Estación Antología (III): 22 cuentos colombianos de la Revista Odradek, el cuento


En esta tercera entrega, Juan Hernández nos adentra en una publicación especializada en cuento colombiano. Tercera estación en un recorrido por un género literario rico en voces, temas y autores. ¿Conocías Odradek, el cuento?


Por Juan Hernández Gutiérrez* [Alemania]

Bienvenidos de nuevo a esta ruta literaria por el cuento colombiano. De la mano de Eduardo Pachón Padilla y Luz Mary Giraldo hicimos un recorrido por la nómina de escritores que han cultivado este género en nuestro país durante el siglo XX. Gracias a esa labor arqueológica de Pachón Padilla y a la reportería actual y en vivo de Giraldo comprobamos que el cuento gozó de mucha salud y diversidad en el siglo pasado: la lista de temas, estilos, formas y autores es amplísima (mucho más de lo que tal vez nos imaginábamos).

Cerrado el siglo XX, ¿cómo le va al cuento en el nuevo milenio? Para responder a esta pregunta, los invitamos en esta nueva entrega a sumergirse en las profundidades de la primera década del siglo XXI de la mano de una antología única en nuestra literatura: 22 cuentos colombianos de la Revista Odradek, el cuento.

Una precisión antes de empezar: la relación entre el cuento y la revista literaria en Colombia es de vieja data: no se puede entender el primero sin la segunda. Por eso, vale la pena adentrarnos en esa relación simbiótica a lo largo de nuestra historia literaria y patria para entender la importancia de la antología de Odradek.   

El cuento y las revistas literarias en Colombia

Gracias a la ardua labor de varios investigadores de la Universidad de Antioquia, del Instituto Caro y Cuervo y de la Pontificia Universidad Javeriana, podemos decir que el cuento surge, se desarrolla, madura y se consolida en nuestra literatura gracias a las revistas y suplementos literarios hasta último cuarto del siglo XX. Los orígenes podemos rastrearlos a finales del siglo XIX en las revistas literarias de Medellín y Bogotá. En esos años, algunos escritores abandonaron los cuadros de costumbres y se mudaron a esa nueva especie breve recién llegada de Europa.

En Bogotá las revistas Literaria, Ilustrada, La Gruta, Contemporánea, Lecturas para el Hogar, pero sobre todo Gris fueron las pioneras. Allí se publicaron cuentos como, “Julieta” de José María Rivas Groot, “El cura de Lenguazaque” de su hermano Evaristo, “El Pasmo de Sicilia” de Eduardo Posada Muñoz, “Alucinación” de Emilio Cuervo Márquez, “Sinceridad del artista” del antioqueño Baldomero Sanín Cano, “Bogotá en el año 2000” de Soledad Acosta de Samper y “la voz de los muertos” de Salomón Ponce Aguilera, ciudadano panameño, tras la independencia de 1903. Todos ellos alternaron el cuento con la poesía, la novela, el ensayo y la crítica literaria.

Sin embargo, fue en las revistas de Medellín donde el cuento se cultivó con más fuerza hasta consolidar verdaderos pioneros del género: Efe Gómez publicó su primer cuento “De revés” en La Bohemia Alegre (1895), “Una vela a San Miguel y dos al diablo” de Camilo Botero Guerra apareciñó en La Miscelánea (1895), Tomás Carrasquilla publicó “A la diestra de Dios Padre” en El Montañez (1897) y la Revista Cascabel publicó la antología El recluta (1901) con 10 cuentos inspirados en la Guerra de los Mil Días.

En los primeros años del siglo XX la tradición del cuento se afianzó en Medellín. Tomás Carrasquilla y Efe Gómez siguieron publicando, pero aparecieron nuevos escritores con cuentos como “Ánima en penas” de Alfonso Castro, “Pecados y castigos” de Francisco de Paula Rendón, “Brujerías” de Samuel Velásquez, “La oveja descarriada” de Saturnino Restrepo, “En el aire” del bogotano Clímaco Soto Borda y muchos más que tuvieron cabida en revistas como Lectura y Arte, Lectura Amena y en mayor medida, Alpha.

En la segunda década del siglo, el cuento empezó a ganar más terreno con la aparición de las revistas de circulación nacional El Gráfico (1910) y Cromos (1916). Desde finales de esa década hasta mediados de siglo, ambas revistas crearon secciones dedicadas única y exclusivamente al cuento, espacio que ayudó a descubrir nuevos escritores y popularizar el género entre el público lector. En sus páginas aparecieron cuentos de escritores que cultivaron el género por décadas como el santandereano Luis Tablanca, el caldense Adel López Gómez, el cundinamarqués Eduardo Castillo y la caucana Ecco Neli, una de las primeras cuentistas nacionales del siglo, relegada en los estantes de nuestra literatura bajo una gruesa capa de olvido.       

Por esa misma época, la prensa local y nacional también abrió un espacio al cuento en sus páginas impresas. Los suplementos literarios de El Tiempo (1914) y El Espectador (1915) fueron los pioneros, seguidos en los treinta por La Vanguardia (1933) y El Colombiano (1939). Al igual que las revistas, la prensa permitió a varios escritores y cuentistas consolidar o iniciar su obra durante varios años. El Espectador lo hizo con Tomás Carrasquilla y Efe Gómez, quienes publicaron algunos de sus mejores cuentos entre 1914 y 1928, mientras que el El Tiempo hizo lo propio con J.A. Osorio Lizarazo, novelista importantísimo y también olvidado, quien publicó más de una veintena de cuentos en los años cuarenta. A finales de la misma década, Gabriel García Márquez publicó sus primeros cuentos en El Tiempo, textos compilados en su libro Ojos de perro azul de 1972.

A partir de los años treinta, Bogotá se consolidó como el centro de la divulgación de cuentos en el país. Gracias a la aparición de las Revistas Universidad y La Novela Semanal en los veinte, Pan y De las Indias en los treinta, Espiral en los cuarenta y hasta finales de los sesenta. En esas décadas, varios escritores consagrados como Carrasquilla, Gómez, López y Tablanca se consolidan como cuentistas.

Pero en esas revistas también aparecieron en escena otros escritores primerizos en el género breve. Es el caso de José Restrepo Jaramillo, Eduardo Arias Suárez, Sofía Ospina de Navarro, Jesús Zárate Moreno, Antonio Cardona Jaramillo, Humberto Jaramillo Ángel, Octavio Amórtegui y Clemente Airó. Una mención especial merecen las revistas Voces y Crónica donde José Félix Fuenmayor, Tomás Vargas Rueda, Álvaro Cepeda Samudio y Gabriel García Márquez publicaron sus primeros cuentos.

A partir de los años sesenta, las editoriales fueron ganando cada vez más terreno sobre las revistas literarias. Sin embargo, algunas revistas mantuvieron espacios abiertos a nuevos escritores, sobre todo hasta mediados de los ochenta. El Boletín Cultural y Bibliográfico (1958) fue el de mayor apertura con 74 cuentos publicados durante esos años, la gran mayoría en los sesenta, con una importante presencia de escritores como Adel López Gómez junto con nuevas caras como Carlos Delgado Nieto, Policarpo Varón y José Púben, un cuentista que jamás publicó libros de cuentos; un caso verdaderamente enigmático. Junto con el Boletín del Banco de la República, la Revista Mito (1955), Eco (1960) y Letras Nacionales (1965) fueron los lugares predilectos para el cuento durante esos años: Fanny Buitrago, Nicolás Suescún, Antonio Montaña, Pedro Gómez Valderrama y Eutiquio Leal se consolidaron como cuentistas.

Sobresale la Revista Letras Nacionales de Manuel Zapata Olivella que publicó 55 cuentos colombianos hasta 1985, pero, sobre todo, dedicó un número especial al cuento (No. 7 de 1966). En esa edición aparece un breve ensayo de Pachón Padilla sobre la historia del cuento nacional acompañado de una selección de cuentistas colombianos consagrados y nuevos: Hernando Téllez, Francisco Socarrás, Mario Franco Ruiz, Manuel Mejía Vallejo, Gabriel García Márquez, Gonzalo Arango, Germán Espinosa, Óscar Collazos y Luis Fayad. Una joya literaria.

En los últimos años del siglo pasado la publicación de libros alcanzó sus niveles más altos en nuestra historia y muchas de las revistas existentes desaparecieron por demasiadas razones (solo sobrevive el Boletín del Banco de la República). Sin embargo, algunas revistas como Puesto de combate (1973), Gaceta (1985), Número (1993) y El Malpensante (1996) mantuvieron esa centenaria relación con el cuento hasta el nuevo milenio. Es precisamente en esos primeros años de cambio del siglo XXI cuando apareció en Medellín la revista más longeva de las poquísimas (El cuento semanal y El cuento) dedicadas enteramente al género breve en la historia de nuestra literatura: Odradek, el cuento.  

Revista Odradek, el cuento

Durante los primeros años del nuevo milenio nuestra literatura cuenta con una promoción de escritores anfibia: Laura Restrepo, Fernando Vallejo, Jorge Franco, Héctor Abad, Juan Gabriel Vásquez, Santiago Gamboa, entre otros, eran las estrellas más brillantes a nivel nacional, algunos de ellos cabalgando entre varios géneros, pero todos sin excepción, lograron su éxito con la novela. Esa novelitis se hace más aguda con la llegada de la industria editorial internacional que absorbió las competidoras nacionales y privilegia la publicación de novelas sobre cualquier otro género. En este panorama, el espacio para publicar cuentos se reduce significativamente y los libros de narrativa breve quedan relegados a un segundo, y hasta si se quiere, tercer reglón. Es en este periodo donde Odradek entra en escena.

Todo inicia hacia el año 2002 en la ciudad de Medellín. Elkin Restrepo, poeta desde los años setenta y cuentista desde los noventa, convoca un grupo de amigos-artistas-gestores culturales para crear una revista especializada en el cuento en Colombia. La idea entusiasma a muchos, pero con el pasar de las semanas y los meses, el grupo de comprometidos se va reduciendo hasta quedar solamente dos de ellos: Elkin Restrepo y Claudia Ivonne Giraldo.

Ambos nacidos en Medellín, ambos escritores y gestores culturales con experiencia en la industria editorial (Elkin con la revista de poesía Acuarimántima y Claudia con Hombre Nuevo Editores) inician el proyecto. Inician con la definición de la brevedad, la calidad y el talento como los criterios para la selección de los textos. También bautizan la revista con el nombre de Odradek: ese ser fantástico creado por Franz Kafka alrededor del cual gira la trama de su cuento “Las preocupaciones de un padre de familia”, escrito entre 1914-1917 y publicado en Un médico rural (1919). Los curiosos pueden ver la apariencia de esa criatura imaginaria en la portada del número 12 de la revista publicado en octubre de 2008. 

Definidos el qué y el cómo, Restrepo y Giraldo publican en abril de 2003 el primer número, seguido de una segunda entrega en octubre del mismo año. Para mediados de la década se unen al proyecto la cucuteña Lucía Donadío y José Zuleta Ortiz, bogotano de nacimiento, pero caleño de corazón. Ambos también narradores llegan a reforzar la edición y la selección de cuentos de escritores de otras partes del país.

Durante diez años Odradek publicó 20 números semestrales donde aparecieron escritores experimentados y nóveles, todos talentosos y con cuentos breves de altísima calidad. Pero como dicen por ahí, todo lo que comienza tienen su final y, por desgracia, el de Odradek llegó en octubre de 2012, con la publicación de su último número, el número 20, con una edición conmemorativa de 10 años de existencia: 22 cuentistas colombianos.        

Así fue como Odradek se posicionó como la revista semestral de cuento más popular en el Valle de Aburrá y Colombia durante esos años. No hay mejor frase que resuma la importancia de esta revista para nuestra literatura que la dicha por Jorge Orlando Melo en una conferencia sobre revistas literarias en Colombia dictada en Bogotá en octubre de 2008: ”Mientras que sobreviven las (revistas) de poesía, el cuento no encuentra fácilmente espacio en las revistas: quedó para antologías y volúmenes que recogen la obra de uno o varios autores, con excepción de Odradek”.

La antología 22 cuentos colombianos

Ahora si entremos de lleno en la Antología: 22 cuentos, 22 escritores, todos ellos publicados por Odradek en uno o varios de sus 19 números anteriores. A diferencia de Pachón Padilla y Giraldo, la antología no habla de generaciones o promociones. Tampoco incluye un prólogo donde se hable del estado del cuento en el nuevo siglo. Simplemente, presenta 22 cuentos con una breve biografía de cada uno de los autores organizados cronológicamente según su fecha de nacimiento (aunque varias biografías no incluyan fecha de nacimiento). Así que, sin más demoras, miremos los cuentos y sus autores.

La antología inicia con el cuentista más experimentado de todo el grupo: el anorense Darío Ruiz Gómez, quien ha afianzado una obra cuentística con nueve libros desde los años sesenta. El cuento seleccionado es “Conversación con la niebla” donde un narrador omnisciente nos cuenta ese momento de epifanía, muy íntimo en el que el personaje, un Robin Hood de clase alta en Medellín, se da cuenta de que todo lo que ha hecho, conseguido y lo rodea, más temprano que tarde desaparecerá. Un relato que tiene ecos en El desbarrancadero de Fernando Vallejo.   

El cartagenero Roberto Burgos Cantor aparece con su cuento “El espejo” donde nos narra una historia de acoso femenino: un narrador voyerista y sigiloso, de pocas palabras, nos cuenta ese episodio en su vida en el que una mujer llama su atención mientras espera su vuelo y decide seguirla desde el abordaje hasta el despeje, aguantando hasta el último momento para ver el desenlace de aquel episodio. Burgos Cantor es otro de los experimentados y consagrados cuentistas de nuestras letras con seis libros de narrativa breve desde inicios de los ochenta. Él será el protagonista de una futura entrega.

Otro de los escritores de la promoción denominada por Giraldo como los Hermanos Menores es Roberto Rubiano Vargas, bogotano y autor de seis libros de cuento: todo un referente en la narrativa policíaca y negra. “Residencias Villaleste” puede ser visto como una adaptación, un remake de la “Casa tomada” de Cortázar en clave policial, ambientado en Bogotá y donde los lectores pueden ver a los invasores. La trama gira en torno a cómo un criminal de cuello blanco con matones a sueldo va tomando poco a poco el conjunto residencial donde viven los personajes del relato, quienes hacen todo lo posible por resistir la embestida criminal que resuelve de manera inesperada e inevitable. 

Dentro de la selección aparecen cuentos de varios de los nuevos cultores del género en siglo XXI, artesanos de la palabra con obras narrativas donde lo breve ocupa un lugar central. “Semilla de mar” de la bogotana Lina María Pérez Gaviria es un relato brutal donde lo fantástico irrumpe de manera natural, violenta y acertada: una historia de amor que termina con la irrupción de un ser extraño engendrado en una paradisiaca playa del Caribe contaminada por un derrame petrolero. Un excelente ejemplo de cómo se introduce lo fantástico en un cuento sin que pierda verosimilitud ante el lector. Pérez Gaviria, con cinco libros de cuento, nos acompañará en una futura entrega con su libro Cuentos sin antifaz de 2011.

Consuelo Triviño Anzola, otra bogotana con media decena de libros de cuento publicados, aparece con “Letra herida”, un texto narrado desde una perspectiva femenina sobre el tema de la violencia política. Esta historia narra el episodio en la vida de una protagonista detenida y torturada sin causa justa solo para amedrentar a aquellos que apoyan la subversión; todo contado por un narrador omnisciente que escudriña en el mundo interior del personaje para transmitirle al lector el reflejo de una época reciente de nuestra historia.

Otros de los cuentistas destacados de principios de siglo son el antioqueño Octavio Escobar Giraldo y valluno Harold Kremer. El primero aparece con “La penitencia”, un relato corto en el que, a través de la expiación de las culpas desde lo divino y la felicidad de un pueblo entero al conocer la noticia del asesinato de un bandolero, se narra la violencia sin derramar una sola gota de sangre. El segundo, un maestro del microrrelato y consagrado antologador del género, nos presenta otro relato sobre la violencia política desde las víctimas. En “Patíbulo”, un muy bien utilizado narrador en segunda persona se encarga de llevarnos a ese momento definitorio en la vida de un joven con discapacidad que es sonsacado con falsas promesas de su terruño para ser uno más de los 6.402 mal llamados falsos positivos. Ambos son referentes del cuento nacional que narran de forma íntima la crueldad que azota nuestra sociedad.     

El más reconocido de los cultores del género en este siglo es Pablo Montoya Campuzano, santandereano de nacimiento y antioqueño de crianza. “El velorio” es un cuento contemporáneo con varias voces narradoras y sin una estructura clásica definida. La trama aborda la vida del personaje contada por varios asistentes a su velorio: su hijo, su tía, su madre, su esposa y su primo. Cada fragmento narrado por los familiares nos permite reconstruir la atormentada vida de Álvaro, sus decisiones, sus temores, sus frustraciones y los tabúes de la sociedad medellinense de nuestros días que lo llevan hasta la tumba. Es inevitable pensar La muerte de Iván Illich de León Tolstoi al terminar el cuento. Aparte de ser docente, poeta, ensayista y consagrado novelista, Montoya es un gran cuentista con siete libros de cuentos publicados desde mediados de los noventa.

Lo fantástico también hace parte de la selección con dos ejemplos de esta narrativa, extraña y distópica de buena calidad y cien por ciento hecha en Colombia. “Un día azul” de Elkin Restrepo tiene una trama construida alrededor del encuentro sexual entre un hombre y una mujer que termina de una manera inesperada en un mundo en decadencia, triste y deshumanizado. Un texto en clave fantástica, en un contexto futurista pero cercano a lo nuestro, con muchas referencias culturales actuales y un ambiente distópico.

El otro texto en la misma clave de lo extraño sobre la memoria y la venganza, pero ambientado en nuestro tiempo es “Nueva historia de nadie” de Ricardo Cano Gaviria, autor nacido en Medellín y residente en España desde hace varias décadas. En este relato se conjugan un naufragio, la selva, una comunidad indígena, un ingeniero colombiano perdido y desmemoriado, un chamán, plantas ancestrales, pócimas, viajes astrales y un amor no correspondido que llevan al personaje hacia el terrible descubrimiento de llevar veinte meses perdido en la selva junto con una traición sufrida en su hogar durante su larga ausencia en la selva.

Sobresalen otros cuatro cuentos por las formas innovadoras en que se narran tramas intimistas y cotidianas. Lucía Donadío, autora de dos libros de cuentos y fundadora de Sílaba Editores, aparece con el texto “La esquina”, una narración que se desprende de un evento recurrente y cotidiano en el que el personaje y una habitante de la calle por fin interactúan después de muchos años en el mismo lugar en el que una de ellas sufrió una tragedia que cambió su vida. Un relato con una estructura, un estilo y un tono que hilvanan con precisión una trama que gira entorno al temor, el dolor y la reconciliación. “Alta Cocina” del bumangués Gonzalo España cuenta la historia de ese momento determinante en la vida del personaje en que confía su pequeña hija a una pareja de vecinos gringos a los que considera sus amigos, pero traicionan su confianza de forma imperdonable. Un relato muy ágil de leer gracias al narrador juguetón y preciso que narra una historia en la que los ecos del narcotráfico se asoman en el telón de fondo de la trama y en el título del texto.  

Emma Lucía Ardila Jaramillo, otra bumanguesa, en un gran cuento intimista llamado “Revancha” nos narra los últimos días de vida de una relación de pareja a través de la convivencia entre sus mascotas: un perfecto ejemplo de aquella tesis de Ricardo Piglia que dice que un cuento siempre cuenta dos historias.  

“La risa invisible” de José Zuleta Ortiz narra la historia de hombre al que la vida le da una segunda oportunidad de ser feliz después de enterarse que vivió por mucho tiempo en una mentira durante un viaje por el Río de La Plata: una excelente trama de amor y el engaño que sirve de formidable ejemplo de cómo se pueden sugerir cosas sin necesidad de nombrarlas. 

A pesar de haber publicado su único libro de cuentos en 1981, el barranquillero Julio Olaciregui es un invitado frecuente en varias antologías de cuentos. En esta ocasión aparece con “Reinaldo en el mar” donde un narrador díscolo, con un poderoso flujo de conciencia en el que increpa muchas veces a su personaje, nos narra de forma fragmentaria la vida del escritor cubano Reinaldo Arenas. En su trama se entrecruzan sus poemas, las calles de La Habana, Fidel Castro, el régimen cubano, la purga contra los homosexuales y los padecimientos de uno de los más importantes artistas de la isla en las últimas décadas, historia donde lo fantástico irrumpe de forma natural desde el mar Caribe. Un cuento construido con una forma poco convencional, experimental y universalista al que la etiqueta de posmoderno le queda perfecta.

La antología la cierran otros escritores que han dedicado varias páginas al cuento dentro de su obra durante los primeros años del nuevo siglo. El valluno Juan Fernando Merino con “El habitante de los árboles”, un relato universalista, de corte erudito que nos muestra un personaje que vive con un pie en el presente y otro en la prehistoria; un texto que juega con la metaliteratura al mejor estilo de Espinosa y Moreno Durán. Claudia Ivonne Giraldo juega con la autoficción en “Como en una novela” donde nos narra como la niña personaje va creciendo de la mano de sus libros y lecturas.  “La parábola de manos en domingo” de Ana María Cadavid es una narración intimista donde el personaje se ve obligado a tomar una decisión que va cambiando a medida que nos acercamos al final del relato. “El síndrome del pájaro en la oreja” del cucuteño Ramón Cote Baraibar es un relato de lo extraño que termina con un maravilloso sentido del humor: es la historia de un narrador personaje atormentado y al borde de la locura por el ensordecedor bullicio de los pájaros que sólo parece afectarlo a él hasta que al final descubre la razón por la cual los vecinos del edificio de enfrente jamás padecieron por el graznido de las aves. También hacen parte de la selección Guillermo Cardona, Carolina Sanín y Tim Keppel.  

Odradek tendría una sorpresa guardada para todos sus seguidores en el 2014. Ese año lanzaron El pozo y el péndulo, una segunda compilación de 21 cuentos colombianos, cuyo nombre está inspirado en un cuento de Edgar Allan Poe. En este segundo volumen aparecen figuras de renombre como Manuel Mejía Vallejo con “El hombre de la mirada mala”, “El fierro de Miguelito” de Rocío Vélez de Piedrahita, y Ramón Illán Bacca con “El príncipe de la baraja”. Pero como estamos hablando de las nuevas voces en el nuevo siglo, destacamos los siguientes: Esther Fleisacher, J.J. Junieles, Oscar Castro García, Juan Diego Mejía, José Andrés Ardila, Janeth Posada y Luis Miguel Rivas. Varios de ellos los encontraremos de nuevo en nuestra próxima parada.  

Y hasta aquí llega esta breve revisión por el cuento en Colombia durante el primer cuarto del siglo XXI junto con Odradek, el cuento, la revista más longeva en nuestro país dedicada a la narrativa breve.

Pero la historia no se detiene aquí: en los últimos diez años no han parado de aparecer nuevos peregrinos por la larga ruta del cuento nacional, así que en una próxima entrega miraremos algunos de ellos gracias a un par de antologías: una con nombre espectacular y la otra de una vieja conocida en nuestra ruta. Nos meteremos de pies y cabeza en los primeros años del nuevo milenio con una colección de cuentos que se fue haciendo poco a poco desde una publicación periódica durante una década. Gracias por acompañarme en este recorrido.


*Juan Hernández Gutiérrez es politólogo colombiano y reside en Alemania. Disfruta de la lectura, en especial si es latinoamericana. Dice que también le gusta escribir, en particular historias enfocadas “los ofendidos y humillados en las periferias de este nuevo mundo feliz globalizado”. Es miembro del Club de Lectura desde noviembre de 2020.

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Politólogo de profesión, apasionado por la literatura por vocación.

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