«Volvimos a la Alta Montaña para reconstruir lo que el conflicto destruyó»: Dionisio Alarcón


¿Qué significa volver al territorio después de haber sido desplazado y víctima del conflicto armado? ¿Cuáles son los retos que trae el deseo de reconstruir en comunidad? ¿Qué significa para estos colombianos la paz? Alrededor de estas preguntas conversamos con Dionisio Alarcón, un líder social montemariano. Parte del especial La paz en los Montes de María,

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Dionisio Alarcón, «el poeta de La Cansona», hace parte del equipo de coordinadores del Proceso Pacífico de Integración y Reconciliación de la Alta Montaña, una red de campesinos que trabaja conjuntamente para construir confianza y paz en sus comunidades.

Dionisio hace parte también del ala política de este proceso: el Movimiento Pacífico de la Alta Montaña (Mopam), con el que los campesinos buscan lograr incidencia política mediante la participación de representantes de sus comunidades en cargos de elección popular del municipio. Su nombre está entre los cinco candidatos al Concejo de El Carmen de Bolívar por este movimiento. Esperan alcanzar al menos una curul en las elecciones locales del 27 de octubre próximo.

En esta entrevista, Dionisio cuenta cómo se están organizando las familias que han retornado a sus tierras luego del conflicto armado en esta región. También describe el trabajo y la visión de este proceso pacífico, un ejemplo de búsqueda de paz territorial en Colombia. [Lee también: Diez recursos recomendados para conocer más a fondo los Montes de María].

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Mapa de los Montes de María. En la zona de la Alta Montaña (verde en el mapa) viven más de 4.070 familias, en 14 corregimientos y 52 veredas. © CNMH. Foto: Cortesía Jóvenes provocadores de paz

–Dionisio, empecemos hablando del corregimiento La Cansona donde usted vive. ¿Cómo le contaría a otros colombianos cómo es su región?

–La Cansona está el corazón de la Alta Montaña y es la parte más elevada de los Montes de María, está a 720 metros sobre el nivel del mar. Tiene un clima muy agradable, mucha brisa, y es uno de los lugares en donde baja la neblina cuando es tarde o cuando llueve.

Es un lugar equidistante de todos los corregimientos y veredas de la Alta Montaña. Por eso esto acá ha tenido siempre una gran importancia. Antes del conflicto armado era el lugar de convergencia en donde se comercializaba todo lo que se producía en la región, sobre todo el aguacate: hasta aquí podían llegar todos los vehículos que cargaban los productos, y de aquí seguían por carretera a la cabecera municipal de El Carmen de Bolívar.

Ahora, entonces a raíz de una carretera transversal, La Cansona se ha convertido en un lugar turístico. Desde la parte más alta hay una vista muy hermosa, se ven los cerros aledaños. La gente viene acá a tomarse fotos con el paisaje.

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«El nombre La Cansona obedece al hecho de que, por cualquiera de los puntos cardinales que se utilizen para llegar, hay que subir loma, por lo tanto siempre se llega cansado», explica Dionisio.

Acá también nacen casi todas las aguas subterráneas que bañan esta región, a través de arroyos, quebradas. No son ríos sino hilos de agua muy delgados que corren a través de las cañadas y entre las montañas, y eso también es valioso. Aquí consumimos estas aguas sin tener que purificarlas porque vienen filtradas de la misma tierra.

En La Cansona hay muchos árboles como ceibas y caracolíes. Y hay una fauna bastante diversa. Hay por ejemplo micos tití, animales en vías de extinción que solo están aquí en la costa Caribe. Y aquí uno se despierta con el cantar de las aves. A veces, uno puede determinar qué hora es porque hay unas aves muy peculiares que cantan cada hora, cada dos. Por la diversidad de fauna y el clima este es un lugar muy agradable, muy apetecido, ahora muchos extranjeros han llegado hasta acá. Ahora con la construcción de la Transversal Montes De María, estamos a 17 kilómetros –unos veinte minutos– de El Carmen de Bolívar.

–¿Cómo se vivió en La Cansona y en general en la Alta Montaña el conflicto armado? ¿Cómo describe esos años?

Cuando llegó el conflicto armado, La Cansona también tuvo gran importancia porque, al ser la parte más alta y desde donde se podía dominar todo el territorio, entonces cada actor armado que llegaba quería ubicarse aquí, incluyendo al mismo ejército. [Lea también «Yo lucho porque al campesino se le preste atención»: la historia del líder social Jorge Montes]

El tema del conflicto va de la mano de otro tema que da mucho de qué hablar: la finca de aguacate, un tremendo problema que se nos ha venido encima. Aquí había más de siete mil hectáreas de finca. Eso producía cantidades industriales de aguacate, y de eso vivía el 100% de la región. Pero luego se produjo una enfermedad que lo aquejó y acabó con casi todas esas siete mil hectáreas, y desde ahí la región ha quedado sumida en una pobreza impresionante. Las fincas quedaron reducidas a un 10% de la producción que tenían.

Entonces nos ha tocado regresar no solamente a sobrevivir sino a reconstruirlo todo. Nos ha tocado trabajar fuerte para volver a reproducir la tierra, a sembrar otra vez los árboles de aguacate, con el agravante de que ahora es difícil de que se reproduzcan. Por eso han disminuido los ingresos de las familia, y han tenido que hacer préstamos en los bancos o personales, y con las dificultades de que el clima afecta las cosechas. Pero así hemos ido viviendo, tratando de rehacer la vida y revivir también la región con otros productos como tubérculos y frutos como plátano, guineo, maíz y yuca.

–Personalmente, ¿cómo afectó su vida el conflicto armado?

–Yo he vivido aquí en La Cansona durante toda mi vida. Solamente me fui por diez años, durante el desplazamiento, pero me coloqué en la cabecera municipal de El Carmen de Bolívar y siempre tuve contacto con la región. Regresé hace nueve años, cuando las cosas habían cambiado un poco y los actores armados habían sido arrojados no solo de esta región, sino de los Montes de María.

Los comandantes de los frentes 35 y 37 de las Farc eran los que operaban acá en ese tiempo. Pero en una acción del ejército en el año 2007, fue abatido el máximo comandante, alias «Caballero». De ahí la región entró un poco en calma y muchos campesinos que se habían ido hacia la cabecera municipal y a otros lugares de los Montes, pues fueron volviendo a sus fincas y empezaron nuevamente a reconstruir lo que durante el conflicto armado había dañado. Entre todas las personas que han retornado, retorné yo, pero sin mi familia, ellos se han quedado en la ciudad.

–¿Cómo fue volver a su tierra y cómo ha sido reconstruir todo eso que destrozó el conflicto armado?

–Eso ha sido un trabajo bastante dispendioso que nació a raíz de la violencia que nos azotó. Para mí personalmente todo eso ha sido un proceso de aprendizaje porque hemos tenido que aprender a vivir en comunidad otra vez, aunque antes lo hacíamos. También ha sido un proceso de re-acomodamiento, de convivencia y reconciliación, porque el conflicto armado no solamente nos dejó en la ruina material, sino que en la parte emocional, sicológica, también nos afectó.

Como hubo tantos diferentes actores armados acá en la región, y cada actor armado tenía su filosofía, su forma de operar y sus enfrentamientos, entonces nos dividió mucho. En algunos lugares se decía que las personas eran paramilitares, y en el otro lugar se decían que eran guerrilleros. Pero una vez salieron los actores armados, quedó el estigma entre nosotros y pensábamos que los de aquel lugar no podían juntarse con los de este lugar porque eran paramilitares, o que nosotros no podíamos ir allá porque supuestamente éramos guerrilleros.

Para poder seguir adelante nos tocó hacer un acto de reconciliación, de olvidar lo que nos dejó emocionalmente el conflicto y asumir la responsabilidad de sentarnos para poder avanzar hacia el futuro.

Cuando hicimos ese acto de perdón, nos dijimos: “El territorio es nuestro y lo tenemos que reconstruir como comunidad. Así divididos como estamos, no vamos a poder. Entonces perdonémonos, abracémonos, unamos esfuerzos y empecemos a trabajar de manera mancomunada para que podamos salir adelante”.

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Caserío de San Carlos, en la Alta Montaña. Foto: Dany Luz Acosta Quintana. Publicada en el libro Un bosque de memoria viva

–¿De allí surgió el Proceso Pacífico de la Alta Montaña?

–Sí, a partir de ahí se empiezan a visibilizar todos los problemas que hay en nuestras comunidades, a buscar la forma de darle solución y a ver quién debe solucionarlo. Vimos que era el Estado y que había que hablarle, teníamos que manifestar que el conflicto armado nos había dejado estigmatizados y decir que, como víctimas, necesitamos atención.

Y en el año 2013 hicimos una caminata en donde le exigimos al Estado que volviera su mirada a la Alta Montaña que, después del conflicto armado, había quedado sumida en un deterioro bastante grande. Y había muchas necesidades: no había vías de acceso, la infraestructura educativa y de salud muy precarias, el tema de seguridad también muy endeble, temas de comunicación y vías terciarias para sacar los productos.

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Más de mil campesinos y campesinas de la Alta Montaña durante la caminata pacífica, del 5 al 8 de abril de 2013. Cortesía Sembrandopaz.

Con la caminada se logró hacer con el gobierno 91 acuerdos a los que se le hacía seguimiento en mesas temáticas cada tres, cuatro meses. Estos compromisos han sido la carta de navegación del Proceso.

Aparte de eso somos sujetos de reparación colectiva y desde ahí se ha diseñado una hoja de ruta en donde hemos hecho el diagnóstico del daño que ocurrió durante el conflicto armado y el Estado está en vía de ir reparando todo eso poco a poco, de acuerdo a cómo se va dando la financiación de cada cosa, porque eso cuesta mucho dinero. Pero se ha ido logrando de manera gradual. Lentamente, pero se viene reparando.

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–¿Cuáles son los retos de este proceso?

–Aquí todo es un constante trabajo porque la relación ocurre con el Estado. Digamos que nosotros somos hijos del Estado, pero él a veces olvida sus obligaciones con los hijos y hay que estarle recordardando a cada rato la obligación.

En el Estado, como sabemos, todo se mueve mucho. Cuando ya estamos conectados con un funcionario, con un alcalde, con un gobernador, entonces vienen las elecciones y lo cambian y hay que empezar de nuevo a explicar lo que pasa. Eso implica un trabajo intenso y de muchos esfuerzos porque nos toca ir con nuestros pocos recursos a las ciudades y eso plantea un problema.

Pero aun así, a veces logramos que el Estado nos ayude. Por ejemplo, el logro más importante que hemos conseguido es la carretera desde el interior de la Alta Montaña hacia la cabecera municipal. Antes era una trocha en donde en épocas de verano salíamos en camperos, pero en invierno había que salir a pie, a lomo de mula o de burro. Durante más de sesenta años el Estado había planeado hacer una carretera transversal que atravesara toda la Alta Montaña, para poder tener acceso de los productos al mercado municipal, pero solo a través de la caminata se logró que se asignaran los recursos y desde el 2013 se empezó a construir.

–A pesar de ser una región extensa, los líderes sociales de la Alta Montaña tienen un trabajo permanente y sostenido en el tiempo. ¿Cómo son los encuentros entre ustedes?

–En los encuentros mensuales participan los líderes que representan cada uno a su vereda, ahora tenemos cuarenta. Hay un comité coordinador, compuesto por ocho personas. Se hace cada mes en diferentes veredas, así logramos estar gestionando en las diferentes veredas de la Alta Montaña. Y tratamos los temas que están sucediendo en el momento.

En el último encuentro, por ejemplo, tratamos algunos proyectos que hay con el ministerio de Agricultura. Pensamos aplicar a un proyecto de repoblamiento bovino, entonces discutimos el tema bien porque acá pensábamos que doscientas personas se iban a beneficiar de manera individual, que le iban a dar a cada uno los animales para llevárselos a su finca particular.

Pero algunas personas fueron a Bogotá y en la reunión nos explicaron que este es un proyecto asociativo. Eso indica que el ganado debe estar en un solo lugar, en una finca de por lo menos ochenta hectáreas de extensión, y que todos los beneficiarios deben atender esos animales hasta que tengan un año y decidan hacer algo con ellos. Eso no cayó muy bien entre la gente, pero no se pudo hacer nada porque de esa manera estaba pensado desde el ministerio. Ahí vemos entonces cómo aplicar.

–Aparte de eso, han creado también el Movimiento Pacífico para aspirar concretamente a escenarios políticos. ¿Podría comentarnos sobre esto?

–Esto nació como una idea de nosotros, a partir del abandono histórico que ha tenido el Estado. En los encuentros vimos que, a través de la historia, hemos venido votando por gente que no es de aquí de la Alta Montaña sino que viene de El Carmen de Bolívar, y solo en épocas de elecciones, para llevarse los votos y no vuelven más.

Entonces pensando que nosotros debíamo tener la oportunidad de ver en esos cargos a las personas de acá y tener incidencia en las decisiones que se toman en el municipio, para así traer desarrollo a la Alta Montaña. Entonces desde las elecciones anteriores (2016-2019) creamos un Grupo Significativo de Ciudadanos que se llama Movimiento Pacífico de la Alta Montaña (Mopam) y participamos en lista cerrada, pero no pudimos sacar sino el umbral.

Ahora en estas elecciones (octubre de 2019), con un poco más de experiencia, hemos decidido ir en lista cerrada, voto preferente, e inscribimos a cinco personas, yo también estoy incluido. Hemos adelantado una campaña con un poco más de conocimiento y experiencia. El objetivo que queremos conseguir es incidir en el municipio para que se disponga presupuesto para el impulso de la Alta Montaña.

Además, ahora con el tema de los Acuerdos de Paz en La Habana, se ha creado el Plan de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET) y ese plan lo hemos construido con la comunidad, junto con la Unidad de Víctimas en todos los corregimientos. Este plan es bastante completo, los municipios deben aplicarlo y nosotros presionamos para que se aplique.

–¿Cómo pueden ponerse de acuerdo tantas personas? ¿Cómo llegar a entenderse después de un pasado que los dividió tanto?

–No ha sido fácil porque somos bastantes líderes con pensamientos diferentes. Entre nosotros surgen dificultades, muchas veces una reunión se convierte en una discusión como las del Senado, y nos toca subsanar todas esas diferencias. Entonces es una cuestión democrática y nos esforzamos por fortalecer la convivencia y apoyarnos.

En el libro de Un bosque de memoria viva –que escribimos todas las comunidades– contamos todo eso: la historia del territorio pero también lo que hemos tenido que aprender después de tanta violencia. Es un libro que ha tenido muchas discusiones y que siempre estos invitando a leer. El centro de todo es la integración y la reconciliación, es un trabajo que no para, pero creo que vamos por buen camino.

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