‘La Negra Marqueza’, como es conocida por muchos, es una mujer caribeña que vive en Bogotá y que tiene un sueño: “Que en muchos rincones del mundo todos se junten sin egoísmo, sin envidia, a sentir el valor que tiene la música de gaita”.
Para escribir este relato, Nathalia Martínez invitó a la Marqueza a conversar alrededor de un café en una zona universitaria de Bogotá donde en los últimos años anda tronando la gaita. Allí, esta reconocida compositora empírica de música de gaita recordó cómo descubrió su don artístico y relató por qué sus melodías están atravesadas por el dolor de la guerra en Colombia. Además cantó y compartió el mensaje de sus letras: una invitación a la solidaridad, el perdón y la paz.
Por Nathalia Martínez y Lina Flórez*
Especial para Diario de Paz Colombia
Hace unos veinte años, Marqueza sintió algo “como un fuego divino”. Dedicada por décadas a lavar ropa en los pueblos del Caribe, ese día le llegó la musa mientras lavaba ropa. Sin asimilar muy bien lo que estaba sucediendo, en su mente empezó a componer la que sería su primera canción: “Que no muera el folclor”.
Fue algo divino porque, en medio de la lavada de ropa, parecía que alguien me estaba escribiendo y me colocaba las palabras de la canción en la mente, como quien dice: ¡Escribe aquí!».
Marqueza dejó la ropa tirada, salió corriendo y se fue a escribir en un cuaderno unos versos “dirigidos a la Santísima Virgen, al Espíritu Santo, a Jesús y a María”.
La vida de Marqueza Eva Mercado es, en sí misma, una canción de gaitas. Esta mujer de ojos indios -como dice la famosa canción de Alfredo Gutiérrez– nació en 1959 en Los Córdobas, un municipio del departamento de Córdoba, al norte de Colombia. Allí vivió durante su niñez y su juventud y luego se trasladó con su primer esposo a Cartagena, en donde nacieron sus primeros hijos. Años después se separó de él y se comprometió con un hombre de Ovejas, un municipio ubicado en una zona de tránsito entre el sur de Bolívar y el departamento de Sucre. Allí se estableció con su familia en 1984 y se dedicó a lavar ropa y hacer la limpieza en la casa cural.
En 1996, Marqueza -dice con orgullo- “era la mejor lavandera de Ovejas”. Dice que nunca pensó que esta música, que ha sido tradición en el Caribe, un día la iba a agarrar a ella. Porque a partir del momento que “llegó la primera musa”, su relación con las gaitas se afianzó tanto que al año siguiente decidió participar con su canción en el Festival Nacional de Gaitas Francisco Llirene, un evento que desde 1983 reúne, cada año, a todos los gaiteros y músicos de gaita del Caribe colombiano.
De la inspiración al papel
Después de ese primer chispazo de inspiración en 1996, Marqueza buscó y encontró el apoyo de algunos gaiteros de Ovejas. En su narración aparecen nombres como el del compositor Andrés Narvaez Reyes, primera persona a quien le mostró sus versos; el maestro Joche Álvarez, quien comenzó a asesorarla, y los compositores empíricos Sebastián Mendoza y Alfredo Ricardo Guerrero, el actual crítico de sus canciones.
Con risas en la voz, Marqueza cuenta que después de lo sorpresivas que fueron sus primeras canciones, con el tiempo aprendió una lección: apenas le llegara la inspiración en forma de versos, rimas o poesía, debía apurarse a tomar papel y lápiz y plasmarlas. De este modo, al pedirles ayuda a Sebastián Mendoza o a Alfredo Ricardo para hacer los arreglos necesarios, sería más rápido y sencillo el proceso de composición.
De la mano de Alfredo, Marqueza aprendió a estructurar sus canciones, reconoció la diferencia entre las estrofas y el coro y supo que la melodía es la suma del verso y la poesía. Fue Alfredo quien en 1997 la animó a concursar en el Festival de Gaitas con su canción inédita.
Dejando atrás las críticas de los habitantes del pueblo –quienes cuestionaban que una mujer forastera se subiera a la tarima del Festival– Marqueza empezó a practicar su canción en la casa del maestro Joche Álvarez y se subió a la tarima en compañía de Yina Alvárez, la hermana del maestro.
Ese día, Marqueza estrenó un nuevo oficio, además del de lavandera: se convirtió en compositora de música de gaita.
“Yo viví la violencia de este país”
Gran parte de la vida de Marqueza ha transcurrido en los Montes de María, como se le conoce a esta región en el costado noroccidental del país. Los versos de sus canciones están alimentados de la riqueza natural y agrícola de “esos montes”, combinada con el impacto de la violencia que se ha asentado allí por décadas, tal como se describe en el primer artículo del especial Música de gaitas para la paz.
Por su espesa y complicada geografía, no ha sido fácil delimitar esta región. En el Atlas del impacto regional del conflicto armado en Colombia se dice que son 22 municipios los que la componen, mientras que el Programa de Desarrollo y Paz de Los Montes de María habla de quince. Lo cierto es que todos los municipios han estado de algún modo u otro afectados por el paso de un conflicto armado crudo y duradero.
Entre 1990 y el año 2006, el nombre de muchos de estos municipios encabezó titulares de prensa, al lado de noticias de guerra como masacres, desplazamientos, asesinatos, víctimas de minas antipersonas. “Quizá ustedes escucharon el desplazamiento en los Montes de María -recuerda Marqueza-. Un día me levanté muy acalorada y me senté en una mecedora; y yo escuchaba los perros ladrar y a la gente llorar por sus muertos.”
La disputa entre guerrilleros de las Farc y autodefensas del Bloque Norte por el control territorial fue crítica durante unos diez años. Primero, en los años noventa, incursionaron desde Antioquia guerrilleros de los frentes 35 y 37 de las Farc; más tarde se unieron al Bloque Caribe. Por su parte, y por esos mismos años, el Bloque Norte de las Autodefensas se empezó a tomar la misma región.
La masacre de Pijiguay, Sucre, en septiembre de 1997, fue uno de los primeros actos violentos que desembocaron en desplazamientos forzados de habitantes de esta zona. Sobre todos estos sucesos, Marqueza acabó componiendo sus canciones de dolor y temor:
Y yo me decía: ¿y esos pobres campesinos para dónde van a coger ahora? Pobrecitos, ¿qué va a ser de la vida de esos campesinos?, si lo único que saben ellos es labrar la tierra. Y seguí echándome fresco, cuando de repente empecé a cantar un merengue:
El control territorial en los Montes de María respondía al interés que ambos grupos tenían en las redes del narcotráfico de la región, y cada bando se concentró en imponer su presencia y fuerza bélica. Se sabe que durante el conflicto armado, Ovejas fue uno de los municipios en donde sucedieron más muertes violentas en toda la región Caribe. Sólo en el año 1993 se dieron 100 homicidios, y hacia el año 2000, en pleno recrudecimiento del conflicto, el número ascendió a 168. Entre las personas asesinadas estuvo uno de los hijos de Marqueza.
“La guerra me dejó marcada”
Marqueza ha vivido la guerra de primera mano. Como tantos otros montemarianos, hubo noches en las que, estando en Ovejas, debía permanecer con su familia encerrada en casa por temor a que la guerrilla se hubiera tomado el pueblo.
Marqueza recuerda los lamentos de las personas que llegaban desplazadas por la violencia. Como ella vivía en la zona de Los Cortes de Ovejas, desde su casa podía escuchar el paso de los grupos armados, los tiroteos o el lamento de las personas que lloraban a sus muertos.
“Yo soy muy sentimental y me duele el dolor ajeno porque yo ya lo he vivido en carne propia. Viví la pérdida de mi hijo. Al año de desaparecido llegué a saber que fue decapitado, destrozado, y no lo pude recuperar. Por eso para mí, en mi vida, ha quedado un lamento, una tristeza… y un poquito, un poquito de tónica que le pongo por ahí a mis canciones, pero no es esa alegría desbordante que tenía la Negra Marqueza en otros tiempos.
La guerra en Colombia me dejó marcada, así siento la violencia que vivimos nosotros, pero que hay que seguir pa’ delante”.
En medio de todo esto, Marqueza continúo haciendo frente a las dificultades del día a día. Seguía lavando ropa y haciendo oficios varios en la iglesia de Ovejas, para dar de comer a sus cinco hijos.
“Negro es mi color”
Es la tercera canción que canta en el café. Marqueza no puede hablar de sus composiciones, sin cantarlas. Además de la violencia con relación al conflicto, ella manifiesta en sus canciones otras violencias, aún más arraigadas, como el racismo.
«Hay un inmenso árbol, quizás lo viste, de caucho en la plaza de Ovejas. Ese es un caucho muy inspírico [que inspira]. Y me senté ahí, y yo decía: “¿Por qué a mí me negrean tanto en este pueblo?”. Yo quisiera hacer una canción que hable de los negros esclavos de Cartagena y que hable de mi vida, y así fue, y ahí sentada empecé:
Que el mundo conozca la gaita
Marqueza vive en Bogotá desde hace doce años, una ciudad en la que también se vive la música de gaita. Aunque afirma que le es más difícil concentrarse en este lugar, siempre está creando. Actualmente trabaja en una cumbia dedicada al río Magdalena que baña la población de El Banco, a donde espera ir a cantar próximamente.
“Mi meta es que en muchos rincones del mundo entero aprendan de esta música, sin egoísmo, sin envidia, sino que todos se junten a ver el valor importante que tiene la música de gaita”.
- Esta historia es la séptima entrega de la serie “Lunes de Gaitas. Música de Gaitas para la paz”, un viaje al Caribe colombiano y a la tradición musical de las gaitas. Producido por la periodista Lina Flórez con apoyo editorial de Diario de Paz Colombia.
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- Para aprender más sobre el contexto de la violencia en los Montes de María, recomendamos leer este estudio de Jorge Orlando Melo Naranjo. O este informe de Rutas del Conflicto.
- Fotos cortesía: Nathalia Martínez y Marqueza Mercado
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