Además de ser publicista, a Manuel Bernal, autor de este artículo, le encanta la lectura. En este texto sobre A lomo de mula, comparte sus reflexiones sobre la obra de este autor y sobre su encuentro personal con la obra del mes de mayo en el reto 10 libros en 2020. Un artículo del especial Leer para entender A lomo de Mula, del Club de Lectura Virtual.
Por Manuel Bernal*
En días pasados pensaba en las cosas no vitales pero sí esenciales que el confinamiento hace extrañar; una de ellas, si no la más importante, está en los primeros lugares para mí: es aquella actividad que un amigo antropólogo me dijo que los indígenas llaman “caminar la palabra”, una de mis actividades favoritas, con este amigo y con algunos otros. Se trata de ese recorrer terreno mientras se habla de lo superfluo y de lo trascendente; esa hermosa sensación de andar caminos midiéndolos en palabras.
Debo confesar que es la primera vez que leo a Alfredo Molano y que, luego de A lomo de mula, leerlo es ya una tarea larga: ahora tengo una deuda conmigo mismo para conocerlo por completo, con la seguridad plena de que será una labor gratificante.
Afortunadamente y gracias a la maravillosa iniciativa de este Club de Lectura, tengo en mi radar a este autor, el cual tuvo tan alto compromiso con la verdad de aquellos que no pudieron escribir la historia, pues nunca fueron vencedores, más bien fueron vencidos y olvidados.
Su obra refleja ese deseo de hacer visible la realidad de los invisibles de la historia, plasma en sus relatos y en sus páginas la verdad propia vivida por los diversos grupos étnicos y por el territorio mismo, como fieles testigos del abandono del Estado y de ese otro país que parece negarse a reconocer el dolor, la separación y la indiferencia que ha marcado tan profunda huella a través del tiempo.
Leyendo A lomo de mula –un libro más que adictivo, que tan solo me duró dos sentadas entre sábado y domingo–, no pude dejar de imaginar ese continuo “caminar la palabra” de Molano, haciéndolo por donde no había y aún no hay camino en este amplio territorio nacional; midiendo y reconstruyendo con relatos y con miles de palabras esta triste y cruenta historia nuestra.
El domingo, 3 de mayo, detuve mi lectura para escuchar el encuentro del primero de mayo. Grata fue mi sorpresa al encontrarme que Alfredo Molano Jimeno, su hijo, quien había decidido leer para todos el capítulo número nueve, «Riochiquito», justo en el que me había detenido. [Así puedes leer todos los capítulos de este libro].
Me sorprendió no solo oír esa voz que recordaba el arrojo y las travesías de su padre al crear esa crónica; sino el ser humano que nos regaló también a los participantes anécdotas de vida. Esto hizo que al terminar de ver el video del evento y al releer el capítulo por mi cuenta, la lectura tuviera un sabor diferente, calara más en el alma y dejara un deseo enorme por leer el capítulo final y revisar las fotografías.
Prometo a este libro una pronta nueva visita, para conocer más de la historia de este país siempre tan desigual, que siempre olvida y repite sus historias de dolor y al que en muchos aspectos parece que las décadas no lo hacen avanzar.
*Manuel Bernal, vive en Bogotá, es profesional en publicidad, mercadeo y diseño gráfico. Seguidor de las artes en muchas de sus presentaciones: plásticas, musicales (sonidos fuertes del metal extremo), y también de la cultura popular en sus formas audiovisuales, cine, series, anime; pero, en mayor medida, amante de los libros. En Instagram comparte opiniones sobre no ficción, novela negra y literatura fantástica en su cuenta: @sumido.en.letras.
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