Desde el municipio de Circasia, Quindío, la lectora y docente pensionada Astrid Franco Uribe escribió sus impresiones sobre la lectura de la primera obra del reto 10 libros en 2020. ¿Qué le impactó de esta novela? Un contenido del especial Leer para entender La vorágine del Club de Lectura Virtual.
Por Astrid Franco Uribe*
Leer la novela La vorágine es penetrar en un mundo humanamente duro, el de la realidad rural. Al ir leyendo esta obra me fui adentrando en un universo en el que la violencia se naturaliza, en donde todo es desgarrador. No recuerdo una página de optimismo en la cotidianidad de los personajes o de la misma naturaleza descritas en esta obra. Aquí, la mayoría de las personas son celosas, buscan apropiarse de la tierra, del hombre y de la mujer; en última instancia, este libro representa la lucha por alcanzar el poder.
Hoy, novena y seis años después de la publicación de esta obra, considero que este relato sigue siendo el reflejo de nuestro país. ¿Qué ha cambiado?, se pregunta uno. Quizá solo se han transformado algunos asuntos, como por ejemplo, las formas de explotación: se han legalizado sus métodos, pero son en esencia los mismos que existieron cien años atrás. Entonces el contexto era la búsqueda incesante del caucho, el oro de la época; hoy los movimientos en contra de la minería representan también la lucha de los pueblos por salvar el medio ambiente, los recursos naturales.
La vorágine nos muestra el movimiento continuo y terrible de nuestro país, la convulsión permanente, un contexto en el que nos devoramos unos a otros. Parecería que la tierra, los ríos, los árboles, los animales y los seres humanos que la habitamos estuviéramos siendo arrastrados por una avalancha de lodo, miseria y pobreza social, política y económica. ¿Habrá esperanza?
En Colombia, las diferencias sociales, la discriminación, la exclusión hacia la participación en la vida cultural y política, entre otras situaciones, producen en la mayoría de los ciudadanos una sensación de sobrevivencia en la desidia, en la desesperanza y en la incapacidad mental, porque así hemos sido “educados”, sin el poder o la capacidad de decidir por nosotros mismos.
Hacia el final del libro vemos a un hombre que tiene esperanza en que el Estado podrá hacer algo, que podrá apropiarse de los problemas y salvar por la vía democrática a aquellos seres ahogados en la selva que extraen el caucho, esclavizados y torturados por unos capataces que obedecen ciegamente las ordenes de sus superiores.
En La vorágine observo las tambochas y se me parecen a los seres humanos que por donde pasan dejan desolación y muerte; las hormigas, al fin y al cabo, pasan arrasando como parte de la conservación de la especie, pero los seres humanos estamos atravesados por la conciencia de lo que hacemos o dejamos de hacer, con la ambición de acumular riquezas económicas, sociales y obtener el poder político.
Entre otras cosas, en esta obra me encontré también los prejuicios de la sociedad patriarcal que permite que la mujer sea entregada, vendida a un hombre sin que medie el conocimiento, el amor o el concepto femenino. Y frente a esto lo único que queda es huir a cambio de nada, perder la libertad y la dignidad, porque allí la mujer considerada objeto ya no tiene ninguna valía, según era la cultura de la época. Es claro que la religión y los valores de la sociedad envilecen lo femenino. En la actualidad, aunque han cambiado las convenciones sociales y un porcentaje de las mujeres ahora puede elegir sobre su destino, el rezago de la sociedad hace que la pobreza esté ligada al maltrato y a oscuras formas de explotación que llevan a que las mujeres sigan siendo objeto de sometimiento a leyes que no favorecen su situación.
La vorágine es la novela del desaliento, de la desperanza, del no futuro de nuestro país. Aunque como dice el maestro Eduardo Galeano, frente a todo esto tenemos que seguir en busca de la utopía, dando el paso a paso, como soñadores incansables de un mundo mejor.
Astrid Franco Uribe vive en la zona rural del municipio de Circasia, Quindío. Desde hace tres años trabaja con un grupo de mujeres en su vereda y es voluntaria en la escuela. Así se describe ella misma: «He sido una enamorada de la educación y creo en lo que a través de ella se puede lograr. Durante diecisiete años trabajé como docente, coordinadora y rectora. Estuve en municipios como Yolombó, Jardín, Apartadó, Frontino, Caldas, La Estrell, y en Medellín en el barrio La Avanzada de Santo Domingo Savio. Así, la vida me ha permitido conocer la pobreza, la violencia, la inequidad, pero también los métodos de solidaridad y ayuda mutua de los seres humanos que viven en las regiones apartadas de nuestro territorio». E-mail: astridfrancou@gmail.com
En portada: La vorágine. Novela gráfica. Resplandor Editorial. Bogotá: 2016. Dibujo: José Luis Jiménez. Adaptación: Óscar Pantoja
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