¿Es la guerra un asunto de hombres? ¿Son el heroísmo o la villanía exclusivas manifestaciones de la masculinidad? Un artículo del especial Leer para entender A lomo de Mula, del Club de Lectura Virtual.
Por Nancy Ayala Tamayo*
La guerra es un asunto de hombres, señala el escritor Alonso Sánchez Baute en su novela Líbranos del bien. El libro explora como caso de estudio lo sucedido en Valledupar, cuna de dos de los más representativos agentes del horror generado por la dinámica de la violencia en Colombia: Ricardo Palmera Pineda, más conocido con el nombre de guerra «Simón Trinidad», y Rodrigo Tovar Pupo, conocido como «Jorge Cuarenta»; el primero en representación de la ex guerrilla de las Farc, y el segundo del paramilitarismo, de las Autodefensas Unidas de Colombia.
La línea comprensiva de Sánchez Baute se mueve, con evidencias que hila en su relato, hacia el machismo y el patriarcado como fundamento de la decisión escogida por los hombres cuando se enfrentan a la resolución de conflictos. En una conversación a propósito de su libro, el autor decía:
“Los hombres no pueden permitirse sentir, solo se permiten muestras de hombría y virilidad”.
Para complementar lo dicho por Sánchez Baute, señalo que la ausencia permanente de reflexión sobre su ser es lo que los conduce a la posición de permanentes rehenes de la guerra, pues de hacerlo se demolerían los soportes de su identidad –por eso es comprensible la dificultad–. De allí que, en el modo de obrar ante un conflicto, los hombres deriven invariablemente hacia lo que pareciera ser la única posibilidad: una solución enmarcada dentro del arquetipo representado en los roles consuetudinarios del héroe y el villano.
Dos textos, dos testigos
Para sustentar mi razonamiento utilizo los registros en primera persona de los textos de Alfredo Molano reunidos en A lomo de mula, y de Svetlana Alexievich en La guerra no tiene rostro de mujer. El primero es una búsqueda del autor sobre los orígenes de la exguerrilla de las Farc, para lo cual hace un recorrido por las regiones de Colombia en donde se ubicaron los sucesos; y en el segundo, la autora bielorrusa hace un recorrido por distintos lugares de la antigua Unión Soviética para conversar con las mujeres que combatieron en la Segunda Guerra Mundial, como respuesta a la invasión nazi a su país. Con ellos elaboro el siguiente contraste.
La guerra no tiene rostro de mujer
“Cuanto terminaba un ataque lo mejor era no mirarse las caras. Las caras eran distintas, no eran las que suelen tener las personas. No nos podíamos mirar entre nosotras”.
“Hubiera sido mejor que me hubieran herido un brazo o una pierna, que me doliera el cuerpo, porque el alma duele mucho. Éramos unas niñas”.
“Nos había costado asimilarlo. Odiar y matar no es propio de las mujeres. Tuvimos que convencernos a nosotras mismas, obligarnos. Añorábamos nuestras casas, nuestra madres”.
“Estábamos cansadas de tanto odiar, de disparar. Al regresar, lo único que queríamos era dormir, dormir”.
“Durante mucho tiempo después de la guerra, me daba miedo dar a luz. Tuve hijos cuando me calmé, cuando pasaron 7 años”.
“En una guerra no hay héroes, ni hazañas. En una guerra sufren por igual las personas, la tierra, los pájaros, los árboles”.
A lomo de mula: viajes al corazón de las Farc
“Fue una pelea larga, muy buena”.
“Creo que la guerra civil es inevitable, quiera Dios que la ganemos nosotros”.
“Los combates… fueron frecuentes y muy fuertes porque se llevó a cabo entre hombres de ley que prefieren morir antes que huir”.
“Usted no se imagina lo que era ese hombre derribando monte”.
“Cuando montábamos emboscadas y la tropa enemiga demoraba en pasar, el tiempo de espera se nos alargaba…, pero no nos regresábamos sin pelear, había que pelear”.
“Nosotros dimos la primera pelea y, a mucho honor, yo disparé el primer tiro”.
El contraste
La autora de La guerra no tiene rostro de mujer dice que estuvo motivada para ir tras esos testimonios por la idea de conocer, de la propia voz de las mujeres, su sentimiento frente a la guerra, pues lo registrado hasta entonces por la historia había sido contado por hombres.
La escritora escucha sus relatos y los pone en perspectiva con los de éstos últimos para sintetizar:
“el hombre es un secuestrado de la guerra. Desde niño le dicen ‘tú serás un soldado para defender la patria’. Y cuando está en ella, el pensamiento de la muerte, del asesinato, siempre está presente en su conciencia; lo entiende todo como si fuera normal. Las mujeres, por el contrario, aun reconociendo que se ven obligadas, que tuvieron que enfrentarse a la defensa de su patria, siempre tuvieron presente que la guerra es un asesinato”.
Y si bien es cierto que Alfredo Molano en A lomo de mula no estaba motivado por esta dimensión de la guerra, lo que en sus indagaciones quedó registrado expresa, a mi modo de ver y por contraste, lo que Alexievich señala. El gran listado de nombres y alias de quienes se muestran como actores visibles en nuestro conflicto interno (ver adjunto al final del texto), todos hombres, me sugieren esta línea de reflexión.
El sentimiento de heroicidad, el asumirse como protegidos por Dios para desatar la guerra, el gusto por los combates, la admiración por el hombre que derriba monte, la ausencia de miedo, se hace presente en los registros de voz de los hombres vinculados a la dinámica de nuestro largo conflicto armado. Los bandos enfrentados no reconocen, como lo hiciera una de las mujeres citadas en el texto de Alexievich, que
“En una guerra no hay héroes, ni hazañas. En una guerra sufren por igual las personas, la tierra, los pájaros, los árboles”.
Por el contrario, el honor está asociado al orgullo de quien hace el primer disparo para matar al otro sin que asome conflicto interno alguno que los oriente hacia la idea de que la guerra es un asesinato.
El héroe y el villano
No intento decir que la complejidad de un conflicto como el colombiano pueda ser comprendido a partir de una sola dimensión. ¿Cómo no reconocer la estructura de injusticia social que hace parte de nuestra organización social y los intentos que a lo largo de la historia han emprendido todo tipo de grupos humanos para superar su vulnerabilidad?
Pero aparecen preguntas: ¿en qué momento estas luchas empiezan a degradarse? ¿Cómo olvidar el inmenso sufrimiento de las mujeres en estos conflictos debido a las vejaciones y violaciones a que son sometidas, por todos los bandos en contienda, al considerarlas como botín de guerra? ¿Quién es héroe y quien villano?
Lo que sí quiero dejar dicho es que en un escenario como éste, en el que se intercambian repetidamente los dos papeles, el fanatismo encuentra camino expedito y finalmente todos sin excepción –hombres y mujeres– quedamos convertidos en rehenes de la cultura de la guerra. Dicho de otro modo, el escenario de la guerra, o del conflicto interno, solo admite la representación de roles caracterizados por comportamientos de hombría y virilidad, asignados tanto al personaje del héroe como del villano, y autojustificados, como lo señala Sánchez Baute, en nombre del bien.
*Nancy Ayala Tamayo trabajó en la Universidad del Quindío y desde que se jubiló, hace ocho años, se vinculó al Taller de lectura y escritura creativa Relata-Quindío. Escribe sobre todo relatos y cuentos, ha coordinado la edición de dos publicaciones y publica columnas en dos de los diarios regionales.
Lee también de la misma autora:
- A propósito de la figura del patriarca en la novela La casa grande
- El espíritu libertario en Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón
Aquí puedes leer más contenidos relacionados con A lomo de mula y el Club de Lectura Virtual: