Cómo se cuenta una guerra: puntos de vista narrativos en el conflicto armado colombiano


De muchas maneras se puede narrar una misma guerra: desde el punto de vista de quienes están en contienda, de quienes la sufren o de quienes la observan. Este artículo resalta esa diversidad de matices a la hora de «escribir la historia» y, en particular, se enfoca en la descripción hecha por diversos autores sobre tres temas: las cifras, la salud y el papel de los Estados Unidos en el conflicto armado colombiano.

Parte del especial Leer para entender A lomo de Mula, del Club de Lectura Virtual.

Por Gerardo Ovalle

Con la violencia y los eventos alrededor de ella, sucede algo similar a lo que pasa con los colores, existen matices y perspectivas; dos personas que observan algo pueden diferir totalmente de lo que aprecian, simplemente por la ubicación desde la cual observan.

Hace quince años llegó a mis manos un libro que hace parte de los muchos que se vieron forzados a circular clandestinamente, ya que nacieron en plena época de La Violencia: Las guerrillas del llano: una visión de la violencia en Colombia (1948-1953), de Eduardo Franco Isaza, un libro con el que toqué por primera vez el nacimiento de las guerrillas en Colombia. Hasta este 2020 no había vuelto a ahondar en este tema; ahora lo hago con el libro de Alfredo Molano: A lomo de mula: viajes al corazón de las Farc.

Haciendo lecturas sobre lo que ha sucedido en Colombia puedo notar esos matices. Hay autores que retratan la voz, por ejemplo, de las personas desplazadas por la guerra –como Viento Seco (1953) de Daniel Caicedo–. La obra de Alfredo Molano, en muchos aspectos, presenta la voz de campesinos, indígenas y negros. En la lectura de El diario de la resistencia de Marquetalia (1975), de Jacobo Arenas, se encuentra la voz del guerrillero, y, de otro lado, los periódicos y programas de noticias, vienen a ser la voz que escuchamos en las ciudades.

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En este sentido, cada quien y con un matiz diferente que varía en su tonalidad, nos cuenta una versión de su propia historia, una cuestión que merece un estudio amplio y profundo. En este artículo quiero resaltar, a manera de comparación, tres temas: la mención de las cifras, lo referente a la salud en medio de la guerra, y el rol y participación de los Estados Unidos en el conflicto armado colombiano.

Las cifras

Maximizar las cifras conviene a las partes a la hora de evidenciar la fuerza del contrario si existe desventaja, o disminuir la propia para resaltar el coraje, temple y valentía de los combatientes. En este caso, mientras que en A lomo de mula, Alfredo Molano dice que «Oficialmente, el general Valencia Tovar sostuvo: ‘Los efectivos sumados apenas pasaban de 1.200 hombres’”, en su diario, Jacobo Arenas manifiesta que

«Las informaciones de que dispone este Movimiento indican que en el asalto oficial a mano armada de que se hará víctima a esta región [Marquetalia], participarán de 10.000 a 16.000 unidades militares, correspondientes, entre otros, a los batallones Colombia, Caicedo, Tenerife, Juanambú, Patriotas, Galán, Rook, Escuela de Lanceros, apoyados por fuerzas de la aviación y carabineros de la policía».

Las cifras de los ataques también se acomodan. Sobre los primeros días de la llamada «Operación Marquetalia», Jacobo Arenas dice:

«El 8, entre las cinco y seis de la mañana, escuchamos en la radioemisora Radio Santafé, en el espacio «Por una vida mejor», la lectura de los titulares de la gran prensa. En El Espectador: «Ola de terrorismo anoche en el país. 28 bombas en Bogotá, 5 en Medellín, una en Manizales y 3 en Palmira». En el diario «El Tiempo»: «Más de 50 bombas estallaron anoche en el país».

La salud

Las referencias a temas de salud también varían según quien escribe. En el capítulo sobre el asalto a Marquetalia, Alfredo escribió: «Se advirtió también un brote de lo que los guerrilleros llamaron “viruela negra”, cuyos síntomas eran una fiebre altísima y la aparición de llagas». En su libro El cura guerrillero (1975), biografía de Camilo Torres, Walter Joe Broderick escribió: «Una especie de “viruela negra” empezó a manchar la piel de niños y grandes, pues los aviones regaban la selva con un terrible rocío de bacterias«.

Jacobo Arenas, por su parte, lo narró así: «siete compañeros más han caído bajo la acción de las bacterias. Tienen viruela negra. Aquí la viruela salió en los pies, especialmente en los talones. Por eso la bautizamos con el nombre de «espuela de gallo». La gente se pone «coja», el dolor es terrible. Casi no se puede andar». Y la versión oficial del Teniente Coronel Luis Alberto Villamarín Pulido en su libro Operación Marquetalia: Mitos y realidades del origen de las Farc (2020): «Inclusive propagaron la falsa noticia que había cientos de habitantes de la región con viruela negra arrojada desde los aviones, pero ni hubo casos probados en centros de salud, ni muertos por esta supuesta bacteria».

Estados Unidos

Por último, la participación económica y operativa de Estados Unidos va de la realidad a la ficción según quien documenta la historia. Creado durante la administración del presidente John F. Kennedy, el Plan LASSO (Latin American Security Operation), pretendía contrarrestar los movimientos revolucionarios en América Latina y desactivar las regiones de influencia comunista, esto a raíz del triunfo de la Revolución cubana en 1959. Para determinar qué tantos recursos ha recibido Colombia de la potencia del norte, se utiliza la información que se obtiene de USAID (Center for Development Information and Evaluation), que da cifras de toda la asistencia que provee Estados Unidos al resto del mundo, clasificada en económica y militar.

En la investigación Gastos de guerra en Colombia (2016), de Diego Otero Prada, el autor señala que “La ayuda militar se inició con la firma en abril de 1952 del Pacto de Asistencia Militar (PAM), año en que el Ejército comenzó a recibir equipo militar de los Estados Unidos. De 1950 a 1968, Estados Unidos entregó a las Fuerzas Armadas 9,5 millones de dólares en ayuda militar, sin incluir los fondos para Acción Cívica Militar y la asesoría y el entrenamiento a la Policía, que entre 1961 y 1979 sumaron 9,0 millones de dólares».

Por su parte, Gonzalo Sánchez y Doony Meertens en su libro Bandoleros, gamonales y campesinos (1983) nos cuentan que «El 21 y 22 de mayo de 1964 aparecieron en la prensa declaraciones atribuidas a un vocero oficial de los Estados Unidos según las cuales el ejército de ese país había participado en las campañas de exterminio de la Violencia en Colombia. El Comandante de la Sexta Brigada, Hernando Currea Cubides, quien también había dirigido la “Operación Marquetalia”, se apresuró a desmentirlas con las siguientes palabras que no eran más que una confesión de lo que ya se sabía:

«Nosotros no hemos recibido ayuda militar en la proporción que se le ha suministrado al Vietnam del Sur. La ayuda ha sido muy limitada y sólo desde mediados del año pasado se nos comenzó a prestar a pequeña escala. Esa ayuda es más limitada de lo que se le presta a otros países del continente. No hay unidades de fuerzas especiales estadounidenses en nuestro territorio. Hay oficiales de los Estados Unidos que sirven como técnicos para ayudar al ejército colombiano; materiales nuevos que nos han llegado, como radios, equipos de transportes, armas, etc. Pero no se ha desempeñado en ningún momento en lugares de batalla. Ellos permanecen en las escuelas y en los batallones dando instrucciones pero no han tenido ninguna participación en la lucha contra la Violencia. (El Cronista, Ibagué, 22 de mayo de 1964).

En entrevista para la Conferencia de Provinciales en América Latina y El Caribe (CPAL) en 2016, Alfredo Molano contaba: «En Villarrica se usaron, por primera vez en el mundo, las bombas de napalm, o de gasolina sólida; los estrategas de la guerra contra las “repúblicas independientes” fueron estadounidenses… Más aún, el ejército estadounidense dio la fórmula de esas bombas, los franceses pusieron los materiales y el ejército colombiano las fabricó».

Así que resulta facilista y peligroso tomar partido por unos u otros sin apreciar en detalle la policromía de este conflicto. Al final, sin importar sabores, voces o colores, los únicos que acaban perdiendo son aquellos que anhelan empezar cada día tan solo viviendo en paz.

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*Gerardo Ovalle es ingeniero de sistemas y lector apasionado. Participa de manera activa en el Club de Lectura Virtual de Diario de Paz Colombia.

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Escrito por

Ingeniero de sistemas apasionado de la lectura. Mi papá acostumbraba a leer novelas de bolsillo, las que más le gustaban eran las de vaqueros, primero se quedaron en mi memoria los nombres de Keith Luger, Silver Kane y Marcial Lafuente Estefanía; antes que los de Garcia Márquez o Rafael Pombo. Los mundos que descubría a través de cada página tan solo avivaban el deseo por leer más y ahora después de tanto tiempo el fuego no se extingue.

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