes”.

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Este libro se puede adquirir en librerías de  Ibagué, Barranquilla, Medellín, Tunja, Bogotá, Armenia y Manizales. Encuentra tu ejemplar en Nido de libros (Barranquilla), Libélula (Manizales y Armenia), Optiman y Babel (Bogotá), Cooprudea y Fondo de Cultura Económica – Fernando del Paso (Medellín). Fotos: cortesía de la autora.


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Escrito por

Comunicador social-periodista de la Universidad de Antioquia, y estudiante de Historia en la misma institución. Profesional de la Corporación Picacho con Futuro, organización de la Comuna Seis de Medellín.

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