«Las estrellas son negras»: las angustias de un hombre a orillas del río Atrato


Desde el municipio de Marinilla, Antioquia, el autor de la siguiente reflexión comparte su mirada sobre la primera obra del reto 10 libros en 2021. ¿Cuáles son los temas, según él, más inquietantes de esta novela? Para profundizar, visita nuestro especial de contenidos sobre esta obra. Un artículo del Club de Lectura Virtual.


Por Yuber Torres*

La novela colombiana Las estrellas son negras (1949), del autor Arnoldo Palacios, comienza con la humedad de la madrugada, con los olores de la carnada, con los párpados que se abren para vivir una historia. Una vez comenzamos a leer esta obra tan íntima, corremos el riesgo de encontrar los ojos de un animal triste y rabioso: el hambre de estómago: “Hambre. ¿Cómo era posible soportar tanto tiempo sin comer?”. Pero no hay vuelta atrás, toca sentirla mientras el autor nos lleva de la mano y nos va dibujando los rostros de negros chocolatosos con las yemas de los dedos; paso a paso nos acercamos al rostro y a la realidad afro.

Parpadeo y veo a Irra –el personaje principal– montado en una piragua y, frente a sus ojos, a los bañistas que flotan en el río Atrato para sobrellevar el verano de tres meses. El hambre, el agua que moja los labios gruesos y rebota en las cabezas crespas; las lanchas que solo los blancos pueden usar, todo ello anuncia un paisaje de desigualdad racial en la obra de Arnoldo Palacios. El personaje Irra, resentido, observa cómo los antioqueños se enriquecen, cómo los blancos y los sirios viven bien y, del otro lado de la realidad, cómo su madre lava la ropa a orillas del río mientras que los negros navegan lentamente para pescar, “buscando su madredediós”, su sustento. Las tablas podridas que sostienen y comunican las casas, se confunden con la basura y con el polvo que inunda un suelo sin camino. Cada descripción denuncia una pobreza que permanece aún hoy en este lado del Chocó, una región en donde el tiempo se ha estancado en un charquito de agua con zancudos. 

Paso a paso sigo con atención esta demoledora realidad, con la esperanza de ayudarle a Irra a encontrar una miga de pan, oyendo que ya le chirrían las tripas, viendo cómo mira a los santos inexpresivos y les pide llenarle el estómago; entonces pienso en lo jodido de confiarle el hambre a los santos, pues aunque es justamente el poder de la fe lo que no nos deja morir, hay una evidente resignación atada a la devoción a figuras de yeso. “Comer banano maduro con queso era sabroso…”. 

Además de esa constante presencia del hambre, Irra encuentra en sus recuerdos la voz machista de su región: un amigo de su padre asesinó a su mujer y se justifica diciendo que lo hizo “por puta”. Armazones de huesos con patas velan frente a las tiendas y reciben patadas de hombres hambrientos.

Lee también: Así comienza la novela Las estrellas son negras (y accede al enlace para descargar la obra).

Y entre todo, el propio personaje, que vive confrontado por la incapacidad de hallar en qué ocuparse, pues allí donde vive no hay fábricas, ni talleres, no hay becas para estudiar. Duele leer las palabras de su madre cuando le dice “colmigo no contéi, Irraé, tu mamá ya no resijte, y tuj hermanitaj mujere necesitan tu apoyo…”, de modo que el pobre Irra acaba por aceptar su propia miseria y la de toda la familia, dejando su vida a merced de la voluntad divina, mientras convulsos sentimientos nacen en su pecho: matar como acción liberadora del tedio, dejarse morir, sentir un deseo incontenible por las mujeres, vender el tiple, ¡nooo!, ¡el tiple no, Irra! 

Setenta años después de haberse escrito, todavía los lectores podemos ver con claridad a Irra. Allí está el río Atrato, el de tantos hombres negros que niegan su piel e ignoran su origen. Una atmósfera en donde conviven mujeres cargadas con racimos de niños, liberales y conservadores que discuten sobre política en las tiendas y que nos transportan, con su lectura del periódico, a las protestas del primero de mayo, a los años de la chusma y las intenciones de los políticos audaces que engañan a personas como él. Parpadeo y veo a Irra montado en la piragua: el tiempo y la realidad se han suspendido en el Atrato. ¿Será el mañana también igual?

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*Sobre sí mismo, Yuber Torres nos dice: “Escribo para caminar despacio, huir del tedio, de la quietud y de la soledad; escribo para ser otros. Vivo en Marinilla, Antioquia. Trabajo como docente de idiomas, pero la mayor parte del tiempo pienso en literatura y me gusta hacer reseñas como excusa para escribir, como un vicio solitario”. Puedes seguirlo en redes sociales como @sensini.

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