«Las estrellas son negras»: una novela para hacer un viaje íntimo al propio pasado


En Diario de Paz Colombia valoramos los ejercicios de escritura que surgen de la lectura colectiva de obras literarias colombianas. En este texto, desde Cataluña, una participante del reto 10 libros en 2021 comenta partes de la novela de Arnoldo Palacios que la inquietaron y la conectaron con su propia historia. Para explorar más esta novela, visita nuestro especial de contenidos.

Por Martha Cárdenas* [Cataluña, España]

Leyendo la novela Las estrellas son negras de Arnoldo Palacios, hoy, a mis cincuenta y tantos años, pensaba: ¿¡cómo pueden estos personajes ser tan pobres y tan desaseados!? ¿Cómo pueden vivir entre la mugre? ¡Ay, no! ¡Y yo tan pulcra! Me inquietaba eso hasta que, en alguno de los comentarios del Club de Lectura de Diario de Paz, leí que estas personas son así porque están conformes, una afirmación que me devolvió en el tiempo para ponerme en los zapatos de Irra, el protagonista. Pronto comprendí que yo ya me había calzado esos mismos zapatos y que el joven estaba allí no por conformidad: él deseaba estudiar, ir a otro lugar, cambiar su destino.

La lectura me remitió entonces a mi propio pasado: recordé mis tiempos de crisis económicas en un hogar con dos niños pequeños, sin dinero, sin trabajo, sin una profesión u oficio. Desesperada, desanimada, salía de casa a deambular por el barrio imaginando mil formas de conseguir dinero. 

La imagen de la suciedad también apareció de pronto en mis memorias. Mi madre había quedado viuda con cinco niños pequeños y, para poder salir a buscar un sustento, nos tenía que dejar en una pieza encerrados con candado; nos dejaba la comida hecha en una olla. Teníamos una «mica» o bacinilla, así que cuesta imaginarse lo que ella encontraba cuando volvía a la casa. Un día la devolvieron del trabajo porque había llegado tarde: ¡eran tan solo las nueve de la mañana y ya habíamos almorzado! Nos bañaban una vez por semana, cuando mi mamá tenía el domingo libre, de ahí que cuando fui al colegio mis profesoras y compañeras se quejaban de mi higiene, y no fue fácil habituarme a la ducha diaria.

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Algo que me sorprendió mientras leía esta novela fue descubrir que no soy la única persona a la que le gusta comer tierra; en realidad no la como, pero me fascina cuando llueve sobre tierra seca y se esparce un olor intenso que me produce una intensas ganas de comerla. Ese olor se llama petricor –una palabra fea para algo tan rico–, y al acto de comer tierra se le denomina geofagia. Aún no se sabe por qué algunas personas se sienten atraídas a la tierra, tal vez por falta de nutrientes. A comportamientos como comer plástico, vidrio, tierra, los especialistas lo denominan pica. En la obra de Arnoldo Palacios, una de las hermanitas del protagonista vive esto: 

“Irra miró de soslayo a Elena. Pero ella se había dedicado a arrancar el pañete de la pared echándolo en el regazo. Miraba quién la observaba y al sentirse sola se comía el pañete”.

Durante mi lectura de Las estrellas son negras también entendí que en el texto se narra un espacio de tiempo corto que corresponde a una de las tantas crisis que se viven a lo largo de la vida y que se ve más acentuada por el abandono del estado en cuanto a educación, salud y oportunidades laborales.

Otro tema que me impactó fue la sorpresa de encontrarme con una palabra: “cárdeno”:

“Yacente el tronco de Ramón, extendido en un catre de lona, empapado de sangre cárdena, coagulándose. El brazo izquierdo estirado. Las piernas rígidas, alargadas un decímetro más allá del extremo del catre, colgantes”. 

Encontrar esta acepción me impulsó a investigar sobre mi genealogía, pues me llamó la atención que a esta palabra que no conocía solo le faltaba una ese para ser mi apellido. Al buscar en el diccionario supe que cárdeno es también un color morado o azulado. La lectura despertó, pues, variadas reflexiones e impulsó mi interés por conocer y profundizar en mi propia historia.

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* Sobre la autora: Martha Cárdenas es bogotana y vive acualmente en un pequeño pueblo de Cataluña, España. Salió de Colombia hace quince años y anhela regresar. Estudió ciencias sociales en la Universidad Distrital, aunque no terminó su carrera, y se dedicó durante varios años a la docencia. Nos dice: «Desde afuera y con las nuevas tecnologías sé más de mi país; me duele la cruda realidad, pero pertenecer a este club me ha despertado unas enormes ganas de conocer mi tierra».

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