Después de su lectura de la novela propuesta para el mes de abril, Rosaura Mestizo, participante del Club de Lectura Virtual, se animó a compartir sus impresiones. Un contenido del especial Leer para entender Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón.
Por Rosaura Mestizo Mayorga*
Cuando publicaron esta obra, en el año de 1975, yo era una maestra joven y rebelde. La leí por primera vez en momentos en los que se gestaban nuevos movimientos políticos y sociales, apuestas que significaban una “revolución” para América Latina. Existía la esperanza de vencer la indiferencia y el abuso de poder; y en medio de esto, muchas mujeres éramos “compañeras de lucha”.
Para ese entonces, se escuchaban aún pros y contras hacia el político y militar Gustavo Rojas Pinilla; se hablaba del significado y de los antecedentes del Frente Nacional, y pervivían las voces representativas de la memoria del caudillo Jorge Eliécer Gaitán.
Pero durante la relectura que hice este año, con el actual contexto en Colombia, descubrí que la novela de Albalucía Ángel propone una narrativa entre el arte y la política. Primero, noto que la autora tuvo el valor de plasmar aquí todo un universo de actos violentos, segregaciones, injusticias y persecuciones contenidas –en múltiples tiempos, escenarios, personajes, lugares (la intimidad de los lugares), costumbres, lenguajes, estirpes–, que llevaron a parte de la población a la sublevación como modo de defensa.
Segundo, percibo que la autora rescata la narración angustiosa de los otros. A lo largo de la novela puede verse una constancia rítmica y atractiva desde la conciencia en el dolor. “La pájara pinta” es una lectura veloz, ajena a puntuación, como si buscara transgredir las normas de la lengua, como si pretendiera la irreverencia a los estilos narrativos, como si velara con displicencia y anarquía comunicativa.
No puedo olvidar las escenas donde se encuentran las imágenes desgarradoras de la masacre en la Plaza de Toros de Santamaría, promovida por el régimen militar de Gustavo Rojas Pinilla. Ese hecho me conmueve y me traslada a la “Guernica” de Pablo Picasso.
Pero también, esta obra trae consigo las imágenes familiares que se sujetaban a regímenes transgresivos, producto de la educación religiosa aprendida de las monjas extranjeras, que aún se ven como rezagos de historia en las casas de abuelas y bisabuelas.
Al releer esta novela, me pareció mágica la exigencia de leer con mayor atención, para no perder la multiplicidad de “hilillos” conductores de todos los momentos adversos –tanto en épocas, como en lugares–, de las dimensiones de los acontecimientos que ocurren en las ciudades y en los pueblos cercanos y distantes. Esa complejidad apremiante, no me decepcionó esta vez, como cuando hice la primera lectura en otra época. Esta vez, la obra fue un verdadero menú colorido y significó para mí una gran satisfacción.
Me atrevo a señalar que las vueltas y revueltas, anteriores y posteriores a los hechos narrados en “La pájara pinta”, son un anuncio latente de la violencia que ha sido engendro de los enormes intereses de la clase política y económica de la sociedad, inmersa en un Estado contrario al Estado Social de Derecho, el que solo es un decir.
*Rosaura Mestizo Mayorga es poeta, cuentista, abogada y docente. Coordinadora y gestora del Festival Internacional de Poesía de Bogotá, colaboradora de las Jornadas Universitarias de Poesía de Bogotá y de la revista de poesía Ulrika.
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