El Salón del Nunca Más abrió sus puertas hace diez años para rememorar a las víctimas que dejó el conflicto armado en el municipio de Granada, Antioquia. Aquí, la comunidad ha creado una especie de santuario en donde recuerda y dignifica a sus seres queridos. ¿Cómo mantener vivo un lugar para la memoria que es ejemplo para el país? A propósito de los diez años de este espacio, conversamos con Gloria Elsy Quintero, coodinadora del Salón del Nunca Más.
Por Pompilio Peña
En Granada son comunes los cielos abiertos, azules y soleados, y los atardeceres cortos, pues las altas montañas rodean su casco urbano, un pueblo con menos de cuatro mil habitantes.

Un día como estos, hace menos de dos años, Gloria Elsy Quintero se refugió en su casa poco después de que cayera el sol. Observó que el firmamento se cubría de nubes plomizas y esperó una tormenta.
En efecto, el agua comenzó a caer sin piedad. Se podía escuchar la fuerza de la lluvia contra los tejados y ver cómo los relámpagos invadían las estancias a través de las ventanas. A Gloria la inquietó un presentimiento toda la noche.
A las cinco de la mañana, cuando las campanas de la parroquia central anunciaron la misa, Gloria salió de su casa con los primeros rayos, cruzó el atrio de la iglesia y bajó las escaleras. Al abrir una de las alas de la puerta del Salón del Nunca Más, la poca luz que circuló por el suelo le enseñó, primero, cómo una fina capa de agua inundaba el recinto.
Cuando se detuvo en el centro del gran salón, desde cuyo fondo la miraban 327 rostros de personas que fueron víctimas del conflicto armado, Gloria notó que parte del techo se había desprendido. Sobre una mesa, las bitácoras estaban mojadas, las goteras habían retorcido sus hojas y borrado parte de los mensajes que por meses habían dejado los visitantes de este lugar, considerado hoy como un símbolo contra el olvido, a favor de la memoria y la dignificación, un ejemplo para el país.

“Nadie se imagina el dolor que sentimos los que hemos hecho parte de este proceso. Los ojos se me encharcaron”, recuerda hoy Gloria Elsy Quintero, quien hace parte de la Asociación de Víctimas Unidas de Granada (Asovida). Gloria recuerda el impacto de aquel día pues refleja lo importante que es este lugar de la memoria para los habitantes de este municipio.
Después de esa última tormenta, los integrantes del colectivo recolectaron los fondos necesarios y en pocos días volvieron a abrir las puertas de este lugar, adonde llegan miles de visitantes cada año para conocer parte de la historia de Granada y del oriente antioqueño, una historia marcada por la violencia pero, sobre todo, por el esfuerzo que ha hecho la comunidad para mantener presentes y en la memoria a sus seres queridos.
Esta no ha sido, sin embargo, la única dificultad que han tenido que enfrentar desde Asovida para conservar este espacio. Se han hecho colectas, vaquitas solidarias y campañas por la memoria para que día a día sea posible seguir abriendo las puertas del El Salón del Nunca Más.
–Gloria, ¿cómo surgió la idea de un abrir un espacio para recordar a las víctimas, con fotografías y diarios?
–La idea de hacer memoria en Granada nació gracias al Comité de Reconciliación y a los grupos de abrazos que teníamos y en los que tratábamos de elaborar los duelos.
En el 2007, Asovida fue legalmente constituida. En ese tiempo la gente, desde todas partes de Granada, llegaba al pueblo con las fotos de sus desaparecidos y sus asesinados a pedir ayuda y justicia; la mayoría mujeres.
Hacíamos encuentros, nos contábamos nuestras historias, buscábamos soluciones entre todos y organizábamos grupos de apoyo emocional y para reactivar el campo. Para entonces Granada estaba en paz, pero existía la sed de la comunidad de saber el paradero de sus familiares.
La persona que comenzó a recolectar las fotografías de las personas desaparecidas fue el personero de aquel entonces, John Jairo Ramírez. Él y otras víctimas pensaron que, para llevar a cabo el duelo y el ejercicio de no olvidar, era necesario tener un espacio, pero no teníamos un peso. En una reunión de Asovida, concertamos entre todos que queríamos un salón para exponer las fotografías, poco más de cien rostros, además de fotografías de varios periodistas que habían cubierto algunos de los eventos más duros, como el carro bomba del año 2000 y varias masacres.

–¿Cómo fue el día que el Salón abrió sus puertas por primera vez?
–El día que se abrió fue durísimo. Para los que trabajamos en el montaje y en la organización hubo gratificación. El 9 de julio del 2009 cuando la comunidad pudo ingresar, por fin, ocurrió de todo. Hubo personas que se desmayaban, otras gritaban, otros no entraban. En ese entonces teníamos solo un muro con algunas fotografías, cerca de cien, pero el visitante las miraba y recibía un tremendo impacto. Y eso que hoy tenemos 327 fotos.
Pero en medio del dolor, para mí fue algo muy bonito. Lo que pasó es que a muchos les desaparecieron seres queridos y los volvieron a ver ese día de la inauguración junto a vecinos y conocidos.
–¿Qué percepción tienen los granadinos de este lugar tras diez años de historia del Salón del Nunca Más?
–Hay diversas opiniones sobre el Salón, no nos mintamos. Para algunos es un sitio de conmemoración, de respeto, de dignificación, de duelo. Otros no sienten empatía hacia este lugar, les aterra. Pero son más las personas que sienten cercanía. Llegan, miran u oran frente a las fotografías y escriben recuerdos y mensajes en las bitácoras de sus seres queridos. Incluso vienen mujeres con sus hijos pequeños, que durante el conflicto eran niños, niñas, para que conozcan a su ser desaparecido o asesinado.
Ahora, yo creo que, sin duda, el Salón ha servido para sanar, y creo que si no existiera sería difícil que hubiera memoria acá en Granada, incluso estaríamos viviendo todavía el conflicto, porque ya sabemos que pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla.
Por eso, el Salón es una representación, un no querer volver a vivir un conflicto como el que nos tocó.
–¿La idea de este Salón ha sido replicada en otros pueblos de Colombia?
–Replicada como tal, no sé. Pero hay ejercicios parecidos o más elaborados como el Museo Casa de la Memoria de Medellín, el Centro Nacional de Memoria Histórica en Bogotá y en el municipio de San Carlos, Antioquia, existe el Jardín de la Memoria.
Pero hay personas y organizaciones de pueblos de todas partes de Colombia que vienen para que los asesoremos. Nos dicen: «¿cómo lograron esto? Queremos algo así en nuestro territorio». Nosotros siempre les decimos que el primer paso es querer hacerlo, porque plata nunca hay.
Lo lindo aquí es que nosotros, hace diez años, no sabíamos dilucidar ni siquiera el concepto de memoria, de lo importante que es. Era más intuitiva la idea. Solo queríamos un lugar en dónde recordar a nuestros desaparecidos y muertos.
Ahora sabemos que la memoria dignifica y rescata el valor de la vida. Aquí, por ejemplo, no se permite el señalamiento de nadie.
–¿Cómo es la vida en Granada ahora?
–El conflicto armado aquí dejó de existir. Por supuesto, aún no faltan las disputas y los malentendidos entre familias, pero eso pasa en todas partes, no nos mintamos.
Pero los grupos armados ilegales ya no están en Granada. En términos económicos, la situación es difícil. En este momento la vida es costosa y no hay mucha oportunidad de empleo.
Tenemos dos cooperativas, un hospital y están los puestos de trabajo que da la alcaldía. Tenemos muchas mujeres que en sus casas trabajan el murano: elaboran manillas, pulseras. Tenemos fábrica de balones. Tenemos confecciones, una empresa liderada por mujeres que padecieron el conflicto armado.
En ese contexto, hace poco estuve en la vereda La Quiebra. Allá estuvimos haciendo unos talleres con unos extranjeros que vinieron a conocer el proceso del café. Hablando con los campesinos de la zona, ellos nos contaron que casi todos los jóvenes una vez terminaban el bachillerato, empacaban sus cosas y se iban para Medellín, abandonando sus raíces campesinas.
–¿Ustedes, como víctimas del conflicto armado, se siguen reuniendo para recordar la historia?
–Claro, pero no solo para eso. También nos reunimos para impulsar proyectos de toda índole. Por otra parte, lo más nuevo del Salón es el segundo piso que lo hemos reservado para que artistas hagan exposiciones de sus obras, es un espacio itinerante. En este momento hay un muchacho de La Ceja con sus fotografías. Él muestra que los mitos antioqueños, como La Llorona y la Patasola, se hicieron realidad con el conflicto armado.
De todas maneras, aquí lo que siempre hemos hecho es contar lo que pasó. Nos reunimos y contamos nuestras historias, y este proceso lo hemos hecho, incluso, con estudiantes que no vivieron el conflicto armado como nosotros.
Para conocer y apoyar el trabajo del Salón del Nunca Más, te invitamos a seguir el trabajo de este colectivo en Facebook.
Para saber más sobre la historia de Granada, Antioquia, te recomendamos leer Granada: memorias de guerra, resistencia y reconstrucción, un informe del Centro Nacional de Memoria Histórica.
Fotos: Pompilio Peña y Manoel Pérez
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Que hermoso todo eso que hacen las personas de Granada mi madre fue vitrina de la guerrilla se la llevaron tenía 12 años era de Granada y hace 4 meses encontré la familia de mi madre ,es algo que no se puede esplicar. Es muy duro
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