En siete crónicas de viaje al interior de varias regiones de Colombia, el periodista Juan Miguel Álvarez hace una radiografía de un país desconocido por muchos: aquel en donde se ha vivido muy de cerca el conflicto armado. En esta reseña, César Jaramillo presenta y resalta algunas de esas historias y paisajes. Un libro recomendado para ampliar la visión que tenemos del país.
Lee también una entrevista con Juan Miguel Álvarez y Así surgió la ex guerrilla de las Farc, un fragmento de la obra.
Por César Jaramillo
Al concluir la Feria Internacional del Libro de Bogotá 2019, la editorial Rey Naranjo anunció que su publicación más vendida en el evento fue Verde tierra calcinada, un libro del periodista y escritor Juan Miguel Álvarez.
Al pensar en los lectores, es difícil no sentir algo de compasión por los que llevaron el libro entre sus compras, pues probablemente para muchos atravesar estas historias produzca rabia, genere angustia, y al mismo tiempo deje un deseo inevitable de pretender la huida y abandonar a su suerte esta tierra del origen. Leer la página final despierta la sensación ineludible de que el horror siempre sucede lejos de nosotros.
Sin embargo, es un libro que conmueve, pues en esta unión precisa de crónicas hay un país que ignoramos, no sólo por su geografía difícil y distante, sino por las formas camaleónicas de una guerra que se camufla con habilidad.
Verde tierra calcinada contiene siete relatos, cada uno con el nombre del sitio en donde se teje la historia. Los textos están acompañados de fotos muy bien logradas de Federico Ríos.

Iniciamos en “la trocha”: el último tramo que conecta los departamentos de Antioquia y Chocó. Así la describe Juan Miguel: “96 kilómetros de polvo, barro endurecido y piedras que cada tanto se desprenden de las paredes laceradas de las montañas y caen sobre la vía como rocas enormes”.
La trocha está dividida en sectores que se identifican con números y, al llegar al Once, tomamos camino hacia la primera estación de esta madeja de relatos: el resguardo Emberá Katío de La Puria.
Luego nos dirigimos por carretera destapada al cañón de Las Hermosas, a dos horas de Chaparral, en el departamento de Tolima. En el tercer relato seguimos hacia El Arenillo: una vereda de Palmira, en el Valle del Cauca, donde descansan las ruinas del “Chalet de la muerte”: un pequeño edificio utilizado en el pasado por los grupos paramilitares para secuestrar, torturar y descuartizar personas. El recorrido continúa en la región del Pacífico colombiano, hasta llegar a Tumaco, en el departamento de Nariño.
La siguiente estación es la que probablemente acuna la crónica más fuerte, emotiva y detallada de todo el libro: Calamar, en el departamento del Guaviare, donde fue asesinada la enfermera María Cristina Cobo Mahecha.
Dos escenarios más cierran la antología: la vereda La Coca, en el departamento de Quindío, habitada por víctimas del conflicto armado; y la vereda Guaduas en el municipio del Carmen de Atrato, Chocó, donde víctimas y antiguos victimarios conviven actualmente en la misma zona.
Cartografías de guerra
Pero este listado de geografías difíciles tiene sentido en razón de los testimonios que arroja sobre el mapeo complejo del conflicto armado en Colombia. Hay paisajes de indescriptibles contrastes, líneas filosas de cerros y montes que capturan colores diluidos, selvas y bosques de agujas arbóreas que señalan el cielo oceánico: todas las maravillas naturales que han presenciado a su vez el horror de una guerra lejana, desconocida.

Un rápido vistazo a tres episodios nos permite establecer esa relación entre lugares, comunidad y problemática.
En La Puria conocemos el caso de más de 50 familias, habitantes de este resguardo Emberá Katío, que salieron desplazadas de la región en el año 2011 por amenazas. Nos dice el escritor: “Una de las consecuencias más graves –sino la más– de esta guerra es el desplazamiento forzado. Los cálculos más optimistas hablan de 4,9 millones de colombianos que abandonaron tierra y pertenencias para salvar la vida. Los menos acotan la cifra de 7,4 millones. Sea cual sea, Colombia junto con Siria es el país con mayor número de desplazados internos del mundo”.
Pero también tenemos en la historia las dificultades que representa para algún integrante de una comunidad indígena que es desplazado, llegar a las calles voraces de la ciudad; los esfuerzos o trabas estatales para facilitar el retorno al resguardo; o las implicaciones de esperar algún tipo de reparación.
En otro relato llegamos a las cercanías de la ciudad de Cali, vereda El Arenillo, en donde varios frentes del Bloque Calima de la Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, ACCU –en particular, el frente La Buitrera–, repitieron una imagen usual de la guerra silenciosa que contaminó parajes ocultos de las zonas aledañas a las grandes capitales colombianas: “Para los campesinos lo más común era ver a diario, de subida por la carretera, las camionetas con gente amarrada. De bajada, ya las veían desocupadas”.
Transcurría el año 2000. En toda su historia –desde los años ochenta hasta la desmovilización de estos grupos en 2006–, los paramilitares asesinaron de forma selectiva a cerca de 9.000 personas, según cifras del Centro Nacional de Memoria Histórica. En los expedientes oficiales se encuentran 371 casos de tortura y sevicia. La crónica enfoca gran parte del relato en el “Chalet de la muerte”: una edificación que sirvió de bastión, guarida y centro de operaciones para los miembros de La Buitrera.
Esteban, un campesino de la región, sirve de guía a Juan Miguel, quien luego describe en el libro: “En esos íngrimos minutos de conversación, yo ya había recibido suficientes imágenes del chalet como una legítima casa de descuartizamiento, en la que uno se podía imaginar las súplicas de vida de las víctimas, los gritos de dolor por las torturas, el estallido de los tiros de gracia y el sonido inenarrable de la hoja filosa al despresar una persona”.

Para completar la terna de esta selección, debo mencionar un tema tan esencial como devastador: el reclutamiento forzado, en especial cuando toma por objetivo a menores de edad.
En 1984 la guerrilla del ELN comenzó a acechar el Carmen de Atrato, en el departamento del Chocó, y entre promesas y miedo fueron reclutando militantes, muchos sin mayoría de edad.
La persona que eventualmente hizo más oposición a esta práctica fue el rector del colegio del Carmen, Noel Enrique Robledo. En la crónica, un testigo cuenta que en ocasiones Noel se internó hasta los campamentos guerrilleros para tomar a sus estudiantes y devolverlos al hogar, lejos de la vida entre ropa camuflada y armas. Acusado de ser contradictor de la causa rebelde, fue asesinado el 6 de abril de 1993.
Ese mismo año, y con tal panorama de fondo, es decir, el asedio de guerrillas y paramilitares, surgió un nuevo grupo armado: el Ejército Revolucionario Guevarista, ERG, que incurrió en las mismas prácticas de reclutamiento de menores y que, al final, reducido y sin horizonte, depuso las armas en 2008 cuando sus integrantes –45 para la fecha– se acogieron a la ley de Justicia y Paz.
De siete capítulos, sólo tenemos aquí una lectura aérea de tres que ilustran los caminos laberínticos, pedregosos y escarpados del análisis de la guerra. En las otras cuatro historias hay más elementos, voces y paisajes, junto con material historiográfico que aporta un marco de estudio. La investigación se alterna con párrafos reflexivos, retornos a la ciudad para procesar algunos episodios, y vaciar testimonios de libretas, grabaciones y cámaras.
El escritor rumano Mircea Cartarescu afirma que la lectura no nos ayuda a ser más cultos, sino más verdaderos; a entender mejor la vida y a diferenciar los sueños de las motivaciones.
Esta consideración a contraluz del libro me lleva a la pregunta: ¿Cuáles habrán sido los sueños de los señores de la guerra para Colombia, y cuáles, al final, sus motivaciones? Y ahí, en la palabra, aparece una nueva gramática de la violencia.
Al leer Verde tierra calcinada comprendemos que las crónicas son, a su manera, una vía de reparación simbólica con la memoria de las víctimas, pues en ellas las reconocemos más verdaderas y reales. Aquí, sus historias de dolor, tortura y muerte llegan a nosotros con nombre propio, asegurando además que no caiga sobre ellas la otra fuerza bélica del olvido.
Sólo queda esperar que en cada lector estos relatos encuentren un alma también resquebrajada, que pierde sus partes con gritos de angustia; que exhala el fin con el último estallido de gracia; que recibe sepultura bajo el cielo de la noche, entre los brazos proféticos de la selva; que agoniza y muere en cada lectura, para renacer luego, ya como tierra fértil al pensamiento y la reconciliación.
Lee también: una entrevista con Juan Miguel Álvarez sobre Verde tierra calcinada. Y Así surgió la ex guerrilla de las Farc, un fragmento de este libro. ¡Comenta y comparte!
Para leer Verde tierra calcinada puedes:
–Buscar este libro en tu biblioteca más cercana. Si no está disponible, consulta por el servicio de préstamo interbibliotecario.
–Adquirirlo en las principales librerías del país o a través de Rey Naranjo Editores.
Fotos: Federico Ríos, cortesía Rey Naranjo Editores.
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